Dos preguntas a Helga Fernández

Responsable sección, Gisela Avolio/ Cuidado editorial, Ricardo Pereyra


– ¿Cómo y cuándo descubrió el psicoanálisis?

– Me parece que para cada quien el descubrimiento del psicoanálisis es pulsatil como el inconsciente: nos abrimos y cerramos al discurso al unísono con el tiempo del inconsciente que se abre para volverse a cerrar. Ni una cosa ni otra son estables; no suponen el develamiento de lo oculto, sino una ética, y, sus aconteceres también comparten lo retroactivo aunque para narrarlos los ubiquemos cronológicamente.

Entre el 81 y el 82, a mis 6 y 7 años, en pleno proceso cívico/religioso/militar, subía a la piecita de la terraza de mi casa para leer alguno de los libros que en mi familia de origen eran llamados prohibidos. Uno de ellos era el primer tomo de las Obras completas de Sigmund Freud. Aunque dedicaba horas a mirar lo que en aquel entonces y en ese contexto me decían que no se debía, no entendía nada, sólo pasaba las páginas con la afección de quien intuye que ahí adentro hay algo. Si las cosas no se hubieran sucedido tal y como lo hicieron tal vez este hecho habría resultado anodino.

A los 8 años, mientras recortaba pedazos de tela para apaciguar la luz de un velador que tenía la forma de esas bolas de cristal en las que se lee el futuro, le dije a mi mamá que ella estaba enojada con mi abuelo porque en verdad estaba celosa. Ella respondió: Eso es una interpretación psicoanalítica.

A los 12 años, en horario de clase tuve mi menarca y me manché el guardapolvo blanco con sangre. Cuando me di cuenta de lo que pasaba me puse a llorar. La maestra me dijo que no tenía de qué avergonzarme. Le dije que no lloraba por vergüenza, que lloraba porque no podía entender que mi cuerpo ya estuviera en condiciones de tener un hijo mientras que yo todavía era una nena. Ella sonrió y le dijo a Angelita, la portera, que fregaba en el lavatorio del baño la mancha roja del delantal, que eso que había dicho era muy freudiano.

A los 15 leía un libro de metafísica, en un pie de página me encontré con una referencia a Freud. Al llegar ahí recordé los calificativos que habían pronunciado la maestra aquel día en el baño y mi madre frente al velador y quise saber, ahora que era más grande, qué había escrito Freud y que podría tener que ver eso conmigo. Le pedí a una vecina, que tenía una biblioteca inmensa, que me prestara algún libro suyo. Me dio un tomo de los dos de la edición “Freud para todos”. El primer texto que leí fue “Psicopatología de la vida cotidiana”, más precisamente “El olvido de los nombres propios”. Sentí que se abría un multiverso que no estaba dispuesta a abandonar, una relación a los hechos donde se trataba a los indicios de una manera muy distinta que la policial, detectivesca o paranoica –tres palabras con los que elijo denotar cómo, en general, eran considerados los significantes en el lugar del que provengo.

A los 17 tuve psicología como una materia más del secundario. La profe nos hizo leer un capítulo de “La interpretación de los sueños”. Después de esa lectura, que a diferencia de la de los 6 años hizo mella en otra dimensión que la de lo prohibido, inauguré un cuaderno para anotar mis sueños. Cada tanto soñaba que “atendía pacientes” y que como parte del tratamiento les sugería que cambiaran de posición, literalmente: de la silla, abajo del escritorio; de abajo del escritorio, al diván. Y así.

A los 18 entré en la facultad para estudiar psicología, no tuve la suerte de caer en la U.B.A. En segundo año escuché a Eduardo Bernasconi dar clases de psicoanálisis con tanta pasión que vez tras vez crecía más en mi la curiosidad por eso que era hablado. Cuando introdujo Edipo/Castración lo hizo a partir de anotar una oración en el pizarrón para seguidamente modificar el sentido de lo que en principio se leía gracias a una coma. Esa lógica, donde la letra y su escansión marcan el cuerpo y nos hacen, me impactó.

