Cuidado editorial, Mariana Castielli.
Justo, justito, cuando muchxs consideran que ya no hay que leer a Freud ni qué leer en Freud, está ocurriendo un acontecimiento que produce efectos en su lectura y, por consiguiente, en la práctica analítica. La proximidad de los hechos, el agobio de la subsistencia y, tal vez, ciertas afecciones derivadas de la rivalidad y del ejercicio de un psicoanálisis envasado para ser vendido por quienes se proclaman sus dueños, empañan la perspectiva que dejaría vislumbrar esta circunstancia.
Sigmund Freud escribía a mano; su estilo, plasmado en una narrativa de oraciones engarzadas a través de signos gramaticales que hoy parecen estar en peligro de extinción, es testimonio de ello. También el hecho de que actualmente contamos con los manuscritos que bosquejó a partir de 1914 y con algunos otros que, además, se identifican con las diferentes etapas del proceso de articulación de determinado texto. Porque este hombre, como todo escritxr/pensadxr que se precie de tal, escribía y reescribía hasta ir a dar con la versión que, más tarde, era transcrita a letra de molde. No es un exceso imaginar que acompañado del gusto y del oficio de la escritura, colocaba a la izquierda el borrador y a la derecha la copia en limpio, y lo que iba reformulando, suprimiendo o cambiando en la nueva versión, lo tachaba en la anterior. Y así procedía, sucesivamente, hasta llegar a un estado del trabajo que era el que entraba en la imprenta, no sin antes volver a sus manos en el formato llamado galera, y en el que hacía las últimas correcciones para que al fin se imprimiera el libro.
Estos manuscritos, que por fortuna no corrieron la fatalidad de ser confiscados, perdidos o quemados, fueron adquiridos por la American Psychoanalytic Association y transferidos a la Sigmund Freud Collection, de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, con sede en Washington. Tiempo después, a mediados de los 70, Anna Freud donó otros que tenía en su posesión y completó la colección, aunque en un primer momento resolvió que siguieran en Hampstead, Londres, hasta que ella muriera. Por lo que recién, luego de su fallecimiento, fueron guardados en un banco londinense y, en 1986, entregados y reunidos junto con los otros a la División Manuscritos de esta misma Biblioteca.
Algunos años después, en el sur de nuestro continente, Juan Carlos Cosentino, a partir de haber leído Volver a los textos de Freud, de Ilse Grubrich-Simitis, una autora alemana, se enteró de la existencia y del destino de los manuscritos y se contactó con ella, quien le ofreció el dato del director del establecimiento que los resguarda, para que entrara en contacto con los mismos. Así inició el trabajo que viene llevando a cabo junto a Lionel Klimkiewicz, en colaboración con Susana Goldmann(1), y que consiste en publicar cada una de las versiones, en alemán y español –hasta aquí, El yo y el ello, Más allá del principio del placer, Fetichismo y otros textos, Correspondencia: el caso A.B. y Das Unheimliche– junto con el texto definitivo. De manera que el lector, gracias a esta publicación crítica, accede a una versión bilingüe tanto como al movimiento y a los pasajes de invención y creación del psicoanálisis.
Para que quede más claro, por ejemplo, el libro que publica las versiones de Más allá de principio de placer pone a disposición una primera versión manuscrita de seis capítulos escrita en 1919; una versión mecanografiada, escrita meses después, luego de la muerte de su hija, en la que Freud agrega, escrito a mano, un nuevo capítulo que intercala entre el 5 y el 6, y, finalmente el texto publicado a mediados de 1920, al que arriba luego de varias correcciones.
Considerar las diferentes versiones de un trabajo facilita la no clausura de su lectura y atender al establecimiento como a una estación que fue a dar con esa forma a partir de una elaboración previa, pero que, a su vez, es pasible de continuar elaborándose por otrxs gracias a las lecturas de sus diferentes paradas o altos, puestas en contraste a la manera de un palimpsesto inestable o de una materialidad por siempre maleable. De modo que lo interesante y provechoso del asunto no radica en el desentrañamiento de la génesis de un producto concluido sino en el acceso a un proceso de escritura que da cuenta de la necesidad de articular un real que urgía y de que todo final es incierto, contingente y acabado circunstancialmente.
