Lenguaje inapropiado. Por Gabriela Pedrotti.

Donde el lenguaje termina, comienza no lo indecible

sino la materia de la palabra.

Giorgio Agamben

Habrá que introducirse en la materia, ahogarse

en ella y comprenderla en su interior,

los verdaderos pensamientos nacen al tocarlos.

Jean-Luc Nancy

Comenzando a mirar una serie en Netflix, aparece un pequeño cartelito a la izquierda que dice: “lenguaje inapropiado”. Me detuve en él preguntándome: ¿entonces hay un lenguaje apropiado?

El lenguaje singular, particular, ese que llamamos lalangue, aquel que aprendemos antes de las leyes de la gramática, es siempre inapropiado. Cambio de canal y aparece –se entromete, como suele pasar– el sexo.

Lo inapropiado es lo sexual. La irrupción de lo sexual hace al lenguaje inapropiado.

Hay lenguas propias, apropiadas, mecánicas, objetalizadas, anémicas, sin color, sin sabor, sin textura. La lengua nos habla, no la tenemos, ella nos tiene. Nos alberga, nos expulsa, nos contiene, nos fatiga, nos calla, nos agrieta, y así nos hace. Los traspiés, los desvíos, las vergüenzas, no son más que la expresión de la piel de la lengua y sus poros. La lengua nos viste o nos desviste de acuerdo a la ocasión.

En la poesía y el psicoanálisis subvertimos lo corriente de la lengua y, en esa subversión, la abrimos, nos dejamos habitar por esos agujeros negros que nos hacen, muchas veces, no saber ni qué decimos ni qué hacemos.

Se cuela esa materia indecible, insípida e incolora hasta que el decir singular le va poniendo coloratura, forma y volumen.

Agujeros que denuncian al ser sexuado, habitado por lo que pulsa a través de ellos, lo que punza, por lo que es pulsado. Pulsionante y pulsionada, la sexualidad se va colando en la lengua y nos denuncia su estofa.

Lo propio se escribe con el otro. No dominamos al lenguaje, él nos tiene, y en ese lazo inédito que propone un análisis se despliega lo mal editado (mal apropiado) para reeditar, rescatando el saber que lo vivido ha depositado en cada quien encontrándole su música cuando se perdió, ahuyentando los monstruos cuando aparecieron, despejando las voces que golpean sin hablar. Las palabras pueden lastimar o acariciar, pero lo que las tracciona y mueve nos es inefable. El inconsciente es a veces para el analista un buen conductor, desatando nos ayuda a armar de nuevo y a conquistar también otro montaje, recorriendo palabras y agujeros. Pero a veces es el desgarro, el atropello, lo violento. La lengua no alcanza, no llega a tropezar, a equivocar, se agazapa sobre sí misma por ser ya aplastamiento; el yo pierde sus herramientas escénicas. La voz acallada funciona como cobijo de un silencio que no es descanso, sino secuestro de una voz que no encuentra su grafía donde hacerse sonar.

Esa voz, podría ser tomada por el analista, tal vez para escribir lo que nunca podrá ser dicho. La sexualidad se enreda en la lengua y arma líos.

Buscamos subvertir la lengua, abrir el más allá, equivocarla y ubicar el agujero que el vacío se tragó; el agujero por donde aparece lo pulsional se recorre y recorta con palabras. La poesía, dice Lacan, es efecto de sentido y de agujero. También nos advierte de que buscando el verbo encontraremos al sujeto. El sujeto, a veces preso en su decir, agoniza, se corroe, se desmaya en su quehacer, perdiendo ese lugar por donde hacer puente entre la palabra y lo que lo causa. Tristezas infinitas, apatías, malhumor por un poema que perdió el rumbo. El poema, el aliento, ese que se va escribiendo sin nunca encontrar al autor. Y entonces las palabras se vuelven ruidos o silencios despiadados, sin timonel, territorios anónimos que nos hacen funcionar como máquinas o sujetos apropiados.

