Por Gisela Avolio.
Editorial, Helga Fernández.
-¿Cómo descubriste el psicoanálisis?
Desde pequeña me ponía a escuchar el silencio que nos rodea. Estábamos todos envueltos en un silencio que iba por arriba de lo que se pudiera decir. Como una gran mímica del habla pero envuelta en un rumor, en un murmullo sin nombre. Creo que no puedo fechar desde cuándo me sentí imantada por ese silencio, por esa intuición de otra dimensión que nos envolvía invisiblemente y que, por momentos, nos mostraba como marionetas del lenguaje, intentando tomar la palabra para salirnos de ese ser hablados.
Sin saber cómo se llamaba, puedo decir que la gramática siempre me atrajo al punto que jugaba con ella para fugarme a veces de un dolor que portan las unidades mínimas de sentido, esas que solemos llamar semas. Me ponía a escuchar el ritmo que marca la puntuación de un decir, las distintas respiraciones, la de un punto, una coma, una enumeración, las respiraciones de una vacilación, el golpe de una certeza, el aire de un tal vez. Luego volvía a escuchar el contenido, las palabras y sí, efectivamente se había pronunciado un quizás o se había erectado una palabra en forma de orden. El juego se trataba de poner a prueba, si a esa duración de aire le correspondía tal o cual palabra, imagen. Me aliviaba estar con personas que estaban en el hueco que señala un subjuntivo, pero también me daba miedo. Fue con demora que pude elegir quedarme de ese lado del lenguaje.
Un trabajo de hormiga. Así llamaría a otro gran entretenimiento de chica, mi juego favorito en las siestas calurosas del pueblo donde nací, era seguir con mis ojos el recorrido que hacían las hormigas, buscando hojas verdes para transportar hasta su hormiguero antes de que llegara el invierno. Minúsculas, sublimes. Cuidaba que no fuesen interrumpidas por algún pisotón de alguien que no pudiera verlas. Cuando era niña me gustaba dibujar puntos en un papel, esos que llaman puntos de fuga, y trazar perspectivas. ¡Era maravilloso ver aparecer horizontes sobre una hoja en blanco que antes no existían!
Un día en la universidad, una profesora escribió en el pizarrón el esquema que Lacan enseña en el seminario sobre la angustia, donde mostraba un tiempo mítico del Sujeto y el Otro, luego una división que dejaba un resto. Una minúscula diferencia entre los dos. Era Lacan. Y ella, Elena Jabif. Quiero nombrarlos porque fue a través de cada uno de ellos que fui entrando en un discurso. Elena me invitó a una jornada aniversario de la muerte de Freud que se realizaba en la Escuela Freudiana de Buenos Aires y ahí me encontré con Héctor Rúpolo y la metáfora, un transporte que permitía despegar un sentido anquilosado para transformarlo en hojas verdes que podían guardarse en reserva en un bolsillo-hormiguero, ya que todo sonaba a un trabajo de hormiga (que como les conté admiraba por la dignidad de lo paciente).
Casi al mismo tiempo que escuché la metáfora paterna también escuché un día al abrir la puerta de un seminario en esa misma escuela, a un analista que decía que la estética es un tratamiento que se le da a lo real. Era Daniel Paola.
Cada uno de esos encuentros los reconozco como uno de esos momentos donde unna palabra verdadera viene a poner palabras a un sufrimiento y lo libera. Pero fue muchos años después que pude empezar a ocuparme en la experiencia de buscar cada vez una estética para que una palabra envuelva el enigma que se mueve bajo una piel, y al mismo tiempo, conserve el límite de un ombligo que nos haga seguir soñando.
Tal vez siempre estuve comprometida del lado de lo desconocido, del porvenir y practicar el discurso del psicoanálisis me hace posible enlazarme al mundo desde ahí.
– ¿Qué crees que el psicoanálisis puede aportar a la contemporaneidad?
Creo que lo que el psicoanálisis puede aportar a la contemporaneidad es el psicoanálisis mismo. En este sentido me siento comprometida en la extensión del psicoanálisis. Me pregunto: ¿a quiénes nos dirigimos para dar cuenta de la existencia de este particular modo de tratar con el lenguaje? ¿A quiénes nos dirigimos para demostrar que esa falta de sentido que acarrea malestar, para la cual el mercado propone remedios específicos que calman el desasosiego, esa falta de sentido inaugural, esa ausencia, en el encuentro con un analista, puede volverse una ausencia operatoria que puede transformarse en el motor de una vida?
No se trata de un discurso que trae la Respiración Suprema ni tampoco convertirnos en misioneros de la verdad, pero me pregunto por qué dejamos esa falta de sentido en manos de las respuestas que ofrece el mercado. ¿Por qué no hablamos de ella como lo que es? Una falta que se origina en ese desgarro con el que el deseo tembloroso y vacilante de unos padres nos infectó de lenguaje, una falta de amor, ese punto infinito de dolor que toma distintos rostros de abandonos y ausencias. Si todos, un poco balbuceamos esa carencia, ¿por qué no nos dirigimos a otros para mostrar qué se puede hacer con eso en una experiencia analítica?
¿Por qué no hacer saber que el psicoanálisis es una apuesta contra el escepticismo y la depresión de esos cuerpos que caen agotados de esa carrera hacia la ilusión de progreso que impone lo contemporáneo?
Lacan nos pasó un cuerpo teórico sujeto a una lógica que puede prescindir de él para que siga pasando a condición de que cada quien que se anime en este discurso vuelva a pasarla por su cuerpo, es decir, por su imaginario, para que siga pasando lo vivo de este discurso y no se transforme en una lengua muerta llena de raíces disecadas. Estar en lo contemporáneo, creo, es estar en lo que pasa y eso no sucede si no nos colocamos ahí, para que pase.
Fernanda Restivo nació en Azul en 1967. Realizó sus estudios universitarios en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Se dedica a la práctica del psicoanálisis en su intensión y su extensión. Es por esta razón que desde los inicios de su formación ha sido miembro fundador de Triempo Institucion Psicoanalítica. En la actualidad forma parte de la Escuela Freudiana de Buenos Aires. También integra distintos grupos de trabajo de Convergencia, presentaciones de artículos individuales, grupales y colectivos e integra la editorial Nocturna, que se propone colaborar con la difusión del psicoanálisis.
Gisela Avolio, actualmente trabaja como analista, es miembro fundadora de la Escuela Freudiana de Mar del Plata, y miembro de Fondation Européenne pour la Psychanalyse. Fue Residente de Psicología en el Htal. Subzonal especializado Neuropsiquiátrico Dr. Taraborelli (Necochea, Bs. As.). Dicta clases en las actividades de la Efmdp, y allí coordina el dispositivo Práctica psicoanalítica con Niños y Adolescentes, desde 2010; actualmente es docente y supervisora de la Residencia de Psicología Clínica de los Hospitales Provinciales de Necochea y Mar del Plata. Y dicta clase anualmente en Centre IPSI de Barcelona. Desempeña la práctica del psicoanálisis en el ámbito privado.