PASPARTÚ. ESQUIZIA# 5: EDUARD MUNCH O EL ANTI GRITO. POR SILVANA TAGLIAFERRO.

Editorial Helga Fernández y Ricardo Pereyra

 

“El grito hace el abismo donde el silencio se precipita” (J. Lacan, 17 de marzo de 1965).

En mayo del año 2010  paseaba por las calles de Paris, era mi primera vez allí, cuando fui seducida por una imagen que llevaba un colectivo. Esa pintura me aturdió como lenguas de fuego, como sangre que empezó a cubrir poco a poco el plomizo sepia de la ciudad, me atravesó de un modo infinito. No sabía que cuadro era, pero sí podía darme cuenta que era un Munch, por su trazo y por sus tonos. Lo que más me cautivó y de ahí el comienzo por esta evocación, es que llevaba una leyenda: “Eduard Munch o El antigrito”.

Retomar esta propuesta es abrirnos a recorrer la abundante e impactante obra de este creador que inauguró un movimiento, el expresionismo, haciendo marca en una sucesión de artistas, disciplinas y discursos que se inician a partir de esa pincelada errática que compone personajes que respiran, sufren, aman. La obra de Munch es una pintura producto de una experiencia. Un vasto repertorio de 1000 cuadros, 15400 grabados, 4500 dibujos y acuarelas, murales y algo muy interesante, una decena de esculturas.

Es en el Museo de la Pinacoteca, en la Plaza de La Magdalena, París, donde se presentó la obra de más de 150 pinturas  de este genial pintor noruego. Conocido, básicamente, por una obra “El Grito” su extensa producción pictórica se ha prácticamente ignorado por fuera de su país natal; en esa lógica “contra sentido” es que la Pinacoteca decide armar una muestra que cuenta con la particularidad de no exponer la obra del reconocido aullido, dándole así una posible sonoridad a las demás.

La extensa obra de Munch nos permite entender el recorrido de este viajero, reservado e introspectivo pero también explosivo y comprometido con lo social de su época.

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Obreros volviendo a casa, una de las obras de Munch de su último tiempo.

Con una paleta cargada de colores primarios y vivos, rojos, azules, verdes, y una pincelada vertiginosa y alargada sus grabados de mujeres solas, cautivas, con trazos que se continúan, donde la cabellera se convierte en barrotes, o donde los cuerpos de los amantes se besan y abrazan lanzándose a un abismo, nos arrojan a una dimensión afectiva incógnita e inconmensurable.

Varios pasajes de  Edvard Munch (1863-1944) podrían llevarnos a situar una vida marcada por la tragedia. Una serie de pérdidas tempranas tiñen su vida, convirtiendo a la muerte, al decir del pintor, en su “compañera perpetua”.

 Me quisiera detener en algunos detalles en el margen de su obra para apreciar la zona desde donde este artista compone en un intenso intercambio y transmisión con otros. Si algo caracteriza a Munch son dos cosas: la pincelada sobre la pincelada y su diálogo interdisciplinario. En sus obras dialoga con poetas, literatos, músicos, políticos. Leía y admiraba a Baudelaire (1821-1867). Y según algunos críticos es posible que su poema “La Carroña”, lo haya influenciado. Pero hay un poema “La Cabellera”, que se cree pudo haberlo inspirado para pintar esas mujeres con largas melenas, como si fuesen medusas; y en las cuales queda atrapada su propia existencia o la del amado, como también el caso de la litografías “Vampiro II” (1895) o “Celos” (1896) donde en muchas de ellas no se sabe si es un beso apasionado o el amante está a punto de consumir al amado.

Figuras opresivas, perturbadas, caballeras color rojo sangre hacen aparecer el tono vivo en una escena donde no se sabe si se consuelan o se devoran. Al decir de Munch, “el amor es una llama que se convierte en cenizas. El amor puede virar al odio como la compasión en crueldad”

La cabellera (Charles Baudelaire- Las Flores del mal)

¡Oh vellocino, aborregado hasta el cuello!
¡oh rizos! oh perfume cargado de indiferencia
¡éxtasis para poblar esta noche la alcoba oscura
de recuerdos durmientes en esta cabellera,
que quiero alborotar en el aire como un pañuelo!

