El imperio de los semblantes.(1) Por Leticia Gambina.


Ilustración Ilya Kushinov.

Cuidado editorial, Mariana Castielli.


Vivimos inmersos y rodeados de semblantes. Lacan decía que abundan en la naturaleza y que lo que diferencia el semblante animal del humano, es que este está vehiculizado por el lenguaje. El semblante es inherente al discurso y como tal regula el lazo social.

Pero ¿Qué significa tener en cuenta este concepto a la hora de practicar el psicoanálisis?

Actualmente, de la mano de los movimientos feministas, se han ido acrecentando las ofertas de terapias con “perspectiva de género”. Pasan a comercializarse y a venderse determinados semblantes en el mercado de las terapias. Semblantes que de alguna manera determinan una escucha, establecen de antemano que escuchar.

Todo saber, sea el que fuera, produce aquello que nombra. Nombrar da existencia, visibiliza aquello que de otra manera no veríamos, pero también arma clasificaciones. Nombrando también se segrega y se excluye.

Entiendo que el feminismo colabora y promueve, con una lectura y una construcción del psicoanálisis, que incluya la perspectiva de género (2),  muy necesaria en estos tiempos. Porque el psicoanálisis también necesita escuchar. No puede ser insensible a lo que sucede a su alrededor. Debe acoger y recoger aquello que se dice. No hacer oídos sordos, ya que aquello que insiste, dice. Y mucho (3).

Si bien el mercado hace lo suyo, y lo hace bien, por suerte hay algo que dice más allá de él. Hay una verdad en eso que circula, como hacer para que eso no pierda su fuerza, su potencia.

Sabemos que el capitalismo, todo aquello que toca, lo transforma en objeto de consumo. Es hábil y poderoso. “Incluyendo” aquello que resiste en los márgenes, lo vuelve inerte, lo inactiva.

En este sentido, Isabelle Stengers y Philippe Pignarre hablan de la brujería capitalista, describen al capitalismo como un sistema brujo que logra hechizarnos haciéndonos creer que es imposible evitarlo; captura las almas, envenenándolas, aniquilando su potencia (4). Estos autores reivindican aquellas experiencias que se resisten, sin pretender un único saber, ni un único modo, ni una única acción.

Helga Fernández en su libro para un psicoanálisis profano dirá que el uso al que tendríamos que restituir la enseñanza del psicoanálisis no coincide con el consumo utilitario propio del neoliberalismo (5). No se trata de consumir terapias con lindos nombres, ni cursos, ni libros a montones sobre la temática.

Pero el mercado solo entiende de ventas, así como de ofertas y demandas y fácilmente se comercializan terapias bajo ese slogan. Corremos el riesgo de que la “perspectiva de género” se vuelva un objeto de consumo más, algo que suena lindo, al mejor estilo “endúlzame los oídos”.

Es cierto que se necesitan de nuevos enunciados, pero que estos no se instalen como nuevos modos de “deber ser” mujer, hombre, trans, gay. Que no se cierren, que algo ahí quede abierto, pero ¿cómo se hace si por estructura todo tiende a cerrarse?, ¿cómo se hace para sostener eso que brota, eso que asoma, eso que emerge, eso que dice.

Donna Haraway (6) reflexiona sobre la necesidad de abrazar el debate, de no renunciar y tampoco buscar la solución definitiva de las cosas. Sino permanecer ligado a él. No eludirlo. Estar con el otro es eso. No retirarse. Así es el juego de la vida en la Tierra.

Que las palabras no se vuelvan paredones, ni las teorías encerronas. Sino posibilidades para encontrarse con lo otro, porque lo otro está, más allá que uno quiera verlo o no.

Entiendo que el feminismo y el psicoanálisis, ambos, pueden ser modos de hacer lugar al otro, al otre (7).  

Me parece oportuno aquí, traer la categoría de semblant (8) elaborada por Lacan, para poder precisar el lugar del analista.  Hacer uso de ella, tender una soga de donde agarrarme para poder seguir pensando. Servirme de un concepto, para intentar comprender la práctica junto con la teoría. Pero, también es una manera de encontrarme con lo imposible de la transmisión y los intentos siempre fallidos, pero necesarios, de querer dar con la cosa. Por suerte eso que nunca es capturado del todo insiste y hace que una como analista piense una y otra vez sobre su práctica. ¿Qué hacemos cuando hacemos psicoanálisis?

