Dos preguntas a Roberto Consolo.

Por Gisela Avolio.

Editorial, Helga Fernández.


-¿Cómo y cuándo descubrió el psicoanálisis?

-Entiendo que es una pregunta muy personal, hasta íntima, así que en este pequeño relato voy a tratar de responderla de ese modo, con el candor y el fulgor de aquel momento:

Un mediodía soleado caminaba por la Avenida 7, en La Plata, cuando me detuve en uno de los tradicionales puestos de revistas. Por ese entonces estaban rebosantes, se leían más revistas papel que ahora. Algunas eran formas populares de resistencia a la dictadura y también eran modos de encontrarnos en intereses comunes, en gustos, en ideas, que a veces no contaban con muchos más espacios que esas pocas páginas   unidas por dos ganchitos en el medio. Hoy, las revistas digitales, nos mejoran y multiplican las opciones, aunque la esencia de ese encuentro de palabras creo que por fortuna sigue siendo la misma. En el fárrago de publicaciones expuestas a la venta, observo que publicitaban una nueva edición de libros de kiosco, esos de bajo costo. Desde hacía poco la democracia empezaba a producir un gran empuje cultural con muchas expresiones. Varios autores consagrados formaban parte de la colección y entre ellos estaba Freud. Recuerdo que junté hasta las monedas que tenía en el bolsillo y compré dos, así era la oferta, el tomo uno de “La interpretación de los sueños” y otro de Herbert Marcuse, creo que era “El hombre unidimensional”. Desde chico había sido un lector empedernido de cuanto cayese en mis manos, esa antigua forma de viajar desde la silla hacia otros mundos, aunque hasta ese momento, no sabía muy bien cuál era el mundo del que me quería ir. Por ese entonces cursaba quinto de medicina y hacía varios años que era ayudante alumno de anatomía en la sección de neuroanatomía. Es decir que me pasaba días enteros en el laboratorio de la morgue de la facultad, en el subsuelo, disecando los encéfalos que retiraba de los cráneos impregnados de formol, en forma minuciosa, para hacer los preparados de estudio. Lo hacía como colaborador de investigaciones científicas académicas y, sin saberlo, en una misteriosa búsqueda personal de vaya a saber qué asuntos. No mucho después de haberme encontrado con Freud, entendí que la causa de mi malestar no estaba alojada en el cerebro. Así fue que empecé a leerlo y rápidamente quedé hipnotizado. Hasta ese entonces Sartre, Cortázar, García Márquez, Borges y algunos otros, eran mis autores de cabecera, valga la ironía, pero había aparecido uno que era absolutamente distinto a todos. No sólo me producía un interés apasionante, sino que a medida que avanzaba por su obra me interpelaba, me obligaba a preguntarme sobre lo que rechazaba de mis fueros más íntimos, esos  sufrimientos difusos, opacos, que formaban parte de todos los días. Y encima se me escapaba todo el tiempo, porque cuando empecé a leerlo no podía atraparlo en mis habituales resúmenes, eso sí que al principio no lo entendía. Medicina era una carrera bella en sus contenidos y en sus intereses, tenía prácticas y también había que estudiar mucho, muchas horas. Muchos meses del año, ocho, diez horas por día más o menos, sino uno se cronificaba. Así se le decía a los que se quedaban rezagados por años en la carrera, los crónicos. Para mí eso era inadmisible, pero como tenía que trabajar y estudiar era una complicación. De todos modos me iba bien, estaba conforme y había encontrado un modo, no muy original, que me ayudaba a estudiar con intensidad y acotar los tiempos. Mi compañero, con el que estudié la carrera casi de punta a punta, leía del libro en voz alta, decía que sino no le quedaba nada, pero leía muy bien, mientras tanto yo hacía los resúmenes. Es decir que la carrera prácticamente la escuché leída por Miguel. Hacíamos buen equipo. Con el tiempo los resúmenes empezaron a salir rápido y bastante buenos, algunos tan buenos que llegaron a hacerse conocidos, los compañeros nos los pedían para estudiar las materias y se los iban pasando. Pero con Freud no, no podía hacer eso de lo que me jactaba y la verdad que me molestaba mucho, me intrigaba lo que sucedía en el interior de esos textos que se resistían a mi técnica. Obviamente que desarrollaban otra lógica, pero en aquel momento no hubiera podido decirlo de este modo y hasta creo que ni siquiera entenderlo antes de haberlo comprobado por mí mismo. Lo cierto es que hasta entonces casi con cualquier autor podía llegar a hacer hasta un cuadro sinóptico si quería, pero con Freud, otra vez no. Lo leía cautivado, iba y venía con admiración por el texto y precisaba de tantas concurrencias, hacer esquemas que inventaba para entenderlo, de tantas referencias y aclaraciones, que los resúmenes terminaban siendo casi tan largos como los capítulos.  Creo que a la semana salió publicado el tomo dos de la interpretación de los sueños, estaba lleno de errores de tipeo, pero me impactó. Ese libro sí que me resultó ¡impresionante! Inmediatamente fui a la biblioteca y leí el estudio comparativo de las parálisis motrices orgánicas e histéricas, que me cuestionó de un plumazo casi todo lo neurológico, y luego vino la psicopatología de la vida cotidiana y después ya no sé cuántos ni cuales más, pero en un momento no tuve otro remedio que comenzar un análisis. Estaba entre la fascinación de un descubrimiento precioso y el principio de mis preguntas más difíciles. Una verdad tan cruda como el malestar, había quedado sin querer a cielo abierto. Además sentía de un modo todavía inespecífico, que no podía seguir leyéndolo con honestidad sin analizarme. Creo que en esa incipiente percepción ética, algo había cruzado un límite. La razón de corte científico con la que entendía el mundo estaba en crisis. Esa razón hermana de la lógica con la que nos educan prácticamente desde la primaria, que acumula en los márgenes dela lógica formal los prejuicios sobre la causa y el efecto y, con la misma indulgencia, cabalga a toda prisa sobre el sentido común. Así fue como pensé que todos los planes de lo que debía suceder a partir de ese momento, los tenía que decidir, solo y soberano. Recibirme, dejar la medicina y dedicarme al psicoanálisis. Y en poco tiempo así ocurrió. Pero fue mucho después cuando me enteré que desde que me había encontrado con Freud, ese mediodía tierno frente al puesto de revistas, algo se había puesto a cocinar en mi caldero sobre un fuego feroz, casi sin mí. La convicción que me produjo la eficacia del inconsciente pudo convertirse en un deseo nuevo y el acto subjetivo de aceptarlo, siempre lleva  implícito lo que el deseo hace con la flecha del destino. No importa el momento, ni las crisis que haya que atravesar. En el medio de todo esto, Lacan, el oportuno, no tardó en llegar, y esa sin dudas que fue otra revolución. Pero ya estábamos del mismo lado.

