Cuidado editorial, Gabriela Odena, Mariana Castielli y Patricia Martínez.
Te adjunto algunos despojos que la última marea depositó en la playa. Estoy haciendo anotaciones sólo para ti, y espero que me las guardes. No agrego nada como disculpa o explicación: sé que sólo son unas vislumbres, pero de todas estas cosas algo ha salido…” S. Freud, 1897, Carta 64.
I
Es poco frecuente que se advierta que la publicación de un libro ocasiona consecuencias en el lazo social. En mi caso, una vez efectuado el acto escuché a una persona decir que nunca es gratis y a otra que no se sabe cómo será tomado el gesto. Claro que podría haberlo supuesto gracias al sentido común o la experiencia de presentar trabajos. Sin embargo, los efectos que ocasionan estos últimos, aunque símiles a los que me refiero, no son equivalentes. En el caso de la publicación de un libro, las consecuencias se expanden, pero también alcanzan otra dimensión. Esto, quizá, se deba a que un trabajo compartido oralmente, por más avisperos que mueva, queda olvidado detrás de lo que se dice, mientras que lo escrito continuará diciéndose en la inmanencia de la letra. O mejor: la potencialidad que un libro guarda, respecto de la puesta en acto del decir, seguirá latente mientras existan al menos un lector y un ejemplar.
El esbozo de explicación precedente no alcanza a los trabajos impresos ni a los libros de VV.AA(1). Puesto que aunque éstos también se asientan en la letra, como muchos podemos dar testimonio, sus efectos tampoco son equivalentes a los de la publicación de un libro escrito por un solo autor –por así llamarlo. Lo mismo soy incapaz de dar razones certeras de estas diferencias, pero intuyo que giran alrededor del hecho de que en la publicación de trabajos y libros conjuntos, quien escribe lo hace junto con el resto de los autores que igualmente participan de la actividad previamente concertada. De modo que, por ejemplo, se realiza una convocatoria desde un sitio –revista, universidad, institución, etc.– que ya existe. Además, tales publicaciones tienen lugar en serie y al unísono con otras en el marco de una comunidad permanente o efímera. Mientras que quien escribe un libro lo hace, en cierto sentido, solito mi alma(2) y en un estado de suspensión de cualquier orden de grupo. No me refiero únicamente a que para escribir es necesario aislarse a los fines prácticos, sino al hecho de que para escribir, lo que se dice escribir, como se dice decir a diferencia de hablar, se requiere salir del rebaño y de la jauría. Tomar distancia de tal o cual capilla de discurso, no con premeditación o alevosía sino por consecuencia del acto. Así, quien escribe de este modo lo hace sin que nadie se lo haya pedido y, muy probablemente, sin que nadie lo esté esperando. También lo hace sin formatos establecidos en los que apoyarse, y buscando una manera afín a la materialidad que hacer pasar. Más aún, quien se encuentra haciendo esto, al escribir construye un espacio que antes no existía. Uno que no le quitó ni le disputó a nadie y que, entonces, nadie podría arrebatar aunque lo quisiera.
El libro, con independencia de lo que diga y de que sea magnífico o pésimo, es una creación ex-nihilo. Y, como tal, conlleva el labrado de un vacío con la mano del significante. No porque el libro salga de la nada, sino porque crea algo donde no lo había.
Un libro también es un cuenco.
La fisicalidad y el volumen del libro son una expresión imaginaria de este otro espacio. Y, aunque, tal spatium singular está hecho con letras, no se ve cuando leemos: se habita. Quignard, en Los desarzonados, dice:
«Ese espacio donde el libro procura engendrarse es inhallable en lo real. Es lo inimaginable en el seno de lo simbólico. Está vacío. Esa ocasión es imprevisible para quienes envidian la felicidad que no tienen, para quienes tienen sed de la sangre de los otros, para quienes se esfuerzan sin pausa en devorar las presas que se les escapan ante los ojos. Porque ellos no inventan su espacio en el espacio y no recobran allí la sangre que tanto aman»(3).
Tal vez, porque al escribir se pone en suspenso lo grupal, es que, teniendo en cuenta algunos efectos en el lazo social ante la publicación de un libro, se lea de un modo imaginario pero no menos correlativo al odio, que quien publica se «cortó solo» o traicionó alguna noción de pertenencia. O, a lo mejor y en tanto escribir un libro es otra cosa que rivalizar o pelear por un sitio, quienes viven bajo el predominio de la rivalidad especular no conciben la existencia de esa otra dimensión a la que el libro hace lugar. Una que no es posible anticipar, coartar ni prevenir, siquiera con los más sofisticados procedimientos policiales.
