CORRESPONSALES DE URGENCIA. EL VALOR DE LA PALABRA: CONDICIÓN DE LA PRESENCIA. POR GABRIELA ODENA Y PATRICA MARTÍNEZ.

Corresponsales de urgencia, la urgencia de decir, de acomodar algunas palabras para que, de ser posible, armen diferencia.


No es menos patente –y para nosotros concebible– el hecho de que este real provoca su propio desconocimiento, incluso produzca su negación sistemática. J. Lacan, Proposición del 9 de octubre de 1967

El lápiz cayó de su mano. Su fragilidad era inaugurada por opiniones disímiles que caían como tropeles sobre su cuerpo en vital crecimiento. Se agregaba el temor a que su madre, persona de riesgo -concepto que le costó entender- fuera contagiada por él. Su padre, callaba. No quería obligarlo a tomar una u otra decisión. Si bien hablaban de los cuidados en pandemia y hasta de la muerte, ¿lo decía o no lo decía? ¿Él podría quebrar, con el aliento de su pensamiento in crescendo, la estupidez humana? Lo hizo. Su madre, enternecida y llena de orgullo se hizo eco de sus pensamientos. Y lo expuso frente a las “mamis” que ejercían una violencia desoladora. No estaba sola.

La tarde cae. Ya se habla de que algunos médicos tienen que decidir entre quién vive y quién muere. Él lo presentía. No quiere que otros mueran por su “día” de clase, que por cierto se desenvuelve entre el temor, la distancia y la imposibilidad de acercarse a los que quiere. Su propia aula carece de ventilación adecuada. No puede concentrarse. Sabe íntimamente que quiere aprender, divertirse, intercambiar con sus amigos. También sabe que aprender en esas condiciones será algo que quizás no tenga retorno, para él y para sus compañeros. Una conciencia perturbada anima sus pensamientos, la sostiene, busca cuidar a quienes más quiere.

Teléfono descompuesto

Existía un juego infantil, el teléfono descompuesto, consistía en que alguno decía al oído del otro una frase y a su vez debía pasarla a un tercero y este a un cuarto y así seguía la cadena. Luego, ya en voz alta el primero repetía la frase para todos y nos divertía ver la distorsión entre lo dicho y lo escuchado, demostrando que la comunicación está descompuesta. En ese tiempo era divertido, parte del juego era intentar transmitir fielmente lo escuchado y aún así había siempre diferencia entre la frase inicial y la final. Hoy ya no es divertido. Ni es un juego, ni se intenta reproducir fielmente el mensaje recibido, por el contrario, se opera sobre el mensaje para lograr como efecto sacar el debate de un lado y llevarlo hacia otro. Así, el comunicador uno habla de la salud, de los cuidados, alerta sobre la suba exponencial de contagiados, nos recuerda que solo hay dos medidas conocidas para frenar un poco la transmisión: las vacunas y cortar la cadena de contactos para frenar la escalada de la muerte.  Hay que tomar decisiones siempre dolorosas, parar algunas cosas, las salidas nocturnas, las reuniones familiares, la circulación sin sentido, la escolaridad presencial. No queremos que los sistemas de salud se saturen y que los muertos se apilen en fosas comunes. Así de cruel, así de claro. Así, en todas partes del mundo. El intento es evidente: preservar la vida.

El comunicador dos cambia el énfasis, dice que entiende todo, que está de acuerdo con todo pero que la educación es esencial y plantea la discusión no en términos de vida o muerte, sino de la felicidad o infelicidad de los niños, de su futuro o de falta de futuro, todo acotado a que no es posible perder un sólo día de clases y entonces se instala la discusión en defensa o en ofensa de la educación. Lo cual ubica inmediatamente a los que se prenden en esta lógica como defensores de la educación, y a quienes no, como despreciadores de la educación y de la felicidad de los niños. Diría un profesor de lógica escolar, no hay ninguna discusión, ningún diálogo, sólo una disputa verbal, porque hablan de cosas diferentes.

Entre un mensaje y otro, como en un teléfono descompuesto, algo cambió, algo deslizó su énfasis y su intención de la vida a la educación, del cuidado a la restricción, de la protección al daño que la protección genera y rápidamente tenemos que pasar a luchar, no por la vida de todxs, sino por la felicidad de nuestros niñxs que viene a ser vulnerada por medidas desmedidas que son un atentado a la salud psíquica y al futuro educativo de quienes debieran ser los únicos privilegiados. El virus pasó a segundo plano.

Algo hay que hacer

El mecanismo es sencillo y se puede ensayar con cualquier medida que se quiera tomar, podemos probar, ya todas fueron practicadas.

Evitemos la circulación nocturna: podremos salir en defensa de la libertad individual, del derecho a elegir, de la necesidad de trabajar de los dueños de bares y locales nocturnos, y transformar la medida de cuidado en un atentado a la libertad individual.