 

-¿Qué considera que el psicoanálisis puede aportar a nuestra contemporaneidad?

-El psicoanálisis como praxis -teoría y práctica juntas en acción recíproca- sabemos que implica un anudamiento triple que ya nos planteó Freud y del que nunca se desentendió Lacan; y es que es a la vez un trabajo de cura, de transmisión y de investigación. Estas tres dimensiones tienen efectos desglosables que impactan en el otro que constituye la dimensión subjetiva de lo contemporáneo. No sólo en el analizante, eso es lo inmediato y aceptablemente obvio, sino sobre el conjunto amplificado de nexos, relaciones e influencias. El acto analítico implica un efecto sobre la verdad y los goces del sujeto, que de diferentes modos no sólo ponen en cuestión la relación al otro, sino que a la vez la modifica y a veces de modo innovador. De aquí deviene una parte de las transferencias y de la creencia socialmente reconocible de que el psicoanálisis tiene efectos sobre el dolor privado, Íntimo y que esto incide sobre lo familiar, lo social, lo público. Bueno, eso que llamamos junto a Lacan y con la necesaria cuota de ambigüedad, el Otro. Tampoco es como para brindar de optimismo, sabemos que hay un poder monstruoso contra el que se enfrenta la palabra, cualquiera sea, que pretenda tener algo que ver con el deseo y con la libertad. Hoy existe la desmesura de un poder que a mi gusto, sin la ausencia de amos, ya está fuera de control, lo que nos enfrenta a un presente peligroso y al mismo tiempo no deja de ser una extraña oportunidad. La  contemporaneidad gobernada en las sombras por una conspiración teleológica, siempre ha sido un tópico muy sabroso a la fantasía neurótica, porque es uno de los tantos modos de creer que hay un Otro consistente donde debieran estar las respuestas, como una dimensión de Dios o de Google. Pero el psicoanálisis como investigación, más allá de la dimensión subjetiva a la que se dedica en esencia, también produce efectos por fuera de nuestro campo específico. Proporciona una invaluable herramienta conceptual ya probada, que aporta junto a distintos campos del saber lecturas, y en ocasiones claridad, a lo que hacemos los seres hablantes cuando nos reunimos para habitar un conjunto común. Como vemos,  entiendo que lo contemporáneo es una preocupación constante para el psicoanálisis. Cuando Freud es consultado por la naturaleza de la guerra en la correspondencia con Einstein, responde desde el psicoanálisis con la pulsión de muerte. Del mismo modo Lacan, en su momento, nos habla de los campos de concentración y hasta llega a formalizar al discurso capitalista como el más pérfido de todos, por mencionar sólo algunos ítems. Nuestra praxis no está dirigida a la política de la polis, eso está más que claro, aunque no estemos por fuera de sus efectos. Pero también sabemos que la bella indiferencia nunca ha sido una buena posición ética, máxime cuando la comprensión del síntoma pertenece casi con exclusividad a nuestro campo.

 


Roberto Consolo fotoRoberto Consolo: Psicoanalista. Miembro Fundador de la Escuela Freud-Lacan de La Plata. Egresó como Médico de la UNLP. Ex jefe de Psiquiatría del Hospital Mario V. Larrain de Berisso. Ejerció como docente de Psicoanálisis en la Facultad de Psicología de La Plata. Ex presidente de la EFLA. Fue miembro de la Escuela Freudiana de Buenos Aires. Es Director de Hábitos, Servicio de atención de pacientes graves. Dicta sus Seminarios de Clínica Psicoanalítica desde hace más de 20 años. Es autor de numerosos textos publicados en revistas y libros del país y el extranjero y presentados en la Reunión Lacanoamericana y Convergencia.


                                                   Gisela Avolio, actualmente trabaja como analista, es miembro f0064cabb-d1f4-48e7-b20a-602c27c884c1-1undadora de la Escuela Freudiana de Mar del Plata, y miembro de Fondation Européenne pour la Psychanalyse. Fue Residente de Psicología en el Htal. Subzonal especializado Neuropsiquiátrico Dr. Taraborelli (Necochea, Bs. As.). Dicta clases en las actividades de la Efmdp, y allí coordina el dispositivo Práctica psicoanalítica con Niños y Adolescentes, desde 2010; actualmente es docente y supervisora de la Residencia de Psicología Clínica de los Hospitales Provinciales de Necochea y Mar del Plata. Y dicta clase anualmente en Centre IPSI de Barcelona. Desempeña la práctica del psicoanálisis en el ámbito privado.

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