Cuenta Cortázar, en una de las charlas dadas en Berkeley, Estados Unidos, que en un momento envía a corrección unos cuentos que iba a publicar en español y la correctora se lo devuelve con una cantidad de comas tal que cuando lo leyó parecía un mapa indígena, con flechas para todos lados. Finalmente escuchó que era otro texto distinto al suyo, por lo cual decidió no hacerlo, a pesar de que la corrección fuera no daba cuenta de su modo de escritura. No necesariamente el estilo está del lado de lo correcto.

Por eso considero tan importante el lugar de la ficción en un análisis, que permite hacer pasar de otro modo un relato. Y allí decir alguna verdad en un modo distinto a cómo había sido dicho hasta ese momento. Esto es lo que Fernando Ulloa trabaja tan bien en su libro Novela clínica psicoanalítica, acerca del novelar la posibilidad de crear una ficción que no pretende fetichizar la realidad sino que trabaja los hechos hasta acceder a los datos de un modo que le permite desarmar el paradigma que los hizo posibles y proponer uno nuevo. Así los modos novelados suelen anecdotizar los primeros tiempos en los que se intenta dar un rumbo otro a un origen que insistentemente aparece sino por repetición. Dice Fernando Ulloa:

“Desde una perspectiva psicoanalítica, cuando se cuenta una historia y más si es personal, entra a contar, en sentido de pesar, otra historia, la que el estilo trasunta, que como música de fondo habla del que está hablando. Mao Tse-tung sostenía que recuperar desde hoy el sentido válido del ayer era una manera de dignificar la tradición. Eso mismo ocurre cuando alguien, al analizar críticamente un comportamiento, aun el propio, logra resignificarlo. Se trata de abordar la novella –en el sentido de noticias nuevas– recordando la novela familiar neurótica y el papel que juega esta observación freudiana en la constitución del sujeto infantil. Sería algo así como encontrar aquella ficción que permita resignificar, o hacer entrar, o configurar los hechos, en una perspectiva que los torne aceptables”.

La lengua está seca cuando lo erótico ha encallado en sufrimiento. Entiendo que lo que hacemos los analistas es devolverle a las palabras el misterio. Hacerles decir lo que callan. Es el amor, muchas veces de transferencia, quien vuelve a lubricar un decir conteniendo lo incontenible.

Hay quienes viven en el pasado eternamente presente, otros en un condicional constante, otros en un futuro perfecto. Modos que establecen condiciones de goce y gracia. La apropiación de la lengua es, por instantes, relámpagos, la apropiación de un pedazo del poema que aparece al escribirse.

Que algo toque, que nos haga cuerpo, que nos olvide el organismo doliente, es hacer carne a la lengua. La lengua sin carne no es materia viva, la lengua encarnada es la que, al decir de Nancy, puede vibrar con otro, puede recuperar la resonancia que la hace sensible y singular, la única que permite una vida en la vida.


9f4d827c-c573-4af2-bf85-a336b45ec087Nació en un verano porteño. Pasó su infancia en el sur del conurbano bonaerense, Berazategui , y su adolescencia en una ciudad vecina, Quilmes. Se recibió de Lic. en Psicología en la Uba, con la primer camada del CBC, cursando a la par la Carrera de Psicología Social de Pichón Riviere. Mientras se formaba en Psicoanálisis en la Escuela Freudiana de Bs As , comienza a trabajar con Fernando Ulloa, siendo co-fundadora del grupo H8 de intervenciones institucionales. Es A.M.E. de la Efba y dicta seminarios de fundamentos y también los llamados en Nombre propio. Es co-autora del libro «lo indecible sustraído a la nada «, libro escrito en dos idiomas, italiano y castellano, producto de unas jornadas sostenidas en Italia acerca de la Poesía y el Psicoanálisis. Su gusto por el trabajo con la lengua se juega también en el campo de la Poesía, dando nacimiento en el 2017 a su poemario «Conjugada «. Actualmente está por dar a luz su primer libro como autora en Psicoanálisis «La escritura de lo íntimo».

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