Dejando de lado nuestras inocencias, que a veces conservamos como el avaro a su cofre, creo oportuno tener en cuenta tres consideraciones. La primera es que –tal y como lo dijo Lacan el 31 de mayo de 1961– en el centro de esta organización [de la sociedad analítica] están las publicaciones. También que todo impreso es político. Y por último, pero no menos importante, que, o bien por resistencias de estructura, o bien por intereses personales, siempre existirá la pretensión instituyente e instituida de regular y censurar cualquier publicación.
Tres consideraciones, estas últimas, ante las que Freud y Otto Rank, precisamente, en ocasión de un escándalo suscitado por una publicación, como los editores que también eran, escriben:
«Los abajos firmantes añaden que tampoco ellos piensan renunciar al contenido ético del psicoanálisis, pero el análisis no debe limitarse a una continua sublimación moral, sino que tiene también la tarea, puramente científica y puramente artística, de hacer frente a lo reprimido, y la editorial ha de ponerse frente al servicio de estas intenciones. Los abajo firmantes se permiten la observación de que a la ética no le hace nada bien ser mencionada con tanta prodigalidad, y que en nombre de esta ética se cometen muchas más vilezas que tonterías en nombre del psicoanálisis. La ética como pretexto hay que dejarla a nuestros enemigos, ahí no tenemos ninguna competencia.»(4)
Es llamativo que en lo que hace a la formación del analista no produzcamos trabajo acerca de la relación entre tal formación, los modos de agrupación entre analistas y la publicación. La relevancia de ésta es, incluso, una vía de lectura de la historia del movimiento del psicoanálisis, y por ende, de su estructura(5). A menos que se pretenda que uno de los canales de la transmisión del discurso quede reducido al mercado del prestigio y de la moneda.
II
También es poco frecuente que se diga que publicar un libro supone un grado de exposición de aquello que, a los fines vocativos, llamaré intimidad. Claro que en este caso, aunque alguien me lo hubiera dicho, no me habrían ahorrado la experiencia sólo vivida en carne propia.
En Sobre el comercio de los pensamientos, Nancy, escribe lo que a regañadientes, balbuceo:
«Liber: película sitiada entre la corteza y la madera, entre el Cortez y el lignum, entre el pensamiento expuesto y la intimidad nudosa, interfaz del afuera y el adentro, ella misma ni afuera ni adentro, vuelta tanto hacia uno como hacia el otro, volviendo uno hacia el otro, revolviendo a uno en el otro. Aunque el libro pueda digitalizarse, o materializarse y virtualizarse al igual que encuadernarse en cuero y hojas doradas, a pesar de todo, por delgado que pueda ser, permanece “para ese lector bloque puro, transparente” a través del cual no accedemos a otra cosa más que a nosotros mismos, unos a los otros, pero en cada uno al jeroglífico.»(6)
Unos días después de que el libro encontró a sus lectores, sobrevino en mí una especie de retracción o si se quiere, la pulsión de retirar mi voz del campo público por un tiempo, como contrapartida a la liberación, presentación y revelación no empírica de la entrega de pensamientos –insisto, con independencia de su interés.
La publicación de un libro desencadena un duelo, porque algo cae como corte luego de que ya no está en nuestras manos lo que se haga con él. Se tienen noticias del trabajo de duelo por la exaltación y tristeza que sobrevienen una vez que el libro sale a la escena del mundo. El duelo se articula y cifra en la alegría que implica publicar; en la desilusión por la cantidad de lectores a la que llegó o el público que alcanzó, o, en la dificultad para leerlo como una materialidad ya alejada de la que se escribió, por ejemplo. Asimismo, la falta que conlleva puede traducirse como culpa de quién sabe qué pecado cometido o como negación de la castración a la que el acto nos confronta –entre otras posibilidades. Pero sea como sea, dudo que, por muchas ganancias que un libro pueda traer, borre de buenas a primeras la falta que supone.
Sin embargo y por fortuna, si el duelo pasa, nuestro pensamiento escrito deja de ser concebido como nuestro pensamiento y, al igual que algunos insectos, habiendo pasado por varias etapas de metamorfosis, al fin se transforma en un libro. Vale decir, en una entidad que se pone y se impone, a partir de su libralidad, más allá de cualquier sí mismo, y que se desprende como sobra y obra, a su antojo y necesidad. Esto, gracias a que algunos otros, –editorxs, correctorxs, maquetadorxs, diseñadorxs, distribuidorxs, librerxs y lectores– se disponen como cómplices y bienhechores de esta creación del espacio en el espacio. Y, también a que, en tanto don, el libro circula de unos a otros –sin exclusividades ni preferencias, ni siquiera respecto de quien resulta su autor o autora.
