Foto: Se hace puente al pasar
Cuidado editorial: Patricia Martinez, Helga Fernandez y Amanda Nicosia
«¿Que espacio existe hoy día para arriesgarse al secreto. No me refiero al «miserable montoncitos de secretos» de los vicios ocultos o de las posesividades celosas, tampoco al secreto político, sino al secreto que hace falta admitir entre uno y uno: un espesor de noche inquebrantable. El secreto es el reverso de la verguenza.» Anne Doufourmantelle, Elogio del riesgo.
“Testimoniar es vérselas con el espesor inquebrantable de lo que me divide”. Patricia Martinez
El testimonio: ¿Un género literario, el relato de una experiencia, una autobiografía, una memoria? ¿Un pase no vertido como dispositivo de escuela, pero necesario, que se efectúa por lo escrito en su deseo de pasarlo? ¿Aquello que de la experiencia del análisis necesita anotarse? No hay una respuesta unívoca, sólo la escritura de los analizantes. Es de la lectura que cada quién haga, de lo que se podrá desprender una enseñanza, una coartada, un ideal, o un resto, como deshecho, como causa. No nos encontraremos con el decir del analista transmitiendo sus aciertos o sus propuestas teóricas, sino con la letra del analizante. Lo cual no quiere decir que algo del analista no se cuele, su idea de lo inconsciente quizás, si consideramos que el analista es parte del síntoma del analizante, estará presente, esta vez no comandando ni conduciendo, sino que se leerá no dicho en el fantasma del analizante o en la ficción que teje su atravesamiento.
¿Una intimidad expuesta o experiencias que alojan lo nodal de nuestra práctica: el propio análisis? ¿Qué deseo mueve a transmitir una experiencia de análisis? Los testimonios que veremos se vierten en jalones, algunos de los cuales, se podrá pensar, buscan hallar un lugar en la lista de psicoanalistas consagrados, pero de todos modos nos transmiten algo de la propia experiencia con el inconsciente, aquello que nos interesa. Ni gradus ni jerarquías, solo letras que se deslizan y testimonian. Un objeto, el libro, que deviene estilo, y por tanto género. Y nosotros, testigos de estas ofrendas simbólicas.
Este género de los testimonios analizantes parte de lo que resta como causa del propio testimonio de Freud, cuando éste no puede avanzar con su “autoanálisis”, y busca entre sus colegas e interlocutores el despliegue de una transferencia, que le permita volcar su propia creación con otros y experimentarla, hallar sus destellos de verdad.
Una de las propuestas de esta sección, es poner de relieve uno de los pilares fundamentales de la práctica del psicoanálisis, que es el propio análisis, además de la supervisión y el estudio de las obras que cada quién considere pertinentes para conducir un análisis.
Probablemente, estas lecturas de los testimonios nos hagan pensar en nuestro propio análisis. Y en retroacción nos lleven a interrogarnos: ¿qué nos concierne y cómo somos concernidos a ocupar el lugar de analistas en esta época?
La retrospectiva, en su intento de amarrar otras experiencias, introduce la distancia, aquello de lo que de la lectura hace diferencia. Las intervenciones de las que seremos testigos, ¿extenderán nuestro espíritu hacia nuevos horizontes? La subversión del sujeto no-velada: ¿se dará a leer en las intervenciones del analista que no dejan de ser las que el propio analizante anota?, ¿o se leerá en acontecimientos, registros de coraje en movimientos vitales? Tampoco daremos por sentado que en estos testimonios la pulsión de vida sea la carretera principal en el devenir del análisis. La pulsión de muerte, el más allá del mas allá del principio del placer, surca los testimonios, anida lo implacable de El malestar en la cultura. La perentoriedad pulsional que arrasa al sujeto, lo calcáreo del síntoma. su repetición monótona, se da a leer en un punto de anclaje de horror a lo desconocido, que no puede no dejar de suturar el vacío que introduce la paradoja de lo inefable, vestigios del goce.
No se trata de un intento de aprobar o desaprobar el desarrollo de tal o cual análisis, sino de rastrear un real, colado por el sentido y el sinsentido de lo que se da a leer en lo escrito. ¿Qué de lo inefable en un análisis gesta huellas en la arena para ser leído? ¿Qué nos transmite? ¿Qué ética orienta estos escritos testimoniales? Lo inenarrable de la experiencia de una sesión es como la poesía, los instantes de conmoción son fulgurantes, furtivos, inasibles en una lógica narrativa que responda a intereses teóricos. Una inmixión de la letra analizante y la lectura flotante.
El testimonio devendrá en una gesta que podrá o no ponerse en acto o una hoja vacía que podrá o no devenir poesía, pasaje de lo ilegible a estelas de lo real. A veces basta también, con la soledad de la experiencia, que se transmitirá en el lazo con el otro, en una nueva posición subjetiva. El deseo de testimoniar y el deseo de escribir no están necesariamente ligados.
No se trata de arribar a conclusiones generales, sino más bien, del tropiezo con intervenciones, direcciones de la cura, estilos, que devendrán al sumergirse en la letra del analizante. Dar con una suerte de intersección, en el mejor de los casos, el trisquel que aloja al objeto <a> en el nudo borromeo, en los tres planos que lo calzan: Imaginario, Simbólico y Real. Una orientación que no responde a “un deber ser” de lo que sería un análisis, sino por el contrario, sumergirnos en la letra tomando los textos como una ficción, en la lectura de sus trazos, que no en demasía abundan, de esta aventura fascinante que el análisis puede ser. Intentaremos adentrarnos en la ficción de un relato, en la temporalidad propia del analizante.
