Gisela Avolio, responsable de la sección / Dirección editorial: Helga Fernández
¿Cómo y cuándo descubrió el psicoanálisis?
Si tuviera que poner una palabra a mi primer encuentro con el psicoanálisis sería misterio. Estaba en el colegio (secundaria) y entonces anunciaron que tendríamos lecciones de Psicología para 4to año. Aquella noticia la recibí como bocanada de aire fresco entre la matemática sin explicación y la química de memoria que nos recetaban a diario. No obstante, la bocanada vino con poco aire. Al principio de las lecciones la profesora se presentó con apariencia de tener la vida resuelta, y nos habló del bienestar personal, de la importancia de la autoestima, del cuidado integral de nosotros y nosotras etc., es decir era la representante de un paraíso que a pocos (as) nos importaba, porque bueno, estábamos en un momento en donde cada cual a su manera buscaba lo contrario: el más allá de la promesa de adultez. Decepcionado llegó la sorpresa al final del año. En el abanico de temáticas que tenía el libro de texto apareció Freud, y entonces algo se movió de forma sísmica tanto para mí como para los compañeros y compañeras. Avanzando sobre dos palabras: Freud y psicoanálisis, la profesora afirmó que había algo de nosotros que no sabemos porque está en un lugar que se llama inconsciente; y recuerdo que una compañera preguntó dónde estaba el inconsciente, teniendo por respuesta que en lo profundo. Luego, sobrevolando la interpretación de los sueños la profesora aseguró que había mensajes ocultos en lo que soñábamos, y, por último, sin demasiadas explicaciones de por medio, dijo estar segura de que todos nos habíamos enamorado de nuestras madres cuando niños (as), y que elegíamos las parejas basadas en nuestro complejo de Edipo. Esas tres nebulosas ¡extrañísimas! hicieron que la clase de psicología no fuera igual para mí, al menos durante un tiempo. Aunque poco entendí de lo que se había dicho, y recuerdo que pensé que la profesora tampoco entendía tan bien pues se le veía incómoda esa vez, había germinado tras la clase un misterio que moraba en la propia vida: los sueños decían algo, yo no sabía algo de mí mismo y mi mamá aparecía en un lugar ciertamente incómodo. Eran para mí también los tiempos del punk, del No future y del “ni Dios, ni Padre, ni Amo, ni Partido” en el discman, es decir tiempos vertiginosos. Aunque por un tiempo intenté descubrir qué decían mis sueños, el misterio de aquella clase quedó sin resolverse.
Años después en la Universidad de Costa Rica tuve un segundo encuentro. Esto lo recuerdo anudado por la aparición de Lacan durante una clase de Laura Chacón, el asomo de Foucault en una clase de Ginnette Barrantes y la lectura del Malestar en la Cultura en una clase de Teoría Psicosocial con Ignacio Dobles. En esta ocasión más que una impresión misteriosa sentí una fuerza magnética, quería saber de algo que se decía una y otra vez como no saber ¿Qué quería decir eso? No entendía y quería entender, leer, capturar los conceptos: goce, objeto a, sujeto, simbólico, real y una lista interminable que yo mismo hice para ir tachándolos mientras lo aprehendía. Ocupaba como había hecho hasta entonces con el marxismo, atrapar el sentido de lo escrito para serlo (y que pretensión con el mismo marxismo), pero no terminaba de alcanzar mi acometido y en cambio la tachadura la sentía yo. En esa tensión, aunque por distintas situaciones, inicié mi análisis y el misterio de hace algún tiempo retornó. Y fue en ese retorno que sospeché la condición escurridiza de la lista de conceptos que había levantado.
Por último, volví a descubrir el psicoanálisis al arrancar el trabajo en la Fundación Fundamentes, donde inicié una labor colectiva e individual con un grupo de adolescentes. En esta cita el psicoanálisis apareció como una práctica, era algo que más que pensarse, se hacía, y en ese hacer se abría un devenir donde antes para muchos y muchas de estas adolescentes actuaba un destino estructuralmente violento. Estando ahí los “chicos y chicas” me hablaron, jugaron, crearon… y escuché. Fue ahí también donde comprendí la práctica del psicoanálisis situada en la comunidad y con una pregunta inabarcable, pero obligatoria, por la relación entre el sujeto y el lazo social.
Y es desde estos disímiles recorridos, y a riesgo de la condición siempre ficcional e imprecisa de narrar sobre el sí mismo, que di con una práctica que defiende la idea de una vida donde no todas las piezas coinciden, donde algo falta.
