Esta carta forma parte de la sección El malestar en la cyberlizacion, a cargo de Helga Fernández. Está escrita y entramada en relación a cada una de las cartas publicadas hasta ahora en esta revista.
Cuidado editorial: Gerónimo Daffonchio, Gabriela Odena, Ricardo Pereyra, Amanda Nicosia y Helga Fernández.
15 de febrero 2021. Cuidad de Buenos Aires. Argentina.
Querida amiga:
Esta pandemia parece no tener fin. Pese a la vacuna que en tiempo récord se ha producido, el distanciamiento social sigue siendo una protección necesaria que continua restringiendo el encuentro con los otros. En estas condiciones el uso de los dispositivos digitales sigue imparablemente in crecendo.
En tu última carta preguntas si estaría de acuerdo con lo que encontraste, escuchando a tus analizantes por teléfono, [ «a través de los oídos y no con todo el cuerpo, –como sucedería en presencia–», decís], acerca del nuevo real que traen las letosas y su progreso aparente. Tocas una tecla esencial: no es sin interrogarnos acerca de esta novedad que vamos a sostener nuestra práctica como experiencia ética.
¡Las letosas! Neologismo, aún no tan difundido entre nosotros, que Lacan inventa en 1970, diez años antes de la comercialización del primer teléfono celular, para referirse a los pequeños objetos producidos por la tecnociencia y de los que vaticina que estarán profusamente ofertados al consumo «en cada rincón de la calle». No deja de maravillarme lo que su atenta lectura epocal le permite vislumbrar. Como vos traías él va a situar la ciencia de su época como aletosfera, condensación entre aletheia y estratósfera, cuya verdad no radica en que ha aumentado el campo de conocimiento (lo cual no implica ningún progreso subjetivo ), sino en que ha producido nuevos objetos que no son accesibles a la percepción, como las ondas satélites que atraviesan la atmósfera. De ese campo nacen las letosas, cuya nominación evoca a Leteo, río del Hades, el infierno de la Grecia antigua, cuyas aguas producían el olvido de la vida terrenal en las almas de los muertos.
Podríamos imaginar como un leteo actual el flujo incesante de letosas de teléfonos móviles multifuncionales, tablets, iPod, iPhones, computadoras mínimas, que buscan, situándose en el lugar del objeto a como plus de goce equivalente a la plusvalía marxista, no sólo recuperar algo del goce perdido irremediablemente por la entrada al lenguaje, sino también el olvido de esa pérdida.
Como te decía al comienzo de esta carta el confinamiento necesario por mucho tiempo y el distanciamiento actual obligó, y obliga, a intensificar la presencia de las letosas, en cuyo fluir estamos todos inmersos, aunque no de la misma manera. Para quienes practicamos el psicoanálisis, esta inmersión atraviesa particularmente nuestra praxis, en tanto los dispositivos digitales se han vuelto imprescindibles para sostener gran parte de los espacios de tratamiento y de transmisión, tanto en el ámbito privado como público.
Al comienzo de la cuarentena cobró especial relieve la oferta de «duplicar» «virtualmente» las actividades que antes se hacían en presencia.
Amiga, es imprescindible promover y acuñar el uso del término de realidad digital que lúcida y enfáticamente propones para hacer referencia a la realidad producida por la tecnología. Es preciso no olvidar que en la realidad digital no se trata de un espacio virtual, no se trata de una imagen deudora de una proyección especular ni del campo de la representación clásica, sino que es una imagen surgida de lo que dio en llamarse NTI ( nuevas tecnologías de la imagen) -nacidas del arte militar y de sus imperativos estratégicos, tal como señala Alain Renaud en «Nuevas Imágenes, nuevo régimen de lo Visible, nuevo Imaginario»- que construye nuevas relaciones con lo visible. Las imágenes digitales, no responden a un modelo analógico donde está articulado el objeto con la imagen, y donde consta lo que no pasa a la imagen como muerte de la cosa, sino que surgen de un orden matemático del modelo. Hay una divisoria de aguas entre ambos modos de producción de la imagen. No se trata de una diferencia sino de una ruptura cualitativa en el campo de la visibilidad: en la imagen virtual deudora del espejo está inscripta la falta en la que el deseo se sostiene. En la imagen digital no hay espejo, por tanto no hay juego de miradas, danza de imágenes, imbricación con la voz. También considero que el uso instalado del término virtual en lugar de digital no es un uso ingenuo, busca hacer olvidar que la falta no intervino en la génesis de la realidad digital.
