Foto de portada: Aun, de Marcia Madrigal Guardia.
Cuidado editorial: Delegación.
Tal vez sean pocas las nociones analíticas que persisten indómitas a la asimilación en las disciplinas psi. No es inusual que términos como inconsciente, RSI, goce, etc., se conviertan, a partir de cierta domesticación, en componentes de narrativas psicologizantes sobre la sexualidad, la locura, el crimen, la sociabilidad, etc. Leo Bersani llamó claridades domesticadoras de los órdenes narrativos (2011, p. 21) a estos fragmentos de teoría que, desvinculados del método y el dispositivo analítico, se prestan facilmente a la comprensión, asimilándose además al estilo de razonamiento psiquiátrico descrito por Arnold I. Davidson (2004, pp. 187-209). Es de resaltar que aquello que a partir de Lacan denominamos letra resulta resiste a su incorporación al campo psi, tal como la palabra tenida por loca y la literatura.
Letra: lettre, letter, litter: basura, residuo inasimilable… Semilla indigesta a la comprensión psicobiográfica que, si consigue germinar, puede quebrar los cimientos y muros de los dispositivos disciplinarios de individualización y vigilancia normativa. Pero, ¿cómo están construidas las celdas de las interpretaciones psi de las que procuraríamos fugarnos? ¿La letra, la locura y la literatura las burlan? ¿Cómo en el análisis, al leerse las letras, se cultiva “la posibilidad de que el analizante ponga en obra su libertad”? A partir de estas tres cuestiones propongo trans-citar algunos textos que nos permitirían distinguir la alteridad psi y la alteridad literal, así como algunas consecuencias de apoyarse en una u otra para la práctica del análisis.
La alteridad psi
Quisiera aventurar una premisa: la psicologización en el análisis escamotea las implicaciones de una práctica sostenida en la letra, valiéndose de la individualización disciplinaria para referirse a la alteridad. Dar lugar a la lectura literal en el análisis, conlleva entonces problematizar cómo la psicologización obtura dicha lectura. Un breve rodeo por los textos de Foucault me permitirá sustentar este señalamiento.
En Foucault no encontraremos problematizada como tal la letra pero sí la materialidad del discurso y las formas en que las sociedades intentan lidiar con ella; a su vez, en “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud” Lacan designó letra a “ese soporte material que en el lenguaje toma el discurso” (2003, p 475) (1). Ambos se aproximan pues en la cuestión de la materialidad e inmanencia del acontecimiento discursivo, aunque cada uno desde ámbitos e intereses distintos. Gracias a esa proximidad, algunas observaciones de Foucault tocarían cuestiones que conciernen a la práctica analítica. Por ejemplo El orden del discurso Foucault se refiere a los procedimientos por los cuales se controla, selecciona y redistribuye la producción discursiva para “conjurar sus poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar su pesada y temible materialidad”(2009, p.14), dando así algunas pistas para interrogar de qué manera en el análisis, podría eludirse la cuestión de la letra.
Uno de los procedimientos de control a los que se refiere es nada menos que la separación razón-locura, que históricamente ha permitido cercar la palabra considerada insensata, excluirla y aún obtener réditos de ella. Sobre dicha separación Foucault nos interpela:
Basta con pensar todo el armazón de saber, a través del cual desciframos esta palabra, basta con pensar en toda la red de instituciones que permite al que sea –médico, psicoanalista– escuchar esa palabra y que permite al mismo tiempo al paciente manifestar o retener desesperadamente sus pobres palabras; basta con pensar en todo eso para sospechar que la línea de separación, lejos de borrarse, actúa de otra forma, según líneas diferentes, a través de nuevas instituciones y con efectos que en absoluto son los mismos. Y aun cuando el papel del médico no fuese sino el de escuchar una palabra por fin libre, la escucha se ejerce manteniendo la cesura. Escuchar un discurso que está investido por el deseo, y que se supone –para su mayor exaltación o para su mayor angustia– cargado de terribles poderes. Si bien es necesario el silencio de la razón para curar los monstruos, basta que el silencio esté alerta para que la separación persista (Foucault, 2009, p. 18).