Si el museo conlleva una belleza encarcelada, esta versión crítica de los textos de Freud saca a los mismos de la vitrina y los vuelve a reubicar en su suceder, en su lecho histórico, en el entramado simbólico en el que continúan vivitos y coleando y en el lugar donde prosiguen su camino e irradian su influencia. A la vez que nos recuerda que leer, en el sentido que cuenta, no es leer letras impresas o hallar en la fijación de la última versión una verdad insoslayable, sino que leer es profanar: producir un nuevo religamiento entre lo establecido, legislado, acantonado o implantado y lo variable, movedizo, mudable o inescribible. Vale decir, que leer es volver a poner en acto la enunciación de lo escrito, no como un muestrario de insectos disecados, sino como un organismo con su sinergia propia.
Si se transliterara al lenguaje pictórico lo que esta nueva edición de ciertos textos de Freud imprime respecto de los ya establecidos, resultaría homólogo a lo que Jesse Woolston(2) le devuelve a la inamovilidad del Van Gogh’s portrait: fluidez, dinamismo, secuencialidad y cadencia.
En tanto lectores, pasando desde el primer manuscrito de un texto hasta la copia que acabó por entrar en imprenta —a la que ya no podemos llamar final—, hallamos los detritus a partir de los que se leen las posibilidades en las que podría haber advenido el material, cuyas alternativas de designación, nominación, gramaticalidad y estilismo hubieran sido capaces de modificar el matiz, el sentido y hasta los fundamentos del psicoanálisis. A la vez que las enmiendas, tachaduras, sustituciones, remisiones, agregados y abandonos hacen legibles palabras, significantes y conceptos, que al cambiar el modo de leer a Freud y al psicoanálisis, también son susceptibles de calibrar, precisar y modificar la clínica —como anticipo desde la primera oración de este texto.
Si el psicoanálisis es una práctica de lectura que se produce en el lugar del analista, en el lugar del analizante, en el lugar de quien en formación permanente se encuentra de cara a los textos y en el lugar de la posición analizante del analista, contar con estas reescrituras freudianas tal vez sea el mejor modo de poner en evidencia que este discurso está hecho de la escritura de una lectura y de la lectura de una escritura. O, dicho de otro modo, que está compuesto de parcialidades nunca concluidas, de descubrimientos imprevistos y aleatorios, de experiencias estéticas y de disputas simbólicas, tanto como de una ficción teórica siempre inestable e insuficiente. Pero que también está obrado a partir de la experiencia, el esfuerzo, la escucha, la dedicación, el talento, la minuciosidad, las horas diván, la práctica concreta de la letra, el anhelo y la voluntad de un hombre que nos legó un andamiaje para que continuemos su construcción. Y, disculpen la digresión, pero ojalá que lo hagamos interrogándolo, no denostándolo o desapreciándolo aduciendo, por ejemplo, cosas tales como que la envidia del pene o la función paterna, son sólo conceptos que surgen del apogeo del patriarcado por lo que deben ser desechados, como si los mismos, aunque también estén sesgados o designados por tal impronta, no contaran con el hilado de un cifrado surgido de boca de cientos de analizantes y que caló e intervino en la estructura del ser hablante y entonces en sus condiciones de vida.
La edición crítica y bilingüe(3), además, otorga una tercera versión de los textos de Freud ya publicados al castellano, por lo que a partir de la misma también es factible cotejar las otras traducciones y ediciones, la de Amorrortu y la de Biblioteca Nueva, encontrando en éstas, por ejemplo, que Ballesteros prescindió de algunas oraciones y, una vez más, que las decisiones que nos llegan desde Strachey no serían las más convenientes en ciertos casos. Por esto mismo también visibiliza una tarea que por su propia naturaleza queda solapada: la del editxr, quien con sus diferentes modos de intervenir un texto contribuye, tanto como el traductxr, en el sentido y en la significación que de allí se desprenden.
