“¿Van a seguir escribiendo? ¿Va haber más de eso?”, nos preguntaron después de la presentación de la nueva sección.
Y nos volvimos a reunir y seguimos pensando (es nuestro modo).
¿Cómo seguir? ¿Cómo ir tirando de alguno de los hilitos que dejamos tendidos?
Surgió la posibilidad de abordar un listado de temas, a la manera de un armado programático, pero preferimos ir deteniéndonos, un poco más espontáneamente en algunas de las cuestiones planteadas en la presentación, para desplegarlas, interrogarnos e interrogar la práctica.
Volver a interrogar, esta vez, nuestro quehacer clínico en el hospital desde el impacto de algunas presentaciones del sufrimiento reveladoras del desamparo de niños y adolescentes, como también desde los nuevos requerimientos institucionales, tanto del hospital, como del estamento judicial y de los organismos de protección de derechos de la infancia y adolescencia
Ese impacto, nos convocó a revisitar el hospital, vivificando nuestra apuesta, re- abriendo viejas preguntas, construyendo nuevas.
Al hospital llegan con más frecuencia que al consultorio privado requerimientos de atención clínica derivadas, “mandadas” por algo que alguien percibe que no anda, o no anda bien.
Es el caso de profesionales de otras especialidades, escuelas, jueces. A veces esos requerimientos llegan exigiendo una respuesta perentoria.
Al hospital, por contar con el dispositivo de guardia, llega también con más frecuencia, la demanda sufriente bajo el modo de la urgencia, de aquello que no admite espera, de aquello que desespera.
Queremos detenernos en abrir aquello que es necesario, para que a partir de estos pedidos se constituya una consulta. Allí donde quien se presenta pone algo de sí allí. Su tema. Su asunto. Su malestar. O a partir de una urgencia, surja la emergencia del sujeto como efecto del encuentro con un analista, aún, o más aún, cuando la escena vacila o está usurpada.
Mirta Guzik. Viviana Garaventa.
¿Estar de guardia ? ¿Estar en guardia? De la des-espera de la urgencia, a la emergencia de lo inesperado. Una apuesta.
Por Viviana Garaventa.
Editorial, Helga Fernández.
El sufrimiento que no admite espera, que des-espera, encuentra en la guardia el dispositivo con el que el hospital responde a esa urgencia. Responder no dice nada que oriente acerca del cómo. Ahí está lo esencial, es en el modo de responder que se juega la posición ética de quién es convocado responder.
La guardia. ¿Por qué ese nombre ?
Acompañados por Foucault encontramos en esa designación lo que persiste como marca del pasaje del hospital nacido como» lugar para ir a morir » a su «medicalización» en el siglo XVII, cuando aparece en Europa la primera gran organización hospitalaria en los hospitales marítimos y militares. Esta reforma no se inicia en el hospital civil ya que no se pretendía que el hospital fuese un instrumento de cura, sino que su función era impedir que el hospital marítimo se constituyera en un foco de desorden económico, sirviendo como «refugio» de contrabandistas, o de desorden médico por la diseminación de pestes de ultramar.
En cuanto al hospital militar, a partir de la transformación del ejército, que se vuelve técnico y costoso por la introducción del fusil, que impone un necesario entrenamiento de los soldados, fue requerido como instancia de vigilancia para que éstos no desertaran, de curación para que no fallecieron por enfermedades antes de ir al frente, y de control para evitar que fingieran seguir enfermos.
¿Qué pervive aún hoy de ese origen de la «medicalización» del hospital surgido para vigilar y disciplinar -antes de su incorporación como instrumento terapéutico a finales del siglo XVIII- en el dispositivo de la guardia en un hospital de niños?
En la guardia, definida como modalidad de trabajo del equipo de salud disponible de forma permanente y abierta para recibir situaciones de gran malestar, algunas con riesgo de vida, conviven diferentes «disciplinas»; algunas como psicología desde hace décadas, otras como trabajo social, abogacía, o la función de acompañantes hospitalarios, fueron incorporadas en las últimos años, para «dar respuesta» a la creciente situación de niños en calle, a las situaciones de violencia de género y contra niños como también en conformidad a la nueva ley de Salud mental.
Por tanto el hospital pediátrico cuenta en su equipo de guardia con psiquiatras, psicólogos, y trabajadores sociales en articulación a una guardia permanente de abogados de derechos de niños y adolescentes.
¿Cómo servirnos de este dispositivo como practicantes del psicoanálisis en el hospital, y no funcionar como sus servidores?