¿De modo que la brecha entre razón y locura, independientemente de nuestra buena voluntad, se mantendría gracias al “armazón de saber” y “la red de instituciones” en que podría respaldarse la escucha? ¿Así que basta que el silencio esté alerta para que la separación persista? No son cuestiones sin importancia, pues nos llevan a preguntarnos cómo la teoría y las instituciones psicoanalíticas, configuran la distancia y los requerimientos que harían aprehensible la locura para la mirada clínica. En el curso El poder psiquiátrico se plantea que esta forma de proceder es parte de dispositivos en los que cada cual está convocado a un lugar, en un entramado de reglas, conceptos, gestos, rituales, instituciones. Comentando el funcionamiento del panóptico, Foucault señala también que la disciplina se ejerce por la acción de una mirada individualizante (2005, p. 101), que proyecta detrás o más allá de cada existencia, un doble, moral y psicológico, punto de acción de la norma (2002, pp. 31-37).
La alteridad psi sería el punto de apoyo para esa clínica que toma al individuo psicológico como modalidad de explicación (control, selección y redistribución) del discurso. Es por referencia a ese punto de apoyo que la conducta observable y las palabras “locas”, pueden interpretarse mediante un lenguaje no necesariamente psicopatológico, pero sí psicologizante y causalista. Si las palabras son tomadas como expresiones de un psiquismo que estaría más allá o detrás de ellas, dejan de plantear enigmas por sí mismas: se desestima el acontecimiento discursivo y por tanto, la letra. Esto configura además un escenario en el cual el clínico y el llamado enfermo reiteran la brecha razón-locura que les divide, así como la mutua dependencia de los lugares que encarnan dentro del dispositivo:
En la medicina orgánica, el médico formula oscuramente esta demanda: muéstrame tus síntomas y te diré qué enfermo eres; en la prueba psiquiátrica, la demanda del psiquiatra es mucho más gravosa, está mucho más sobrecargada y es ésta: con lo que haces y dices, con aquello que motiva quejas a tu respecto, proporcióname síntomas, no para que yo sepa qué enfermo eres, sino para que pueda ser un médico frente a ti (Foucault, 2005, p. 308).
Foucault pone también en boca de la histérica estas las palabras que la ubican en ese lugar de alteridad psi, al cual la convoca el dispositivo disciplinario y la mencionada demanda del especialista: “Gracias a mí y sólo gracias a mí, lo que tú haces a mí respecto -internarme, recetarme drogas, etc.- es sin duda un acto médico, y yo te entronizo como médico en cuanto te suministro síntomas” (2005, p. 309). Cabe advertir cuál irresoluble puede ser un recorrido clínico sostenido por ese juego de mutua referencia:
La prueba psiquiátrica es entonces una doble prueba de entronización. Entroniza la vida de un individuo como tejido de síntomas patológicos, pero también entroniza sin cesar al psiquiatra como médico o a la instancia disciplinaria suprema como instancia médica. Por consiguiente, podemos decir que la prueba psiquiátrica es una perpetua puerta de entrada al hospital. ¿Por qué no se puede salir del asilo? No se puede salir del asilo no porque la salida esté lejos, sino porque la entrada está cerca. Nunca se deja de entrar a él y cada uno de esos encuentros, en cada uno de esos enfrentamientos entre el médico y el enfermo vuelven a poner en marcha, repiten de manera indefinida, ese acto fundador, ese acto inicial en que la locura va a existir como realidad y el psiquiatra como médico (Foucault, 2005, p.308).
