Gisela Avolio, responsable de la sección
Editorial Helga Fernández y Ricardo Pereyra.
– ¿Cómo y cuándo descubrió el psicoanálisis?
–Mi descubrimiento del psicoanálisis es pa–recido al descubrimiento de aquel explorador que salió de Génova y tras una larga travesía marina al tocar tierra creyó haber llegado a la India, hallándose sin embargo en un nuevo continente cuya existencia ignoraba. Mi primera experiencia de psicoanálisis fue cuando era una nena de 9 años, seguida de un segundo análisis cuando era adolescente, un tercero cuando era estudiante de psicología y un último tramo o “tranche” (rodaja), como dicen en francés, entre los veintitantos y los treinta y tantos. Trabajé con analistas anna-freudianos, freudianos, kleinianos y lacanianos. Llegué a autorizarme como psicoanalista en un contexto donde no se suponía que el psicoanálisis podía ocurrir y no se esperaba que ocurriera, y tampoco se suponía que actuara como psicoanalista. Había reformulado cuidadosamente mis antecedentes y en algunos lugares hasta borrado la palabra psicoanálisis de mi currículum para asegurarme que me contrataran como “psicóloga de planta” en mi primer trabajo en una clínica del barrio hispano de Filadelfia a fines de la década de los ochenta.
Pero fue en ese contexto, en un consultorio que no contaba con un diván analítico pero tenía suficiente espacio para recrear un escenario freudiano, que me encontré posicionada como psicoanalista, sustentando la hipótesis de la existencia del inconsciente, invitando a mis pacientes a que asociaran libremente y hablaran de sus sueños. En mi amplio consultorio en el Centro de Servicios para Hispanos, en un edificio decrépito que en tiempos mejores había sido una casa de servicios funerarios, me convertí en analista tal vez porque, como sugiere Lacan, estaba en la posición de jugar al muerto. Mi “oficina” con las paredes cubiertas con incongruentes paneles en madera con flores talladas y una gastada alfombra de desabrido color marrón anaranjado había sido el salón donde se exhibían los ataúdes durante los velorios. Me sentaba en un silloncito giratorio con el enorme escritorio de acero “Tanker” a mis espaldas, mientras que unas sillas estropeadas quedaban disponibles para mis «clientes» como se nos pedía que llamáramos a las personas a las que prestábamos servicios, usando un término que les ofrecía un poder ilusorio como agentes de consumo económico, porque la atención psicológica es un negocio como cualquier otro. Allí los invitaba a convertirse en analizandos, sentados mirando a la ventana, de espaldas a mi mirada para evitar el modelo cara a cara de las relaciones interpersonales.
Decir que el “barrio”, como se conoce al gueto hispano, es un lugar duro es quedarse corto. Diariamente, al menos uno de mis pacientes reportaba una muerte violenta. Una vez, un auto pasó sin detenerse, desparramando una balacera en el medio del día, dejando un muerto y tres heridos, justo debajo de las ventanas de mi consultorio. De vez en cuando, mientras regaba las plantas, pensaba en las hileras de ataúdes que habían pasado por esa habitación para un último adiós. En ese contexto, les decía a mis pacientes que dijeran lo que se les ocurra, tomando distancia de los mandatos prevalentes del modelo terapéutico de ortopedia de la salud mental. Sin saber nada sobre terapia familiar o terapia cognitiva y sin interés en participar en una modalidad pedagógica de tratamiento, me descubrí trabajando como psicoanalista en el lugar menos esperado. Practicaba en un entorno hostil, reacio a concebir que el trabajo analítico con minorías pobres y desfavorecidas, en un entorno de gueto, era posible. Tomé una decisión que me concedió un poco de libertad y me ayudó a sobrevivir en un entorno desafiante y complejo. Mi posición como analista estaba ligada a la autoridad que me proporcionaba la certeza de que los pobres son pobres pero pueden permitirse tener un inconsciente.
– ¿Qué considera que el psicoanálisis puede aportar a nuestra contemporaneidad?
