Cuidado editorial: Amanda Nicosia
Aclaración: De modo de preservar el secreto profesional y la identidad de las personas fueron aún más ficcionados los datos.
Que no hay animalidad(1) que garantice supervivencia al hombre sería otro modo de decir que las funciones vitales humanas no se organizan por el instinto. No hace falta ir muy lejos para encontrarnos con la constatación de que hay cuerpos que comen nada, que duermen sin soñar, que ven sin dirigir la mirada, que emiten sonidos sin hablar, que oyen sin escuchar, o que hablan sin decir.
Hay un límite sutil, reversible, que divide una y otra acción. A ese borde singular entre lo psíquico y lo somático Freud lo nominó pulsión, otorgándole así existencia y estatuto de convención. Son nuestros mitos -escribió Freud alguna vez-, por su particularidad de no ser un observable, y a la vez sin que esto le reste valor de verdad. Su peso clínico es indudable cuando se advierte que Freud no descubre las pulsiones de las impulsiones, sino que las infirió con su escucha del sujeto de la neurosis y la psicosis.
Con el trabajo de desmontaje de la pulsión que Lacan hizo en su retorno a Freud, una vez más mostró que lo que cuenta siempre es el tour… dicho de otro modo que importa más el menú de la carta que el plato.
Si la pulsión es ese empuje que más allá de uno mismo se escribe pasando por el Otro, gracias a la organización de las repeticiones que la demanda supone, se entiende porqué Lacan define a la pulsión como la primera modificación de lo real en el sujeto bajo el efecto de la demanda(2).
Podemos captar la relación de la demanda con la constitución del sujeto en tanto que sus repeticiones conforman bucles que se renuevan -porque si se obtuviera lo que la demanda aspira a ceñir con su bucle, no habría necesidad de demanda, o sea es preciso que sea decepcionada- haciendo que en el espacio topológico imaginado como el toro, se alcance a contornear un vacío interior al toro denominado como nada fundamental.
Y ¿en qué medida esto remite al sujeto del que decimos que solo puede hacerse representar por un significante ante otro significante? Lo refiere en la medida en que éste para engendrar diferencia requiere que se repita al menos una vez, y esa repetición significante no es otra cosa que la forma más patente de la demanda.
Ahora bien, si en la pulsión no estuviera ya este efecto de la demanda (hecha del significante), ella no podría articularse gramaticalmente de un modo tan nítido como aprendimos con el texto de Freud “Pulsiones y sus destinos”(3).
Este tour por el toro como figura topológica que damos puede interesarnos en tanto que permite pensar que la superficie de la que hablamos cuando nos referimos al sujeto, no se crea sino por el recorte que las reversiones de la pulsión van imprimiendo. Ella con su carácter sexual y parcial divide ese particular adentro hecho del afuera que el toro muestra.
“La figura del toro es la superficie obtenida por la rotación de una circunferencia alrededor de una recta situada en su plano, sin tocarla”(4). Es por esto que el toro corporiza la propiedad de “centro exterior” en una estructura, porque si lo sumergimos en un ambiente, el espacio de su agujero central se trata del mismo que la exterioridad periférica (en torno al toro). Un exterior que le es central, un adentro hecho del afuera.
Esa superficie (el sujeto) solo se engendrará a consecuencia de los cortes del significante que marcan su trazo con el filo del “cristal de la lengua”(5) creando bordes.
En su recorrido la pulsión encuentra su fuente en los orificios del organismo que se organizarán como un cuerpo, pero solo si esta repetición significante escribe esa gramática que los incorpora. Es precisa la terceridad simbólica que otorgará volumen al cuerpo, lo que equivaldría a decir por ejemplo que el significante hace a la boca.
Por eso en ocasiones en que el significante no incorpora, y la demanda no se formula, un espacio como el análisis puede prestar a un niño las condiciones necesarias para la introducción en esa terceridad que la función deseo del analista posibilita, impidiendo al mismo tiempo la fusión de su lugar de saber supuesto en la transferencia con padres e hijos, con la de autoridad en la función que llamamos Padre(6).