¿Qué considera que el psicoanálisis puede aportar a nuestra contemporaneidad?
El psicoanálisis brinda a la contemporaneidad vías de interrogación y prácticas concretas en diversos ámbitos: académicos, sociales, artísticos, políticos, etc. Me parece que el trabajo de la Fundación Fundamentes es un ejemplo de esto. He visto también como el psicoanálisis aparece con otro ropaje en espacios insospechados, pero ahí está, donde brota una pregunta por lo inconsciente o por el sufrimiento subjetivo. Podría señalar dos ejemplos que son de mi interés de la presencia del psicoanálisis en lo contemporáneo: la utilización de la idea de un sujeto extraído de la teoría psicoanalítica en la Teoría Social y las diversas investigaciones sobre la economía libidinal de los tiempos actuales.
En relación al primero tenemos un diálogo complejo e impreciso, que se ve articulado en parte por la pregunta sobre la dominación y la resistencia estructural del sujeto a esta. En términos ilustrativos este diálogo descansa sobre el interrogante de la falla: ¿Por qué no se consuma un “crimen perfecto”? citando a Jorge Alemán. Es decir, estamos ante una pregunta que trabaja directamente con los cortocircuitos de la pretensión del control político, con las caídas del fantasma de la ideología, con la descolocación, etc. Aparece por tanto en este diálogo aquello del sujeto que hace síntoma a lo que lo domina, al tiempo en que aparece también eso que el sujeto desea y que, al no presentarse, debe crearse. Así tenemos que el deseo mismo tiene una trayectoria de apertura, que moviliza lo histórico tanto en la dimensión singular, como en el efecto de esta al friccionarse con el otro, al tambalear las versiones del Otro, al tachar ideales, al plantear salidas de la novela familiar y brindar la fragilidad requerida para ciertas prácticas que llamaré junto a Foucault, de sí mismo. Esto abre la posibilidad de concebir el deseo como una práctica emancipatoria, y al síntoma como una falla estructural que puede subvertir aquello que constituye al sujeto. No es algo ligero que Lacan le adjudicara a Marx la invención del síntoma, al señalar que fue este quien vio dentro de la forma capitalista (no del fondo, no tras telones) lo que puede pulverizar su constitución estructural. Esta relación de fallas y trayectorias al porvenir es algo fecundo y urgente donde el psicoanálisis no sin múltiples reclamos, hace presencia.
El segundo de los aportes que quisiera destacar es el de la lectura de lo contemporáneo en términos de economía libidinal. A este respecto he dedicado mis últimos años a investigar las modalidades de poder que pone en práctica eso que se ha llamado neoliberalismo. Es complejo, porque en este gobierno de las almas como lo llama Foucault, hay una sujeción que paradójicamente pretende operar desde una libertad cuya raíz es la racionalidad empresarial. Al respecto me parece interesante poder dimensionar políticamente y por tanto subjetivamente, el uso de las libertades individuales desde lógicas como el rendimiento, la lotería del emprendedurismo, la cuantificación de la vida, etc. En esta presentación de una economía política que se torna totalizante (todos y todas somos empresarios) al tiempo que granular (se captura lo más específico de cada uno/a), la instancia superyóica parece tener un papel principal, basta con poner atención al lema del cambio económico: ¡Sé tu propio jefe! Se escucha similar a los ecos del sadismo superyóico. Por tanto, considero que el psicoanálisis está llamado a la discusión en este sentido ¿Quién protesta contra nuestra propia exigencia?
En cualquier caso y para finalizar, considero urgente la tarea de la interlocución sin perder la singularidad del espacio clínico, sin caer en los reduccionismos sociológicos y sin tornarnos una práctica descriptiva de la “psicopatología cotidiana” por fuera de las coordenadas políticas que la producen. Hay en la práctica del psicoanálisis lo inconmensurable… y que necesario es que la ausencia persista para pensar el mañana, para pensar el afuera.
Carlos Andrés Umaña
Psicoanalista. Director Ejecutivo de la Fundación Fundamentes. Profesor universitario. Trabaja en el Hospital Nacional Psiquiátrico Manuel Antonio Chapuí. Sus últimas publicaciones son: De Sartre a Foucault, subjetividad e historia (Revista Coris), Just do it! las formas de interpelación de los imperativos neoliberales (Lacanemancipa)
Texto al cuidado de Ricardo Pereyra