Notas sobre política y psicoanálisis. Por Diego Timpanaro.

En primer lugar viene un recuerdo: Marginalia, es la etiqueta de una serie de carpetas que Hilda Schvarzman encontró en la biblioteca de Ricardo Rodríguez Ponte, luego de su muerte. Algunas texturas sueltas, reposando en una orilla, en un espacio más allá. Intercambios con otros, reflexiones en el umbral, ideas en curso, palabras que ciertamente no entraron en las otras carpetas, etiquetadas Oral y Escrito.

En un margen, donde se produce esa caligrafía singular, sobre el borde de un libro, en un papel gramado -objeto antiguo ya- allí donde se escribe rápido, lo que la lectura nos deja ahí justo para articular, como eso que está en la punta de la lengua y que aún no encuentra su palabra exacta. El primer impacto de lo leído. El garabateo de un pensamiento. El testimonio de lo aprehendido.

Escribo estas notas desde cierto territorio del arrabal, al sur de la ciudad, tal vez en un margen de la polis, saliendo fuera del consultorio, caminando por una ciudad global, no sin dejar a un lado el lugar del analista, en tanto sitio de partida. 

Agradezco la invitación a la escritura a Helga Fernández, a dar cuenta enlazado a otros, de esta experiencia de una práctica que es la mía.

1. El territorio o algo afín.

“El ser humano contemporáneo está fundamentalmente desterritorializado. Sus territorios existenciales originarios –cuerpo, espacio doméstico, clan, culto- ya no están amarrados a un suelo inmutable, sino que se enganchan de ahora en más a un mundo de representaciones precarias y en perpetuo movimiento”.

Si en 1992 Félix Guattari algo intuía en Río de Janeiro, acerca del sujeto y el territorio, el acontecimiento global de la pandemia que todavía atravesamos, pone en orden de actualidaden nuestra época, no solamente que aquello que se daba por cierto fue puesto en cuestión, sino que ese enganche entre los territorios existenciales y el mundo de representaciones, es de por sí precario, relativo, fugaz.

Un sitio, que tiene situaciones y una historia particular; un espacio, que se transforma tal vez en un lugar; ¿cómo situar un territorio, cómo definir el territorio, en términos de política, cuando no de psicoanálisis?

En el Discurso de Roma de 1953, Jacques Lacan circunscribió el campo del lenguaje y la función de la palabra, situando la práctica del psicoanálisis, en el marco de una cierta política institucional: el llamado retorno a Freud. Volver al origen, en la lectura de las fuentes, reconducir un movimiento y una praxis, que se consideraba en un desvío de la traza del camino principal.

Para remontarnos a las causas de esta deterioración del discurso analítico, es legítimo aplicar el método psicoanalítico a la colectividad que lo sostiene.

El terroir, el terreno propio, el territorio delimitado por el psicoanálisis en tanto se trata de un discurso, queda situado entre el campo del lenguaje y la función de la palabra. Un discurso, como efecto de lo que en el ordenamiento de la existencia del lenguaje, hace función de lazo social. Un discurso, que articula su lógica propia en la polis, en una ciudad determinada, en un espacio situado por los avatares de su historia. Un discurso, definido como revés del discurso amo –encarnado hoy en ese sustituto llamado capitalista– ese que lleva a lo peor, que tarde o temprano reventará, en donde el consumo finalmente se consume.

2- La ciudad pandémica.

La imbricación de la ciencia y el capital conduce necesariamente a las manifestaciones que hoy por hoy nos atraviesan de modo global: la desubjetivización, la pobreza, la guerra. “El neoliberalismo” como expresión significante actualizada del discurso capitalista, interviene biopolíticamente los cuerpos, inventa objetos de consumo, algoritmatiza la vida, opera en la erótica, dispone de la muerte. Normativiza, formatea, genera una nueva modalidad desterritorializada del ser humano, según sus dispositivos afines. 

El nuevo orden de excepcionalidad que trajo la pandemia del Covid-19, no solo nos presenta la manifestación viva de un virus más en la historia de la humanidad y sus efectos concretos en esta fase del capitalismo, sino que también nos deja observar la posibilidad abierta y efectiva de una otra modalidad del ser humano. 