Se podrá objetar que dichas observaciones pueden valer bien para cierta psiquiatría, pero no para el psicoanálisis, el cual ha denunciado por años la ideología en la psicología y la patologización psiquiátrica. Se podrá objetar que a partir de textos como Perturbación en pernepsi (Allouch, 1993) o Spychanalyse (Allouch, 2005), nos hemos alejado de la psicopatología y la función psi. Que ya no nos interesa el binomio locura/razón o anormal/normal, sino recuperar las “historias personales”, con sus respectivas tramas familiares y el vaivén de las trayectorias vitales. Pero no podríamos arroparnos fácilmente con ese argumento. Lacan advirtió que la psicobiografía “tapona” la letra (Lacan, 2021, p. 21), mientras Foucault nos lleva a problematizar cómo la biografía toma al individuo y sus antecedentes familiares como foco de coherencia (control, selección y redistribución) del discurso.
El 28 de noviembre de 1973 Foucault presentó una clase que nos resulta ineludible a quienes nos preocupa diferenciar el campo analítico del ámbito psi. Al nombrar la función psi, expuso de manera cuidadosa y pormenorizada cómo el psicoanálisis, al engarzar la función individuo a los antecedentes familiares, engrasa las bisagras entre dos formas de funcionamiento de las relaciones de poder.
En principio, Foucault distingue junto con la disciplina, una forma anterior de funcionamiento del poder: la soberanía, que subsistiría en la familia (¿habrá que decir la familia cisheteronormada? Con el padre, como portador del apellido y polo de individuación del poder). Foucault observa que gracias a su funcionamiento a la manera de la soberanía, la familia tiene la capacidad y la tarea de enlazar a sus integrantes en los dispositivos disciplinarios (escuela, trabajo, etc.), fungiendo también como punto de enganche entre los dispositivos disciplinarios mismos. El mar de la disciplina se oxigena gracias a las burbujas de soberanía familiar. Ahora bien, ¿qué ocurre cuando la familia no puede o no pudo cumplir esa función? Allí es cuando la trama disciplinaria de instituciones sociales se precipita para subsanar las flaquezas de la soberanía familiar, pero siempre reinstalando la figura de la familia (piénsese en el doble juego disciplinario y de parentalidad sustituta, del personal de ciertas instituciones destinadas a infancias y adolescencias sin familia, procurando su “refamiliarización”).
Apunta Foucault:
Y en esa organización de los sustitutos disciplinarios de la familia, con referencia familiar, constataremos la aparición de la función psi, es decir, la función psiquiátrica, psicopatológica, psicosociológica, psicocriminológica, psicoanalítica, etc. Cuando digo función no sólo aludo al discurso, sino a la institución y al propio individuo psicológico. Creo que esa es, en verdad, la función de esos psicólogos, psicoterapeutas, criminólogos, psicoanalistas, etc.. ¿Y cuál es si no la de ser los agentes de la organización de un dispositivo disciplinario que va a ponerse en marcha, a precipitarse, cuando se produzca un vacío en la soberanía familiar?
[…]
Así vemos aparecer, en la segunda mitad del siglo XIX, la imputación a la carencia familiar de todas las insuficiencias disciplinarias del individuo. Y por fin, a comienzos del siglo XX, la función psi se convierte a la vez en el discurso y el control de todos los sistemas disciplinarios. Es el discurso y la introducción de todos los esquemas de normalización (2005, pp. 110-111).