Cada vez que somos convocados, como «la guardia Psi» o » la guardia de Salud mental» es necesario, para preservar nuestra posición ética, ubicar bajo que modo respondemos al pedido que se nos dirige, para lo cual es preciso deslindar qué implica estar de guardia y su diferencia con estar en guardia
Los poetas, entre ellos Borges, han destacado una de las más preciadas riquezas de nuestra lengua, los verbos “ser” y “estar”, que no existen en ninguna otra y que separan lo metafísico de lo contingente.
Bajo este ángulo no es lo mismo » ser el psi de guardia» que da consistencia a un lugar fijo con un saber predeterminado a aplicar, que «estar de guardia», que abreva en la contingencia, en la apertura de la temporalidad.
Considerar el lugar del «psi de guardia» como el de un estado, está más cerca de lo que Freud plantea que no sólo en cada caso, sino en cada sesión, es preciso poner en suspenso la teoría.
En esta perspectiva es preciso también poner en suspenso los requerimientos burocráticos e institucionales del hospital, del ámbitos jurídico o de protección de derechos.
Ponerlos en suspenso, no quiere decir no considerarlos. Suspenderlos primordialmente en el momento del encuentro con el sufrimiento del parletre, pero también en el encuentro con aquellos otros que hablan por el que llega a la guardia: médicos que nos consultan por presentaciones del sufrimiento en el cuerpo que no responde al saber médico; maestros que llegan con niños afectados de un malestar que han podido mostrar o decir en la escuela; operadores de distintos programas que traen niños y adolescentes en situaciones de vulnerabilidad; padres o adultos encargados de la crianza en urgencias cuando la escena en la que hasta ese momento lo familiar se sostenía, tambalea.
La teoría y los requerimientos que ponemos en suspenso enmarcan el encuentro, pero el cuadro se pinta ahí, en ese encuentro, no está pintado de antemano. Es en el modo de estar en ese encuentro que se juega nuestra posición ética.
Dejar en suspenso, teoría y protocolo, para poner en acto un modo de estar que se aproxima más a la posición que Masud Khan llamó “capacidad de estar en barbecho”. Se trata de una expresión utilizada por los agricultores para referirse al necesario reposo de la tierra para que de ella broten los cultivos. Es un reposo activo, un reposo que enraiza en la espera.
Es precisamente en la dimensión de la espera, en una complicidad abierta la sorpresa, que Lacan situó en «Problemas cruciales del psicoanálisis», el deseo del analista. Especifica que lo opuesto a esa espera, en la que se constituye el juego como tal, es lo inesperado.
Lo inesperado atraviesa el campo de la espera, no es el riesgo, es lo que se revela como siendo ya esperado pero sólo cuando sucede.
No será lo mismo entonces, para alojar los requerimientos por los que nos convocan «estar de guardia» que» ser de guardia» para responder con el ser a cuestas» «…como soy el psicólogo o soy el psiquiatra de guardia» entonces voy con lo que » se espera del rol profesional», con las preguntas que necesito hacer para saber …si hay riesgo, o para buscar el porqué de la angustia o del desborde o del pasaje al acto. El que busca encuentra, siempre hay algo «se separaron los padres» » vino de un país extranjero»…, explicaciones que no dan cuenta de la particularidad de lo que allí se presenta, y obturan la creación de alguna respuesta subjetiva del sufriente.
Lo que está anticipado –en el que busca para encontrar– es del orden del ser, esto es lo que impide que en el encuentro se produzca alguna novedad.
En esta línea tampoco será lo mismo frente a lo disruptivo de lo que urge, estar de guardia, que estar en guardia, a veces de modo ocasional otras no tanto, posición en la que palpita el resto arcaico del hospital premoderno, que impide defensivamente la emergencia de lo nuevo, no hace lugar, «resuelve» para buscar orden según protocolo y disciplina.
En el anochecer de un día agitado llega a la guardia de Salud mental la señora M, operadora de un programa de niñez, con Tatiano, un niño de 11 años, solicitando con formulario en mano que «la guardia de psicología o de psiquiatría junto a la de trabajo social firme que el niño está en condiciones de ir al parador x» «siempre lo hacemos así» , fue su respuesta ante nuestra perplejidad frente a ese «apuro», que sin embargo no nos impidió poner una pausa.
