Una fobia al nombre. Por Gisela Avolio

Cuidado editorial, Helga Fernández

Aclaración: De modo de preservar el secreto profesional y la identidad de las personas fueron aún más ficcionados los datos.

Impacta, cada vez, encontrarse con la multiplicidad de objetos que pueden constituirse en el nombre de una fobia; es decir, que dan el nombre a un síntoma fóbico y, esto, en nombre de una operación significante.

Es sabido que no siempre se trata de objetos materiales, algo del mundo que se nos da directamente a la percepción; esto lo demuestra la clasificación que, incluso, Freud procuró de los objetos de la fobia y que pueden también tratarse de situaciones como la agorafobia, claustrofobia, eritrofobia, fobia a la oscuridad, al silencio, a las locomotoras, fotofobia, hidrofobia, zoofobias, etc…

Aunque pretendiésemos circunscribir los objetos empíricos capaces de dar nombre a una fobia -lo que es imposible-, eso no nos resolvería hacer constar el valor significante del objeto y de qué modo determinado objeto se pone en dicha función, dado que partimos del supuesto de que “la neurosis es una lengua”(1), y en tanto tal requiere de un desciframiento.

Si hablamos de una lengua, esto implica la existencia de un signo, una letra, un elemento alfabético perteneciente a un orden simbólico del que desconocemos -a priori- sus determinaciones precisamente por no constituir un código preestablecido, sino dependiente del lugar en relación a otros elementos del alfabeto, con los cuales se arma un conjunto. Más aún, el sujeto mismo es uno de esos elementos sin que él sepa cuál lo articula en la lengua de su neurosis.

Por esta razón resulta imprescindible una lectura de esa cifra escrita en y con un objeto fóbico, para circunscribir que un elemento ha de tener tal valor significante. A la vez que muestra que esta lectura es singular, obligando a quien está en función de escucha, a buscar las leyes de solución (losüng) al enigma en tal discurso organizado.

El “diálogo” revelador en el que se irá formulando el sentido del discurso, no es otro que la transferencia. Y hasta es posible decir que gracias a que interviene un inicio de desciframiento en el texto (de quien habla), es que el texto irá operando sus transformaciones y revelando sus estructuras.

Entonces: ¿cómo algo extraído de la realidad, se convierte en un objeto del malestar y pasa a ser puesto en función significante?

Responder esto supone tratar de dar cuenta del modo en que se produce la progresión metafórica en las fobias; contamos con orientación y antecedencia para intentar ese desciframiento –Freud y el desarrollo de Lacan en su seminario IV.

Jean Allouch afirma que poner el objeto en función significante consiste en darle un valor de cifra(2), ya que el objeto fóbico tacha o barra al objeto material desde el momento en que éste último deja de ser el mismo elemento empírico que era, ya que será tomado como un significante. Éste es un primer movimiento de sustitución por un significante que no es cualquiera, sino específico por cumplir la función misma de abrir al sujeto -como el del Nombre-del-padre- a la dit-mensión significante en cuanto tal; es decir que introduce la función de significación.

Esta función significante lo distingue del símbolo en tanto éste último representa algo para alguien, pero de un modo en que éste queda enteramente representado por el objeto; un símbolo concentra y congela un sentido imaginario que no abre a una nueva asociación y es por esto que a diferencia con el significante la función de sujeto allí queda diluida. En cambio, decimos que un significante representa a un sujeto para otro significante porque esto remite a un nivel de representatividad en el que es necesario el deslizamiento entre uno (S1) y otro (S2) para que pueda aparecer el sujeto.

Esto último subyace en el argumento de Lacan, que partiendo de la referencia de Freud al retorno infantil al totemismo(3) en el plano de las fobias, hace hincapié en la necesidad de trasponer este objeto a una formalización(4) menos amarrada a la relación causal con el tótem, y en todo caso más sujeta a la función metafórica que el objeto fóbico aportará.

