Collage de Maite Uribarri
Esta carta forma parte de la sección El malestar en la cyberlizacion, a cargo de Helga Fernández. Está escrita y entramada en relación a cada una de las cartas publicadas hasta ahora en esta revista.
Cuidado editorial: Gabriela Odena
La Plata, 20 de junio de 2021
Estimada Helga:
Hace mucho que no escribo una carta. No sé por qué me resulta necesario decirte que estoy escribiendo en el mismo momento que lo estoy haciendo.
No es la primera vez que me sucede, aunque hace mucho que no escribo una carta. En otros tiempos estas deambulaban envueltas en el sobre que aseguramos cerrar. Y cuando escribíamos esas líneas se sentía la lejanía del RTE. Se sentía. Era un tiempo donde la distancia no se acortaba/acordaba con los aparatos tecnológicos, pero la carta era el teletransportador que permitía que alguien se encuentre con un toque del otro a través de la irradiación de sus letras, con la huella que al abrir hace marca.
La necesidad de nombrar esa ausencia, ¿puede decir de un intento de corporizarla? Escribiendo voy entrando a un espacio que intento tomar, tocar, acariciar, hundirme en la letra, salir, volver a entrar. Con esa sensación la carta anuncia un sacudimiento del cuerpo. Del mío.
Quisiera comenzar por el inicio de este sacudón: luego de un largo espaciamiento de los cuerpos, de estos cuerpos que intentamos cernir/ponerlos a hablar, me encuentro con un paciente de forma presencial, bajo un mismo techo, en el consultorio, en un mismo espacio real, en la realidad efectiva -maneras que vamos encontrando a eso que iba de suyo, que pierde su espesor-; es asombroso lo que permite/nos permite el desmoronamiento de lo que se creía «natural», aunque nada podría ser natural con la mano del hombre que con el lenguaje toca.
Entonces esa primera vez que me reencuentro con un paciente en el consultorio…
«¡Ah, de esto nos estábamos privando!”.
Como si en ese instante hubiesen aparecido todas las palabras dichas y entredichas haciendo cadena en el Zoom, que tan “naturalmente” intentábamos habitar, mostrando su envés: el sentir del cuerpo nos hacía falta. Pero este discurre y, por suerte, comienza a entonar el malestar.
El cuerpo de las cartas empezó a hacer eco en mí, perseguía eso que encendía lo pulsional. Su presencia, me ha aliviado hasta entonces.
Como a lo real no se lo mira de frente, como no se mira al sol, inventamos. Como el sonar del timbre se trasladó al teléfono, el silencio dejó de sonar y aparecieron objetos en las pantallas que podían decir. Algunos de esos efectos y algunos de nuestros conceptos, como el deseo del analista, la presencia del analista, nos ayudaron/respaldaron para que la escena analítica prosiguiera, pero, con ello, en el intento de recuperar lo perdido, y como efecto de lo real, el riesgo fue embelesarlo, taponando la falta: un asunto del cuerpo.
Las cartas (las tuyas y las de otros más) me servían como una especie de mapeo; con el dedo iba recorriendo hasta encontrar el relieve que animaba el cuerpo, para seguir el viaje, que lo despabilaba del estado aparatoso que el aislamiento impartía como premisa. En un momento siento un guiño, me detengo: “escuchando a cada uno de los analizantes por teléfono, a través de los oídos y no con todo el cuerpo –como sucedería en presencia–” (1) “… a través de los oídos y no con todo el cuerpo”. Esa frase me tocó profundamente y empezó a rebotar. Pero eso que sonaba y sonaba, alejaba al cuerpo de la dureza del vidrio. Creo que esa frase me fue recorriendo hasta este momento que la escribo de otro modo, siempre de otro.