Lacan introdujo la categoría de semblant después de inventar los cuatro discursos. Al lugar que al principio llamó agente, luego lo denomina semblant. Al formalizar los discursos, Lacan establece lugares y términos, que se relacionan entre sí. Cada término tiene un valor por el lugar que ocupa en cada discurso. El semblant es un lugar y según el discurso del que se trate (del Amo, de la histeria, del universitario o del analista) estará ocupado por distintos términos. Comanda siempre el discurso, sea cual fuere el término que ocupe ese lugar. En el discurso del analista será el objeto a quien ocupe el lugar del agente, el lugar del semblant. Y en un análisis será el analista quien ocupe ese lugar.

Ocupar el lugar del semblant no es aparentar, ni engañar, ni mentir. Lacan dirá que esta categoría es correlativa a la verdad, es el vehículo por donde transcurre. La verdad, la cual sólo puede ser dicha a medias, necesita del armado de esa ficción. Se necesita de este soporte, para que ese medio decir pueda ser dicho.

Pero ¿Qué significa que el analista ocupe el lugar del semblant?

Recuerdo mis inicios en el hospital, recién recibida de psicóloga, imbuida ya en el mundo del psicoanálisis, con un lugar nuevo por habitar. Recuerdo incomodarme ante el recurrente comentario por parte de los pacientes con el rimbombante, “¡qué jovencita!”

Hoy, a la distancia, creo que la poca experiencia de alguna manera me permitió aventurarme sin tener que “saber”, de alguna manera me dio ese changüí, ese grado de libertad que permite a veces la ignorancia y dar lugar a ese dejarse hacer. Entiendo que el semblant no tiene que ver con la edad, aunque sí con la experiencia. Pero no la experiencia en el sentido de cantidad de años en los que una lleva haciendo algo, o sea, no se trata de sumar años, sino de hacer de lo vivido (mucho o poco) experiencia. Ya que, para creer en el inconsciente, es necesario haber pasado por su experiencia.

Recuerdo también el intento de atender en mi departamento, ese en donde vivía sola. El esfuerzo por dejar todo al modo de una foto de revista, sin rastros de que alguien viviera allí. Debo decir que duré poco, preferí en ese momento que mi hogar sólo fuera mi hogar. Que insólito, hoy veo en todo lo que se ha convertido mi casa debido a la pandemia.  

Hace un tiempo atrás coloqué como foto de perfil en el WhatsApp un ícono a favor del aborto. Por lo general, no suelo poner fotos mías, ni de mi familia, ni del perro. Poner eso en el perfil tuvo que ver con una decisión personal. Y como todo acto que una lleva a cabo luego olvidé que lo había hecho. Considero y confirmo, ahora a la distancia, que no hizo obstáculo en ninguno de los análisis llevados adelante. Pero igual me pregunto y me cuestiono por mi lugar de analista y cómo diferenciarlo de la persona del analista.

Hasta tal punto olvidé ese perfil, que sólo lo recordé con sorpresa cuando dos pacientes lo mencionaron. En ambos casos, de manera sorpresiva se abrieron distintas vías significantes en los decires de las analizantes. Estar allí, ocupando el lugar de analista, permitió trabajar con lo que ahí aparecía, de manera contingente e inesperada, escuchar eso que asomaba, abrir el juego a las asociaciones y dar lugar a la emergencia del sujeto.

Recurro a estas anécdotas y expongo de alguna manera lo que en un momento pensé que eran mis propias contradicciones, porque me hicieron y aún hoy me hacen pensar, en la abstinencia y en la neutralidad, condiciones necesarias a la hora de ocupar el lugar de analista. ¿De qué se trata y que implica? Pensar en ello me llevó al concepto de semblant, entendiendo que el mismo, va de la mano de dichas condiciones.

La abstinencia tiene que ver con no responder con el saber de uno y estar a la espera del saber del sujeto. No aplastar la posibilidad de la emergencia, sino generar las condiciones que den lugar a lo que allí emerja. Por el contrario, intervenir desde la persona del analista (desde sus propias creencias o ideología) sería creer que se sabe sobre el analizante, imponiéndose un saber, que no es el del sujeto.