El intento de que esa gramática pulsional se escriba fue la materia de un análisis con un niño, en ese caso la organización de la demanda requirió que comience por formularse en sus otros parentales.
El niño de cinco años de edad apenas emitía sonidos guturales y señas para comunicarse. A sus padres les intrigaba que él no pedía alimentarse, así como orinar y defecar era posible solo por rebasamiento. Esto aparecía como una tímida curiosidad familiar que era solidaria con la cosmovisión: los niños criaturas de Dios tienen que crecer al contacto de la naturaleza, libres, sin ataduras al sistema. En ese mar de naturalidad indómita, una intervención del analista interpela la máxima, no en su moral sino en su ética ¿Cómo habiendo crecido en un entorno de tanta naturalidad, comer, orinar y defecar no eran conductas naturalmente adquiridas?
Está visto que en ocasiones el arbitrio de la Madre naturaleza ocluye lo que el significante horada, impidiendo que la existencia de ese límite entre lo psíquico y lo somático abriera una boca, contraiga un esfínter, o module palabras que formulen un pedido.
En este sentido resultan precisas las palabras de Helga Fernández cuando se refiere a un cuerpo donde el lenguaje no termina de darle forma “En un ser hablante donde el cuerpo de lo simbólico está forcluído y el percipiente está dislocado {…} no se termina de constituir en los bordes delimitados de las zonas erógenas. En este cuerpo no se asiste a la distinción de las especies de objetos oral, anal, escópico e invocante. Las sensaciones no se distinguen, se enlazan en una especie de orgía de lo sensible”(7).
En las sesiones se trató de propiciar ese contorneo pulsional jugando con palabras que dibujaban la acción que desde cierta exterioridad (dentro del consultorio) señalaban una interioridad que se iba abriendo del Otro. “Este juguete está adentro de la caja…y afuera tuyo”; “mama te espera afuera…y dentro de la sala de espera”.
Luego de casi nueve meses nació un llamado que pedía por su madre, momento que podría señalarse como fundamental porque su presencia parecía alimentarlo. ¿Es quizás eso lo que ocurre cuando un análisis se define como un tratamiento de lo real mediante lo simbólico y lo imaginario?(8).
Notas
1. J.Jeacques Rousseau. El contrato social. Ed Austral.
2. Lacan, J. Seminario La identificación. Traducción Rodriguez Ponte. Clase 30/5/1962.
3. Freud, S. Las vicisitudes de las pulsiones. Obras completas. Ed Hyspamérica.
4. Anne M. Ringenbach. El toro y la puesta en juego de la disimetría. Revista Littoral nro 4 «Abordajes topológicos». Ed la torre abolida. 1987.
5. Lacan, J. Radiofonía y Televisión. Ed. Anagrama. 1977. Pág 133.
6. Porge, E. Los nombres del padre en Jacques Lacan. Ed Nueva Visión.
7. Fernández, Helga. la carne humana. Ed Archivida. 2022. Pág 60.
8. Lacan, J. Seminario Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Ed Paidós.
Gisela Avolio, actualmente trabaja como analista, es miembro fundadora de la Escuela Freudiana de Mar del Plata, y miembro de Fondation Européenne pour la Psychanalyse. Fue Residente de Psicología en el Htal. Subzonal especializado Neuropsiquiátrico Dr. Taraborelli (Necochea, Bs. As.). Dicta clases en las actividades de la Efmdp, y allí coordina el dispositivo Práctica psicoanalítica con Niños y Adolescentes, desde 2010; actualmente es docente y supervisora de la Residencia de Psicología Clínica de los Hospitales Provinciales de Necochea y Mar del Plata. Y dicta clase anualmente en Centre IPSI de Barcelona. Desempeña la práctica del psicoanálisis en el ámbito privado.
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