¡La lánguida Asia y la ardiente África,
todo un mundo lejano, ausente, casi muerto,
vive en tus profundidades, bosque aromático!
como dos espíritus navegan sobre la música,
el mío, ¡oh amor mío! nada sobre tu perfume.

Iré allí donde el árbol y el hombre, llenos de savia,
se desvanecen detenidamente bajo el ardor de los climas;
¡fuertes trenzas, sed el oleaje que me lleve!
tú contienes, mar de ébano, un sueño deslumbrante
de velas, remeros, llamas y mástiles:

Un puerto resonante donde mi alma puede beberse
a grandes olas el aroma, el sonido y el color;
donde los barcos, deslizándose por el oro y la muaré
abren sus extensos brazos para abrazar la gloria
de un cielo puro donde tiembla el calor eterno.

Hundiré mi cabeza de embriaguez enamorada
en ese negro océano donde el otro está encerrado;
y mi espíritu delicado que el balanceo acaricia
sabrá encontrarte, ¡oh fecunda pereza,
infinitos bamboleos de dicha embalsamada!

Pelo azul, bandera de oscuras tensiones,
me haces el celeste del cielo inmenso y redondo;
en las suaves orillas de tus mechones retorcidos
me embriago fervientemente de fragancias combinadas
con aceite, almizcle y alquitrán.

¡Mucho tiempo! ¡siempre! ¡mi mano en tu pesada melena
sembrará el rubí, la perla y el zafiro,
para que a mi deseo nunca seas sorda!
¿No eres tú el oasis donde sueño, y la cantimplora
de donde bebo a largos tragos el vino de la memoria?

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Amor y dolor (Vampiro) 1893-1895

Museo Munch / Oslo

 

 

 

 

 

 

 

 

Munch era un bohemio, se había inscripto en la escuela técnica para ingeniero abandonando este mandato para dedicarse a las artes. Recibe su primer formación en la Escuela de Dibujo de Oslo.  Atraído por la cultura local que se oponía a los estándares burgueses se enlaza al escritor Hans Jaeger (1854-1910) y  al pintor Christian Krohg (1852-1925) que será su maestro y con quienes participa en un círculo de intelectuales y pintores que se revelaban contra la visión puritana de Noruega de finales del siglo XIX. La Bohemia Kristiania se juntaba en el Gran Café de Oslo alrededor de destacados anarquistas con los que compartía el haber crecido en un ambiente familiar asfixiante. El padre de Munch era un médico e hijo de sacerdote, muy religioso y rígido, se cree que su padre fue de los primeros en incautar algunas de sus obras, por considerarlas “degeneradas y pervertidas” mote con el que toda una generación de artistas se verán juzgados por la bélica Alemania, aunque curiosamente al mismo tiempo que confiscaron varias de sus obras también organizaron su funeral, ya que Noruega en ese momento estaba bajo el dominio del régimen nazi.

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Hans Jaeger, 1889. Museo Nacional de Arte Arquitectura y Diseño – Oslo

Además de su relación con Jaeger, Munch tendrá una relación muy intensa con su compatriota Henrik Ibsen (1828-1906), el dramaturgo que inauguró en el país nórdico el teatro de denuncia social. Parte de su obra está inspirada en los temas recurrentes de la obra literaria y del intercambio con Ibsen. El dramaturgo, con 65 años y una posición de renombre internacional y Munch con 30 años, coinciden en Kristiania, cuando en 1895, la exposición que el pintor llamó “El friso de la vida” que incluía la obra “El Grito”, causó un gran rechazo por parte de la crítica y de la prensa. Es en ese momento que Ibsen va a visitar la exposición y se hace ver junto al joven artista demostrándole públicamente su apoyo.

“Es increíble que algo tan inocente como la pintura pueda provocar tanta emoción, todos los días se recibe en los periódicos algo a favor y en contra de mi obra, no podría pedir mejor publicidad” Eduard Munch.