La libertad individual da para mucho, puede servirnos para discutir cualquier medida que implique cuidado, por ejemplo, ante los cierres de fronteras, las aglomeraciones, las reuniones en lugares cerrados, las fiestas familiares, el turismo, los deportes grupales. Todas pueden ser transformadas en pruebas fehacientes de la existencia de una infectadura, de que vivimos en una auténtica dictadura, que nos quieren encerrar, acorralar, maniatar. Es tan lógico como decir que si nos indican una dieta porque un alimento nos hace mal nos están coartando nuestro derecho a consumir lo que se nos dé la gana. Ninguna filosofía pensó una libertad que fuera simple autonomía del individuo y no inscripción de su existencia en el mundo.  (1)

Por esta vía queda claro que cualquier medida que se tome para evitar la circulación del virus, deberá conllevar necesariamente una restricción a la circulación de las personas que son las que ponen en circulación el virus. Experimentamos el aislamiento como una privación mientras que es una protección. (2)

Ceder en las palabras es ceder en las cosas, por eso no es inocente si elegimos hablar de restricciones y solamente declinamos hacia la pérdida de libertades, controles, y perjuicios, en lugar de hablar de medidas de cuidado que declinan hacia la protección y el resguardo de nuestra vida. Son datos. Por supuesto, es una objetividad presunta la que debe guiar las decisiones. Si esa objetividad es la del “confinamiento” o la del “distanciamiento”, ¿hasta qué grado de autoridad hay que ir para hacerla respetar? (3)

La otra posibilidad de resguardarnos son las vacunas. Cualquiera podría hacer un cálculo sencillo y multiplicar la cantidad de habitantes que hay en el planeta, la cantidad de fabricantes de vacunas, de vidrio, de jeringas y a eso sumarle la avaricia de los laboratorios y la propiedad de las patentes para hacerse una idea que la carrera por tener vacunas no es sencilla, ni se libra de las desigualdades que hay en el mundo entre países ricos y pobres, de hecho ya auguran que a África le llegaran las vacunas en el 2024. 

Aun así llegan vacunas, ni todas las que necesitamos, ni tan rápido como quisiéramos, ahora sí estamos todos de acuerdo, pero no, siempre es fácil deslizar la cuestión y llegamos a delirantes resultados de denunciar por envenenamiento a quienes traen las vacunas. La sospecha caerá primero sobre la rusa, después sobre la china, nos pondrá en alerta contra la Astrazeneca y no habrá quien no retroceda hasta decir que es todo una mentira, una maniobra mundial para tenernos a todos encerrados y controlados, otra vez el cuidado declina hacia un ataque y las medidas de protección se transforman en siniestras.

Interpretación maliciosa de los hechos

Al principio de la pandemia, todos guardados para no contagiarnos salíamos a los balcones puntualmente a las 9 de la noche para aplaudir a nuestros héroes, los trabajadores de la salud, los trabajadores esenciales, ellos sí se aventuraban en el afuera amenazador para cuidarnos a todxs. Eso sí, que no pisen el ascensor de mi edificio, que no vuelvan a dormir a sus casas si sus casas están cerca. Aplausos y amenazas, todo sucediendo simultáneamente.

Es parte del problema que estamos atravesando el modo como lo interpretamos. En un diario del lunes 19 de abril había en tapa dos titulares.  Arriba de todo aplaudían la medida cautelar dictada en la Ciudad de Buenos Aires a favor de la presencialidad por la educación.  Se ha dado un gran paso por la educación de nuestros niños. Aplausos.

Más abajo, pero en tapa también, nos pasan las cifras de muertos y contagiados y advierten al gobierno sobre la responsabilidad que le cabe por esas muertes, ya que no estaría tomando las medidas necesarias para defendernos. Amenazas. La lupa viral aumenta el rasgo de nuestras contradicciones y nuestros límites. Es un principio de realidad que golpea la puerta del principio del placer. La muerte lo acompaña. (4)

Entre aplausos y amenazas no acertamos a construir ninguna medida racional.  Una mujer mayor caceroleando (que por ese mismo acto de estar en medio de una multitud sin distancia social y con gente sin barbijos pone en riesgo su vida) gritaba desaforada y convencida: ¡No vayan a los hospitales, no vayan a los hospitales! El cronista se acerca y pregunta la razón de por qué dice eso, a lo cual la mujer responde sin vacilar: en los hospitales están matando gente para tener estadísticas de muertos, no vayan, los van a matar. Otra vez la misma lógica, mientras algunos aplauden el esfuerzo descomunal del personal de salud que deja su pellejo tratando de salvar vidas, otros los acusan de asesinos.

Es urgente, no podemos ceder en las palabras. Hay una política que no es inocente, que necesita del odio y de los muertos, que la tiene fácil a nivel discursivo porque basta omitir una parte de los hechos y cambiar el énfasis para ponernos a discutir otras cosas, desde la libertad hasta la educación.

En estado de alerta, despiertos.

