Las heridas narcisistas, inflingidas como embates al yo, se produjeron por la caída de una verdad que contradijo el establecimiento de otra que centraba al animal humano en un orden de primacía.
Después de la afrenta cosmológica, la revolución copernicana tensó el porvenir desde la cultura medieval hacia la modernidad. La modificación de las condiciones simbólicas precedentes, que partían de una verdad sostenida por la autoridad religiosa hacia una verdad construida desde visiones múltiples, reveló que la autoridad en cuestión no es la de quién o cuál: es la del lenguaje. En consecuencia éste último dejó de ser invisible, exacerbándose el registro del dominio de lo representacional: la perspectiva, las matemáticas, la anatomía, las computadoras, la digitalidad… Carlos Fuentes escribe: “El uso del Verbo como herramienta, la tendiciosidad del subjuntivo, el manejo de los entrecomillados, la deixis y las autorreferencias, la instrumentación de lo metarepresentacional, ¿son un intento de recuperación de lo perdido en la hemorragia de las heridas narcisistas? ¿Una procura de retaliación del orden de primacía en la escala de las existencias, esta vez por hacer de la visitación del lenguaje un don que nos colocaría en el parnaso de las especies?(1)”.
No hay duda: descendemos de los monos, no habitamos el centro del universo y el yo no es dueño de los actos. Pero el antropocentrismo sigue haciendo estragos en proporción a la detentación de los poderes del lenguaje. Las heridas narcisistas rápidamente son paleadas, por ejemplo, por los superpoderes tecnológicos. Ergo: cuantinuamos erigiéndonos como amos y señores del universo.
Quizá, el psicoanálisis –como una experiencia del lenguaje que confronta al hablante con que habla y no sabe qué dice, a la vez que lo lleva a advertir que él mismo es efecto de eso que es dicho– contribuye a que nuestra autopercepción, que nos erige como masters of the universe, disminuya. Sin embargo, no impidió y hasta incluso –siendo que indirectamente dio aun más cuenta de los pormenores del lenguaje– propició que se extraigan sus determinaciones para ejecutar el proceso inverso: provocar tal o cuál efecto a partir de lo que se enuncia.
Esta experimentación –ya no experiencia– del lenguaje es correlativa a concebir el mismo como instrumento de un yo, creyente de su capacidad de dominio, que habiendo empezado por extractivar el Verbo, fue cada vez más lejos, extractivándolo todo: el agua, las montañas, las resistencias políticas, los planetas, el cuerpo y la carne misma.
Esperar todo de la mera servicialidad del lenguaje y reducirlo a un instrumento, ocasiona una anestesia o una refracción de lo que afecta y una impotencia o despotentización de lo afectante, que nos aísla en la soledad de los semidioses, igual que en el olvido de que estamos hechos de carne y no sólo del Verbo. De esa materialidad donde el placer y el dolor, lo finito y lo perecedero, nos rozan e implican. De esa materialidad por la que lo afectante y lo afectado también existe.
Escribí “La carne humana(2)” guiada por la experiencia del análisis y por lo que trajo a la misma, la pandemia por Covid-19 a partir del uso de lo telemático. Pero la razón por la que me pareció y me sigue pareciendo vital su recorrido, no se justifica tanto en las vicisitudes del camino que me llevaron a advertir la distinción entre el cuerpo y la carne, como a considerar la necesidad de que el psicoanálisis no forcluya esta última. O, siendo que éste no puede dejar de ejercerse sin contar con las resistencias estructurales y epocales de cada uno de sus practicantes, que de todos modos tenga lugar un trabajo sobre la materialidad que también nos constituye y que, en su incidencia e inmixión con el lenguaje, nos dona otra relación con lo imposible y con la falta.
Cada uno de los apartados del libro busca dar a ver y a escuchar la incidencia de la carne como materia vital, que también hace a los agenciamientos ensamblados que nos actan, y las consecuencias que su forclusión trae a nuestra existencia.
Si algún alma en busca de esencialismos creyera encontrar en la carne una respuesta, no está de más aclarar que resaltar su incidencia no supone considerarla el sustrato biológico de un destino único. Sí un elemento que, como la tierra, el aire, el fuego y el agua, posee sus propias especificidades más o menos determinantes.
La Verwerfung de la carne –por la ciencia en alianza con la cibernética– tal vez sea una de las forclusiones específicas de nuestra epocalidad. Un modo del rechazo de la falta por el cual se rechaza una dimensión ineludible del cuerpo, no del cuerpo imaginario, ni del cuerpo simbólico: de lo vivo del cuerpo. En parte de eso que Lacan menciona en lo Real del nudo Bo, como vida, y que más ceñidamente, nombro como “carne” –porque no hay una correspondencia unívoca entre ésta y el soma–.