Los antecedentes familiares se convierten pues, en la explicación de base del desarrollo normal o anormal: sus avatares serán rastreados en el discurso buscando en cualquier desviación o desequilibrio del funcionamiento familiar, la razón de la insensatez de las palabras del “loco” o la raíz del síntoma “neurótico”. Allí, postulando un deber ser de la familia se desliza la norma y lo que interesará a ciertas orejas, es organizar, seleccionar y redistribuir las palabras, para calibrar si el tipo de vida familiar del paciente se adecua a ciertos estándares no siempre psicopatologizantes, pero sí normativos, normalizantes. Las palabras “locas” dejan de ser así portadoras ellas mismas de una verdad que no sea la tragedia de no cumplir con los mandatos de las leyes de la alianza familiar, la filiación, etc. Cierto estilo de escritura de casos las recobra para dar forma a fábulas moralizantes que ejemplifican cómo el precio por apartarse de la norma familiar es el delirio, el crimen, la imposibilidad de crear, de trabajar, de vivir. Así, lejos de desvincularse de la disciplina, el psicoanálisis reintroduce en ella y “da cuerpo y vida a las leyes de la alianza” (Foucault, 2002, p. 138). De allí que Foucault nos advierta sobre la imposibilidad de abandonar la función psi a partir de un ejercicio del psicoanálisis (o una crítica psicoanalítica) que persista en las claridades domesticadoras formuladas a partir del modelo familiar:
No es de sorprenderse que el discurso de la familia, el más discurso de la familia de todos los discursos psicológicos, el psicoanálisis, pueda funcionar desde mediados del siglo XIX como discurso de verdad a partir del cual se pueden analizar todas las instituciones disciplinarias. Y por eso, si lo que digo es verdad, habrán de comprender que no se puede oponer como crítica de la institución o la disciplina escolar, psiquiátrica, etc., una verdad que se haya formado a partir del discurso de la familia. Refamiliarizar la institución psiquiátrica, refamiliarizar la intervención psiquiátrica, criticar la práctica, la institución, la disciplina psiquiátrica, escolar, etc., en el nombre de un discurso de verdad cuya referencia es la familia, no es en absoluto la crítica de la disciplina; por el contrario, es remitir constantemente a ella (2005, p. 112).
Abandonar la individualidad disciplinaria, es decir, la alteridad psi como punto de apoyo para la práctica analítica, supone prescindir de la patología y de aquello que la hace posible: el individuo psicológico, la biografía como rejilla de selección y organización del discurso, los antecedentes familiares como base explicativa, etc.. Por supuesto que esto no supone desestimar el hecho de que cuando alguien demanda un análisis, suela hacerlo asumiéndose como un individuo con un psiquismo y una historia familiar, cuyas carencias “explicarían” sus síntomas; incluso en ciertos momentos de la partida analítica esos pasajes por la historia familiar tienen efectos insospechados. Pero, ¿se trata en un análisis consolidar esa narrativa disciplinaria o de atravesarla? De “pasar a otra cosa” (Allouch, 2009, pp. 17-19), se ha dicho en cierto momento. Allí es donde en el ejercicio analítico, cuestiones como la alteridad y la singularidad resultarían resituadas gracias a la letra.
La alteridad literal
Un planteamiento inicial de esta presentación es que la materialidad del discurso es esquivada mediante diversos procedimientos de control, selección y redistribución de la producción discursiva. Se preguntaba Foucault al inicio de su lección inaugural en el Collège de France “¿qué hay de peligroso en que la gente hable y de que sus discursos proliferen indefinidamente? ¿en dónde está por tanto el peligro?” (2009, p. 14), de lo que deriva una sospecha: hablar es peligroso (2). Tantos procedimientos externos de control como la prohibición y la separación de la razón y la locura, e internos como el autor o el comentario; temas como el sujeto fundador y la experiencia originaria, estarían al servicio del orden contra el que las palabras atentarían al discurrir libremente. Incluso allí en el diván, donde se esperaría lo hicieran a invitación e incitación de la regla fundamental, el silencio alerta del analista podría buscar la ocasión de domesticarlas, con una salvedad: en el dispositivo analítico, la transferencia, la letra, podrían también configurar un espacio heterotópico (Foucault, 2010, pp., 19-32) en que los efectos de la materialidad del discurso florezcan.