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Henrik Ibsen y el Gran café, 1898

Munch es un viajero que va dejando la estampa por donde va pasando. Pasa por Italia, Alemania y Francia. Ilustrador en varias revistas progresistas de la época, sostiene una relación de intercambio con diferentes artistas de diferentes disciplinas y escuelas que cuestionan el sometimiento del arte a los valores establecidos por el capitalismo. Estudia la obra de impresionistas, como Monet o Pissarro y de los posimpresionistas, como Van Gogh o Toulouse- Lautrec incorporando la pincelada libre, y el trabajo al aire libre.

            Atravesado por las técnicas pictóricas del siglo XIX irá rompiendo con el simbolismo para dar lugar a la vertiginosa línea, a la que le añada su particular uso del color, vibrante, que será característico de un estilo: el expresionismo.  Personajes sin rostros, planteando anonimato, lo a- nomina, manchas, tachaduras y distorsiones, figuras disformes, cuerpos al decir de Lacan, andróginos, figuras humanas marcadas por un mar tormentoso.  La manifestación del dolor en todas sus variaciones encuentra el contrasentido del estallido del color, como una explosión que anticipa la irrupción de los Fauves.

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Mujer con amapolas. Museo Munch / Oslo

Nunca dejó de pintar aun en los momentos más difíciles. “Mi arte es una confesión de lo que hago”.

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La danza de la vida 1899- Galería Nacional de Noruega, / Oslo

Para concluir, este breve recorrido por los márgenes de la extensa obra de este artista, mencionamos la obra “Pubertad”, por el tratamiento que Munch hace en esta composición dando cuenta de su fuerte relación al psicoanálisis. Estaba siempre muy ávido por la expresión de esa dimensión oscura, de la muerte y del sexo que hacen a la existencia del hombre. Un cuerpo joven al borde de la cama, en ese filo, en el umbral de la infancia y del despertar sexual.

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Pubertad- 1895. Galería Nacional de Noruega / Oslo.

Podemos utilizar de muchos modos el término expresionismo, pero como movimiento en las artes plásticas, arquitectura, literatura, música, cine encontramos la obra de Eduard  Munch en Noruega y de Ensor en Bélgica, como pioneros en mostrar la disección del alma humana.

Esta hendidura que traza la obra de Munch dará lugar a dos movimientos, de los que nos ocuparemos en otras Esquizias, Los del Puente, en Dresde y El Jinete Azul, en Munich, no sin dejar de considerar la Escuela de Paris, un caldo de cultivo en el período de entre guerras, que ensamblaron el expresionismo con la bohemia que pululaba por Montmartre y Montparnasse, dando lugar a los llamados “Les maudits” (los malditos), llevando el arte de Munch a la producción de un arte heterodoxo.

Fuentes: Museo de Munch, Oslo – Galería nacional de Noruega, Oslo.

 

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Silvana Tagliaferro, Psicoanalista. Licenciada y Profesora en Psicología de la UNLP. Desde el cuarto año de la carrera comenzó su formación psicoanalítica. Integrante de la Cátedra de Clínica de Adultos y Adolescentes de la UNLP de 1998-2004. Trabajo en Clínicas Neuropsiquiátricas durante 8 años. En el 2004 fundó junto con otros colegas la Escuela Freud-Lacan de La Plata. Ha participado en la Comisión Directiva fundadora y en el cargo de Presidente de la Escuela durante la gestión 2011-2013. Despliega su práctica clínica en La Plata y en Bs. As. Supervisora de la Residencia de Psicología de PRIM Moreno, del HIGA Hospital San Martín de La Plata, Hospital Alejandro Korn de Romero. Ha presentado trabajos en diversas revistas del ámbito psicoanalítico y participado en los Congresos de Convergencia, Movimiento Lacaniano por el Psicoanálisis Freudiano y en la Reunión Lacanoamericana de Psicoanálisis. Desarrolla en el espacio de seminario en la EFLA y en varios grupos de convergencia su investigación clínica.

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