Por ese palpitar. Lectura de Potencia de la dulzura, de Anne Dufourmantelle. Por Horacio Medina.

Imagen de Germán Wendel.


Potencia de la dulzura, como existencia material de libro, abre la pregunta sobre su propia carnación como quien piensa en un color local, una vibración o existencia de acontecimiento. Se trata de un libre exponerse que es latido, modulación o frecuencia, tal como lo pensaría Nancy(1) para evitar el sentido de una materia cualquiera que se encontraría henchida de espíritu; materia, que adquiere vida, insuflada por cierta espiritualidad que la en-carna. Si damos crédito a la autora y la dulzura se nos presenta, primero, como un enigma, ¿cómo es posible atestiguar por ella, si su ser es escurridizo y acechante? Quizás algo se detenga en ese “ella” como su mejor versión nominal y haga reverberar su enigma con la fuerza de las bestias. Creemos captarla, como diría Anne, en el movimiento que despliegan las páginas del libro: fineza de madera intervenida por la irrupción del color, acuarelas que devienen tiempo en el paseo por su decurso narrativo, tránsitos por la letra no sin sobresaltos o reposo. Y el ojo que se cruza con ese primer roce del tacto, luego con otros imperceptibles movimientos, que van del claro al oscuro, y componen la dulzura en cinemascope. ¿Cuál es la carne con la que la dulzura entra al mundo, es el libro su carne o más bien debe su existencia a una composición de luz y voz que se extravía en su escritura siendo primeramente un llamado a quien pudiera leerla, para que la haga existir como escritura donada? ¿Será la misma carne que entreteje la transferencia en cada análisis?

Ella nos fue donada, digo, la dulzura.

Desde que leí el libro por primera vez porque, ciertamente, al trabajar en su hechura como parte del equipo editor(2), además de maravillarnos, lo fui palpitando en un entre-lenguas estimulante. En ese momento, sentí que el filósofo, Merleau Ponty, podría ser invitado como amigo privilegiado a las fiestas sensibles que Anne sirvió para el deleite de los sentidos y el vibrato de los conceptos.

Es que Merleau Ponty saludado, en varias oportunidades, y despedido por Jacques Lacan(3), fue el gran maestro del anillo imaginario, en lo que tiene de más bello y sublime, pero también en su doblez más engañoso. Lo que hace mundo y cuerpo está habitado por la sensualidad del ojo y el espíritu, el doble y el espejismo, el perceptum y el percipiens. Todos temas de un lirismo narrativo a los cuales Merleau Ponty rinde un homenaje exquisito con su pensamiento(4).

Y está la carne, ¿qué será, qué palpita? No se deja tomar en esos espejismos sino que se atrapa, o más bien se intuye, en el movimiento de un guante que desnuda su propia reversibilidad al quitarse de una mano. El guante que no es sin piel, quizás sea una figura más, entre otras, en el juego de los pliegues y el tacto. Anne hace entrar algunas otras metáforas de una gran sensibilidad, sin menoscabo del guante como elemento privilegiado dentro de una erótica del tacto y la caricia. La dulzura va cercando esa invaginación de adentro hacia afuera, y viceversa, en una retórica de giros poéticos tan o más bellos que los de Merleau Ponty, y que, por cierto, escribe de maravillas. Ni cuerpo ni pensamiento ni yo ni mundo más bien envoltura hecha de un cierto tejido conectivo por decir de algún modo, la hibridez que se teje en un entre topológico. Son versiones para un decir el modelo pulsional como ligadura y desligadura entre la vida y la muerte, la violencia y la suavidad. La carnación es el impersonal modo de existencia de lo animado, e incluso de lo inanimado, de lo que pulsa por nombrarse. Superficies habitadas por el tacto, imágenes habitadas por una mirada. La carne no es sustancia alguna, más bien recuerda el elemento cosmogónico, dice el filósofo francés: agua fuego tierra.. carne y agrega, que es la inauguración del dónde y del cuándo. Apertura del espacio y el tiempo. Allí en el borde, la dulzura, instituye un pasaje.

Llegada de un tiempo en que la humanidad no estaba disociada de los elementos, de los animales, de la luz, de los espíritus.

Un antes original que sería un albor. Pero habrá habido, desde el comienzo, violencia, terror, asesinato.

No hay civilización sin barbarie incluso en sus versiones más dulces, más refinadas. La cualidad de albor, hermosa como palabra y como pasaje(5), pone a la dulzura en la promesa de un despertar, en ese punto exacto donde un análisis es promesa de hacer pasar un dolor hacia otro lugar, darle un curso al entre-dos como condición para una metamorfosis que vaya del estruendo significante hacia una transformación silenciosa.

Abre a un entrelazamiento inaudito, impensable por una razón sin penumbras, dado que recoge, no cualquier guante, sino el guante del pliegue barroco: ¿cómo es posible, bajo qué truco de magia o trompe-oeil, tirar de la cuerda de lo visible para hacer despuntar un atisbo de su reverso: lo invisible? Tirar de esa cuerda o entrelazo, no es sin riesgo, pero es lo que más nos acerca al camino de un análisis. La ocasión de que una escucha acompañe al borde mismo de ese límite donde la dulzura troque el dolor en posibilidad de más vida.