Querría retomar ahora una cita del posfacio 2021 de Letra por letra a la que acotaré las siguientes líneas. Allouch escribe haber recibido de Foucault “una notable confirmación de ese acento lacaniano entonces dirigido a la escritura de la letra”, mediante algunas indicaciones sobre la locura y la literatura: “la locura atenta contra la lengua como código. La palabra reconocida como loca (y/o literaria) pone la lengua en peligro. ¿Cómo? Teniendo su cifra en ella misma. Como tal la locura no recurre al código común, sino que vehiculiza su propio código en la palabra” (Alllouch, 2021, p. 17).
Resulta notable que esa “confirmación del acento lacaniano dirigido a la escritura de la letra” incluya atentar contra la lengua como código, ponerla en peligro y por tanto, proponer una experiencia en la cual no solamente hay lugar para las “verdades indómitas” (Allouch, 2017, pp. 148-150), sino para lo indómito del acto de hablar mismo. Pero, ¿qué sería atentar contra la lengua como código? ¿A qué podría referirse que la locura (y la literatura) tiene su cifra en ella misma?
Foucault no considera la locura como un fenómeno clínico (la medicalización de la locura sería uno más de sus avatares), sino como “una función social” (2019, p. 50) que “se ejerce mediante el lenguaje. La locura es percibida a través de un lenguaje y sobre el fondo de un lenguaje” (2019, p. 90). A partir de dicha diferenciación, se distinguen las formas discursivas que corresponden al funcionamiento social más general, de aquellas consideradas insensatas. Señala Foucault:
El estatus de la palabra del loco es todo un problema. No quiero decir que nuestras sociedades tienen por nula o inexistente la palabra del loco, más la mantienen de algún modo entre paréntesis, entre comillas. La palabra del loco conduce un cierto número de reacciones que no son las que responden de ordinario a la palabra cotidiana y normal de la gente. La palabra del loco es escuchada, más es escuchada de tal manera que le otorgamos un estatus muy particular (2019, p. 61).
A ese estatus particular podríamos referirnos a partir de las formas de inscripción de la locura en la patología, pero también en cualquier forma de normalización. Después de todo, Foucault nos ha hecho notar la separación locura/razón como modalidad de control del discurso, a lo que se añade otra observación: dicha separación permite operar las grandes “divisiones funcionales” (aquellas de la moral, de la justicia, de la política, de la sociedad) (2019, p. 80). Es gracias a esa oposición general que operaran otros pares de opuestos como anormal/normal, sexualidad permitida/prohibida, inocencia/perversión, etc. Debido al rol que juega respecto de otros códigos culturales, la oposición locura/razón mantiene entonces una relación funcional con el uso que hacemos de “ese código de todos los códigos: el lenguaje” (2019. p. 81). Así tenemos un primer esclarecimiento de la cita de Foucault retomada por Allouch en La alteridad literal: “la lengua cómo código” ante la que permanece indómita y contra la que atenta la locura, es la lengua que funciona a partir de la oposición locura/razón y la serie de divisiones funcionales que tal oposición hace operables en la cultura.
Escribe Foucault: “la locura es un lenguaje otro” (2019, p. 90) que se encuentra nada menos que “al interior del lenguaje, representada como la cosa misma, verdad en reflejo, película desdoblada” (2019, p. 91). Así referida, la locura burla su caracterización como entidad patológica y escapa al dominio psi, en tanto deja de corresponder con una individualidad somática, la del llamado loco: es alteridad dentro de la propia lengua, emergencia que burla los códigos con los que el supuesto no-loco habla; la cifra incomprensible de aquello que irrumpe inesperadamente cuando intentamos expresarnos; es un uso no comunicacional de la palabra, lo que le pone en una relación al lenguaje simétrica a la de la literatura:
Para emplear el vocabulario de los lingüistas, podríamos decir que la literatura contemporánea no es un acto de palabra que se inscriba en lenguajes ya establecidos; es una palabra que cuestiona, compromete, atrapa la lengua de la que está hecha. Una palabra que contiene su propia lengua.
