“Las palabras, primitivamente, formaban parte de la magia y conservan todavía en
la actualidad algo de su antiguo poder. Por medio de palabras puede un hombre
hacer feliz a un semejante o llevarle a la desesperación; por medio de palabras
transmite el profesor sus conocimientos a los discípulos y arrastra tras de sí el
orador a sus oyentes, determinando su juicios y decisiones. Las palabras
provocan afectos emotivos y constituyen el medio general para la influenciación
recíproca de los hombres. No podremos, pues, despreciar el valor que el empleo
de las mismas pueda tener en la psicoanálisis, y asistiríamos con interés, en,
calidad de oyentes, al diálogo que se desarrolla entre el analista y su
paciente”
Sigmund Freud: Lecciones introductorias al Psicoanálisis – tomo 16 p.2126
Nuestra invitación siguen siendo la misma que hacía Freud, venga y diga, hablé, lo escucho, se trata de dar lugar a la palabra y no acallar el síntoma, pues sabemos que en la palabra reside la vida, que entre palabras parpadeantes y a veces esquivas está el sujeto que habla sin saber qué dice, y que hilvanando sus palabras se reconoce como uno entre otros.
En nuestra práctica cotidiana convivimos con el intento de reducir la palabra a un índice, no se escucha, se mide, se evalúa, se administran técnicas, y se administran fármacos en un intento siempre fallido de reducir el malestar y anular el síntoma, aunque sea a costa de aniquilar la existencia del sujeto que habita dividido en lo que alguien tiene para contar. Pero no son solo las nuevas ciencias neuras y sus siglas las que ponen en peligro esa existencia posible, también los analistas podemos resistirnos a escuchar en nombre de la brevedad del tiempo y la pureza del acto. Se trata de que alguien habla y alguien escucha y también da el tiempo para que aquello que deba ser dicho se diga. Por eso estas historias, historias clínicas.
Algunos relatos captan la instantánea de un primer encuentro, los efectos que produce cuando el que habla descubre que no está siendo evaluado, medido, juzgado, observado, sino solo invitado a hablar y quien lo escucha le da el tiempo para que esa palabra haga su recorrido y ubique. Otras historias en cambio contarán un camino que se desplegó en el tiempo, a veces años y los efectos que esto produjo. Sólo historias, historias clínicas.
Hace años empezó esta degradación.
En un manual de psiquiatría dirían que el comienzo fue de manera insidiosa y lenta, pero progresiva y con aspiraciones de irreversibles. Primero comenzamos con el ADD, a veces con H, a veces sin la H, por que es muda, como pretenden que seamos todos, y como no bastó pasamos al TGD. Como un virus de reproducción anómala y perniciosa, las siglas se reproducen y nuevas mutaciones infectan el ambiente, no hay TOD que sirva contra la proliferación de los TOCS; los TEA; los TEC y los TEL que avanzan seguros de sí, confiados y deshonestos, dejando pingues ganancias, no por supuesto a quienes etiquetan. Y hace años, que damos humilde batalla, cuerpo a cuerpo, uno por uno, junto a otros, por supuesto. Aquí va un pequeño combate.
De Paraguay con amor.
La mujer tenía una edad difícil de calcular. Robusta, curtida, la mirada dura y oblicua, manos ásperas, de trabajo, grandes. No me sorprendió cuando acusó veintiséis años, había andado mucho y duro. Venía a verme por el hijo. Un bombonazo de tres años que se sentó a su lado, puro ojos, ojos que se comían el mundo y que sin perderme de vista, disimuladamente, jugaba con la silla giratoria. La mamá, Carla, presentó papeles, una receta, una orden de derivación del neurólogo, un diagnóstico presuntivo de T.E.A. En el breve resumen de la H.C. se explicaba que el T.E.L. debía ser investigado y que era recomendable un tratamiento intensivo multidisciplinario, para lo cual aconsejaban la obtención del pertinente certificado de discapacidad.
Carla transmitió un dolor tan visceral cuando pronunció la palabra discapacidad, que el aire mismo se podía cortar por su densidad. La vida de Carla no fue fácil. Ni antes, ni ahora. Sin futuro en su tierra, se mandó mudar lejos y la peleó como pudo. Cuando supo que el crio estaba en camino no lo dudó, aunque sabía que iba a ser más difícil aún, estaba sola para afrontar el reto, igual era un triunfo, un regalo de la vida, vida puta, como dijo entre labios apretados, que hasta el momento no le había dado nada. Iba a seguir trabajando como siempre, pero al menos estaría Joaco para justificar su sacrificio. El nene iría a la escuela, con zapatillas limpias, llevaría una vida mejor, era una promesa, una oportunidad y con esas ilusiones lo fue a anotar en la escuela. Ahí comenzaron los problemas. Joaquín no habla, y eso está muy mal dijo la directora con la autoridad que da la docencia, y Carla se sintió culpable de haber hecho mal otra vez las cosas. Lo llevó al hospital y lo derivaron al neurólogo. En quince minutos, el profesional escribió las órdenes. Paternalista, profetizó: Lo mejor en tu situación será que saques un certificado de discapacidad, de esa manera vas a poder hacer los tratamientos sin pagar, incluso te pueden llevar al chico en un remis hasta el consultorio de la psicóloga. Un verdadero filántropo el hombre.