Si la respuesta fóbica instaura la función metafórica por ser ella misma una metáfora del agente de castración (por ejemplo el caballo para Juanito) ¿Qué conjugaciones son necesarias para ello?

Para cada sujeto habrá elementos que son elegidos de la cartografía de su contexto para vehiculizar esta función de transformación de la angustia en miedo localizado; elementos que serán punto de detención y alrededor del cual se irá “enganchando” todo lo que exige integración simbólica para el sujeto y que no son otros que los temas de la vida: sexualidad y muerte. 

Si el objeto fóbico introduce un quiebre en el universo del sujeto es en la medida que se construye no metonímicamente sino con una metonimia. Este deslizamiento que implica una lógica es el que se produce por ejemplo para Juanito, cuando pasa de jugar a “ser enganchado al caballo” tal como Wegen (a causa)  lo es a Dem Pferd (del caballo), a metaforizar con el caballo como posible agente de mordedura, la esperada intervención de un padre real en la relación en que se encontraba enganchado con su madre. Así nace ese juego de la metáfora dónde el «caballo» como significante va a recibir diversas significaciones (muerde, se cae, jaleo, etc) y a encarnar tal o cual objeto. 

Freud al referirse al pequeño Hans se pregunta en Inhibición, síntoma y angustia, “cuál es aquí el síntoma?, ¿es él la razón de su miedo? ¿Es él el objeto de sus temores? ¿Es él lo que le impide moverse libremente? ¿O es él más de una de esas combinaciones?”(5)

En ello radica la complejidad del asunto, se trata de esas combinaciones que bajo la vuelta de una lectura por la escucha, escriben lo que liga  unos elementos alfabéticos con otros de un modo isomórfico a las permutaciones del mitema y como apuesta simbólica a esa proliferación imaginaria. 

Un niño de seis años desarrolla un extraño síntoma que luego de descartar su compromiso orgánico lleva a su madre a consultar con un analista: accesos de angustia desmedida, llanto  y vómitos ante la sola presencia de alimentos que contengan papa; más tarde la geografía del objeto se extiende a los alimentos elaborados con fécula de papa, y así comidas como las pizzas, pastas, tartas le despiertan un horror tal que le impide sentarse a la mesa con su familia (madre y abuelos maternos), y asistir a reuniones con sus amigos hasta aislarse en circunstancias que lo aproximen a estas comidas. 

La construcción del mundo de este niño se encontraba estructurada por la fobia que situaba en primer plano la función de un adentro y un afuera. Una serie de umbrales delimitaban su existencia hasta que la progresión de estas permutaciones  trazó su confín en un elemento parasitario casi irreductible: la imposibilidad de escuchar, ni pronunciar el nombre  de la papa. Una fobia al nombre. 

Entre aquellas fronteras puntuadas como un mapa político, una escena se habría vuelto crítica. Su madre -que trabaja en torno a la agricultura particularmente de la papa- discute fuertemente con el padre del niño,  por cuestiones acerca de la “tenencia” (una figura jurídica que refiere a la patria potestad) de su hijo. Esto ocurre en presencia del niño; la pareja parental estaba divorciada.  Desde ese día se resuelve de un modo arbitrario que el niño solo podrá visitar a su padre cuando su madre lo autorice. Todo esto en tiempos en que el niño daba muestras de su curiosidad sexual. 

Si por algo esta escena se había vuelto crítica, era por confirmar el sin salida a expensas de un arbitrio, que no le ofrecía más que la posibilidad de identificarse con el falo imaginario, así el punto de partida de esta fobia hacía pie en el niño tomado más como metonimia de un deseo de falo, que en metáfora del amor de la madre (función) por el padre (función). Por esto la cuestión a esgrimirse era del orden de la “tenencia” en detrimento del ser… podría decirse.  