Con mis compañerxs estudiábamos juntos los textos de Freud. Una vez, mientras nos detuvimos en las conferencias 25 y la 32 , Sol pidió que la disculpáramos, pero que no podía continuar porque leer sobre la angustia le causaba angustia. El resto de los presentes coincidimos en la sensación ante eso que a diferencia de otros textos nos tocaba e interpelaba, pero también coincidimos en la avidez por continuar hasta ir a dar con el fin de aquellas elucubraciones, tan auténticas como apasionadas, de un señor que solito su alma le contaba al mundo, al tiempo que lo iba construyendo, un invento de y con el lenguaje que cambió la historia de la humanidad.

Cuando terminé la facultad sabía que quería dedicarme al psicoanálisis, lo que no sabía era por dónde empezar. Al tiempo de haberme recibido, una amiga de ese entonces me recomendó un analista que por falta de horarios afortunadamente me derivó a otra analista. Fue en ese análisis que supe de qué se trababa la experiencia del análisis. Esa apertura inaugural, comparable imaginariamente al momento en que el personaje principal de “The Truman Show” advierte que toda su vida vivió en un decorado hecho por el Otro, empezó a cambiar mi vida.

También descubrí el psicoanálisis cuando al unísono de entrar en un análisis, a su vez fui al lugar del analista para otros y entonces no sólo escuché el inconsciente de mi boca, sino también de boca de personas distintas a mi. Si el psicoanálisis es una práctica que se ejerce en el lugar del analista, en el lugar del analizante y en la posición analizante del analista, entrar al mundo que nos acerca supone el atravesamiento de varias puertas. En este sentido y más o menos rayando la misma etapa también lo descubrí cuando, una vez al supervisar, la analista con quien lo hacía me dijo que no necesariamente en las psicosis estábamos frente al delirio y la alucinación, y viceversa, que no siempre frente al delirio y la alucinación estábamos frente a las psicosis. Fue la primera noción de un psicoanálisis que rompía la academia y la doctrina, que se constituía a partir de la inyección de la clínica.

Descubrí, también esta práctica, cuando escuchando a otras personas que daban clases (Verónica Cohen, Graciela Berraute, Ursula Kirsch, Osvaldo Arribas, Gerard Pommier, Analia Battista y otras y otros) no lo hacían impartiendo un saber sino hablando en vivo y en directo, pensando cuerpo a cuerpo con el discurso.

Descubrí el psicoanálisis como pasadora cuando entendí que la única, primera y última transferencia es al discurso, más que a las personas con nombre y apellido.

Lo descubrí cuando en mi primer cartel me encontré con el trabajo de otros, quienes contaban sus articulaciones con entusiasmo y autenticidad. Ellxs (a excepción de una) son algunos de “mis algunos otros” todavía en la actualidad. Sin Mariana Castielli, Marisa Rosso y Andres Motalli no habría sido posible ningún descubrimiento. No habría sido posible nada.

Descubrí el psicoanálisis cuando dispuesta a compartir con otrxs lo leído, me dejé hablar y me encontré con lo que no sabía que sabía y con lo que creía que sabía y no sabía. Cuando me sorprendí escuchando lo que salía de mi boca, no estando tendida en un diván sino sentada frente a un grupo de personas aparentemente también dispuestas a escuchar. Cuando no tuve más que reconocer, otra vez, que el psicoanálisis tanto como el inconsciente habla en uno pese a uno.

También descubrí el psicoanálisis cuando leí Marguerite o la Aimée de Lacan y Letra por letra, de Jean Allouch; El caso inexistente, de Guy Le Gaufey; Roberto Arlt, yo mismo, de Oscar Masotta y, Encerrados afuera, de Solal Rabinovitch. La invención, la composición, la investigación, la seriedad, la correspondencia con la clínica, la creatividad, la implicación y la rigurosidad de cada uno de estos trabajos, confluyendo, trazaron parte del camino.

Descubrí el psicoanálisis cuando aprendí a conversar con otros que también hacen psicoanálisis pero que lo hablan de una manera un tanto distinta a la mía. Todavía celebro que hayamos discutido acaloradamente un día entero en una isla del Delta del Tigre con Fernanda Restivo hasta advertir que íbamos más o menos hacia lo mismo desde diferentes caminos y significantes.