Y aquí están Carla y Joaquín con la sentencia sobre sus cabezas, de que ni siquiera esta vez sus sueños serán posibles si el chico es un discapacitado. Mientras escuchaba a Carla, saqué una pelota de goma del cajón. Me la regalaron con una publicidad, ideales para apretujar el stress, la tengo a mano para ocasiones como está. Empezamos a jugar. Yo le pasé la pelota, haciéndola rodar despacio por el escritorio desde mi lugar hasta él y tímidamente la atajó y me la devolvió. Los primeros pases fueron suaves y a medida que ganaba confianza el juego tomó vigor. Carla seguía hablando y entre las cosas que contó me informa que Joaquín tiene hambre que por eso se mueve en la silla, algo sorprendente por cierto que la madre lo supiera sin mediar palabra. Le pregunto entonces a Joaco si quiere una galletita y asintió con la cabeza. La mamá nos autorizó a ir hasta la cocina a buscar galletitas. Volvió con las manos llenas.
Le pregunté entonces a Carla si ella hablaba con Joaquín y me respondió que no, un no rotundo que luego explicá: se levanta muy temprano, a las cinco de la
mañana está tomando el colectivo y vuelve pasada las veintidós, trabaja mucho es cierto, pero a su niño no le falta nada. Por eso no hablan, ella se va y vuelve cuando el niño duerme y trabaja de domingo a domingo, hoy pidió unas horas en el trabajo, por su hijo por supuesto, sino no descansaría.
Mientras su mamá trabaja Joaquín se queda con la tía. La hermana vino de Paraguay para cuando nació el crio. ¿Entonces tu hermana habla con Joaquín? Claro que no, me corrigió convencida Carla, ¡se lo tengo prohibido! Casi con vergüenza y apurada por mis preguntas, me cuenta que su hermana no habla castellano, solo guaraní. ¿Y por qué no le habla en guaraní? Eso nunca sentenció muy dura, Joaquín no va a hablar guaraní.
El guaraní es su lengua, la lengua testigo de sus humillaciones y carencias. En Paraguay no la pasó bien y en Argentina dolió y mucho la discriminación. Sin ofender, aclaró, me decían paragua, me trataron mal, se reían de mí cuando no sabía una palabra y cualquier boludo, disculpe por lo de boludo, pensaba que tenía derecho a cogerme sin más porque yo no tenía donde caerme muerta. Pero para Joaquín va a ser distinto, a él no lo van a tratar de Paragua, lo van a respetar, el va a hablar como argentino que él es, y todos lo van a respetar.
¿Cómo hablar si tu lengua está vedada?, ¿cómo hablar si no se quiere escuchar la marca del origen? En eso estamos con el amigo Joaquín. Acordamos con su mamá que no hace falta ningún certificado de discapacidad, y para empezar no serán necesarios tantos tratamientos y gastos en medicaciones, lo verá una analista que va a jugar y hablar con él y con ella.
Pasaron casi seis meses de ese primer y único encuentro con Carla y Joaquín. Algo ahí se orientó en una dirección.
Hoy llamé a la terapeuta que está atendiendo al bombonazo porque Carla me dejó un pan dulce de regalo en la recepción con el pretexto de la navidad cercana. El pan dulce hecho por ella, me lo cuenta en la tarjeta que dejó donde anotó unas pocas palabras que dicen: Che Aguijevete ndéve . Por supuesto usé el traductor de Google y me emocioné.
Por si les interesa saber, el niño habla hasta por los codos, a veces en guaraní, a veces en castellano, le encanta jugar a la pelota y por el momento no va a continuar ningún tratamiento, va a empezar una colonia de vacaciones para estar entre niños y así se va adaptando a su ingreso a la escuela, otra escuela que la primera a la que fueron a pedir vacante y lo mandaron al hospital.
Y Carla, cuando pueda, una o dos veces al mes, va a salir antes del trabajo y va a ir a conversar, tiene mucho que aclarar. Yo conjeturo que tal vez deba reconciliarse con su origen para dar lugar a algún futuro de ella y de su hijo. Mientras tanto, los laboratorios podrán sobrevivir con un paciente menos del cual ocuparse.
Patricia Martínez.