Sabemos bien, después de Freud, que la locura es precisamente una palabra de este género. No una palabra insensata, sino una palabra que contiene su propia cifra; y que no podremos descifrar en consecuencia, más que a partir de eso que ella misma dice. La locura no obedece a ninguna lengua sino contiene su propio código en las palabras que ella pronuncia (2019, p. 120).
Es precisamente comentando a Freud que Foucault esclarece la cuestión de la cifra en sí misma. Señala que mientras para cierta concepción del discurso la palabra “loca” parecería un “ruido que viene a distorsionar el mensaje”, para Freud, “el efecto de distorsión se debía al hecho de que no había únicamente una sola y única cadena de señales” (2019, p. 81). De allí Foucault deduce tres cualidades del discurso loco que podríamos enumerar así:
- Porta diferentes mensajes.
- Cada mensaje tiene su código.
- Pero comparten un código más general, el cual permitiría traducir unos a los otros.
Ese discurso que en principio parecería ruido o distorsión, haría entonces un uso de la lengua que en la inmanencia de su modo de aparición, brindaría la pauta para darse a leer a condición de no intentar aplicarle un código externo, preestablecido. ¿Cómo no referirse aquí también a “Perturbación en Pernepsi”, de Jean Allouch, donde se planteaba ya un posicionamiento del análisis respecto de la locura en que se abandonaba la separación loco/no-loco a partir de dos afirmaciones de Erasmo de Rotterdam?
“Todo en efecto, entre los hombres, ¿no se hace de acuerdo con la Locura, por locos, entre locos?” De allí nuestra primera afirmación heurística: no hay no-loco. […]
“No conozco a nadie, nos dice Moria, que me conozca mejor que yo”. Se trata nada menos que de la condición de posibilidad de un cuestionamiento del loco que pase por su reconocimiento como ser hablante –paso que Freud daría, separándose así de Charcot, para el tratamiento de las histéricas.
Pero se trata también, puesto que el saber de la locura está radicado en el lugar mismo de la locura, de la instauración de una aserción que confiera su condición de posibilidad a lo que hemos designado como la transferencia psicótica, que ante todo es una transferencia al psicótico (Allouch, 1993, pp. 21-22).
Más que proponer una continuidad o repetición entre las afirmaciones de Allouch en aquel texto y el posfacio 2021 de Letra por letra, habría también aquí –como permite señalar una lectura de sus reelaboraciones a lo largo de los años–, un retomar en el que algo cambia. Unos años después de la primera publicación de Letra por letra, la apuesta con Erasmo fue perturbar la triada psicopatológica perversión, neurosis, psicosis; ahora con Foucault ya no es solamente la patología lo que está en cuestión, sino la lengua que la hace posible; ya no se trata de transferencia psicótica o al psicótico, sino llevando más lejos la afirmación no hay no-loco, la lengua se revela loca.
En la primera parte de esta exposición procuré problematizar la importancia de prescindir de la alteridad psi; ahora subrayo que dar lugar a la alteridad literal implica no resistir a los atentados contra la lengua como código, que aparecen al hablar asociando libremente, locamente. Entonces, no solamente la locura o la literatura, sino también la lectura literal en el análisis perturba la lengua como código y la aparente solidez de la individualidad asignada por la disciplina. La letra se revela potencialmente perturbadora, no patologizante, no individualizante, no causalista, no familiarizante, abriendo así brechas en los códigos culturales basados en la separación razón-locura con los que operan la psicología y la psiquiatría. Los efectos de la lectura literal, al ser exquisitamente singulares, tampoco permiten poner en circulación fragmentos inmarcesibles de saber que conformen claridades domesticadoras: su carácter de acontecimiento les da la cualidad de un relámpago, una iluminación efímera, donde lo que importa no es la “verdad” así producida, sino como apuntó Foucault, sus efectos de contragolpe (2006, p. 34). Podríamos referirnos a estos efectos con George-Henri Melenotte, quien escribe a propósito de Lituraterre: “cuando se rompe el significante, el goce “fabrica goce” por el efecto que produce: es decir, su disipación en pequeñas cantidades que caen como lo hacen las gotas de lluvia. Al caer vendrán a tachar lo real. Esas cantidades trazarán la letra: fabrican la letra” (2022, p. 97). No hay ya producción de individuos mediante dispositivos de normalización, sino una perturbación que afectaría aquello que supondríamos “ser”.