En ese barajar y dar de nuevo que todos hemos vivido en nuestra vida cotidiana, en ese grado cero por el que pasamos, donde asistimos a un reinicio de la maquinaria global, un pequeño quiebre se produjo, una hiancia quedó abierta, una hendidura que nos permite pensar que otra modalidad de existencia sería posible: que nos demos nuevas formas de vida, alternativas, vivificantes, hospitalarias; que podamos construir una política de la amistad con el otro, aún en esa irreductible diferencia; que abordemos una erótica distinta en relación al cuerpo, a la relación de no relación entre los cuerpos; que inventemos novedades sinthomáticas que alberguen algo del deseo, que descubramos una nueva potencia de existir, entre todos, cada uno, en comunidad.

Tan solo el deletreo de algunas cuestiones que aún me interrogan, sabiendo que aquel debate global abierto al inicio de la pandemia, en donde se intentaban reflejar las polémicas suscitadas en torno a los escenarios que se abrían, las diversas miradas sobre el presente y algunas hipótesis sobre el futuro, finalmente quedó saldado. De un modo tal, quizás nunca mejor dicho: la única verdad es la realidad.

3- Una historización freudiana y una lectura política.

En 1935, en el Post-Scriptum a su Presentación autobiográfica, Sigmund Freud escribe: 

“Tras el rodeo que a lo largo de mi vida di a través de las ciencias naturales, la medicina y la psicoterapia, mi interés general regresó a aquellos problemas culturales que una vez cautivaron al joven apenas nacido a la actividad del pensamiento. Hallándome todavía en el apogeo del trabajo psicoanalítico, en 1912, hice en Tótem y tabú el intento de aprovechar las intelecciones analíticas recién adquiridas para la exploración de los orígenes de la religión y la eticidad. Dos ensayos más tardíos, El porvenir de una ilusión, de 1927, y El malestar en la cultura, de 1930, continuaron luego esa orientación de trabajo. Discerní cada vez con mayor claridad que los acontecimientos de la historia humana, las acciones recíprocas (Wechselwirkung) entre naturaleza humana, desarrollo cultural y aquellos precipitados de vivencias de los tiempos primordiales, como subrogadora de los cuales esfuerza su presencia la religión, no eran sino el espejamiento de los conflictos dinámicos entre el yo, el ello, y el superyó, que el psicoanálisis había estudiado en el individuo: los mismos procesos repetidos en un escenario más vasto”.

Los mismos procesos repetidos en un escenario más vasto. Cuál será entonces, el marco de ese escenario (schauplatz) donde se repiten los mismos procesos conflictivos; hasta dónde llega propiamente el litoral de esa vastedad; cómo establecer el lugar del analista en ese tenso continuum entre la intensión y la extensión. Podríamos situar en este punto una banda de Moebius para orientarnos, para dar lugar a las cuestiones que nos vienen atravesando en los últimos años, en esa acción que desarrollamos entre la intimidad del consultorio y esos otros espacios públicos más vastos. Precisamente habrá sido en un escenario más vasto, donde Karl Marx, antes que Freud, introdujo la noción de síntoma. El síntoma, es decir, el signo de algo que es lo que no anda en lo real. Porque lo real se manifiesta en el análisis, y no solamente en el análisis.

Luego de toda una vida dedicada a la invención de esa práctica singular llamada psicoanálisis, volviendo a sus inicios, Freud se encamina en las postrimerías de su obra, hacia ese escenario más vasto de la Kultur; quizás podríamos decir que construye los cimientos de un espacio posible para articular el lugar del psicoanálisis en la polis.

“Para Freud el problema de la cultura nunca es otra cosa que el problema del otro o, para decirlo de manera muy banal, es el problema de la coexistencia, y de la coexistencia pacífica con el otro. Por lo tanto no es un problema político, y no es exactamente el problema político, porque no es seguro que la política se plantee ese problema, o que se plantee ese problema, o que se plantee otra cosa que eso mismo. Pero ciertamente se trata del problema de lo político, es decir, aquel a propósito del cual lo político comienza a constituir un problema”.

Philippe Lacoue-Labarthe y Jean-Luc Nancy, viejos discutidores y dialoguistas de Lacan, ensayan en El pánico político nuevos cuestionamientos al conocido y repetido apotegma: la política del psicoanálisis es la política del síntoma.

4- El sujeto, afectado.

“El ordenamiento del servicio de los bienes en el plano universal no resuelve sin embargo el problema de la relación actual de cada hombre, en ese corto tiempo entre su nacimiento y su muerte, con su propio deseo”. Leemos a Lacan, en la anteúltima clase sobre La ética del psicoanálisis. También dirá que Freud sitúa sobre el fondo de esa señal que constituye la angustia Angst, al desamparo Hilflosigkeit, ese estado en que el ser humano, en esa relación consigo mismo que es su propia muerte, no puede esperar ayuda de nadie. Ese desamparo situado en el fondo, de carácter fundamental, es el que atraviesa cada analizante que se convierte en analista, en la experiencia de su análisis. Hilflosigkeit, ese estado de absoluto desasosiego, de soledad única, donde la angustia surge ya al modo de una protección. Será desde allí, desde ese fundamento desolador, que el deseo se constituye siempre como una buena brújula orientadora para cada sujeto.