Fui llevada a enterarme de estos asuntos en los albores de mi práctica, promediando la última década del siglo pasado, a partir de la consulta por un niño de cinco años.
Pedro, llegó a la guardia traído por sus padres, derivado de otro hospital, para evaluar medicación y / o internación, con un texto que decía: » niño con alucinaciones intoxicado con videojuegos «. Los padres de Pedro decían que el niño veía monstruos desde hacía una semana, después de haberse despertado de una pesadilla, la noche en que había ganado a su padre en un juego del family game. Al respecto el padre decía haberse sentido muy afectado por ese triunfo del pequeño, que venía jugando sin parar hacía varias semanas, al punto que le daban de comer mientras jugaba y sólo se quedaba dormido rendido por el cansancio. Venía ganando a su hermano adolescente y a los amigos de éste que venían a ver el «fenómeno».
Amiga, acá vale plantar la pregunta qué formulabas en tu última carta:
¿La realidad digital ofrece un uso de sí misma para sensorizar y enriquecer las fantasías, potencializando la praxis de lo imaginario? O a la inversa: ¿la realidad digital podría bloquear u obstaculizar la función de la Otra escena ocasionando, por ejemplo, fenómenos afines a lo siniestro?
Creo que justamente algo del efecto siniestro se hizo presente en el sufrimiento que tomaba a Pedro, quien entró al consultorio escondido detrás de sus padres. Cuando propuse sentarme, me advirtió: «Cuidado no te sientes, hay un monstruo». Sin amedrentarme abrí el cajón del escritorio del que saque un arma, hecha con mis dedos índice y pulgar, y haciendo el gesto de apuntar disparo y digo » pum, lo maté!» El niño asombrado aceptó participar de una cacería de monstruos. Después de lo cual propuso jugar a la guerra con soldaditos. Parecía estar hambriento de ese apuntalamiento en el juguete como cosa «palpable y visible del mundo real» para volver a la escena, que se sostiene en lo que está excluido, el resto imposible de representar por tanto soporte de lo representable. Esto sucede después de que mi intervención, apoyada en el cuerpo transformado lúdicamente en arma, reintrodujo la función de la pérdida a través de la muerte en un campo de ficción, alivianando el anudamiento de los registros RSI que arman la realidad. Los padres no salían de su asombro al ver regresar al niño que se les había perdido.
Todavía, habiendo pasado más de dos décadas, me conmueve el efecto inesperado de esa intervención no calculada. Hoy, cada vez se vuelve más ineludible mantener abierta la interrogación acerca del impacto, no unívoco, del extenso abanico de la realidad digital presente en nuestra vida, que no se deja cernir en una sola lectura.
Es preciso que diferenciemos los efectos nocivos del Candy Crush, como advierte Paul Preciado en Un apartamento en Urano, programado para «adicción -ar» masiva y «gratuitamente» a sus usuarios -o «usados», sería mas apropiado decir?-, de la posibilidad de acceso, incluso para quienes habitan los confines, a producciones artísticas (recuerdo a un grupo de jóvenes en pueblo del norte mirando extasiados por Youtube El lago de los cisnes). En el extremo del abanico encontramos el registro almacenado de una Big data, que al modo del panóptico foucaultiano, funciona como soporte de una cibervigilancia, usada ahora, en algunos países de Oriente, para el control de ésta epidemia, tal como fue señalado con buenos ojos por Byung -Chul Han, en Sopa de Wuhan.
En esta vasta realidad digital las letosas proliferan, cada vez más pequeñas, cada vez más móviles, cada vez más pegadas a nuestro cuerpo, cada vez mas «encore» podríamos decir, parafraseando a Lacan , que en francés significa otra vez , aún, un poco más, y trae también la afortunada homofonía con «en corps», en cuerpo -que es precisamente como Lacan define la posición del analista, cuando cinco décadas atrás, dilucidando las cuestiones que venimos hablando en torno a la ciencia, nos invitó a ocupar el lugar de las letosas-. ¿Qué implica esta invitación?¿Cómo se articulan y diferencian estos lugares? ¿Qué supone que el analista está «en cuerpo»?