El pliegue barroco hace que la afectación sea siempre de la carne, es decir, si el alma se conmueve también el cuerpo deviene sintiente y aloja o repulsa esa conmoción y si fuera el cuerpo el que goza no deja de afectar a su vez al alma.

Merleau Ponty no lo dice desde allí, tampoco habla desde la experiencia analítica, sino que dirige su pregunta a la pintura como arte de la luz y de la sombra y encuentra el secreto quiasmático del mundo en Cezanne. Se lo pregunta también a Proust para que diga de lo invisible como quiasma entre lo eidético y lo sensible. Y nos recuerda a Valéry cuando dice de la negrura secreta de la leche. La carne será entonces el doblez de las luces y los sonidos, el lado oscuro de la luna o su profundidad imaginada. Su textura carnal nos presenta la ausencia de toda carne, una especie de hueco, surco que es trazo y a la vez espectro, es que por allí advertimos, con asombro, que habrá pasado la dulzura.

Ciertamente que el mundo fenomenológico está habitado por cosas sensibles y noemas que participan, diría Lacan, de la sospecha que en algún lugar hay una unidad. El ojo abstracto del que presupone conceptos y por lo tanto ojo que repone un sujeto modelo de una percepción universal. Las cosas en el psicoanálisis son, en verdad, si fueran algo, una sola: la Cosa de la cual se habla sin decirla siendo causa del movimiento del decir.

¿Cuánto participa la dulzura en ese movimiento?

También Anne escribe sobre el hueco y el doblez de lo sensible, sin sujetos supuestos sino con la intuición de que el sujeto es un enigma solo tocado en su estado de potencia. Ese hueco aloja en el cuerpo las zonas erógenas sin las cuales la dulzura sería apenas un espejismo o redoblante oculto de lo visible como puro esteticismo, falsificaciones -for export- de una conciencia de sí.

Pero la carnación de la dulzura es un antecedente y no es la encarnación de ningún espíritu, alma o conciencia. Tampoco es un cuerpo listo para recibir las percepciones que retornan a una conciencia trascendental, esa conciencia que, en tanto mirada, capta un color rojo como variación del rojo universal, como si lo rojo tuviera alguna existencia que no fuera solo una suposición convencional. La dulzura es irrecibible.

Algo se retuerce y empieza a caminar por el lado salvaje.

Es que la dulzura sólo, en una primera inteligencia, se deja asir por su potencia de reversibilidad. Si está habitada por las formas del pliegue entre el cuerpo y el alma adquiere las formas de una torsión, un pliegue que se estira y se retuerce, es un torcimiento, no sólo contracara invisible del mundo cual si fuera una moneda bifronte.

Ese salto o torsión habilita que la dulzura viva como potencia en la sublimación, cambio de objeto, pero movimiento amasado por el ser sexuado. Las formas sublimadas tuercen el camino del sexo por medio de la elipsis del tiempo, del cuerpo, de la escritura.

De hecho si la infancia guarda su secreto lo hace porque trae un tiempo en torsión, un advenir siendo sido de la infancia del cual tendremos que sobrevivir ya que en la infancia todo está expuesto en un atroz descubierto. Dice Anne, no se sobrevivirá a ello sin dulzura, sin elegir una segunda vez, concientemente la vida.


1- Nancy J.L. (2003), Corpus, Madrid, Arena Libros.

2- Me refiero con equipo editor a quienes conformamos la Editorial Archivida, en la cual me encuentro y Nocturna editora, ambas editoriales  establecimos  en co-edición, la circulación del libro de Anne en castellano.

3- Lacan J, (1961) Merleau Ponty, en Les Temps Modernes, n° 184/185, Gallimard, París, pp. 245-254.

4- Maurice Merleau Ponty (1908-1961) autor de  (1985) Fenomenología de la percepción, Madrid, Planeta Agostini; (2010) Lo visible y lo invisible, Buenos Aires, Nueva Visión, (2017) El ojo y el espíritu, Madrid, Trotta entre otros textos.

5- En la  urgente e imprescindible nota de traducción escrita por la traductora, María del Carmen Rodríguez, vemos aparecer en una cercanía seductora la voz “dulzor” al “douceur”, empleado por Anne Doufourmantelle. Trazado en la letra de la poesía hispanoamericana no deja de resonar en lalengua junto a otras cercanías que Potencia de la dulzura hace escuchar: albor,dulzor, temblor, primor, atroz.


Para acceder al libro pueden escribir a edicionesarchivida@gmail.com o mandar mensaje al Whatsapp +54 9 11 2250 7456.


Horacio Manuel Medina, 1969. Licenciado en Psicología (UBA), psicoanalista, práctica clínica desde c1996, Magíster y Especialista en Ciencias Sociales y Humanidades, mención Comunicación (UNQ), Psicólogo institucional en GCBA, Profesor Adjunto de la cátedra de Problemas Antropológicos en Psi­cología (UBA); docente de la Maestría en Vínculos, Familias y Di­versidad Cultural, Instituto Universitario del Hospital Italiano, coor­dinador editorial y co-autor del libro Ensambles ( EUDEBA, 2011), participación como co-autor en los libros Incesto: un síntoma social , en Juventud Memoria y transmisión: pensando junto a Walter Benja­min,(NOVEDUC, 2012) y en Entreveros y afinidades 2, (La Hendija, 2017) Investiga cruces entre psicoanálisis, literatura y el pensamiento contemporáneo: trauma, historia reciente y narrativas biográficas.

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