Comentario de “La carne humana”, de Helga Fernández. Por Marisa Rosso.

Imagen, Leda Catunda.

“Yo, que entiendo el cuerpo. Y sus crueles exigencias. Siempre conocí el cuerpo. Su torbellino atolondrante. El cuerpo grave. (Personaje mío todavía sin nombre.)” Clarice Lispector, en la víspera de su muerte, en el Hospital Da Lagoa, Brasil.

Clarice Lispector decía que ella sentía que un libro, una vez terminado, pasa a tener vida propia. Considero que cada lectura es un encuentro, una nueva escritura que se produce en ese entre-dos lenguas que arman una suerte de pasadizo secreto. Son pocos los escritores, sobre todo en psicoanálisis, que logran una complicidad, esa necesidad mutua entre escritor y lector, que Helga Fernandez consigue en este libro.

Una invitación a presentar un libro es, a su vez, una donación. La posibilidad de hacer de la lectura de este libro una presentación, no deja de ser un acto, del que resulta a su vez un autor, acto singular, de lectura, en este caso la mía, seguramente entre muchas otras lecturas de la escritura de este libro bestial, imprescindible, fundamentalmente clínico así como también literario, y con una hipersensibilidad poética, a la vez que político.

El libro tiene el estilo de su autora, como no podía ser de otro modo: filoso, intenso, profundo, irreverente, atorbellinado (siempre le digo que me recuerda al demonio de Tazmania, por donde pasa deja al otro revuelto). Logra transmitir, no sólo su pasión por la escritura, por el psicoanálisis y su práctica, sino también por los enigmas de lo humano, porque no disimula, porque va hasta los huesos, porque despelleja si es necesario y también viste si la ocasión amerita

La carne humana, es una investigación y una escritura clínica imprescindible, corajuda y atinada. Cuando Helga me propuso ser parte de los presentadores de su libro, hacía rato que venía acompañando lo que ella iba construyendo, lo que venía masticando. Formé parte de sus grupos de trabajo: “Ética de la encarnación” y “El flagelo del verbo”, leí, releí, cuestioné, comenté. Luego vino el pedido de lectura de partes del borrador del libro, al cual accedí obviamente con entusiasmo. A pesar de venir acompañando la gestación de este libro desde sus inicios, el hecho de saber que tenía que decir algo al respecto hizo que tuviera la sensación de que lo leía por primera vez. Mientras lo hacía me preguntaba qué iba a poder decir. A la hora de los bifes iba a tener que tener agallas. Hacer una presentación de este libro no es tarea sencilla, por lo complejo, lo apretado, lo intensamente articulado. Un libro que tienta a querer tragarlo de un bocado pero sólo permite tomarlo de a trozos, tan crudo como encarnado. Me sorprendí no pudiendo dejar de usar términos referidos a lo oral, y al cuerpo –como ya habrán notado–, ahí entendí que estaba en su trama, que encarnaba lo que Helga logra transmitir en acto: que la enunciación no es individual sino colectiva. Dialoga en el libro con diversos autores, pero además construye fundamentalmente aquello que quiere decir en la interacción, en sus grupos de trabajo, con los otros, busca, causa, convoca al diálogo permanente y propicia el encuentro con otras maneras de pensar. A partir de la otredad apuesta a hallar lo irreductible e invariable, lo propio del discurso del psicoanálisis.

“Un libro nunca es inocente y si un libro nunca es inocente, este no tiene un pelo de tonto” , le escuché decir a la autora en ocasión de ser ella una de las presentadoras de otro libro. La carne humana no es la excepción. Se pesca de entrada en él la intención de desafiar, conmover, sacudir, cuestionar, interpelar, convocar al lector a hacer lo que ella hace a su vez, profanar, entrarle al cuerpo del texto y transformarlo. En esto reside la ética de la escritura de La carne humana, un libro que da cuenta que no alcanza con teorizar, está escrito con el cuerpo, único modo de que la palabra se encarne y haga discurso.

Debe ser su estilo irreverente, entre otras cosas, el que me hizo tener presente siempre a Clarice Lispector mientras la leía. Asomarse a su lectura es asomarse a esa especie de felicidad clandestina que irrumpe, sin cesar, cada vez que se la lee. Su intensidad y profundidad hacen que la lectura no pueda ser muy rápida, “yo gano en la relectura, y eso es un alivio”, decía la escritora, y Helga Fernandez también gana en la relectura.