El nombre en cuestión, “carne”, no apunta a la sustancia extensa ni al organismo, apunta a la constatación simbólica-imaginaria de un real necesario en el que ancla o no ancla el lenguaje, cuya traza se asienta en el avance de lo simbólico en lo real y lo excede. Se trata de una materialidad sin la cual no existiría el cuerpo del estadio del espejo, ni el cuerpo de la identificación de sujeto, ni el cuerpo pulsional. Ese cuerpo que se toca y nos toca, el mismo al que Lacan refiere con “el misterio del cuerpo hablante” y que Descartes señala como una tercera substancia, entre la pensada y la extensa, que se siente sin poder pensarse ni representarse.
La forclusión de la carne es operada y realizada por la ciencia, pero también puede estar presente en el ser hablante y, por supuesto, en el discurso del psicoanálisis. Fundamentalmente cuando éste toma los carriles de lo peor de la sistematicidad, transformándose en una disciplina del mundo científico, por lo que llega a sostener cosas tales como que el cuerpo del que nos ocupamos no es el cuerpo de carne y hueso. Forcluyendo aquello que, por más distancia y ectopias que pueda alcanzar el cuerpo pulsional, o presentación virtual el cuerpo especular, o metáfora y metamorfosis el cuerpo de lo simbólico por el significante, hace que éstos tres existan ombligados a él.
No es cómodo situarse en el punto donde emerge el discurso y donde tropieza con las inmediaciones del goce, pero resulta que, aunque cada tanto nos alejemos, siempre habrá que recobrar tanto el sitio como la noción de junción. Más aún: si queremos que el sujeto del inconsciente exista, habrá que inventar el modo de hacerlo cada vez, según el transporte al que se suba cada época para alejarse.
Si, amparados en la abstracción, tecnicismo y supuesta supremacía del lenguaje —que legitima lo que en cierto aspecto no deja de ser cierto: que nos ocupamos del cuerpo especular, significante y pulsional—aseveramos que el psicoanálisis no se ocupa del cuerpo de carne y hueso, sostenemos y propiciamos un discurso que obra potencias destructivas de todo lo que nos rodea, empezando por restringirse a la abstracción del lenguaje y a su consecuentes anestesia y crueldad. Puesto que, precisamente la carne –que además nos iguala a otros vivientes no-humanos–, y no sólo el lenguaje, nos recuerda el verdadero “moterialismo” y nos acerca al cuidado de sí y al cuidado del mundo. Porque no es el decir lo que nos separa y pretende independientes del medio que habitamos, tampoco lo que nos arroja a empuñar el cetro de poder: es el tecnicismo del lenguaje que forcluye la carne y así el sustento del decir.
Por esta vía de la carne, como locus de los afectos y copartícipe de una palabra responsable de lo que dice y hace, tal vez estemos más cerca de un psicoanálisis no logocéntrico ni antropocéntrico, que contraefectúe el reflejo narcisista del lenguaje(3). Porque una cosa es el psicoanálisis que está escrito en los textos, seminarios y escritos de Freud, Lacan y otras y otros, y otra es el psicoanálisis que practica cada época, y que reversiona cada quien determinado también por lo que impera y rige en el mundo –como no podría ser de otra manera-.
Coda
Creo oportuno y honesto aclarar que escribí La carne humana sin haber leído previamente Las confesiones de la carne, de Foucault, ni Materia vibrante, de Jane Bennett, ni ninguno de los últimos libros de Vinciane Despret. Alguien podría decir que no es sensato escribir tomando el mismo término del que hace uso un trabajo tan importante como el último tomo de Historia de la sexualidad, o que es un desatino no contar con el repertorio de intertextualidades del materialismo vital; objeciones que estarían en lo cierto. Pero, considero que tal ¿negligencia? redunda en un beneficio secundario, puesto que construir estas articulaciones a partir de la experiencia del análisis, ratifica, también desde el corazón de la práctica, como se viene haciendo en otros campos y discursos, la necesidad y urgencia de la aceptación de la existencia de un real que amortigüe nuestra propensión a irnos al carajo.
1. Carlos Fuentes, Cervantes o la crítica de la lectura.
2. Helga Fernández. La carne humana. Una investigación clínica. Archivida, compañía editorial. Julio, 2022. Para adquirir el libro escribir a: edicionesarchivida@gmail.com
3. Hacia este horizonte trabajaremos en el grupo de investigación de las articulaciones que continúan su trecho desplegadas en La carne humana. Para más información: https://docs.google.com/document/d/1EBgCm0Fz59YVvHxEYYuCDafE4qGA8ACKpuoujqaHMQ4/edit
Una articulación o una relectura desde Merleau Ponty…
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Hola Claudio. Ponty me acompaño mucho en este trabajo una vez escuchada la incidencia de la carne en la clínica. Gracias por la lectura.
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Sin lugar a dudas Helga la lectura de la escucha en la clínica no puede omitir la carne salvo en cierto tipo de sordera «procustiana».
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Ese calificativo tan ergonómico para ese tipo de sordera, calza tan bien que duele.
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Es un calificativo para aquellos que trabajan de manera tayloriana en sus cómodos sillones…
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