La Ofelia que somos. Por Helga Fernández

Foto: María Kusmuk


Quiero que me acaricies, beses, lamas y pellizques cada una de mis partes, recovecos, filigranas y emociones. Quiero que te comas cada gota de mi piel, que me mastiques órgano por órgano, deleites con mi sangre y chupes mis huesos. Prometo sazonar y endulzar cada porción en partes iguales. Te garantizo que voy a gritar de placer para que el dolor no agrie tu banquete. Pero cuando alcances mis ojos, quiero que te detengas antes de engullirlos y te mires desde ellos. Al principio no te reconocerás: te creerás otro.

Estoy dispuesta a entregarte mi cuerpo como una presa fresca y a sacrificar mi mirada, sólo para que alguna vez pases por la miserable experiencia de verte.

Cada vez que hablamos, asumimos un compromiso.

Después de haber pronunciado un decir, ya nada es lo que era.

“Hágase la luz”, declaró Dios.

Y la luz se hizo.

Los seres humanos recreamos el Fiat lux. Aislamos y concentramos el milagro de la encarnación del Verbo y su conjuro, para honrar el misterio que nos da origen y para resguardarnos de las consecuencias que nos trascienden(1).

No somos dioses, pero producimos realidad, y también esa otra realidad llamada teatro.

La formación del analista debería incluir vivir el teatro. Pero, así como el análisis será didáctico a condición de que no se pretenda su fin, nadie podrá vivir nada, por más empeño que ponga, si en lugar de dejarse tomar por la experiencia se esfuerza por alcanzarla.

En el libro de los sueños, Freud trajo a cuento schuaupaltz, una palabra referida a la teatralidad y al drama. La Otra Escena o la Otra Localidad Psíquica es un espacio onírico distinto al de la vida despierta, donde el inconsciente se representa y se figura en imágenes.

La Otra escena auspicia como sostén de la actualización de los recuerdos infantiles y de las fantasías, reeditando, con otras personas y otra concatenación significante, la marca de la experiencia con el Otro en el tiempo presente del sueño. Aunque no sea una formación del inconsciente, la actualidad y la actualización también acontecen en el teatro, donde el sujeto, de acuerdo a su posición, puede verse, ser visto e imaginar la mirada del Otro.

Si el teatro nos conmueve es gracias a que el dramaturgx y el actor o la actriz hacen pasar algo a esa escena en la que cuando, el prodigio sucede(2), el deseo se realiza.

En el teatro los fantasmas cobran vida, tanto como los sueños se constituyen en sustitutos del deseo infantil.

Si existe una obra de teatro que instaura texturas superpuestas en cuya trama se encuentra la subjetividad humana, es Hamlet.

Hamlet nos alcanza no sólo porque Shakespeare fue genial, también porque se presenta como un enigma que resuena en cada unx de nosotrxs a través del personaje homónimo y el de Ofelia.

Hamlet está compuesto por un vacío o el no-saber. Pero no seamos eruditos, se trata de otro no-saber como lo contrario del saber. Este no-saber, situado y localizado, presentifica el inconsciente y la situación del deseo de un sujeto.

En Espacio 33, algunos sábados a la noche, del año 2019, tuvo lugar Otra escena que a muchxs nos atravesó: Ser sin orillas, Ensayo sobre Ofelia. Un unipersonal en el que Inda Lavalle, la actriz, habitando el texto y haciendo desaparecer lo humanamente posible su yo, dio cuerpo a una Ofelia con voz propia, a diferencia de la escrita por Shakespeare. Simone de Beauvoir, en La mujer rota, escribió una cita libre de Flaubert: “Ella se venga por el monólogo”. Macarena Trigo, la dramaturga de esta obra, otorgándole la palabra a quien parece no haberla tomado antes, cambia la nada que la muere por una venganza que la vive.

Ofelia no es una persona, pero también se constituye por una historia, la de sus escrituras y representaciones. La Ofelia de Shakespeare resultó escrita sin madre y delimitada por los hombres que la rodean; una mujer moldeada para cumplir demandas y reflejar el deseo de los otros y del Otro.