Cuando apareció Marco (2) en la escena a través de la narradora, de la novia, de tu voz que lo anuncia en la última carta, voy recorriéndola hasta que me tropiezo. Vos ibas diciendo que “gracias a este préstamo la narración se va produciendo” -refiriéndote a la identificación imaginaria i(a) que encarna ella-, donde leo: “ella se va produciendo”. Uno va leyendo, operando sobre esas letras que traduce con sus significantes que anuda, va escribiendo distraídamente en el sin saber, porque si de algo sabe la escritura para que algo se produzca, es de su falta. Me estacioné allí y pensé, si la condición para que el préstamo del i(a), que planteas, sea posible, es necesario la implicación del “prestador”.
Cuando Marco comienza a diluirse en las redes que lo escurren y la narradora ya no tiene mucho más para decir de él, porque su confinamiento es cada vez más hondo, ella trae lo suyo, lo más propio. Vos lo nombrás como una ampliación del recurso de la identificación. Trasladando su decir se evidencia el armado que enmarcó el suyo: “Ella narra cómo en su adolescencia, igual que Marco en ese hoy, se relacionaba sólo con ‘amigos’ a través de internet y cuál es el estatuto del otro en la vida digital, tanto como ciertas particularidades de este seudo-lazo”. Para que el préstamo se “preste”, el a en juego tiene que estar vivo. Ella se presta, como lo remarcás, “nadie se lo pidió”, no es un “como si”. Tal como sucede en el alquiler de “hermanas prestadas” que comentabas, como en Oriente han resuelto estos padres ayudar a sus hijos del confinamiento, casi siempre hijos únicos. Por ciertas contingencias o particularidades puede efectuarse el encuentro entre el confinado y la hermana de alquiler, y esa apoyatura del yo, tener lugar – no cualquiera se postula para las empresas que proveen un alquiler de personas-. Pero, al tratarse de un recurso perverso del mercado, en su forzamiento de suturar la falta, las condiciones de posibilidad del encuentro no son las mejores para que el otro se preste.
¿ Cómo poder cernir lo vivo del cuerpo, si esto fuera posible? Cuerpo que queda entredicho cuando esta Pandemia golpea lo humano, trae su virus lenguajero para asegurar que la escena prosiga. Nos dice del contagio con el otro, ese que nos constituye. Entonces nos metemos en los aparatitos tecnológicos restringiendo el toque de los cuerpos. Siguiendo el ritmo de las letras de Marco, me es necesario dar un rodeo por otra historia de ficción que por su ausencia marca el cuerpo. ¿Y no será de ese modo que podemos tocarlo? Quizás pueda nombrar algún hilo de aquello que intento decir, que está hablando con vos hace tiempo.
Se trata de la serie Black mirror (3) que vino hacia mi como una suerte de tsunami cuando leía tu última carta.
Te cuento la escena: Se trata de una mujer que pierde a su marido sorpresivamente en un accidente. Pero en el mercado hay una suerte de solución: un programa en donde toda información es enviada a este almacenador (videos íntimos, posteos de Facebook, su teléfono celular, fotos) con el fin de rearmar identitariamente a quien muere: su voz, su mirada, sus gestos. Entonces la historia comienza a enhebrarse donde esta mujer, luego de la muerte de su esposo, decide comprar este programa y hablar telefónicamente con él. Esta aplicación escanea correctamente el tono de voz, hasta el sentido de humor de este hombre. Nada muy alejado de estos tiempos. Todo iba bien en ese mundo digital hasta que él le sugiere (él es este programa configurado) que hay otra manera de mejorar las condiciones: que aparezca su cuerpo. Ella acepta con cierta tensión en el suyo, donde se encuentra con la compra realizada: una caja con partes fragmentadas, pedazos de carne calcadas del cuerpo real del difunto. Comienza a armar estas partes acompañada telefónicamente por la voz de él.
Este cuerpo se unifica. Aparece él, el de la voz, con todos los rasgos identitarios de su marido muerto. En este instante algo comienza a desvanecerse. El cuerpo hace obstáculo. ¿Qué cuerpo?
Más allá de la copia de su voz, sus movimientos, sus chistes, sus rasgos faciales, hasta el lunar que lleva en el cuello. Algo no alcanza.