Gilles Deleuze, lector de la filosofía práctica de Baruch de Spinoza, explicará que el afecto engloba tanto para el cuerpo como para el espíritu, un aumento o una disminución de la potencia de acción, es decir que interviene en el inicio de cualquier actividad, de una praxis. Distinguirá dos aspectos etimológicos: por un lado, el affectio: la afección que se dice del cuerpo; y por otro lado el affectus: el afecto que se refería al espíritu. Y afirmará que al aumento de la potencia de acción le corresponde un sentimiento que Spinoza llama alegría, y a la disminución de la potencia de acción, le llamará tristeza. De este modo, la alegría en el encuentro con otros cuerpos alegres van a generar el amor, y la tristeza en el encuentro con otros cuerpos tristes van a generar el odio.

La angustia, el desamparo, el deseo que nos habita, el sujeto afectado, la alegría, la tristeza, el amor, el odio; nombres de los tópicos de estos últimos años por los que hemos transitado desde distintos lugares: como analistas, como analizantes, como ciudadanos, como seres humanos, como prácticos, como teóricos. 

5- Políticas en Salud Mental.

En la actualidad, en la fase del capitalismo que estamos atravesando, con la práctica de la segregación como método de avance y de inserción a una escala global, el llamado neoliberalismo se impone a partir de y en una alianza estratégica con los medios masivos de comunicación. La segregación como práctica corriente va unida de un modo casi necesario a la creación y emisión de contenidos, de sentidos, de narrativas que casi siempre se relacionan directamente con “las pasiones bajas”, con la tristeza, con el odio, con esos afectos que disminuyen la potencia de obrar del sujeto. Pero que también, tienen la capacidad de orientar tanto su acción como su pensamiento. Mejor dicho por Deleuze: “Y los poderes establecidos necesitan de ellos para convertirnos en sus esclavos. Los poderes tienen más necesidad de angustiarnos que de reprimirnos”.

Volviendo a la ciudad, a la vida en la polis, a la política en términos generales: un proyecto político, cualquier proyecto político implica en su formulación una apuesta que se dirige a cartografiar, a escuchar, a leer las líneas constituyentes de las formas de vida. Nosotros sabemos, quienes practicamos el psicoanálisis, que a esa modalidad, a esa lógica imperante hoy, es preciso encontrarle su revés, sus fallidos, sus discontinuidades, para poder apostar por otra forma de vivir, por una vida que implique un nuevo anudamiento micropolítico, es decir, un nuevo equilibrio que opere enlazando al menos tres: una política del deseo, de la subjetividad y de la relación con el otro.

Concluimos con una opinión: me parece que es necesario, urgente, y alentador poder pasar a otra cosa, vieja y conocida definición de la Salud Mental desde el psicoanálisis: pasar a otra cosa.

Nunca he comprendido, porque si bien soy psicoanalista también soy hombre, y mi experiencia me ha mostrado que la característica principal de mi propia vida humana y seguramente la de las personas que están aquí -y si hay alguien que no es de la misma opinión espero que levante la mano- es que la vida es algo que va -como decimos en francés- à la dérive.

La vida corre río abajo, tocando una orilla de vez en cuando, varando por un momento aquí y allá sin que se comprenda nada -y este es el principio del análisis, que nadie entiende nada de lo que ocurre-. La idea de una unidad unificante de la condición humana siempre ha causado en mí el efecto de una mentira escandalosa.

Julio de 2022


Diego Timpanaro, psicoanalista.
Licenciado en Psicología, UNLP (1996). Especialista en Clínica con Adultos. Docente de Clínica Psicoanalítica con Adultos en la Escuela de Especialización y Posgrado del Colegio de Psicólogas y Psicólogos de la Provincia de Buenos Aires Distrito XII Quilmes. Vicepresidente del Consejo Superior del Colegio de Psicólogas y Psicólogos de la Provincia de Buenos Aires. Director General del Instituto Municipal de Salud y Medicina Preventiva “Dr. Ramón Carrillo”, Dispensario de Quilmes. Miembro de la EFBA Escuela Freudiana de Buenos Aires.

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