–Lo importante es que la contemporaneidad aporta al psicoanálisis, que el psicoanálisis no esta fuera de la contemporaneidad, que el psicoanalisis no es un dinosaurio sino una práctica y una teoría vivas, atravesadas y enriquecidas por su contexto. En mi experiencia personal, por ejemplo, cuando me mudé de Argentina a los Estados Unidos, mi amigos me despidieron diciendo que me olvidara de Freud y Lacan, que el psicoanálisis está muerto en el país del norte. Por supuesto que exageraban, pero como dijo Theodor Adorno, del psicoánalisis: nada es verdad, salvo las exageraciones. Ya en la década de los noventas, mi práctica como psicoanalista en el barrio hispano del norte de Filadelfia apuntaba a una situación muy diferente para la práctica psicoanalítica. Allí, en la clínica del barrio las Anitas, Margaritas, Socorros, Marías y Josés con sus ataques de nervios o síntomas histéricos de antaño, me estaban mostrando que el psicoanálisis no sólo era necesario sino que era reinventado todos los días en el barrio.
Hoy en día, en el contexto de los Estados Unidos, hay un interés creciente entre los psicoanalistas de otras formaciones en la originalidad y pertinencia del aporte de Lacan a la clínica. Por ejemplo, mi trabajo con poblaciones desfavorecidas apunta a un potencial emancipatorio del psicoanálisis en la medida en que aborda a los analizantes no como objetos sino como sujetos. El psicoanálisis tiene mucho que ofrecer a aquellos cuyas vidas están marcadas por la pobreza, la migración, la marginación y las barreras del idioma, la clase y la raza. El psicoanálisis ofrece un método eficaz para aliviar el sufrimiento psíquico en el marco de una posición ética de gran pertinencia.
Mi trabajo clínico con comunidades marginadas comenzó con latinos y se expandió para incluir personas con presentaciones de género y sexualidades poliformas. Se puede hacer psicoanálisis con poblaciones marginadas por raza, género, clase o sexualidad, proporcionando una integración de la diferencia, sea cultural, de raza, de clase o de identidad. Esta dimensión política del psicoanálisis es muy relevante en el momento actual donde las problemáticas de segregación se han hecho tan evidentes. Mi estrategia ha sido dejar que mi experiencia clínica guíe mi producción teórica. Cuando la práctica desafió la teoría, revisé la teoría para dar cuenta de lo que encontré en la práctica. Utilizo diversos vehículos para difundir una integración del psicoanálisis con el pensamiento crítico. He aprendido mucho de mis pacientes. Al cuestionar nuestras nociones de raza, género, sexo e identidad sexual, desafiando la normatividad y los esencialismos, podemos reorientar productivamente la práctica psicoanalítica. A riesgo de aparecer inmodesta, entre enero y febrero de 2021 he tenido la sorpresa y alegría de recibir tres premios otorgados por instituciones psicoanalíticas estadounidenses, entre ellos el premio Sigourney, lo que indica la aceptación y el reconocimiento de la tendencia que mi trabajo representa y confirma el interés y la apreciación del pensamiento lacaniano en los Estados Unidos. //
Patricia Gherovici es una psicoanalista argentina radicada en los Estados Unidos. Es ganadora del Premio Sigourney 2020, cofundadora y directora del Philadelphia Lacan Group, profesora asociada, Psychoanalytic Studies Minor, Universidad de Pensilvania, miembro honorario de IPTAR y miembro fundador de Das Unbehagen, Nueva York. Sus libros incluyen: El síndrome puertorriqueño (Siglo XXI;, Premio Gradiva y el Premio Boyer), Please Select Your Gender: From the Invention of Hysteria to the Democratizing of Transgenderism y Transgender Psychoanalysis: A Lacanian Perspective on Sexual Difference. Con Manya Steinkoler, Lacan On Madness: Madness Yes You Can’t y Lacan, Psychoanalysis and Comedy y más recientemente con Chris Christian, Psychoanalysis in the Barrios: Race, Class, and the Unconscious (Premio Gradiva y Premio del American Board and Academy of Psychoanalysis.
Precioso testimonio de una práctica
Preciosa transmisión de una práctica clínica.Comparto que aún, o más aún,en contextos de gran vulnerabilidad social y económica «El psicoanálisis ofrece un método eficaz para aliviar el sufrimiento psíquico en el marco de una posición ética de gran pertinencia.» Destacó también que es la contemporaneidad la que aporta a nuestra práctica las marcas epocales que interpelan y renuevan nuestra práctica.
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