En este caso se podría suponer que el perfil de WhatsApp ahuyentaría al pañuelo celeste. Creer en eso, es creer que uno tiene un saber previo sobre el otro. No se sabe de antemano qué lleva a un ser hablante a un análisis, ni tampoco qué es lo que lo lleva a ese analista. Solo se podrá saber después.

La abstinencia consiste en dejarse tomar, sin saber adonde, dejarse llevar, por los decires del analizante. Ocupar el lugar del analista tiene que ver con sostener las condiciones para que advenga un saber que sólo se va a producir ahí.

Lacan dice que no ha de creerse que en modo alguno sostengamos nosotros al semblant. Ni siquiera somos semblant. Somos en ocasiones lo que puede ocupar su lugar y hacer reinar ahí, ¿qué? el objeto a (9). El analizante habla y con lo que dice se va conformando un semblant, que el analista es llevado a ocupar. 

Decía al principio que el mundo está lleno de semblantes. En la medida en que no hay existencia por fuera del discurso, tampoco lo hay por fuera de los semblantes. Para que el ser hablante se sostenga es preciso que se constituya un semblant. Para poder seguir haciendo, para poder seguir hablando. No es un mero aparentar, sino el único modo bajo el que se puede presentar el ser hablante. El hecho mismo de hablar lo lleva a construir un semblant. Un lugar desde donde le habla al otro y desde donde es hablado por el Otro.

Lacan se pregunta si es posible un discurso que no sea del semblant. Ante lo cual dirá que es imposible. Sin embargo, la posición del analista implica estar a la espera de dicho discurso, a la espera de la escucha de aquello que no hace semblant. Y aquello que justamente hace a la ruptura del semblant es el inconsciente y el acto mismo que lo revela.

El analista está ahí, haciendo lugar a esa contingencia. A la espera de esa emergencia. El inconsciente aparece y se desvanece cada vez. Pero, así como siempre escapa, también siempre emerge, por suerte no hay manera de hacerlo desaparecer.                                    

 Leticia Gambina

Bibliografía

– Conde Clelia, Hercman Adriana, Russ Alicia y Sirota Noemí. Cartel ¿De dónde toma un discurso su verdad? De la identificación al semblant. Escuela Freudiana de la Argentina. 2015. http://escuelafreudiana-arg.org/sitio/carteles/julio-de-2015/

– Entrevista a Donna Haraway, https://elpais.com/cultura/2020/02/18/babelia/1582041525_880936.html.

-Fernández, Helga, Para un psicoanálisis profano, editorial Archivida, 2020.

– Lacan, Jacques, El seminario 17: El Reverso del Psicoanálisis, Buenos Aires, Editorial Paidós, 2004.

– Lacan, Jacques, El seminario 18: De un discurso que no fuera del semblante, Buenos Aires, Editorial Paidós, 2014.

-Lacan, Jacques. El seminario 20: Aun, Buenos Aires, Editorial Paidós.

– Stengers Isabelle – Pignarre Philippe, La brujería capitalista, CABA, Hekht Libros, 2017.


(1) Frase dicha por Lacan en el seminario 18, De un discurso que no fuera del semblante, editorial Paidós, 2014, página 117.

(2) Pienso aquí en la importancia de la Ley Micaela (Ley 27499), promulgada el 10 de enero de 2019, la cual establece la capacitación obligatoria en género y violencia de género para todas las personas que se desempeñan en la función pública, en los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial de la Nación.

(3) Puede que escuchar también tenga que ver con qué tan agarrado esté cada uno a su poder, por más pequeño o grande que sea ese poder, qué tan dispuesto se esté a perder algo. Para escuchar hay que poder perder algo.

(4) Stengers, Isabelle – Pignarre Philippe. La brujería capitalista, CABA, Hekht Libros, 2017.

(5) Fernández, Helga. para un psicoanálisis profano, CABA, editorial Archivida, 2020, página 19.

(6) Entrevista a Donna Haraway donde habla sobre su libro Seguir con el problema. https://elpais.com/cultura/2020/02/18/babelia/1582041525_880936.html.

(7)  No está de más decir, que el inconsciente no tiene género.

(8) Dado que este término traducido al español no significa lo mismo, dejo el término semblant en francés.

(9) Lacan, Jacques. El Seminario 20: Aun, Buenos Aires, Editorial Paidós, página 115.

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