Él le dice: “¿Hacemos de comer?”. Ella responde: “¿Es que comés?”. “No, pero, puedo masticar y tragar si es que quieres”. Están por tener sexo, toma su mano y se la trae a su pecho. Parece que él no lo percibe. No lo siente. Ella se sorprende y él le dice: “No hay registro de mi respuesta sexual”. Sólo el pene le funciona. En donde se desencadena un acto sexual. Pero ella comienza a molestarse, a enloquecerse. Él no necesita dormir, ni respirar, ni vivir. Una de sus noches, atravesada por la desolación y el desconcierto, ella grita: “Si no necesitas dormir por lo menos finge que lo haces”.
Este fragmento que necesitaba compartirte para seguir, me acerca a pensar que con un “cuerpo” hecho a imagen y semejanza no alcanza, en sí, todo comienza a derrumbarse ante la inminencia de ese cuerpo muerto. En principio parecería que se pide un cuerpo físico, pero esa misma aparición nos dice que ese, para que entre, tiene que estar labrado por el significante que hace cuerpo con el goce. En su pérdida: un cuerpo que necesite respirar y dormir, un cuerpo que anuncie la muerte. Esto que no alcanza hace posible que, como en el préstamo de hermanas, el malestar otra vez hace barrera a la voracidad maquínica. Por más carne calcada, en cada parte del difunto, no en-carna.
El cuerpo cuando está vivo hace presente el objeto. No es lo mismo el cuerpo in vivo -este término “in vivo/dentro de lo vivo” lo recupero porque me ayuda a pensar cómo la constitución de los objetos pulsionales fue allí con el Otro in vivo- que la imagen que al encontrarse apantallada obtura lo que el cuerpo porta, eso que no se puede tocar, aunque se toque, y nos hace hablar y hablar.
Cuando nombrás la práctica de “lo hikikomori “como un síntoma del malestar de la cyberlización, al darle nombre a las cosas se instituye una posibilidad para poder abordarlo. Es un asunto muy serio y conmovedor, su expansión y contagio –ese del que tenemos que cuidarnos porque el otro porta el virus, ¿no ha sido siempre así?– encarna una lógica: “Esta descorporización supone el desistir de la realidad efectiva, de los lazos, del contacto, de toda necesidad del cuerpo carnal y afectiva de un ser hablante en relación a los otros: de los abrazos, las miradas, los roces, las conversaciones, la sexualidad, la traslación en el espacio, las caminatas. En fin, de todo eso que nosotros, en confinamiento, extrañamos y necesitamos tanto”. Remarco la palabra “descorporización” porque leo una diferencia para seguir con el asunto: aquello que se confina se descorporiza, en tanto su demanda no está disponible encuerpo. Por otra parte, aquello que se extraña, anuncia que lo extraño del cuerpo del otro pulsa para que el paso siga. Si la pulsión perfora el cuerpo con el significante, si dio muerte produciendo vida, ese cuerpo intenta volver a corporizarse.
Te confieso que cada vez que aparecía en las cartas alguna alusión al toque del cuerpo, sentía esa alegría como luego de muchas bajadas, subidas, pendientes, abrojos en la ropa te sacás el último y detrás del umbral ves el paraje deseado. Ese paraje habitaba en mi la idea que en el Tocar podía encontrar la pista de un cuerpo sentido, que no entraba en la pantalla. Las zonas erógenas: boca, ano, oreja, borde palpebral, tienen su inicio en el con-tacto con el Otro: no se toca cada zona erógena si ello no supone un cuerpo; no se toca tocando cada parte, como un territorio que hay que activar, como el difunto tocaba el pecho de la viuda. El con-tacto dice del encuentro con otro que dispone de un vacío por donde discurre un objeto en el entre dos.