Escribe sobre lo cotidiano, lo epocal, los enigmas de lo humano, las cuestiones presentes en la cultura y los acontecimientos que irrumpen, como el Covid19. Sabe de la urgencia de formular articulaciones de la escucha, mediada por las letosas, y de aquello que pudo irse esclareciendo en la práctica a partir de las intervenciones en ese contexto. Entiende que se necesita un lenguaje nuevo para hablar de lo que nos compete, al enfrentarnos, como nos va a decir, a un estado pandémico de la palabra como virus, que se expande a través del lazo social, en detrimento de la palabra encarnada y sus efectos. Se necesita de un lenguaje nuevo que posibilite cómo decir lo que hay que decir para hacer pasar lo que tiene que pasar. Y ella lo encuentra, el lenguaje de este texto es portentosamente carnal. Así de vital es el asunto.

Parte de lo que finalmente y al modo de bucle va a decir en el epílogo anterior: después de tanto obrar, hay una sencillez compleja o una complejidad sencilla que es la necesidad de recordar que el único modo de estar parlêtre es practicando la reunión de la palabra y la carne, es decir estar hablantes, es soportando y reconociendo a la carne, como grado cero de la metáfora y límite de lo simbólico, desde donde parte todo tratamiento por la palabra. Se trata entonces de cernir la liminalidad entre la palabra y la carne, que existe en cada ser hablante. En eso también me recordó a Lispector quien nos habla de esa liminalidad cuando escribe: «la palabra tiene su terrible límite más allá de ese límite está el caos orgánico, después del final de la palabra empieza el gran alarido eterno»(1).

Helga va a hacer énfasis en la diferencia entre el cuerpo y la carne, distinción ya trabajada en la teología y la filosofía, la carne es lo que un cuerpo no es, a la vez afirma que ambos se constituyen de un modo intrincado. Como el cuerpo es un cuerpo carnal, la encarnación es un acontecimiento mítico pero un hecho concreto al mismo tiempo, que acontece en cada ser hablante en tanto proceso. No consiste sólo en tener un cuerpo, consiste en tener carne. y agrega en ser carne. A partir de esto va a distinguir: la posibilidad de encarnación del lenguaje, su infección o inmixión, como le gusta decir una y otra vez, puerta de entrada al inconsciente, de su reverso, la forclusión de la carne, como la no posibilidad de inscripción de la marca. La misma resulta en una impresión de la carne que lleva al paroxismo del estigma o a la anestesia hasta el cénit de la enlatación. Carne y verbo se hacen mutuamente. Hace hincapié en que cuando la carne está escindida del Verbo, impulsa hacia algún modo de deshumanización de lo humano en contraste semántico con lo inhumano.

Para dar cuenta de esta diferencia, de la consecuente disposición o no del objeto a y la posición e intervención del analista en la transferencia recurre a:

– un análisis exhaustivo del sueño inaugural de la inyección de Irma, punto de inicio de la inmixión de lo simbólico en lo real, sueño a través del cual Freud nos pasa la verdad del inconsciente.

– un relato pormenorizado de un caso clínico de un sujeto de la psicosis, que generosamente comparte con nosotros. Sujeto con el cuerpo a flor de piel en carne viva que, al igual que Schreber enseña de la encarnación y sus consecuencias.

– dos textos literarios aclarando respecto de los mismos que, como sabemos, no se trata de psicoanálisis aplicado sino de ver en el arte una suerte de testimonio del inconsciente:

La carne de René, envés del sueño de Freud, mientras este último abre la boca que habla, el texto la cierra y abre las fauces de la carne. Muralla a la constitución del inconsciente, escribe la literalidad, una verdadera dictadura de la carne, incifrada, afectada por la crueldad y no por el erotismo.

● Y un cuento de Mariana Enriquez que relata una desencarnación hasta el límite del aislamiento a la par de la inmersión, en la pantalla, propia de lo hikikomori, a contrapelo del desistimiento y la forclusión de la carne.

