Esta carta forma parte de la sección El malestar en la cyberlización, a cargo de Helga Fernández. Está escrita y entramada en relación a cada una de las cartas publicadas hasta ahora en esta revista.
Cuidado editorial: Gerónimo Daffonchio, Ricardo Pereyra, Amanda Nicosia y Helga Fernández.
Buenos Aires, 20 de febrero de 2021.
Cuando se priva uno de la lectura y de la escritura, se priva uno de la palabra y, por tanto, de los demás. La primera manera de amarse es la palabra. Esta necesidad social está amenazada por las tecnologías de la ínformacíón. Paul Virilio, « El cibermundo, la política de lo peor », 1997
Estimada Helga,
Agradezco las vertientes de tu carta, su navegación hacia rumbos imprevistos, lo real allí hecha chispas, y da cuenta de cómo el significante gesta lo real y no a la inversa.
Entrelazo dos ideas a partir de tu carta y tal vez se cuelen vestigios de lectura del grupo que coordinaste, “El malestar en la cyberlización. (El analista y las letosas), al cual asistí, mas allá de mi respuesta puntual a esta carta.
Por un lado, la «ajenidad» de un lenguaje, en este caso el de los algoritmos telemáticos simuladores de la naturaleza física del mundo, dispositivos tecno-linguísticos automatizados, que no podemos explicar ni entender sino sólo experimentar como usuarios y que se enquista en el mundo productivo afectando a la percepción misma de la actividad. La información, en la tecnología digital se convierte en mercancía en sí misma supliendo al acontecimiento, al objeto. Por otra parte, y concomitante a aquello, existe lo que ocasiona una falta de <extrañamiento>. Ajenidad cibernética que expulsa los cuerpos, congelado el registro imaginario, en exilio de lo simbólico y lo real. Un intento de disciplinar los cuerpos, reducirlos a una especularidad mortífera. Lo ajeno, permanece como tal, en tanto que lo constituyente del lazo que introduce la elaboración de lo propio, devenido de aquello que resta, el objeto, se evapora en una inmensidad sin marcas, como caminar por el desierto sin dejar huellas.
Ajenidad que no se corresponde a la del síntoma analítico, cuerpo extraño, plausible de ser cifrado y descifrado. El fantasma, que se constituye como realidad psíquica en un momento determinado de la historia del parletre, como bien decís, y sin prescindir de la lectura de lo singular entramado a la realidad digital, más que construido, es inoculado, en un presente congelado, adosado a una materialidad inerte y anónima. Así el percipiens es reducido a un ente objetivo, cuya máxima sería estar a la altura de la realidad, el perceptum, lo cual tiende a la univocidad del sentido, que a su vez actúa como desmentida. Lo cual, lógicamente borra la diferencia entre lo individual y lo colectivo y su posible interacción.
En la realidad digital, lo extraño es forcluido, el sujeto pasa a ser el objeto “usuario” – donde impera Una sola lógica, la del sistema digital, – expulsado de la posibilidad de pensar. El pensamiento queda abroquelado a la fijeza de una representación sin representante. Sin representante de la representación no hay significante. ¿Cómo introducir esta dimensión? En la que el sujeto es lo que representa un significante para otro significante. Es el trabajo mismo del análisis. Cuando la palabra no entra en el registro simbólico, el trabajo es apostar al sujeto, suponerlo y maniobrar en transferencia. Entrar en transferencia con el analizante, en el sentido de someterse y adentrarse en su posición subjetiva, referida a una subjetividad epocal.
En tu carta exploras desde el psicoanálisis, la distopía. Buceas en el mundo virtual y en la realidad digital, diferenciándolos, y de este modo se efectúa una distancia con aquello que no nos presenta un extrañamiento y se infiltra como un cotidiano ex- propiado.