¿Qué nos conduce a buscar un análisis, elegir a tal o cual analista, como se va forjando esta transferencia? ¿Qué sucede en ese encuentro? ¿Cuáles son sus efectos, sin cernirlos a los estrictamente terapéuticos? Los testimonios nos indicaran ciertas vías, para extraer otras, en el paso de una escritura a otra, la escritura de una escritura.
La experiencia analizante se transmite en los análisis que llevamos adelante. Pulsa en los testimonios, el deseo de analista, el pasaje de analizante a analista. No se trata del deseo de un analista, sino de la función <deseo de analista>.
El poder de la sugestión, no es una teoría, es una práctica que se ejerció y se sigue ejerciendo, no estamos exentos de ello, sí podemos estar lo más advertidos posible. Advertidos también de que las transferencias no pueden estar tomadas por núcleos resistentes de poder en el seno de las diversas pertenencias institucionales. Está sección quiere ser inmersión y colisión. Un despertar a la luz del mediodía que no produce sombras, para vislumbrarlas no en una claridad efectuada, sino en una efectuación que deviene de una lectura entre luces y sombras.
El testimonio, transmisión de lo que a su vez fue transmisión, en tanto el inconsciente es el discurso del Otro: la supervivencia del sujeto, las determinaciones históricas gestadas por significantes arriman de lo real, cavidades excéntricas, laterales, perisféricas. Las intervenciones de los analistas otra vez, anotadas por los analizantes, las relaciones transferenciales, y aún determinados objetos que cobran vida en el análisis y que no son necesariamente los del analizante, hacen borde al transcurrir de los análisis narrados.
“Basta que un ser pueda leer su huella para que sea capaz de reinscribirla en un lugar distinto de ese donde la había producido primero. En esa reinscripción se halla el lazo que lo hace desde entonces dependiente de un Otro cuya estructura depende de él.” (J. Lacan, Seminario De un Otro al otro)
Elementos discretos: huella, reinscripción, Otro y lazo, están presentes en los testimonios, ecos de una ausencia, intentos de reinscribirla, hacen lazo en la re-escritura de la hystorización del análisis.
Freud, en “Recuerdo, Repetición y Elaboración” (1914) nos dice que en el análisis no se recuerda lo reprimido, sino que se lo vive de nuevo como acto por acción de la transferencia, el pasado no requiere ser recordado, sino esclarecido.
La reescritura de un hecho pasado animado por el porvenir esclarece lo insospechado de una libertad que está allí, en reserva, esperando que el destino devenga desatino, palabra inédita, verdadera. Posibilidad proporcional al desinvestimiento del Otro, o por qué no a su desvestimiento, ¿certeza de castración? ¿las pérdidas que logran inscribirse como falta? ¿Qué del orden de la palabra escrita mantendrá en suspenso al deseo y qué lo arrimará a otras orillas habitables en los testimonios?
Algunos de los testimonios propuestos a trabajar:
- H.D (“Tributo a Freud,” escrito diez años después del originalmente “Escrito en la pared” sobre sus anotaciones de las sesiones mantenidas con Freud entre 1933 y 1934),
- Serguei Pankejeff, (1952) “Las memorias del hombre de los lobos”, Ediciones Nueva Visión
- Margarette Little (Relato de mi análisis con Winnicott. Angustia psicótica y contención, (1985), Lugar Editorial. Buenos Aires. 1995.
- Lou Andreas-Salome «El narcisismo como doble dirección» (1921, ed. 1982) en dónde reconoce y agradece a Freud el haber descubierto el psicoanálisis, y las cartas entre ambos, y «Aprendiendo con Freud. Diario de un año, 1912-1913», Laertes, S,A, de Ediciones, 2001. (Si bien Lou no se analizó con Freud, su transferencia con el y sus cartas son un testimonio)
- Gerard Haddad, «El día que Lacan me adoptó»
- Pierre Rey, «Una temporada con Lacan»
En la próxima entrega comenzaremos por el testimonio del análisis de H.D (1), una escritora que recibió reconocimiento en vida como tal, analizante de Freud.
* La etimología del concepto retrospectivo nos remite a la lengua latina y a su vocablo retrospicĕre, que hace referencia a “observar hacia atrás”. No hay analista que no esté condicionado por su época, o más o menos advertido de ella. Esto lo veremos en la escritura del análisis de H.D con Freud. Agradezco a Helga Fernandez por acercarme este concepto.
(1) H.D más conocida por sus iniciales, se llamaba Hilda Doolittle. Nació en 1886, Bethlehem, Pensilvania, EE.UU y murió en 1961 en Zurich, Suiza. Transcurría el año 1933. H.D, poeta, escritora, analizante de Freud se hallaba en un estado de conmoción debido a la aproximación de la segunda guerra mundial, resignificando la primera guerra mundial que ella había vivido y en la cual había sufrido pérdidas, y al nazismo que tomaba forma de espanto a su derredor, como a acontecimientos personales penosos no exentos de lo anterior, que la urgían a escribir lo que ella llamaba una leyenda, que podía ser su historia, un mito, un unir los trozos de historia esparcida y rota en temporales que sacudían al hombre con los estertores de la guerra y el holocausto…
Gabriela Odena. Psicoanalista. Actualmente editora y columnista de En el Margen, Revista de Psicoanálisis. Realizó un postgrado en psicoanálisis en el Hospital Alvear, coordinó grupos en diversas comunidades terapéuticas, formó parte como miembro, de la E.F.A desde el 2010 al 2019 integrando su directorio en dos períodos. Anteriormente, trabajó en la gestión de Recursos Humanos para diversas organizaciones y empresas. Fue docente en la U.B.A, de la materia Búsqueda y Selección de Personal. Fue perito en los fueros laboral y civil.