En el encuentro a solas con el niño, en voz muy baja(como en secreto?) dice que esa tarde no se le había permitido la entrada al «Hogar xx» porque había transgredido las normas de convivencia, con lo cual había quedado solo en la calle por primera vez y se dirigía a un lugar referenciado por algunos chicos del «Hogar» que venían de «estar en calle», aunque le habían advertido lo duro de esa vida. Dice también que vivía en ese hogar desde hacía pocos días y que dos días atrás sus padres habían ido a festejar su cumpleaños con una torta. Relata que él con frecuencia se escapaba de la casa, porque había conocido en una colonia de verano,una chica que vivía en uno de esos hogares. Desde entonces había buscado el modo de estar con ella; Tatiano había denunciado a sus padres por maltrato por lo que había sido llevado al «Hogar xx». Quedaba ambiguo en su relato la facticidad del asunto, pero en el diálogo con él, no pusimos ahí el acento, alojamos ese dicho como signo de una marcada orfandad de la estructura. En ese momento Tatiano estaba tranquilo, era difícil imaginarlo «rompiendo todo», como él mismo había referido el episodio acontecido esa tarde en el hogar por el cual se había ido corriendo y luego no había podido volver a entrar. Había quedado «afuera». En esa situación lo encuentra la «señora M», quien le había prometido que después de algunos trámites, lo iba a llevar al «Parador x»del que él había oído hablar, y quería conocer.
Con la señora M las cosas se ponían cada vez más difíciles, con impaciencia «in crescendo» hacia el equipo de guardia, sin admitir entrar en diálogo, amagó con irse con Tatiano. Ahí nuestra intervención fue inequívoca: solicitamos amparo a una guardia permanente de derechos del niño, para que Tatiano permaneciera en el hospital.No fue fácil tampoco ahí; la firmeza de nuestra posición acerca de la precariedad del Otro para el sostén de Tatiano, impidió que ese organismo al que pedíamos amparo alegara que ya estaba interviniendo otro organismo para abstenerse de intervenir.
Sostuvimos lo que leímos: en esa enredo institucional Tatiano estaba atrapado en una red que no lo sostenía.
Fueron varias idas y vueltas, hasta que obtuvimos el amparo legal, y la señora M notoriamente alterada había alterado a Tatiano en ese transcurrir. No fue fácil calmar al que vociferaba que iba a romper todo, mientras pasaba a actuar la amenaza. No sin pedir a la señora M que se retirara, ahora que podíamos, y no sin tener que recurrir a una medicación, Tatiano pudo al cabo alojar la suavidad de una voz que traía una canción de cuna que arrulló su sueño. Volvió el niño.
Estar de guardia en barbecho, como Picasso no busca encuentra.
Encuentra en la palabra, en el juego, en el dibujo, que causa esa espera, la emergencia de lo inesperado: a veces, un rasgo mínimo, tenues pinceladas, de la particularidad de ese parletre, en otras asistimos a la transformación lúdica de lo que se presentaba sin escena; o la chance de leer algo de lo que se nos pide desde esos otros que traen al niño o al joven.
¿Cada vez que somos convocados, será preciso contar con esa brújula que nos orienta: la urgencia de quién? la urgencia de qué? ¿Qué implica responder?
Cuando olvidamos esa brújula, nos perdemos en el oscuro malestar del laberinto kafkiano. Leer con otros lo que se produjo en cada encuentro,volver a pasar por el dicho lo que se dijo y lo que se hizo, es un modo de re-encontrar un hilo de Ariadna cada vez.
Mirta Guzik. Licenciada en Psicología. Psicoanalista. Miembro de la Escuela Freudiana de la Argentina. Directora del Seminario de Clinica con niños y adolescentes en el Servicio de Salud Mental del Hospital Ramos Mejía. Coordina un taller clínico en ese espacio. Docente de Salud Mental (Facultad de Medicina UBA-Hospital Ramos Mejía). Supervisora en Maternidad Sardá, Cesac27, Hospital Pirovano y Hspital Ramos Mejía. Fue Coordinadora de los equipos de atención de niños y adolescentes y de Interconsulta en el Servicio de Salud Mental del Hospital Ramos Mejía.
Viviana Garaventa. Psicoanalista.Médica.Residencia en Salud mental infanto-juvenil en el Hospital de Niños Ricardo Gutierrez. Integrante del equipo de Salud mental del Servicio de Urgencias de dicho Hospital desde 1992. Miembro de Dimensión Clínica EBA. Supervisora clínica del Equipo infanto Juvenil y del Equipo de interconsulta del Hospital Ramos Mejía. Colaboradora docente de la Práctica profesional Clínica de la urgencia.Facultad de psicología.UBA. Publicó numerosos textos en la Revista Psicoanálisis y el Hospital y en otras revistas del medio psicoanalítico.