El cuerpo está hecho de representaciones. La carne, no representa: es sustento metafórico, pero no se metaforiza. La carne es carne. La carne como lo que permanece oculto, lo que jamás se ve, es misterio y secreto a la vez, es envés, fondo de las cosas, origen, su desvelamiento suscita angustia y puede ser tanto fuente de placer como de sufrimiento o dolor, ser refractaria a lo simbólico o elongarse en el significante, sustento desde el que parte el psicoanálisis.

Esto que vengo diciendo me hizo evocar a Freud, pero esta vez al artista, Lucien Freud, nieto de Sigmund Freud, quien hizo de la carne y la piel su arte. Fernández realiza un análisis de la fotografía de David Nebrera, quien, partiendo del cuerpo atrapado en el dolor y el sufrimiento, ante la falla de la piel como sostén y velo del cuerpo, inventa una función distancia, donde no la hay, a través de su saber hacer. Su obra representa la agonía como si fuera otro el cuerpo fotografiado. A diferencia de éste, en las obras de Lucien Freud la piel se presenta como lienzo, como esa superficie de contacto que establece un adentro y un afuera y cierta impermeabilidad, como efecto último de la encarnación y de la constitución de un cuerpo, como nos recuerda Fernández. A su biógrafo, Lawrence Gowing, él le dijo: “Quiero que la pintura funcione como carne. Mi idea del retrato viene de mi insatisfacción con los retratos que se parecen a la gente. Me gustaría que mis retratos sean de la gente, no como ellos. Para mí la pintura es la persona. Cuanto más miras un objeto, más abstracto se vuelve, e irónicamente, más real. ¿Qué le pido a una pintura? Que sorprenda, que perturbe, que seduzca, que convenza. Sólo me interesa la persona, en hacer una pintura de ellos, intrínseco a ellos, no utilizarlos para un propósito artístico ulterior”(2). Intenta descubrir en las personas lo que está más allá de lo visible “como un esfuerzo por “rebasar visualmente” las oposiciones triviales entre lo visible y lo invisible” como dice Georges Didi-Huberman(3). A partir «de sesiones» extensas varias veces a la semana y en ocasiones durante años, intenta capturar los detalles mínimos, el rasgo de la persona como esa marca que se hunde en la carne y los recovecos del ser, hasta plasmarlos. Sabe hacer con ellos en el lienzo, busca retratarlos en carne y alma.

Lucian Freud: The Self-Portraits.

Por la misma afección a lo enigmático, estaba obsesionado con los sueños, con esos momentos en los que estamos, literalmente, a merced de algo que nos domina porque estamos hechos de la misma materia. ¿No se asemeja esto, acaso, a lo que la autora nos dice respecto del sueño de la inyección de Irma?: Leo en este sueño no sólo la palabra como solución sino también la revelación de la carne como muro informe y como superficie en la que se acuñan letras fuera del sentido, invocando a la interpretación. En las obras de Lucien Freud, está su saber hacer como solución, da cuenta de lo que pulsa por ser marcado, en ello podemos “leer” la revelación de la carne como sustento, en el sentido al que refiere Merleau-Ponty(4). Su obra perturbadoramente bella nos desvela nuestra avasallante condición de seres carnales, de esa carne que no se ve, pero de la que sale todo, “en lo más profundo del misterio”, al decir de Lacan, identificación de angustia ante el encuentro con el “eres esto” lo más lejano a ti lo más informe(5).

Supongo que la materia de la que surgen estas letras que conforman el entramado de La carne humana y el saber hacer artesanal de su autora, acompañado por la edición de Archivida, me condujeron al arte, a los artistas, que sabemos que abren puertas por donde los analistas debemos transitar. Nos acercan lo real frente a tanta digitalidad.

Finalmente Helga Fernandez retoma lo que la causa y cierra convocándonos a no ceder en las palabras frente al estado de indistinción que padecemos, que genera tanta confusión y carencia de recursos; casi que nos ruega, ya no sabe cómo decirnoslo! Apoyándose en esa complicidad que supo construir entre autora y lectores –que ya sobre el final se desliza a una confianza e intimidad logradas– nos exhorta a distinguir y a no homologar: el decir, al estado viral de la palabra; la locura que trae aparejada la forclusión de la carne, a otras que sí tienden a la encarnación; la forclusión del nombre del padre, con aquellas que opera la ciencia; los efectos obscenos que provoca la pandemia, con la dignidad y la ética del síntoma y del delirio. Apuesta a que en ese ir y venir de lecturas, en esa trama se irá conformando el alma de La carne humana que, como le gusta decir a Carlos Ruiz Zafón(6), está hecha con el alma de quien lo escribe y de quienes con su lectura le hacen un lugar.