En este momento, la exclusión en nuestra praxis de la tridimensionalidad de los cuerpos y sus impresiones -aromas, olores, percepción táctil- y el uso, casi obligado aún, de la digitalidad, imponen esta interrogación que traías para abrir una productiva discusión.
Encontré una comunicación clínica de Lacan, en la que hablando de los cuerpos atrapados por los discursos, dice que en las primeras entrevistas «lo importante es la confrontación de cuerpos», a partir de lo cual estos quedarán fuera de juego, una vez que entremos en el discurso analítico para lo cual «… el analista en cuerpo, con toda la ambigüedad motivada por ese término, instala el objeto a en el sitio del semblante”.(…) ese semblante brinda su altavoz a algo distinto de sí mismo y justamente porque se muestra como máscara llevada abiertamente, digo, como en la escena griega.»
Preciosa referencia que nos lleva a otra zona griega, ya no la del Hades y sus ríos, sino la de esos teatros de magnífica acústica donde el actor llevaba una máscara, que no sólo ficcionalizaba su persona, sino que su vacío como resonador de la voz funcionaba como altavoz distinto de sí mismo. Desde nuestra función soportada en el deseo del analista, no se trata entonces de la voz, de esa voz humana imprescindible, por ejemplo, por la que los astronautas permanecieron aferrados a la tierra, sino del altavoz de algo distinto de sí mismo.
Este decir de Lacan nos convoca a considerar que no hay otra posición sostenible con respecto al goce, tal como debe captarlo en las palabras de aquel a quien, a título de analizante, avala en su enunciación de sujeto. Desde esa posición nos invita a ocupar el lugar de las letosas -mejor dicho el lugar imposible que las letosas intentan suturar a pleno -para restituir la imposibilidad de obturar la falta. Resguardar ese lugar como imposible, no es sin olvidar que nuestra posición no se soporta ni de la presencia ni de la ausencia , sino de la presencia en la ausencia y de la ausencia en la presencia, tal como Freud leyó en el juego de ese niño, que apoyado en un carretel, como un pequeño trocito desprendido de sí, transformaba lo más penoso en ganancia de placer, a través de la repetición lúdica de la función de la pérdida. Es lo que como un Leteo contemporáneo, el flujo de las letosas, en lugar del objeto a condensador de goce, busca hacer olvidar.
Me pregunto: ¿la función analista -que, no hace semblante, mucho menos es el semblante, sino que está llevado a colocar el a en el semblante, y desde ahí acosar, no acotar, al goce- no produce la virtualización de la realidad digital al poner en juego la falta?
Y sin embargo…
El otro día Ana, a quién atiendo desde hace unos meses por videollamada, (en cuarentena no empecé a atender bajo esta modalidad inmediatamente, me llevó un tiempo y diálogo con otrxs contar con esa disponibilidad subjetiva), porque sufre de hacerse pis, hizo en sesión unos bombones paso a paso, en vivo y en directo, desde la cocina de su casa. Al terminar me dice que le gustaría traerme algunos para que los pruebe; me pregunta dónde está mi consultorio, y si puede venir… ¿Qué vehiculiza este pedido? ¿Que señala? ¿Qué orden de materialidad está en juego?
Me toma de sorpresa, le digo que sí, y también que, como estamos a muchos kilómetros de distancia, si los padres no la pueden traer, que las coma en honor a nuestros encuentros. Se ríe, toma un bombón y dice salud!
Viviana Garaventa.
Viviana Garaventa. Psicoanalista. Egresada de la Facultad de Medicina, UBA. Concluyó la Residencia en Salud mental infanto-juvenil en el Hospital de Niños Ricardo Gutierrez, donde fue Jefa de Residentes. Integrante del equipo de Salud mental del Servicio de Urgencias de dicho Hospital desde 1992. Fue instructora de residentes en la Residencia de Psicología infanto-juvenil en el Hospital Gandulfo. Actualmente es Supervisora clínica del Equipo Infanto Juvenil y del Equipo de interconsulta del Hospital Ramos Mejía. Colaboradora docente de la Práctica profesional Clínica de la urgencia y de la Práctica profesional Hospital de Niños Ricardo Gutierrez de la Facultad de Psicología UBA. Participó ininterrumpidamente con presentación de trabajos en las Reuniones Lacanoamericanas desde 1999 hasta 2015. Publicó numerosos trabajos en la revista Psicoanálisis y el hospital.