Una amiga(7) me recordó que Freud, el 28 de mayo de 1899, a partir de haber enviado las pruebas de galera para la publicación de lo que en la intimidad llamaba el Gran sueño, escribe en una carta a Fliess:
«[…] me he comportado como el Rabí en la historia del gallo y la gallina. ¿La conoces? « Un matrimonio que es dueño de un gallo y una gallina resuelve gustar para las fiestas un plato de carne a la olla, pero no puede resolverse a elegir a la víctima y acude entonces al rabino. «Rabí, ¿que debemos hacer?, tenemos solo un gallo y una gallina. Si matamos al gallo, se pondrá triste la gallina, y si matamos a la gallina, se pondrá triste el gallo. Pero queremos comer de su carne para las fiestas; rabí, ¿que debemos hacer?». El rabino: «Entonces maten al gallo». «Se pondrá triste la gallina». «Sí, eso es verdad, entonces maten a la gallina». «Pero rabí, en ese caso se pone triste el gallo». – El rabí «¡Solo y ponerse triste!!”».
Una vez que Freud acepta que habiendo llegado a cierta instancia se pierde por aquí y por allá, pronuncia y así realiza una suerte de Fiat somnium: «Entonces el sueño tomará forma».
Si el psicoanálisis nos implica en sus diferentes modos de práctica, por lo que procuramos articular la experiencia de analizante y de analista, la experiencia de supervisión y de enseñanza, ¿por qué no hablar de la experiencia de la publicación? ¿Por qué no intentar, también aquí, propiciar el pasaje de lo singular a lo estructural? Y, entonces, ¿por qué no comenzar a considerar, incluso, el lazo entre analistas y la publicación como uno de los modos privilegiados del síntoma, en tanto no hay síntoma sin su correlación con la letra?
1- No me refiero a los libros escritos a dos o tres o cuatro manos, me refiero a los libros que compendian textos de distintos autores.
2- Acerca de esta puesta en suspenso de la noción de grupo y la relación de solidaridad entre estar solo y los otros, y entre la singularidad y lo colectivo, puede consultarse Escrituras Cl{ínicas, de Helga Fernández, Victoria Larrosa, Horacio Medina y Fernando Montañez, de ediciones Archivida.
3- Pascal Quignard. Los desarzonados, página 22. Cuenco de plata, 2013.
4- Carta de Sigmund Freud y Otto Rank dirigida a la Sociedad suiza de psicoanálisis, del 28 de febrero de 1921. Publicada en me cayo el veinte, nro. 40, Editar psicoanálisis, Traducción: Pola Mejía Reiss.
5- Acerca de tal relación recomiendo el número 40 de la revista me cayo el veinte, Editar psicoanálisis. Invierno 2019.
6- Jean-Luc Nancy (textos) y Antonio Seguí (ilustraciones), El comercio de los pensamientos. La marca editora, 2016.
7- Agradezco a Fernanda Restivo por haberme traído a cuento esta anécdota.
Helga Fernández. Psicoanalista. Ejerce la práctica hace 23 años. Supervisa, da clases y mantiene conversaciones de formación en hospitales de la Provincia de Bs. As. y de C.A.B.A. Coordina grupos de lectura e investigación. Directora editoral de Revista En el Margen. Coeditora de Archivida, libros que escuchan. Participó de la Reunión Lacanoamericana de Psicoanálisis y en grupos de Convergencia. Formó parte de la Escuela Freudiana de la Argentina durante 20 años, hasta 2020 como A.M.E. Co-autora de: Melancolía, perversión, psicosis. Comunidades y vecindades estructurales. Ed. Kliné/Ed. Oscar Masotta; El hilo en el laberinto I y II. Lectura del Seminario De un Otro al otro, Ediciones Kliné – Ediciones Oscar Masotta, Bs. As 2016; La carta del inconsciente. Ediciones Kliné – Ediciones Oscar Masotta. Buenos Aires, Buenos Aires, 2007; Feminismos, de Leticia Martín y otras. Letras del Sur, 2017, y, Acuerdo en el desacuerdo. Qeja, 2019. Identificación, nombre propio y síntoma: Una lectura del seminario IX. Ediciones Kliné, 2020. Ser sin orillas. Ensayo sobre Ofelia, de Macarena Trigo y VV.AA, En el margen, 2020. Autora de para un psicoanálisis profano. Archivida, 2020. Y, próximamente publica, por Archivida, Escrituras clínicas, junto con Victoria Larrosa, Horacio Medina y Fernando Montañez– Escribió artículos en diferentes revistas: LALANGUE; Lapsus Calami; N-1; La Mosca; En el margen, entre otras.
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