Sobre Retrato de Dora. Por María Magdalena.

1. Cixous

La llegada a la escritura: una caída y un acontecimiento. Caer y hacer pie en lo irreversible, como Alicia al deslizarse a través de la madriguera hacia el jardín, ese lugar imposible que habita en todo fondo. Hay en Hélène Cixous condensación y apertura en su modo de transmitirnos el acto de escribir, pero también todos los instantes previos que impulsan esa llegada, que es a la vez punto de partida. La escritura: lo que asedia, acorrala, captura desde un lugar inhóspito e inasible que ella ubica en el cuerpo –pues no escribimos sin cuerpo, dirá. La escritura: una turbulencia y un imperativo. Una fuerza alegre. Un soplo furioso. Albergar la posibilidad de lo inesperado. La escritura: eso que, a las mujeres, nos ha sido vedado; el complot histórico que atraviesa de manera diferencial según sea nuestro sexo, género, raza, clase. O, dicho de otra manera, nuestra lengua. La posibilidad de habitarla y darle cauce contra los llamados a silencio que nos caen como flechas, como órdenes, como correctivos. Hélène se dice un torbellino de tensiones, una serie de incendios, diez mil escenas de violencias. ¿Y no nos dice, acaso, a cada una de nosotras también? Cuando intentamos decirnos en esa lengua que hablan las mujeres cuando nadie las escucha para corregirlas. Ni para desmentirlas, agregaría hoy, con el marco de este libro.

2. Freud

En abril de 1897 Freud pronunció una conferencia en la Sociedad para la Psiquiatría y la Neurología de Viena sobre la etiología de la histeria: las mujeres presentadas a través de dieciocho casos clínicos habían sufrido abusos sexuales en su infancia. La hipótesis fue mal recibida entre sus colegas; Richard von Krafft-Ebing, presidente de la Sociedad, la definió como un cuento de hadas científico. Freud mismo lo cita en una carta a Fliess, sumido en la amargura. No pasará mucho tiempo para que la “teoría de la seducción” se derrumbe y dé lugar a la “teoría de la fantasía”. Apenas cinco meses después, Freud declaraba que ya no creía en sus neuróticas. Las estructuras patriarcales habían temblado, pero pronto todo volvería a restablecerse. Si las histéricas mienten, entonces Krafft-Ebing estaba en lo cierto: las denuncias de las mujeres eran puro cuento. Más allá de las importantes implicancias teóricas y clínicas que tuvo la conceptualización de la fantasía en el psicoanálisis, el abuso sexual y la existencia de varones abusadores –la mayoría parte del núcleo íntimo familiar– fueron barridos debajo de la alfombra, una vez más.

3. Dora

La Dora que retrata Cixous en la obra está hecha de fragmentos. Encontramos el caso de la paciente analizada por Freud, figura emblemática del psicoanálisis en el estudio de la histeria. Encontramos a Ida Bauer, la adolescente judía en la sociedad vienesa, antisemita y patriarcal, de fines del siglo XIX. Pero también encontramos a una Dora pasada por la pluma de Cixous: la escritura reúne los fragmentos y a la vez los hace estallar, y en ese pasaje la autora le devuelve su lengua singular, rebelde, interpelante. Y también contradictoria. Un preciso movimiento en el que Dora, la histérica, deviene histórica. Si las teorías de género y los feminismos han impulsado la revisión y la deconstrucción de ciertos territorios que parecían inamovibles, uno de los más conmovidos ha sido, sin lugar a dudas, el del psicoanálisis. La potencia de «Retrato de Dora» no sólo continúa vigente, sino que se amplifica en el mundo actual, tan urgido de política, de poética, de escrituras que enciendan pequeños fuegos.

María Magdalena

[ VOZ DE FREUD]

En un silencio deslumbrante, ella sube por las calles de Linz en llamas, lenta, endurecida por un duelo mortal. Ella no dice nada. Se siente minúscula. Polvo convulsionado. Ella conoce el horror del arrepentimiento mucho más potente que el deseo.

[ DORA]

Voy a escribir una carta. Será titubeante. Comenzará con estas palabras: «Usted me mató». Y escribiré: «Me mataste». Luego escribiré otra carta en papel delgado como la piel, que comenzará con estas palabras: «Lo querías…». Dejaré el equívoco, para que complete «él mismo». Ya que no sé lo que quiso. Sin embargo, «soy yo» quien murió. Mi cuerpo está enterrado. En el bosque. Está oscuro allí. Estoy sin voz.


María Magdalena (1984, Buenos Aires). Poeta y escritora. Psicoanalista. Editora en Las furias. Publicó los libros de poesía Spleen (2013, Letra Viva), Los nombres del padre (2016, Buenos Aires Poetry), la plaquette artesanal La pequeña muerte (2015), Continente negro (2018, Alción editora), el ensayo La perfecta desnudez. Conversaciones desde Alejandra Pizarnik (2018, Letra Viva) en co-autoría con Javier Galarza y Leonardo Leibson y Diario de la errancia. Elogio del viaje (2020, La Docta Ignorancia).

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