Valoradas amigas al otro lado del charco y aquí tan al lado: Como me interesa tanto lo tratado en las cartas que me llegan, me atrevo a garabatear aquí – lo digo más por la insuficiencia que por la letra – unas ocurrencias por fuera del psicoanálisis. Tengo la sensación de que el equipo de la revista es capaz de la amplitud de miras necesaria para acoger también una colaboración así, puesta aquí como comentario, sin querer participar del intercambio postal – porque éste se da entre psicoanalistas. Dejo de lado muchas buenas sugerencias contenidas en la carta 6 y me refiero solamente a dos pasajes.
1.
“ (…) me pregunta dónde está mi consultorio, y si puede venir… ¿Qué vehiculiza este pedido? ¿Qué señala? ¿Qué orden de materialidad está en juego? (…)”
Me sorprenden estas preguntas sin respuesta en el texto. Precisamente aquí habría esperado una respuesta a ellas. En esas preguntas se debate si hay malestar o no de la ciberlyzación.
Lo que ese pedido transporta es la necesidad de la cercanía de los cuerpos; la materialidad que está en juego es la materialidad por fuera del lenguaje, el mundo por fuera de la frase: El orden de la materialidad antes de la escritura con gramas y antes de la escritura con sonidos: La percepción del tono muscular, el acercamiento de las manos, la tranquilidad o exitación al lado de otra respiración, la atracción erótica. Tal vez también los olores y aromas, (jamás he sido tan olfativo). La niña satisface esto con la galleta en la boca. ¡Se la lleva efectivamente a la boca! – aceptando con facilidad que ese acto satisface lo que ha pedido, y a todas estas mira la imagen en la pantalla: le es suficiente + sabe que algo falta + puede vivir con ello. ¿O me quedo corto?
Esto no queda claro en la carta 6 porque el texto de la carta – y también el de las anteriores- está infestado por la preocupación de encontrarle al “espacio” cibernético, a un útil (tal como queda definido en >Ser y Tiempo<) otro estatus ontológico – . Entreveo que les psicoanalistas se interesan muchísimo por el significado de la existencia de la técnica y el significado de la acción de un ser humano que toma una herramienta en la mano. Preguntas interesantes – aplicables también al fax, al teléfono, al lápiz-y-papel y hasta al martillo y al zapato.
2.
Poner de presente la falta | en la escritura en sentido estrecho | que se hace en el campo de la escritura en sentido amplio (que es el espacio cibernético)
El malestar en la cyberlización es el malestar en el que estoy parado en este instante – y está mencionado en la carta 6. El mismo pasaje que nombra la causa del malestar nombra la virtualización de “lo digital” (del espacio cibernético): “ (…) Restaurar la existencia de la falta y hacer así virtual lo digital es posible porque también ante la imagen digital son nuestro soporte la presencia en la ausencia y la ausencia en la presencia (…)”
Recuperada la virtualidad de la imagen del espacio cibernético (el “no-todo es también posible”) llego al momento en el que me siento mal. El malestar empieza con esto de hablar poco de lo que nos pasa y no saber comportarnos ante lo que queda dicho y mostrado. En el momento de la interconectividad casi total, con el sistema nervioso extendido sobre grandes regiones del planeta – o sobre todo él según la disposición y la capacidad de trabajo – nos quedamos cortos. En el pijama-surf nos recogemos en la zona de comfort.
¡Cómo extraño una dinámica fuerte de los Corresponsales de Urgencia! : crónica de los hospitales, prosa de confinamiento, observación detenida del barrio, crónica de las presencias-ausentes y de las ausencias-presentes en las personales redes sociales … y quedo muy a la expectativa de las ulteriores cartas sobre el malestar de la cyberlización según les psicoanalistas.
Postscriptum:
Sé que un gran asunto se me queda aquí por fuera = (el espacio cibernético + corporaciones privadas + los algoritmos) ( el mercado + acceso a la infraestructura)
So long.
Muchos saludes desde el Corónfinamiento de la tercera oleada de la pandemia en Hamburgo, en medio del silencio atronador en "las redes".
Mauricio Isaza Camacho
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