Este entramado artesanal, este espacio de interacción y cruce entre-dos, en el hecho de que uno depende del otro en tanto el otro ya depende también de uno(7), lo podemos ubicar no sólo entre autor-lector sino también entre analista-analizante, en el análisis cada vez, y en el permanente, necesario e imprescindible obrar para repensar y reinventar el psicoanálisis. Arriesgando, como dice Fernandez, conjeturas que, aunque inestables, frágiles y desmedidas respecto de aquello a lo que nos enfrentamos, estarían dando batalla y haciendo fuerza para que el psicoanálisis siga existiendo y moviéndose, interpretando acontecimientos en función del inconsciente y de cada quien.

Muchas de las articulaciones más jugosas están en las notas al pie, la autora aclara, en una de ellas, como no podría ser de otro modo, que la topología de la misma es congruente con la articulación de un saber que se va gestando en la entrelínea, en el margen. Consecuente con esto, cierra en su última nota al pie con el recordatorio, una vez más, de lo vital de estas distinciones y su escritura. Nos insta a que sigamos para que la palabra pueda encarnarse, que no haga circuito con los aparatos de la tecnociencia y permanezca enlatada. Entiendo que, de ese modo, encarnación mediante, el cuerpo nos recuerda y nos confirma que no somos hologramas o simulacros de la realidad digital. Como diría Charly García: “Sepan que no hay plan B”(8).


1. Clarice Lispector, Felicidad clandestina. Editorial Corregidor. 

2. Lawrence Gowing,  Lucian Freud.  Editorial: Thames & Hudson, 1988.

3.  Georges Didi-Huberman, Imágenes pese a todo. Memoria visual del Holocausto, Biblioteca del presente. Paidos. 2004.

4.“… mi carne misma es una realidad sensible en la que se efectúa una inscripción de todas las demás, eje del que participan todas las demás, realidad sensible clave, realidad sensible dimensional”. Merleau-Ponty, Maurice. Lo Visible y lo invisible. España: Seix Barral, 1966, pag. 312

5. Jacques Lacan, El Seminario, Libro 2, El yo en la Teoría de Freud y en la Técnica Psicoanalítica, Paidós, España, 1984, p. 235.

6. Carlos Ruiz Zafón, La sombra del viento. Editorial Planeta.

7. Dos preguntas a Daniel Sibony. En el Margen. Revista de psicoanálisis.

8. Charly García en el Honoris Causa de la UNSAM: “Sepan que no hay plan B. Sólo existe el plan A”


Marisa Rosso:

Psicoanalista. Ejerce  la práctica del psicoanálisis en el ámbito privado con niños, adolescentes y adultos. Supervisa y dicta grupos de estudio. Fue miembro de la Escuela Freudiana de la Argentina desde el año 2004 hasta fines del 2021.

Coordinó diversos grupos de trabajo y de investigación. “La función del amor”, “Posición femenina, posición del analista. Consentimiento y semblant”, “Subjetividad y lazo social:incidencia del discurso capitalista en las nuevas manifestaciones del malestar en la cultura”, ”Del arte al psicoanálisis. Avatares del sujeto: goce, creación, Sublimación”, entre otros.

Supervisora y enseñante en el Hospital Interzonal General de Agudos “Luisa C. de Gandulfo” durante los años 2017/2019. Mantiene conversaciones de formación en hospitales de la Provincia de Bs. As. 

Forma parte de la delegación editorial de En el margen. Revista de psicoanálisis. Está cargo, en la misma revista, de una Sección cuyos textos se escriben en correlación al trabajo de lectura  e investigación relativo a la articulación entre el sínthome, la música y la voz: La clave musical.


Para adquirir “La carne humana. Una investigación clínica”, escribir a edicionesarchivida@gmail.com

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