Pero si el análisis así planteado no produciría un sujeto con un “sí mismo” conciso, ¿cómo podría conducir esa experiencia en el lenguaje a poner en obra la libertad? Tal vez sea un efecto más de la disciplina el suponer indispensable robustecer alguna versión del “individuo psicológico” para ejercer la libertad. Por su parte, esa “confirmación del acento lacaniano dirigido a la escritura de la letra” recibida de Foucault, la alteridad literal, apunta hacia otra insospechada posibilidad:
Los actos críticos se multiplican en el momento mismo en que el sujeto de esos actos está en trance de borrarse. Como si esos actos nacieran de ellos mismos en una suerte de anonimato, a partir del lenguaje. Función general, sin organismo propio (Foucault, 2019, p. 133).
Notas
(1) George-Henri Melenotte ha publicado recientemente un estudio que retoma las complejidades de la noción de letra en Lacan a lo largo de los años: La insistencia de la letra en lacan, el entramado de la ausencia, Epeele, México, 2022.
(2) María Inés García Canal, dedicada lectora de quien recibí un método de lectura de Foucault, consideraba tal la premisa principal de El orden del discurso.
Referencias
Allouch, Jean (2021), La alteridad literal. Posfacio 2021 Letra por letra, México: Epeele.
Allouch, Jean (2009), Letra por letra. Traducir, transcribir, transliterar, México: Epeele.
Allouch, Jean (2017), No hay relación heterosexual, México: Epeele.
Allouch, Jean (1993), Perturbación en pernepsi, en Litoral 15, Saber de la locura, Córdoba, Argentina: Edelp.
Allouch, Jean (2006), “Spychanalyse”, en Me cayó el veinte n. 13 Alles Gute Geburtstag! Herr Professor Sigmund Freud, México: Me cayó el veinte.
Bersani, Leo (2011), El cuerpo freudiano, psicoanálisis y arte. Buenos Aires, Argentina: El cuenco de plata.
Davidson, Arnold I. (2004), La aparición de la sexualidad, Barcelona, España: Alpha Decay.
Foucault, Michel (2019), Folie, langage, littérature, París, Francia: 2019.
Foucault, Michel (2002), Historia de la sexualidad I, la voluntad de saber, México: Siglo XXI
Foucault, Michel (2009), El orden del discurso, México: Tusquets
Foucault, Michel (2005), El poder psiquíatrico. Curso en el Collège de France 1973-1974, Buenos Aires, Argentina: Fondo de Cultura Económica
Foucault, Michel (2006), La hermenéutica del sujeto. Curso en el Collège de France 1981-1982, México: Fondo de Cultura Económica
Foucault, Michel (2002), Los anormales, Curso en el Collège de France (1974-1975), México: Fondo de Cultura Económica.
Lacan, Jaques (2003), La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud, en Escritos, tomo II, México: Siglo XXI.
Lacan, Jaques (2021), Lituratierra, en Otros escritos, Buenos Aires, Argentina: Paidos.
Melenotte, George-Henri (2022), La insistencia de la letra en Lacan, el entramado de la ausencia, México: Epeele.
Moisés Hernández Carrasco practica el psicoanálisis en la Ciudad de México, es miembro de la École lacanienne de psychanalyse y forma parte del comité de publicaciones de Editorial Psicoanalítica de la Letra (Epeele).
Contacto: mhdezc@gmail.com /@MoisesHdezC