CORRESPONSALES DE URGENCIA. LAS LUCES DE BALTIMORE (*). POR PATRICIA MARTINEZ.

Imagen: Lygia Clark. Documenta 10. 1997


Diciembre de 2019, hombres vestidos con trajes espaciales circulan por calles lejanas desinfectando la vida. Un virus pone en jaque nuestra tranquilidad y parece que miramos una película apocalíptica más.

Pavos reales pasean por escalinatas vacías, los delfines se acercan a Venecia, y más cerca nuestro, una familia de carpinchos camina sin riesgo por la Panamericana.

Podríamos seguir recordando las imágenes que nos capturaban azorados mientras cumplíamos el aislamiento social preventivo y obligatorio, único recurso para defenderse ante la posibilidad de enfermar y morir.

En dos años pasamos del aislamiento preventivo, a la ilusión de las vacunas, a la desconfianza hacia las vacunas, a la apertura relativa, a la vuelta a la normalidad, a la nueva normalidad, a las olas que se repiten con picos y muertos, a las grietas que rápidamente se arman entre los que no creen en nada y no quieren vacunas ni pases que limiten su libertad individual que proclaman como un bien inalienable, alienados en el encierro de su ausencia de lazo con los otros, y con las necesidades del colectivo al cual pertenecen y del otro lado los que siguen aportando soluciones provisorias y parciales pero posibles y por qué no cuestionables, pero colectivas.

Luego de dos años, mientras vamos repasando las letras del alfabeto griego con las cepas que mutan, es lícito preguntarse si el único que cambia es el virus. 

Y entonces: ¿Es posible pensar algo de este supuesto nuevo mundo que nos toca vivir? ¿Qué hay de nuevo, si lo hay, en la realidad que nos toca?, ¿Hay algún cambio en la llamada subjetividad de la época? ¿Estos cambios, tendrán algún correlato en la clínica?

Un colega y amigo Juan Pawlow (1) dice: Nuestras conductas, eventualmente nuestros actos, se inscriben en ciertas relaciones fundamentales. Es por eso que, aunque nos creamos una ficción de libertad, ella es en sí muy limitada, y más limitada aún, cuanto más desconocemos esa determinación.

…nos sometemos en el día a día a una corriente plácida que nos organiza la vida. Cuando digo: “organiza” es que nos da las vías facilitadas por las que recorremos la vida y cuesta salirse de ahí: de lo que se usa, de lo que se piensa, de lo que hay que hacer. … Es difícil poner en cuestión la dominante. Aunque para nosotros, los analistas, sea algo que hacemos corrientemente en nuestra práctica. Ubicar el lugar de enunciación implica una singularización, en tanto el acto en que se funda el analista instituye la histerización del discurso.

Estas relaciones fundamentales, que en psicoanálisis definimos como discursos, articulan lo que habitualmente denominamos realidad, el modo, no sólo de entenderla, sino de habitarla.

En 1927 Freud (2) escribió el Porvenir de una ilusión y allí dice: “Con demasiada facilidad se tenderá a incluir entre las posesiones psíquicas de una cultura sus ideales, es decir, las valoraciones que indican cuáles son sus logros supremos y más apetecibles (…) La satisfacción que el ideal dispensa a los miembros de una cultura es de naturaleza narcisista, descansa en el orgullo por el logro ya conseguido. Para ser completa, esa satisfacción necesita de la comparación con otras culturas que se han lanzado a logros diferentes y han desarrollado otros ideales. En virtud de estas diferencias, cada cultura se arroga el derecho a menospreciar a las otras. De esta manera, los ideales culturales pasan a ser ocasión de discordia y enemistad entre diversos círculos de cultura, como se lo advierte clarísimo entre las naciones.”

Lacan(3) también invita a reflexionar : “¿por qué pese a todo es preciso no pintarles un porvenir color de rosa? Sepan que lo que asciende y que todavía no vimos llegar a sus últimas consecuencias, se arraiga en el cuerpo, en la fraternidad, en el cuerpo, es el racismo, del que todavía ustedes no terminaron aún de hablar”.

Lacan dirá que están el Bien, el Mal y la Cosa. El elemento extraño, extranjero, hostil, objeto de increencia y aversión: das Ding.