Objetar la objetalización de lo humano en la realidad digital, pone de relieve la operación de la alienación de un mundo que explota la reserva libidinal del sujeto y rompe el pacto social del encuentro entre los cuerpos. Exploraciones en el margen, vía la separación, gestan la posible aparición de un sujeto capaz de dar cuenta de su experiencia digital en oposición a ser manipulado por ella. ¡Tal como lo manifestás respecto a el carácter siniestro que esto implicaría! Más aún, ya que, si eso sucediera, la experiencia del análisis entre pantallas y celulares en esas condiciones de alienación, pasaría al orden de lo terrorífico. No estamos exentos de que ocurra. El adentrarse en los confines de una letra como réplica para devolverle su estatuto material, como borde de lo real, a diferencia de esta realidad digital que se constituye en un real actual, sin tiempo, hace lugar a la aparición del sujeto. Un mal-estar puede advenir efecto sujeto a partir de la escucha en transferencia. Escucha que no es la antesala de un saber. Se construye con el saber del analizante y no del analista. Esta cyberlización exige más que nunca una escucha flotante. La diferencia entre las generaciones de escuchados y escuchantes, mece su albor en la letra.
Tu carta matematiza, algebratiza, hace notaciones, y en su escritura hace lugar a la distancia que falta en pos de que no falte la falta. Para no quedar atrapados, cito un autor entre otros que explora la sensibilidad y mutación conectiva, Bifo Berardi. Él llama “infoesferas”, a la esfera de los signos intencionales que rodean al ser sensible. Su aceleración y automatización en el universo de la “cyberlización”, desterritorializa y patologiza, en tanto “arrastra a la sensibilidad al vértigo de la estimulación simulada”.
Lo inconsciente precisa de la materialidad de la letra. La materia, se desvanece, como decía Marx en el manifiesto comunista, en 1848: “Todo lo sólido se desvanece en el aire”. Si bien, en esa coyuntura lo abstracto se materializaba en la manipulación física de los objetos visibles. El capitalismo financiero prescinde de esa dimensión hasta invisibilizarla.
Un adolescente en entrevistas, hizo un uso insospechado para mí del ciberespacio. Construyó ficciones, que combinaban distintas cepas del mismo: lecturas de la historia argentina en la internet, entrelazada con imágenes provenientes de otros estratos del ciberespacio, o las mismas que produce la digitalidad en su propia in-mansión, en la cual lo éxtimo tuvo su lugar esta vez. El análisis hizo de soporte material de un decir que no había podido ser traducido por él a los otros. “Zombie” le decían en la familia. Ficcionalizar lo imaginario, a partir de un tercero, puede estallar en fábulas, narrativas, animes, que atraviesan el muro del lenguaje. Lo simbólico operando realiza cierta distancia con el objeto. Posibilita el advenimiento de un sujeto que se apropia de su saber hacer, en este caso con la tecnología. Hace historia y sujeto, y no la cripta indescifrable de su funeral. El padre del sujeto en cuestión, impidió que prosigan las sesiones. Imposibilitado de reconocer otra generación, que tal vez es ya otro efecto de este malestar.
Tu escritura, desvela un cybertiempo, hecho de una inmediatez que dificulta su elaboración, reforzado y pretendidamente reautorizado por el confinamiento (en sí mismo necesario y solidario) en pandemia, que intenta colonizar al sujeto deseante. ¿Quién intenta? ¿El furor interior de una banda sin exterior quizás?
Es vasto y propiciador tu esfuerzo de resistirlo, interrogarlo y hacerlo hablar. “Toda tecnología refleja, desde su misma concepción, determinados valores y no es posible pensar que haya artefactos neutros en este sentido.» .(1) El entorno digital dificulta la afección, propia del sujeto dividido, en lo que establece en su interior como parámetros de compatibilidad.
Me sumo a la neceseriedad de que el discurso del psicoanálisis tenga no sólo en su horizonte sino en su corazón, aquello que nos atraviesa como comunidad. No como un fin en sí mismo, sino en vistas de escribir el real que está aconteciendo. Entre el metalenguaje y la enunciación hay una distancia sideral. La literatura, el arte, el psicoanálisis como discurso ponen en proximidad vacío y sublimación, tan necesarios en estos tiempos.