Hace apenas unos días se publicó un libro(4), a través de editorial Teseo, que no podría haber sido escrito ni puesto a disposición del lector si tal trabajo crítico de los manuscritos no tuviera lugar: Más allá: escrituras respecto al terror, la inercia y la muerte , de Lionel Klimkiewicz, Roberto Marín Villalobos y Francisco Acuña, con prólogo de Ginette Barrantes-Sáez, y que incluye parte del texto Der Schrecken (El terror), de Theodor Reik, por primera vez en castellano, traducido del alemán por Carolina Previderé, así como la versión manuscrita del cuarto capítulo de Más allá del principio de placer: manuscritos inéditos y versiones publicadas (2015), comentado por Juan Carlos Cosentino.
Quien sea capaz de entrar en el hábitat que urde este nuevo libro y de permanecer en su agrimensura advertirá, tal y como lo explicita la prologuista –quien siempre está dispuesta a encontrar orquídeas en la selva de las publicaciones– que los autores trabajan aspectos susceptibles de incidir, no sólo en la especificidad del discurso sino también, y por esto mismo, en la práctica analítica.
No voy a referirme al recorrido puntual de estos textos porque no hay lectura que sustituya las herramientas clínicas que aportan. Sí diré que estas tres personas, a través de sus escritos, ponen en acto que cada analista transforma sus bases a la letra, se apropia del legado a su manera y lo transforma. Porque tomar lo que se hereda no es correlativo de abrazar la antecedencia por la antecedencia misma y porque las raíces son políticas y el objeto de la transmisión siempre está en vías de construcción, como la historia misma.
Es así como Lionel, Roberto y Francisco, de algún modo, nos advierten que el origen de cualquier movimiento, tambien del que llamamos psicoanalítico, no comienza a partir del “había una vez…”, sino que se reescribe desde el entramado que le dio inicio y desde el que progresa volviendo bajo otros caminos que los ya trazados.
Valgan entonces estas pequeñas líneas como gratitud para todxs aquellxs, que como lxs aquí mencionadxs, no tratan al psicoanálisis como un cuerpo embalsamado ni como un discurso caduco, sino como una materialidad viva que, dentro de sus invariantes, encuentra otras formas (también perecederas), en función de que se lo continúe leyendo y escribiendo(5).
1- Quien habiendo estudiado la letra gótica, es la responsable de la transcripción del alemán y de la traducción al castellano.
2- URL: https://fb.watch/d_aPYGlZ1G/
4- Klimkiewicz, L.; Marín Villalobos, R.; Acuña, F. (2022) Más allá: escrituras respecto al terror, la inercia y la muerte, Buenos Aires. URL: https://www.teseopress.com/masalla
5- Me refiero a un sentido amplio de ambos verbos que también supone hablarlo y practicarlo.
Lionel Klimkiewicz es psicoanalista e investigador de la Universidad Abierta Interamericana (UAI) en Argentina, y editor junto a Juan Carlos Cosentino de la serie Manuscritos de Freud, ediciones bilingües.
Roberto Marín Villalobos es psicoanalista, docente, investigador y supervisor clínico. Ha sido docente de la Universidad de Costa Rica y más recientemente en México.
Francisco Acuña es docente e investigador en la Universidad de Costa Rica y ejerce la consulta privada clínica en San José, Costa Rica.
Ginette Barrantes-Sáenz es psicoanalista, Miembro de l ́école lacanienne de psychanalyse. Docente y autora de publicaciones sobre el psicoanálisis. Practica el psicoanálisis, desde 1980, en Costa Rica.
Carolina Previderé es traductora de alemán. Universidad de ciencias empresariales y sociales. Universidad de Rosario (UNR).
Helga Fernández, psicoanalista ejerce la práctica desde hace 23 años, en Buenos Aires. Miembro de l’école lacanienne de psychanalyse. Coeditora de Archivida, compañía editorial, dirección editorial de En el margen.