Para el hombre el horror es ante lo otro, el yo se constituye al precio del no-yo, lo rechazado de sí que constituye un adentro y un afuera. La formación de un primer exterior no tiene entonces nada que ver con la naturalidad. Es un exterior de proyección invertida de un interior que no existe como tal, sino a partir de la Ausstossung, de la expulsión.

Segregación, entonces, estructural a la constitución del yo y el odio que hace a la constitución del mundo.

El Bien, el Mal y la Cosa. Pero el Bien sólo puede estar a distancia, como referencia y aspiración, es un Bien a alcanzar, no alcanzable, es un bien de expectación que debe permanecer en ese estatuto.

Entonces esta función de aproximación-distancia hace al campo de la Cosa. Este campo se articula con la función de la negación freudiana que introduce la dimensión de la existencia a partir del rechazo del ser.

La Cosa, el Bien y el Mal, para que en su intrincación se  constituya la realidad freudiana, que se conforma sólo como consecuencia de la dependencia respecto del otro, es decir a través del complejo del semejante.

Estoy tratando de articular lo que considero central, el concepto de realidad psíquica, lo cual supone que en tanto hablantes y nacidos a y por la lengua, nuestra realidad está marcada por la existencia de un más allá del principio del placer, más allá que pone entre paréntesis lo que es el Bien del sujeto. Es decir, no hay ninguna con-naturalidad respecto del Bien.

Es en la relación con el otro que nuestra realidad se constituye, pero los otros no son todos iguales, están los semejantes que se nos parecen y con quienes compartimos rasgos comunes. Son “los que comparten nuestros ideales” como decía Freud en El porvenir de una ilusión.

El partenaire es otro tipo de otro, aquel que odioamamos por la diferencia sexual que introduce.

Y está también el prójimo, con el que no cuenta ni la semejanza imaginaria, ni la diferencia simbólica, lo que cuenta es el cuerpo en su inquietante cercanía. Son esos otros que en este tiempo se han vuelto contagiosos. No nos atraen, ni los rechazamos necesariamente, no son de los nuestros, no pertenecen a los amigos o a los rivales, simplemente se encuentran en nuestra cercanía, Lacan los nombra como la inminencia intolerable del goce

Y si hablamos del odio a lo extranjero, a lo expulsado, a lo que queda fuera para constituir nuestra “realidad”, estamos suponiendo que hay de lo rechazado y de lo aceptado.

Entonces hay algo que hace comunidad, y la pregunta es si ese “algo” puede reducirse al punto de identificación simbólica.

Para Žižek (4), el vínculo entre los miembros de una comunidad implica siempre una relación común respecto de una Cosa, respecto del goce encarnado. Y volvemos a das Ding.

Sigo con Žižek: “Esta relación a la Cosa, estructurada mediante fantasías, es lo que está en juego cuando hablamos de una amenaza a nuestra forma de vida representada por el Otro: es lo que se ve amenazado cuando, por ejemplo, un inglés blanco entra en pánico por la creciente presencia de extranjeros”. (5) 

Para el filósofo esloveno el nacionalismo representa un dominio privilegiado de la irrupción del goce en el campo social. En última instancia la causa nacional no es más que la forma en que los sujetos de una determinada comunidad étnica organizan su goce a través de los mitos nacionales. Entonces lo que está en juego en las tensiones con el extranjero es siempre la Cosa. Siempre atribuimos al otro un goce excesivo: quiere robarse nuestro goce, arruinar nuestra forma de vida, quedarse con lo que nos pertenece y por lo cual no paga ni tiene derecho.

En resumen: nos molesta del otro el modo peculiar que organiza su goce, su olor, su comida extraña, sus formas de vestirse, de celebrar, su actitud hacia el trabajo. También su manera de responder frente a un peligro común como una pandemia. 

La paradoja básica es que concebimos nuestra Cosa como algo inaccesible al otro, al mismo tiempo que amenazada por él.

De acuerdo con Freud, la misma paradoja define la experiencia de la castración, que dentro de la economía psíquica aparece como algo que realmente no podría ocurrir y aun así nos horroriza.