¿Es que no aprendemos de la historia? ¿En qué lugar una pretendida eternidad nos ha sustraído a la experiencia?, se pregunta Agamben, en su libro, Infancia e historia. La pérdida no se inscribe, desdibujada en la cultura de la acumulación de bienes “privados”.
Coincido en la urgencia de que nos descubramos pensando en nuestras propias relaciones con este “malestar en la cyberlización”, exacerbado por el confinamiento ocasionado por el “comunavirus” -cuenta Jean Luc Nancy, que le dice que un amigo hindú que en su país así le dicen. En oposición al Corona, que evoca lo monárquico, lo autoritario-.
Hay cartas que llegan a destino y otras que no. La tuya me ha hallado, habito los trazos que leo al abrir el sobre y vierto los propios. Cada letra es un llamado incandescente a la barricada. A construir andamios. Despotricar. Despatriarcar. Volver rima marina los versos en hojas vacías, en una circulación de dones, que hacen trama con otros para continuar interrogándonos.
Así me encontró tu carta, cuando al leerla, sentí la brisa del mar relanzando su espuma como una sensación en el cuerpo que despeja el frío del ciberespacio. Tus letras, me conducen a una transmutación del superyó, cuerda tendida entre el animal y el superhombre, diría Zaratustra quizás ahora. El superhombre es el hombre capaz de salir de sí mismo, de pensarse. El hombre cyberlizado ha devenido la encarnación de los mandatos de su época. Zaratustra baja de la cima de la montaña, y se mezcla entre los mortales, uno más entre los otros, e invierte los valores establecidos.
Los dioses oscuros, como los llama Lacan están al acecho. Cuán difícil es no sucumbir a ellos en una posición sacrificial está a la vista en la historia de la humanidad. Es nuestra responsabilidad como vivientes entre otros vivientes, adentrarnos en lo incalculable. Posición del analista, cuando no se cree el amo que domina la escena y hace de la transferencia un trampolín hacia la inculcación de un purismo del deseo cual campo prefijado.
La pandemia, como el análisis, tienen efectos de incertidumbre, de conmover los sentidos. Lo que se construye horadando y desempolvando las determinaciones en basculante sendero hacia la contingencia, hacia el acontecimiento, lo performativo, lo enunciativo.
La contemporaneidad nos reclama hacedores y no obedientes. Lo escrito materializa este movimiento. ¡Por tanto, es mi deseo que continué el intercambio epistolar!
El malestar en la cultura es ineliminable, nos dice Freud con el coraje que lo caracteriza. La pulsión de muerte, la desmezcla pulsional, tracciona.
El límite a lo decible
deberá extenderse
hasta poder hablar
del propio mal
del mal propio
que no exista
como supresión del otro-
Punto de extracción,
de la ausencia de la omnipotencia,
omni-presencia vertiginosa
que escatima del vértigo
de abismarse a la incertidumbre.
Con el afecto que nos conmueve a escarbar y a interlocutar,
G.O
(1) https://www.pagina12.com.ar/316000-inteligencia-artificial-y-patriarcal
Me resultó particularmente interesante la propuesta de lectura de Gabriela entre la ajenidad” del lenguaje de los algoritmos telemáticos simuladores de la naturaleza física del mundo, dispositivos tecno-linguísticos automatizados, que no podemos explicar ni entender sino sólo experimentar como usuarios y lo que ocasiona una falta de . Ajenidad cibernética que expulsa los cuerpos, congelado el registro imaginario, en exilio de lo simbólico y lo real.Ajenidad que no es la del síntoma y la falta de extrañamiento, que da cuenta de un » imaginario» que no cuenta con la falta.Muy rico este planteo.
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Gracias Viviana. si es interesante ver de que estofa es este imaginario, que no cuenta con falta como vos decís,, que es lo que se viene trabajando Helga. me parece que la falta de ajenidad y extrañamiento respecto a la relación que establece en su materialidad misma la realidad digital genera esto Se puede seguir despelegando y pensando.
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