Hace un año nos sorprendió una pandemia que no esperábamos, que no nos gusta, que nos complica la vida, que nos agota, que no podemos negar, que se lleva puestos a los mejores y más robustos sistemas de salud, que cuenta muertos en el mundo por millones. 

En este mundo tan interconectado y enfrentado a la vez, el filósofo francés, Jean-Luc Nancy, nos hace pensar y ubicar un clamor que nos urge a preguntarnos, a pensar lo colectivo como lo imposible que hoy nos arrasa y, por eso mismo,  nos mueve a intervenir escribiendo.

Escogemos estas palabras, entre otras, que dan cuenta de la urgencia de compartir nuestra íntima ajenidad, o ajenidad más íntima; lo éxtimo, que Lacan nos acerca como concepto, que aúna lo más exterior con lo más íntimo, y genera un pasaje en el que asoma un entre lo singular y lo colectivo,  en esta hora álgida en que las relaciones entre todxs, entre uno  con el otro, entre los otros con los otros, son una prueba para la humanidad entera. Y ponen de relieve la fragilidad de nuestra “gran civilización racional”. Una extimidad, que escribe que mi lengua es la del Otro. Habrá que ver cómo encarnamos a ese Otro, para no caer en la trampa de los espejos infinitos y calibrados de un Otro oscuro, y deslizarnos subrepticia y potentemente  por territorios nuevos.

La pandemia del Covid 19 no es más que el síntoma de una enfermedad más grave…Es posible que el síntoma requiera actuar sobre la patología profunda y que debamos ponernos en búsqueda de una vacuna contra el éxito y la dominación de la autodestrucción. También es posible que a este síntoma le sucedan otros hasta la inflamación y extinción de los órganos vitales. Esto significaría que la vida humana, como toda  vida, llega a su término. (5)

Un fin real que se escribiría sólo, aquel que ya no podría decir: a-dios.

Los pensamientos, como actos notados, son urgentes para frenar las muertes que esta pandemia ocasiona, para frenar el ritmo frenético del “progreso”, sospechado y ahora confirmado, como lo advirtiera Freud entre otros, de ser una máquina de producir maldad, capaz de poner fin al mundo. Es el hombre, somos nosotros los responsables del estado del mundo. No somos víctimas inocentes de esta pandemia. Algunos, llevan en su espalda y se refleja en sus bolsillos, la oscuridad de la humanidad. 

¿Cómo salir de esta lógica de enfrentamiento que nos conduce a lo peor?, ¿Cómo introducir en esta locura una mínima diferencia discursiva que pueda ser escuchada? Y lo peor es que no es un problema local, es un problema epocal, habitamos mundos distintos, y cómo bien decía Freud al final del Malestar en la cultura: «a mi juicio, el destino de la especie humana será decidido por la circunstancia de sí- y hasta qué punto- el desarrollo cultural logrará hacer frente a las perturbaciones de la vida colectiva emanadas del instinto de agresión y de autodestrucción…. Más quién podría augurar el desenlace final».

Ni esta PANDEMIA, con su urgencia a cuestas, nos conduce a  morigerar la pulsión de autodestrucción, que como bien decía Freud es el escollo, sufrimiento y dificultad más grande con el que se encuentra el hombre: actuar con otros, junto a otros, entre otros. Hoy, para frenar el contagio masivo. Diversos puntos geográficos de la Argentina, sobre todo el AMBA, son sede de esta perturbación donde la especularidad, la agresión, el poder en sí y por sí mismo, copan el centro de la escena en detrimento de la vida. 

El estado de Derecho – forma de organización política por la cual todos los ciudadanxs, entidades públicas y privadas, incluso el mismo Estado, deben considerarse igualmente sujetos a códigos y procesos legales divulgados públicamente –  está siendo violentado por ciertos sectores, que se hallan en “desobediencia civil” poniendo en riesgo la vida de los argentinos y violando las medidas adoptadas por la autoridad legítima para impedir la propagación del Covid-19.

Algo hay que hacer, empecemos por recuperar las palabras, sin duda las palabras crean mundos. 

La marea de la noche en pandemia trae sedimentos en soledad. Dejamos sus reflejos posibles como reverberaciones en la imposibilidad de hacer comun-unidad. Ajetrear el complemento de lugar para hacer un no-lugar al vaciamiento, a aquello que desde los márgenes nos anima a las variaciones que prescinden de la unidad y relanza lo disímil de las voces que se adentran por la experiencia de lo desconocido, lo incierto y lo incognoscible.

(1), Jean Luc-Nancy, Un virus demasiado Humano, 1a ed. -Adrogué: Ediciones La Cebra 2020, p. 35

(2) Ibid, p.19

(3) Ibid, p. 15

(4) Ibid, p. 16

(5) Ibid, p. 10


Cuidado editorial: Helga Fernández, Amanda Nicosia, Gerónimo Daffonchio y Ricardo Pereyra

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