Hoy, en este contexto de confinamiento, aislamiento social obligatorio y amenaza de muerte a causa de un virus del que casi nada sabemos, vivimos con la sensación de que mucho de lo que fue dicho “antes de” está perimido o ahora, ya mismo, no es de utilidad. Al desasosiego se le suma, por contraste, el requerimiento de representaciones que den cuenta de lo que pasa y nos pasa. Por estos días lo único que a algunos nos mantiene medianamente en paz es leer a quienes se animan a decir, aunque se equivoquen o sepan que lo que arriesgan es provisorio y hasta erróneo. Ante el espesor de la incertidumbre, se patentiza la necesidad de discurso, de ficción, de metáforas que nos ayuden a habitar un mundo que se parece mucho a un ultimátum.
Afirmamos fuerte que es necesario para la existencia, no sólo de las personas sino también de los discursos, entrar en contacto con lo otro. Más todavía, si lo otro también es lo que estamos atravesando.De todos modos y pese a todo, continuamos dentro de la ética del decir. Una ética que lanza a la totalidad del Logos (el modo como Lacan mencionó a la comunidad en tanto soporte de la dimensión simbólica) otra cosa que datos, y, a la vez que procura seguir diciendo, continúa tramando lo que urge.
Continuamos con un texto de Gabriela Odena, a quien le agradecemos mucho.
Editorial, Helga Fernández.
Gabriela Odena es psicoanalista. Actualmente trabaja como analista en consultorio particular. Es A.P. (analista practicante), de la Escuela Freudiana de la Argentina. Actualmente responsable de la secretaría de difusión de la misma.

¿Tabula rasa? ¿Extorsión del tiempo? Un alud intenta desterrar los gestos. Nadie verá mi infancia. ¿Sabré qué hacer de ella para que persista? La dinamito y explota.
Aprendí del día y de la noche en el ir y venir de las mareas, en las lecturas de mundos distantes pero cercanos. A veces amanezco de historias inoculadas de las que intento deshacerme. Otras, no puedo; escribo:
Se enciende el artilugio de la tecno-parafernalia. ¿Casual? ¿Aparatos necesarios desechables, imprescindibles? ¿Acaso el ímpetu de mi razón habita un claustro de materia inerte?
Es mi adalid, el resto de la mañana que deshoja la estación venidera. ¿Que amaneceres no habré visto y acaso no veré? ¿Que amistades me vuelven porque ya no están? ¿Es que no corrí a su encuentro cuando podía? Un terremoto de sueños enarbola lo inadmitido.
El suspenso insinúa lo incierto. El tiempo capital cercena sus huellas. Nadamos ciegos la infinitud infiltrada. Nosotros somos su registro.
El relato nos pide andar, reunir lo efímero
darle su poción de existencia. Arremeter el ocaso, munirnos de sus palabras.
La vida en peligro retumba en las paredes, no cesa. El recuento de los muertos sin nombres, presente.
No desistir es escuchar.
Escuchar es persistir.
Nombrar es contar y contarse.
¿Auscultamos nuestra ausencia
en un mundo que clama nuestra presencia?
El tiempo reclama nuevos prismas,
urgentes de distorsión.
Preguntarnos sin fronteras. Si el sol se alumbrara de enigmas y la noche retorciera nuestras almas en degradé narcisista enlazados unos con otros, ¿esta pandemia hubiera ocurrido?
Ocurre.
Es tiempo de traslocar secuencias, habitar el propio espacio que habla con otros, habitar las sombras de la habitación, pequeño espacio al que estamos confinados.
Del día que deviene noche inmensa, marcas de lo que dejamos ir.
Abandonar la urbe adormecida de nubes digitadas, contemplar las que pasan que nos enseñan que al transcurrir pueden tapar al sol pero no extinguirlo. La nube digital nos conmina a usurparla, a dirimir las fuentes del ocaso, acaso pensamientos insurgentes claman su voz.
El solsticio y el azul de la noche podrían declinar si nos confinamos sin palabras.
Al populismo que encandece la noche inalienable: escribamos nuestra historia
aquella que resta hegemonía, ésta, que vive En el margen.
Pandemnizemos nuestras palabras.