El padre y el hermano se erigen en guardianes de su moral, de su pensamiento y de su vida. Para Laertes es un ángel casto. Para Polonio, un objeto del que dispone para su propio beneficio, en virtud de lo que le prohibe la autonomía de sus acciones. “No os entendéis a vos misma claramente, y como esto concierne a quien es mi hija y a su honor, yo os enseñaré” “Pensad que sois un bebé”. Después de haberle prohibido el contacto con Hamlet, una vez que éste se volvió “loco y peligrosamente turbado”, la utiliza como señuelo para congraciarse con el rey Claudio y elevar su posición social.

Ella, existente cuando la existen, no puede ser simultáneamente la variedad de seres que le exigen que sea. A estas demandas se le suma la de Hamlet: “Los hombres somos criaturas falsas. No nos creas, a ninguno de nosotros”. Ella responde: “No sé, señor, qué es lo que debo pensar.”

Poco después de tal despotismo infringido hasta alcanzar su cuerpo, esos hombres desaparecen de su vida. El hermano se va a Francia, el padre muere asesinado por su amado —quien además la rechaza. Ya nadie le da contenido a su existencia, tan adepta y necesitada de esas formas. Ofelia poco a poco se desintegra y se convierte en un recipiente vaciado del significado que algún dictador de turno le atribuye.

Ofelia ya no es hija, ni novia, ni hermana. No es nada. O mejor: llega a la nada. Entonces ocurre el suicidio. Desde la iluminación del sin-sentido(4), se ahoga en esa sustancia, tan blanda como fuerte y maleable, de la que surge toda vida.

Pero si leemos Hamlet entre líneas, hay que reconocer que Ofelia también fue escrita para dar cuenta del estado del deseo de Hamlet; ella es la brújula de su deseo, por lo que en el transcurrir de los actos representa tal objeto, sea cual sea la relación en la que Hamlet se encuentra con el mismo.

Si Ofelia es quien encarna el deseo de Hamlet y Hamlet es la pieza que mejor encarna el deseo, Ofelia es el personaje que mejor encarna cómo una mujer encarna el deseo de un hombre y, entonces, el que mejor nos da a ver ésta la tragedia. Una tragedia que lee Macarena Trigo, para escribir golpeando en el cuerpo, una Ofelia que hace escuchar la locura y la desesperación por la que alguna vez (o muchas) pasamos cada una de nosotras pretendiendo ser ese deseo, con más o menos furor.

“Soy Ofelia. La que el río no retuvo. Luz de luz. Engendrada y creada por la gran naturaleza del deseo, por quien todo fue hecho. Por quien todo fue dicho” “Tengo el mío acá -posa su mano en sus genitales de mujer-, atado a otra paloma mensajera”.

“Como del aire cual camaleón y engordo con la esperanza. Flota igual que un nenúfar cuando quiere, dijo una vez mamá. Flor y esperanza del reino. Miren esto. Miren cómo marchita cualquier hija de flor. Todo fue hecho. Y dicho”.

“Soy Ofelia. Un bello pensamiento entre las piernas de los hombres. No superamos la modestia de la naturaleza”.

“Te daría mis ojos y mis manos. Quiero ser necesaria. Probar cada alimento antes que vos, salvarte de inconstantes enemigos, darte un hijo quizá. Un ruiseñor certero. No me pensás capaz ni me pensás nunca. Nos vemos nunca. Nunca. (5)”.

Pero la Ofelia, a la que presta su marioneta y su inconsciente Inda Lavalle, con una fuerza espeluznante, no es sólo el falito obsceno y bueno para nada de Hamlet. Tampoco una pajarita cazada en su jaula. Ni una zombie que su padre, hermano y amado llevan y traen. La Ofelia de estas dos bestias, dramaturga y actriz, no es una muerta importante para alguien una vez enterrada. Es una mujer que camina por ese borde impreciso por el que las mujeres funambuliamos con mayor o menor destreza, por lo que también da a ver cómo se puede jugar la trampa del señuelo sin que por esto el partenaire, que refleja en ella la causa de su deseo, sea un estrago(6).