También lo redescubrí cuando entendí en carne propia que está hecho de otros discursos, que es una práctica que no tiene ni el monopolio ni la franquicia del inconsciente pero que de todos modos es singular, distinta, ni mejor ni peor que otros oficios igualmente dignos. Esto no hubiera sido posible sin conversar y hacer lazos de amistad y trabajo con personas que se dedican a la literatura, a la poesía, al teatro, al periodismo, como Macarena Trigo, Leticia Martín, Silvina Gruppo, Solara Lambaduru, Ever Roman, Analia Medina, Ana Vicini, Natalia Gauna, Marc Caellas…

Considero que el psicoanálisis se descubre gracias a una dimensión de la contingencia y para tratar de decirlo mejor, cuando ciertos hechos se disponen de forma tal que caen como un castillo de naipes o como una hilera de dominó en apariencia armada con profusión y alevosía. Pero también considero que se descubre cada vez que ejercemos una acción que se corresponde con una ética. Cuando nuestra posición nos aproxima a las condiciones que propician la apertura del inconsciente y entonces ahí estamos otra vez ante la ratificación de su existencia y lo que trae.

Descubrí el psicoanálisis cuando decidí no seguir formando parte de algunos lugares en particular por considerar que allí lo subversivo del psicoanálisis, a causa de políticas que voluntaria o involuntariamente se practican cada vez con más asiduidad y constancia, queda reducido al mercado de la transferencia, pese a que se pregona con palabras y hasta el hartazgo lo contrario. Tratar de cambiar una estructura a veces es tan pretensioso como querer mojar un médano con las gotas que caen del cuerpo al salir del mar.

Descubrí el psicoanálisis cuando me encontré y reencontré con otros reunidos bajo una lógica distinta a la del lazo del miedo y el confort, soportando la orfandad constitutiva que existe en cada uno por más buenos padres que hayamos tenido y sabido tener.

Descubrí el psicoanálisis cuando reconocí que se transmite por la palabra pero también por la letra. Cuando dejé de establecer binarismos inconducentes entre lo oral y lo escrito, y cuando comencé a ejercer con más responsabilidad, como uno de los sitios de la práctica, la edición y la escritura. Cuando perdí la inocencia respecto del poder que acarrea la publicación.

Descubrí y descubro el psicoanálisis cuando con Victoria Larrosa, Horacio Medina y Fernando Montañez charlamos sobre el modo en que cada quien piensa tal cosa o tal otra, y así el decir se ve alterado y intervenido en su enunciación por la enunciación de los otrxs. También lo descubro y redescubro cuando la articulación de ellos o de algún otro amigx (Gisela Avolio) da en blanco o gesta un balbuceo.

Descubro el psicoanálisis también con quienes hacemos En el margen y practicamos acciones en las cuales y por las cuales el psicoanálisis se transmite más allá de las pretensiones narcisistas –siempre encaramadas en pequeños o grandes ideales. Y todavía continuo descubriéndolo cada día estando en la escucha para quienes algo en mi, sin saber muy bien cómo, ocupa el lugar del analista.

Por último, descubro el psicoanálisis cuando esporádicamente se me da articular el deseo del analista sin por eso aplastar, ningunear, jerarquizar o descalificar el de otrxs. Cuando mi decir halla un lugar de enunciación que no profesa, institucionaliza, adoctrina o reza sino que, por el contrario, continúa haciendo rodar el desplazamiento de la transferencia al discurso. Cuando yo dejo de ser un yo y asiento que hable eso que me constituye.

– ¿Qué cree que el psicoanálisis puede aportar a nuestra contemporaneidad?

– Creo que el psicoanálisis sigue aportando lo que viene a traer desde que nació: la falla, la falta y la carencia. Tres modos en los que se presentifica la castración y que nos legan el don de perdonar, reír, crear, inventar, amar, hablar, soñar, trabajar y descansar, sintomatizar, soportar y aliviarnos, hacer chistes y llorar, acordar y discutir, disfrutar del sexo, vivir y, llegado el momento, dejarnos morir.