En el libro de Jacques Derrida, El tocar (4) fui encontrando un lenguaje que también se tocaba con las cartas, como experiencia de lo háptico -palabra que viene del griego Hapto (tocar, relativo al tacto- se usa con la intención de perder la inmediatez con la piel (que no es sin ella) y puede discurrir del sustantivo, al verbo y adjetivo: tocar- tocarse-hacerse tocar-, el desplazamiento lenguajero es posible cuando se pierde la inmediatez del cuerpo aunque eso no implica que la cercanía, la posibilidad del contacto, no se introduzca. Ella toca, pero ¿cuál es su toque?
Lucy Mcrae es una artista de ciencia ficción y arquitecta corporal. Presenta la instalación Heavy Duty Love, en la Bienal de arquitectura de Venecia del 2021: objeto máquina que emparenta el cuerpo humano entre dos capas de materiales mullidos y amortiguadores. La artista materializa su intención con una máquina con esponjas con colores suaves acercándonos a la piel, simulando el abrazo materno o el útero ausente, pensando en un futuro de úteros artificiales. Intento de compensar la falta de contacto humano en la vida temprana. Es una narrativa de advertencia sobre el avance científico que permite poner a hablar nuevas realidades futuras de conexión humana, desde bebés por edición genética a CRISPR “ya que caminamos hacia una vida diseñada desde el principio, ¿buscaremos nuevos tipos de intimidad?”. Lucy hace uso de su máquina poniendo en debate cómo estas nuevas tecnologías pueden cambiar lo que nos hace humanos para siempre. Como si la arquitecta corporal fuera instalando que un cuerpo, a pesar de si éste en un futuro se constituya en laboratorios, necesite del contacto con el otro. Para usar este dispositivo y que asegure un abrazo de cuerpo entero, otra persona tiene que girar la manivela con la que se consigue el cierre y el abrazo.
¿Cuál es ese tocar que provee la máquina y en que lo diferencia a un tocar humano? La máquina revela cómo la sumisión tecnológica provoca una crisis táctil. En el intento fallido de compensar el calor humano del abrazo, dice con su creación qué es lo que trae el cuerpo del otro cuando abraza, a diferencia de una máquina hecha a imagen y semejanza. La artista, en el mismo momento que instala la máquina, desinstala el tocar del cuerpo. Lo maquínico, “aunque se vista de seda…”, dice el dicho popular.
Y aparece nuevamente Marco con la pregunta a su novia: “¿cómo te vas a dar cuenta cuando sí sea una máquina?”.
“Aprendimos a hacer muchas cosas On-line, pero no todo entra en la pantalla; el hambre, el sexo, la muerte, la existencia corpórea. Si bien, hay efectos discursivos que permitieron sostener la escena analítica con los gadgets, considero que es un tiempo de crisis del cuerpo” decía Silvana en la carta 10. Nuevamente que se nombre “crisis del cuerpo”, que se diga, que entre en discurso, posibilita el movimiento. Que exista.
Estas dos realidades, la virtual y la digital, que has traído, andan zumbando por nuestra estratósfera. Sí el cuerpo del analista puede traspasar la pantalla es por su estar en función vivificante de lo pulsional, implica que los orificios dispongan de agujeros para su existencia. No es lo mismo que el cuerpo del analista escuche con todo el cuerpo que con los oídos; que los objetos pulsionales se encuentren mediados por los gadgets, que estemos “conectados”, apantallados; que, si queremos rozar, acariciar, abrazar, dar un beso, pellizcar, morder, golpear o simplemente tocar el cuerpo del otro con el dedo, no es posible. No es lo mismo tener la posibilidad y no llevarla adelante, que la obturación sea interdicta por la distancia física, real, por la dureza del vidrio. No es lo mismo porque ese vivo con el otro, que te nombraba, dispone de otra espacialidad de los cuerpos, donde las especies pulsionales entran más directas con el toque/tocadas. Así fue en su constitución. El contacto con el otro, su tocar sin tocar, es la vía regia para que lo pulsional no se detenga.
Derrida en el libro que te comentaba dice: “Pero que una cosa ‘se toca’ puede querer decir también, simplemente, que sin tocarse ella misma jamás, sin que jamás los unos a los otros se toquen los unos o los otros, la cosa es tocable, está expuesta al tocar: ella ‘se toca’ significa entonces ‘se la puede tocar’, ‘se la puede sentir al tacto’: es tangible”.