“Lo que ocultamos al atribuir al Otro el robo de nuestro goce es el hecho traumático de que nunca tuvimos lo que supuestamente se nos robó: la falta (castración) es originaria, el goce se constituye a sí mismo como robado Podemos usar también en lugar de robo de goce, el término  técnico lacaniano de castración imaginaria”.(6)

No podemos decir que haya alguna novedad en lo expuesto, segregación, violencia y el odio como respuesta son parte vertebral de la historia universal, lo segregado cambia según se lo nombre a través de la historia como bárbaro, hereje, judío, gitano, negro, cabeza, grasa militante, latino inmigrante, musulmán y la lista se expande según época y lugar. Hoy podemos sumar las segregaciones que la pandemia trajo.

Y entonces qué cambió en el mundo. ¿Se desmorona el discurso amo, que ordena y acepta los límites de su propio poder y en su lugar se entroniza el capitalismo que rechaza el lazo con el otro? La disgregación de los lazos sociales y la ausencia de ideales que algunos autores consideran signos de la época, ¿determinan en la clínica la aparición de esos cuerpos sin historia que nos consultan por malestares diversos que no pueden ligar a su palabra? ¿Las depresiones, la impulsividad y los cuerpos trastornados, son a consecuencia de estos cambios?

Para Lacan dijimos están la Cosa, el Bien y el Mal. Bien con el que hay que guardar una distancia. Pero ¿y si fracasa esa función de la distancia necesaria al Bien, tal como parece corroborarse hoy en día, es el Mal, la destrucción lo que se enseñorea? ¿Qué distancia tiene un señor que, creyéndose en su derecho universal de recibir asistencia, maltrata violentamente a una médica porque no puede seguir hisopando?

La negación es la capacidad del que habla de poner en cuestión su decir, capacidad de cuestionamiento que hace a la relación de quien habla con su palabra, negación necesaria para que la palabra subsista no tragada por la pulsión de muerte. Si algo enseña el psicoanálisis es que en la palabra reside la vida, al menos así entiendo el hermoso vel que nos ofrece Lacan: La palabra o la muerte.

El psicoanálisis habla de la política, especificando política del síntoma, para dar lugar a lo que no anda, al malestar que la cultura supone y se refiere a los cuerpos pero especificando cuerpos hablantes, pues lo que nos humaniza es la relación con la palabra. Y si bien partimos de una equivalencia cuerpo/ser, es para sostener que esa equivalencia se rompe si va a dar lugar a un parletre, por eso trajinamos por das Ding y la negación.

Lacan estuvo en la ciudad de Baltimore para dar una conferencia, al mirar por la ventana ve las luces de la ciudad prenderse y apagarse y piensa que allí puede reconocerse la presencia de un sujeto. Sujeto que no es individuo, ni sustancia, sino la existencia efímera que se manifiesta en el momento de hablar y cuestionar nuestra palabra.

Aún hoy, nuestra invitación sigue siendo la misma que hacía Freud, “venga y diga, hable, lo escucho”, porque a diferencia de otros discursos, incluso del campo psi no hacemos equivaler el ser al cuerpo, se trata de las luces de Baltimore, de los cuerpos hablantes, de dar lugar a la palabra y no acallar el síntoma, pues sabemos que en la palabra reside la vida, y que aún está vigente; tal vez más que nunca, que se trata de la palabra o la muerte.


Referencias Bibliográficas:

(*) Este trabajo se basa en la actualización y modificación del trabajo publicado en Papeles de trabajo#1: La segregación hoy. Conversaciones, publicado por Fundación Medifé.(2017)

  1. Juan Pawlow: Exposición realizada el 19 de noviembre de 2021, en Conversatorio: “El niño: ¿campo de batalla de diferentes discursos? Organizado por el equipo de salud mental de Medifé. 
  2. Sigmund Freud: Obras Completas. Traducción López Ballesteros.  Ed. Biblioteca Nueva-Madrid.1948.  Artículo: “El Porvenir de una ilusión»
  3. Jacques Lacan. El Seminario: “…o peor” 19. Ed. Paidos.2016.
  4. Slavoj Zizek: La Permanencia en lo negativo. Ed. Godot 2016
  5. Id.
  6. Id.


Patricia Martínez. Psicoanalista


Cuidado editorial: Mariana Castielli



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