Como enseñó Freud, encarnar este objeto falo de la madre, implica que la identificación lo absorba por entero, y sabemos que en los enteros no hay apéndices. La curiosidad sexual, su posición de falóforo objetaba este entero; pero de una posición (metonimia) a la otra (metáfora) no había mediación posible y es justo allí que hace su emergencia la fobia al nombre, supliendo esa carencia de la intervención de la función padre real en la medida que instalaba una prohibición con lo innombrable. 

Este objeto (la papa) no solo metaforiza la relación del niño con su madre en tanto este objeto era de un interés masivo y voraz para ella en varias dimensiones de la Cosa, sino también por volverse un nombre tabú. 

La función tabú de algunos nombres fue interés de Freud en un breve artículo dónde refiere que entre los antiguos hebreos el nombre de Dios era tabú, no se lo podía pronunciar ni escribir(6) utilizándose en su lugar otro nombre – así Jehovah es sustituido por Adonai (señor)- resaltando en este hecho de la cultura la prohibición, y la religiosidad que se establece en torno a ella.

Esto interesa a la cuestión por el lazo que “la génesis de la actitud religiosa {..} traza con toda claridad hasta llegar al sentimiento de desamparo infantil {…} y la necesidad del amparo paterno”(7). Y sabemos que si en algo insistió Freud respecto de las fobias es en la imbricación de la ambivalencia que articula los fantasmas parricidas, la ternura y el miedo al padre como función (con esto quiero resaltar que como tal puede ser ejercida por quien sea que la ocupe).

Así como la prohibición funda el deseo, su otra cara circunscribe lo inaccesible, lo imposible; en este síntoma fóbico la supresión de la palabra bordeaba el alimento incestuoso que por tal era impronunciable pero inauguraba en ese mismo acto la sustitución que se valía de un “nombre del papa”.

El pequeño creyente de este modo había erigido su objeto de culto, y fue escribiendo los blasones de esta fobia que como mencionamos requirieron ser retraducidos según el código de la heráldica inconsciente.

Así como el sistema logificado de Juanito, es efectivamente así por la formalización que Lacan opero con su lectura siguiendo la recomendación freudiana de no confundir andamio con edificio; esa escritura no es efectiva simplemente para «el analista», sino que vale también para el sujeto al que atañe. Esto quiere decir que dar razones de la práctica es parte misma de la dimensión clínica, a la vez que propicia una posición de cierto descubrimiento de lo que en cada análisis sucede, y que entiendo como necesaria.


  1. Jacques Lacan, Seminario 4 “Las relaciones de objeto”. Ed. Paidós. Bs As. 1999
  2. Jean Allouch, “El pas-de-barre fóbico” en Revista Littoral Blasones de la Fobia. Editorial la torre abolida.
  3. S. Freud. “Totem y tabú”. Obras Completas. Ed. Hyspamerica.
  4. Op cit (1)
  5. S. Freud “Inhibición, síntoma y angustia”. Obras Completas. Ed. Hyspamerica.
  6. S. Freud “ El significado de la aliteración de las vocales” Obras Completas. Ed. Hyspamerica.
  7. S. Freud “El malestar en la cultura” pág 3022. Obras Completas. Ed. Hyspamerica.

Gisela Avolio, actualmente trabaja como analista, es miembro fundadora de la Escuela Freudiana de Mar del Plata, y miembro de Fondation Européenne pour la Psychanalyse. Fue Residente de Psicología en el Htal. Subzonal especializado Neuropsiquiátrico Dr. Taraborelli (Necochea, Bs. As.). Dicta clases en las actividades de la Efmdp, y allí coordina el dispositivo Práctica psicoanalítica con Niños y Adolescentes, desde 2010; actualmente es docente y supervisora de la Residencia de Psicología Clínica de los Hospitales Provinciales de Necochea y Mar del Plata. Y dicta clase anualmente en Centre IPSI de Barcelona. Desempeña la práctica del psicoanálisis en el ámbito privado.


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