“Cuando estamos frente a frente siento que cuando te cuento estas cosas banales a vos no te importa, a diferencia que cuando nos encontramos por el teléfono yo me quedo pensando, en otro lado”, me decía un analizante haciendo ademán con su mano marcando ese intervalo entre el y yo. Su mano de un lado al otro ¿no estaría marcando eso que decía Silvana en su carta sobre la conjunción?: “No es lo mismo la conexión entre dos, con todos los malabares que la conexión implica (señal débil, cortes e interrupciones, cámaras, muteados, chats). No es lo mismo la conexión que la conjunción. La conexión nos plantea una relación funcional al otro. La conjunción, y acá lo pienso tomando el losange como una escritura de la que nos servimos para la fórmula del fantasma, como para la fórmula de la pulsión, plantea una implicación: conjunción, disyunción, más-menos, que nos ubica en la dinámica de una sesión que conjuga y articula el sujeto al objeto a”.
Frente a frente anuncia lo que trae un cuerpo.
“Te escucho con todo el cuerpo y no solo con los oídos”, el cuerpo del analista in vivo está disponible para que el analizante pueda localizar lo suyo, haciendo la distinción que el analista no se pone conscientemente, no se tiende como semblante, sino porque su cuerpo está vivo, eso goza/respira y el analizante puede entrar. El cuerpo presente prende lo pulsional “sin intermediarios”. Un tocar sin tocar, tocando lo intocable. Ese todo el cuerpo, que abarca la escucha, se enlaza con un cuerpo tocado, el del analista, el que soporta el hueco que implica lo vivo, “de un cuerpo palpable” expuesto al tocar, en un espacio háptico donde los objetos a entran con su toque, espaciadamente.
¡Lo que puede soportar un cuerpo! No es lo mismo. Y yo no lo soy luego de estas líneas.
https://enelmargen.com/2021/02/10/el-malestar-en-la-cyberlizacion-carta-5-por-helga-fernandez/
(2) Carta 11, Marco es el nombre del personaje principal del cuento de Mariana Enríquez: “Un personaje que no habla en nombre propio, es la narradora quien nos hace saber qué le anda pasando al prestarle su voz, pero también otra dimensión del cuerpo: la identificación imaginaria, un i(a)”. https://www.estacionlibro.com.ar/cuentos/verde-rojo-anaranjado-un-cuento-de-mariana-enriquez/
(3) Capitulo 3 de la temporada 1: “Vuelvo enseguida”.
(4) El tocar, Jean- Luc Nancy, Jacques Derrida. Ediciones Amorrortu 2011.
Florencia Vera
Psicoanalista. Licenciada en Psicología de la UNLP. Se inició como estudiante en el campo psicoanalítico en Artificio, Hospital de día-Asistencia, docencia e investigación en problemáticas graves, en intersección del Arte y el Psicoanálisis- donde durante 10 años recorrió diferentes espacios de formación clínica y en los últimos 7 años se desempeñó como coordinadora clínica. Fue parte de la comisión directiva del Colegio de Psicólogos de San Martín de los Andes, Neuquén, desarrollando espacios de transmisión y formación. Trabajó durante 5 años en clínicas neuropsiquiátricas. Es miembro de Lazos, institución psicoanalítica de La Plata. Participó de la comisión directiva en el periodo 2018-2020. Ha escrito trabajos para la Reunión Lacanoamericana de Psicoanálisis; CERAU, enlace regional Argentina y Uruguay; Convergencia, Movimiento lacaniano por el psicoanálisis freudiano y otros espacios de interlocución. Ejerce su práctica clínica en el ámbito privado en la ciudad de La Plata. Desarrolla su formación e investigación en diversos grupos de trabajo.
Un comentario en “EL MALESTAR EN LA CYBERLIZACIÓN. INTERCAMBIO POSTAL 13. POR FLORENCIA VERA.”