Aporta una distinción entre el yo y el sujeto que nos hace menos egolatras y no por eso menos singulares y colectivos.

Aporta una afirmación de lo real irreductible y a la vez la posibilidad de un tratamiento por lo simbólico que no cura de todo pero que de algo cura, incluso del imposible is nothing. Aporta también un imaginario menos tonto y menos durito, una entrada a otra dimensión de la vida menos plana y obstusa y otra lógica que la de perder/ganar, buenos/malos, éxito/fracaso, comprar/vender.

Aporta la disponibilidad del objeto causa con el cual articular un deseo y su realización y así salir del sometimiento, de la endogamia y de la exigencia de los ideales.

Aporta un discurso que conlleva una creencia atea y circunscrita a la inmanencia del inconsciente, una creatividad no necesariamente artística, una lectura que no se confunde con la intelectualidad y una clínica no psicopatológica.

Aporta, a veces y cada tanto, una lectura posible de lo que se suele dejar afuera por carecer aún de significación, por represión, forclusión o renegación. Y también por negacionismo.

Creo que el psicoanálisis actualmente aporta lo que desde que existe, decía, trajo al mundo como progreso en la espiritualidad, pero también aporta lo que se especifica y reinventa en contraste con los modos epocales de rehuir del inconsciente y su ética. Esta vez me refiero, particularmente, a la reunión de la palabra y el cuerpo por la cual el decir tiene consecuencias, en tanto es el único antídoto frente a otra relación a la palabra, viral y pandémica, por la cual quien pronuncia lo dicho no se reúne con lo que dice, resultando impune, inexistente e indolente. Pero lo aporta siempre y cuando, los analistas, a diferencia de la posición de los científicos (o de algunos científicos) no nos perdamos en los melindres del lenguaje olvidando y rechazando lo imposible.

Quizá tendría que haber aclarado, antes de procurar dar respuesta a esta última pregunta, que creo que lo que el psicoanálisis aporta depende de cada unx de los psicoanalistas. El problema y la cuestión, pienso, no sólo pasan por el psicoanálisis, también y en mayor medida requieren del movimiento del psicoanálisis porque hete aquí que los psicoanalistas tenemos los mismos problemitas que el resto de las personas. Y, aglomerados y engañados con no sé qué inmunidad que otorgaría la práctica, más.


Helga Fernández. Psicoanalista. Ejerce la práctica hace 23 años. Mantiene conversaciones de formación en hospitales de la Provincia de Bs. As. y de C.A.B.A. Co-autora de: Melancolía, perversión, psicosis. Comunidades y vecindades estructurales. Ed. Kliné/Ed. Oscar Masotta; El hilo en el laberinto I y II. Lectura del Seminario De un Otro al otro, Ediciones Kliné – Ediciones Oscar Masotta, Bs. As 2016; La carta del inconsciente. Ediciones Kliné – Ediciones Oscar Masotta. Buenos Aires, Buenos Aires, 2007; Feminismos, de Leticia Martín y otras. Letras del Sur, 2017, y, Acuerdo en el desacuerdo. Qeja, 2019. Identificación, nombre propio y síntoma: Una lectura del seminario IX. Ediciones Kliné, 2020. Ser sin orillas. Ensayo sobre Ofelia, de M. Trigo y AAVV. En el margen, 2020. Escrituras Cl{ínicas, junto con Larrosa, Medina y Montañez. Archivida, 2021. Autora de para un psicoanálisis profano. Archivida, 2020. Está próximo a publicarse La carne humana. Una investigación clínica. Escribió artículos en: LALANGUE; Lapsus Calami; N-1; La Mosca; En el margen, Espectros, entre otras. Formó parte de la Escuela Freudiana de la Argentina por veinte años. Directora editorial de En el margen. Revista de psicoanálisis. Co-dirige Archivida. Libros que escuchan, junto a Victoria Larrosa, Horacio Medina y Fernando Montañez. Es miembro de la École lacanienne de psychanalyse.


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