La editorial hace lugar a los analistas formados y en continua formación, que quieran compartir su experiencia y/o sus interrogantes; a los analistas en formación, que quieran compartir cuestiones del proceso que transitan o hallazgos de su práctica; a los no-analistas que, desde su lugar y a su manera, quieran compartir su testimonio acerca de la experiencia del análisis o de su contacto con el discurso, y, a los escritores, fotógrafos, pintores y todo artista, que quiera compartir su producción o decir acerca de los efectos del psicoanálisis en su obra.
Publicamos artículos, reseñas, cartas, textos, entrevistas y traducciones de psicoanálisis o referidos, de algún modo, al mismo.
Cada texto, antes de ser publicado, es curado y cuidado –con tiempo, paciencia y artesanía– por los editores que conformamos la delegación editorial. Nos dimos en llamar delegación y no comisión o comité porque, como ceder a las palabras es ceder en las cosas, no queríamos constituirnos bajo un significante que pudiera redundar en algo así como un grupo selecto que evalúa o califica los textos. Nuestra función se ve posibilitada a partir de que el autor nos delega (de ahí delegación) por un rato el texto, para entrar en su territorio como un primer lector que intenta, a su vez, hacer lugar a los que vendrán. Así, el editor ingresa como embajador en las letras del otro, extranjero, foráneo, gracias a la hospitalidad del autor; procurando lo necesario para que eso que se quiere decir o que se funda cada vez en lo que la letra insufla de efectos de verdad, y quizá no pasa o no termina de pasar (por censuras de estructura y/o de capilla): pase.
La delegación editorial auspicia de pasadora de la escritura, respetando la otredad que la misma conlleva; lo cual requiere una dedicación y un arte que nos gusta practicar. Así, también esperamos una reciprocidad respecto de tal cuidado, que puede practicarse como cada quien sepa y considere hacerlo. Y que, por ejemplo, podría plasmarse en el respeto por las citas –incluso de contemporáneos–, y en la mención de las editoriales y/o de los colectivos con los que nos relacionamos, de modo de entramarse en el espíritu transversal, colectivo y de interlocución de nuestra revista. Nos gusta pensarla como un modo de conversación escrita. Creemos que es necesario tomar en cuenta y explicitar que la edición y la publicación, además, suponen el poder de darle voz a alguien y el de hacer circular su palabra. Por lo que, como editores, y en razón de ser ésta una revista digital, estamos advertidos de que los me gusta, los compartidos y otras acciones en las redes sociales implican, también, otra forma de poder: el de la difusión y el de la recomendación. El modo de ejercicio del mismo hace a la política que cada quien practica, lo que impacta en propagar la palabra del otro o en cortar el lazo de su circulación.
El material a publicar es una decisión editorial, pensada en función de una ética y de un estilo que se construyen día a día. Lo que no quita, sino que más bien se enlaza, con que cada autor escriba de acuerdo a su deseo y posición, causado en aquello que lo mueve. No queremos ni tenemos por qué acordar con cada cosa que alguien escribe. Parafraseando a Freud: si dos personas piensan igual en todo, o están mintiendo o alguna de ellas no piensa. Si decir y escribir conllevan el ejercicio y la práctica de la diferencia, no nos erigimos como unificadores sino como vehículos de una producción singular.
La delegación editorial funciona como síntesis o punto de convergencia de los matizados criterios de quienes la integran, en función de encontrar la voz de una publicación. No como una voz unívoca ni coagulada sino como una voz sinfónica –como sucede en la música, donde cada una de sus voces es singular, pero atiende a la consonancia orquestal. Cada editor se comporta como un intérprete. Intérprete en dos direcciones que no han de contradecirse; por un lado, respecto de su propia lectura, y por otro, respecto del autor con quien esté trabajando y su texto, funcionando como lector anticipado, modelo o en cierto modo representativo. Esto implica ubicar el campo de significación, las referencias y el proyecto que todo texto conlleva, para acompañar al autor a una relectura en sus propios términos, registros, tonos y estilo. El editor se constituye en aliado y cómplice del autor, en alguien que asume la voluntad de acercarse al propósito de un texto y de sopesar en él la posibilidad de encontrar a sus lectores.
Si bien autor y editor cumplen dos funciones distintas, tratamos de acercar las vías de su interlocución. Y que gracias al tensamiento de la letra, efecto de tal intercambio, se especifique y distingan entre sí lo imposible de cernir y lo dado a leer.
Consideramos que el “cuándo de la publicación” sea, preferiblemente, consecuente con el “cuándo de lo que fue escrito”. El “cuándo fue escrito” hace al campo de significación de lo escrito, conformado por el contexto histórico y por el lector al que se dirige explícita o implícitamente, voluntaria o involuntariamente. Si el que escucha determina al que habla, el lector determina lo escrito. En consecuencia, procuramos que la publicación, si bien forma parte de otro proceso que el de la escritura, se lleve a cabo en un tiempo que no sobrepase el tiempo de lo escrito, de otro modo parte del campo de significación de lo escrito quedaría perdido –como antónimo de encontrar, como sinónimo de extraviado, desorientado, no como un nombre de la falta.
Toda revista está en relación a una actualidad –en el sentido llano. Una revista digital, como ésta, que publica nota por nota, más todavía, porque uno de los vehículos que alcanza a los lectores es el significante activo en una comunidad, y los significantes no esperan los tiempos de publicación. No se trata de una urgencia como en el caso de la información, sí de un acompasamiento o del tiempo indicado para hacer pasar lo que se crea necesario. La revista intenta situarse en interlocución y diálogo con otros textos publicados en medios aledaños, pero también trabajar en la especificidad del discurso a través de textos que no responden sólo a lo actual, pero sí al pasado, presente y futuro del psicoanálisis.
Nos disponemos a que la revista sea un lugar cuya sede es el trabajo mismo, los textos y “los pagos de la página”. Un lugar de laburo para quienes la conformamos. Un espacio en el que pueda entrar, colado, de querusa, en el margen, pas-de-sens lo que no entra ni entrará en ningún funcionamiento institucional. No porque estemos en contra de las instituciones o lo instituido, sino porque ateniéndonos a la estructura, como practicantes de la letra y del psicoanálisis, sabemos que una publicación puede ser una revista -es decir, dar lugar a lo que a veces pasa- siempre y cuando no dependa de aquello que hace institución. Por esto es que los textos que publicamos están firmados por alguien, con nombre y apellido y no por instituciones. Y por esto es que la revista está conformada por autores con diversas posiciones respecto del modo de formación de analistas y diversas pertenencias a instituciones o escuelas.
Nos ubicamos bajo una posición otra respecto del establishment como el conjunto de personas, instituciones y entidades influyentes en un campo determinado, que intentan mantener y controlar el orden establecido. Intentamos, entonces, dar lugar a lo descentrado; a lo que ocurre, no al margen: En el margen. Porque nos proponemos sostener en acto, que el saber no sabido del inconsciente suele pasar por la topología de los intersticios, de la discontinuidad, de lo inesperado. Si Freud no hubiera dado lugar a esos “fenómenos marginales” (Lacan, 12 de noviembre de 1958) –el sueño, el lapsus, el chiste y el síntoma– este discurso no tendría lugar. Tampoco el sujeto de deseo.
Delegación editorial, julio de 2021.