La Ofelia de Ser sin orillas no es un personaje susceptible de objetivar o totalizar. No soporta descripción ni lectura que permita su apropiación. Carece de medida que la abarque. Es una alteridad que se resiste a toda síntesis, un exceso frente a cualquier contenido que pretenda determinarla. La falta de significante de lo femenino es su reino, su fuerza, su espesura y su bambalina.

Esta Ofelia, no-toda determina por el deseo del Otro, no consagra su ser a semejante atrocidad; más allá de sí misma se suelta de la determinación asfixiante y se afirma en la diferencia, en el lugar de tensión máxima de los indecidibles que no se resuelven, abriéndose a la multiplicidad y a otros modos de inventar la feminidad.

Esta Ofelia podrá representar la madera del deseo de alguien, pero no harán de ella o con ella lo que quieran. Porque ésta es una Ofelia que opone a la Máquina del Poder, territorializante y sobrecodificado, una lógica que desterritorializa, descodifica, creando representaciones que cambian una y otra vez(7).

La mujer es una metáfora, enrostra nuestra Ofelia. Y no es una metáfora decirlo. Una que no ancla en aquello que sustituye, porque no hay nada que sustituir, sino que hace pie en el vacío de representación, en la metamorfosis constante como suplemento. En lo que no existe ni existirá jamás.

“Soy Ofelia. ¿Tampoco a vos te alcanza? Estaré junto a vos cuando sí y mientras no”.

“Soy Ofelia. Puedo amarte y ahogarme cuando quiera. Vení. Mi rostro en las monedas irá de mano en mano. Estaré a salvo al fin. O quizá al comienzo. Sí. Quizá pueda ser otra. Ofelia y alguien más dentro de mí. Luz de luz. Piedra arrojada al río por la mano blanquísima de algún niño salvaje. Seré Ofelia de nadie. Volaré como si supiera y amaré como nunca en este lago”.

“Soy Ofelia. Soy el santo remedio de la humanidad. Morirán a salvo. Soy Ofelia. Tomá. El amor es otra cosa y otra. También la culpa. No es cierto pero tampoco lo contrario”(8).

Porque cuando esta Ofelia grita, Soy Ofelia, grita: Soy Marilyn, Lady Macbeth, Lohana Berkins, Helena, María Magdalena, Chavela, Antígona, Gala, Desdémona, Marlene Wayar, Clitemnestra, Evita, Dalila, Lucrecia, Fedra. Grita: Soy la Ofelia que sos.


(1) El teatro, ritual ateo de la encarnación. Y, conjuro de la fatalidad.

(2) Un modo de decir que tomé de Macarena Trigo.

(3) Esta misma actualidad y actualización del deseo a través de la encarnación del personaje también podría dar cuenta de la diversidad de interpretaciones críticas tan contrarias entre sí, como del hecho de que hay tantos Hamlet como actores o tantas Ofelias como actrices la representen.

(4) Tal y como se nombra en Ser sin orillas.

(5) El texto entrecomillado y en cursiva pertenece a la obra.

(6) Es tan estrecha la diferencia entre el desejo (deseo en portugués) y el desecho que, además de las pocas letras entre uno y otro, entre aquel y éste suele haber nada más que un forro.

(7) Por lo que cabe que nos preguntemos, como lo hace el texto mismo de la obra, si en la escena del convento, la escena que se menciona para dar inicio a esta Ofelia, ¿Ofelia se somete o se libera de la maquinaria-amo?

(8) El texto entrecomillado y en cursiva pertenece a la obra.

Este texto fue publicado en Ser sin orillas. Ensayo sobre Ofelia, editado por En el margen, papel, junto con el guion de la obra de Macarena Trigo, audio de Inda Lavalle y otros textos de varios y queridos autores.

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