Modos de asumir la herencia: ¿por qué insistir en la transmisión? Por Roque Farrán

Foto de nebulosa Mariposa.

En su bello libro sobre la metamorfosis, Emanuele Coccia toma el capullo de los insectos como paradigma de la transformación y heterogeneidad que constituye a los seres vivos.

Pienso que el modo de tejer nuestro capullo y transformarnos a nosotros mismos, como seres humanos, pasa esencialmente por la escritura de sí; que el hilado se va haciendo en gestos alternados entre la naturaleza, los otros y sí mismo. Esto lo he aprendido mayormente a través de Foucault y los estoicos, pero enlaza con múltiples tradiciones y autores. Fundamentalmente quiero nombrar hoy a Lacan.

Lo importante es encontrar el modo en que los gestos más simples y despojados de escucha, lectura, meditación y escritura van entrelazándose y tejiendo un cuerpo suplementario donde alojar el deseo, la perseverancia en el ser, desde donde empezar a componer realmente con el conjunto de seres que habitan este planeta. 

Las ideas adecuadas son parte esencial del tejido material, pero solo pueden tener efectividad si surgen del mismo movimiento que hace al cuerpo y su deseo, no pueden ser impuestas desde afuera. Las ideas que nos movilizan y constituyen junto a otros no emergen de tristes pasiones o modelos ideales, son la captación en ejercicios concretos de la esencia del cuerpo. 

Por tanto, una política de la transformación real, incluso una cosmopolítica, tiene que partir del entendimiento de estos tópicos fundamentales: deseo, cuerpo, afecto, ejercicio, ideas.

A partir de ciertos trabajos, recorridos, lecturas, indagaciones que he sostenido con perseverancia y confianza a través del tiempo, dejándome afectar por los materiales heterogéneos que he ido encontrando y sus relaciones dispares, ha emergido una idea que hace al conjunto. La idea es adecuada en razón del corpus reunido porque da cuenta de él a su modo.

Pero, para darme cuenta yo mismo de lo que he hecho en este trayecto y poder comunicarlo a los demás con conocimiento de causa, he debido producir también la idea de esa idea como una suerte de desdoblamiento o potenciación del conjunto. Esto último es, rigurosamente, el método. Por eso el método nunca puede estar al principio de una investigación, tampoco al final, sino al medio. El método es el medio mismo del pensamiento.

Por otra parte resulta indispensable, para que una investigación prospere, que ella emerja de un deseo de saber ligado al deseo de vivir o, al menos, de dar cuenta de una vida singular. No se piensa por espontaneidad o pura voluntad, sino porque un evento crucial nos ha empujado a ello. Las pérdidas, la enfermedad, la muerte, son parte de la vida. Incluso decidir el corte final puede responder al impulso vital. Los afectos son así decisivos en cualquier investigación que valga la pena. Porque si no hay deseo y la investigación no se orienta por lo que aumenta la potencia de obrar, en verdad, qué sentido tendría siquiera encararla. 

En La razón de los afectos he sembrado una semilla que busca interpelar la lectura de la otra cara de la modernidad, lo que llamo allí el “cogito afectivo”. ¿Y si lo que nos enseñara Spinoza, como las investigaciones del último Foucault, es que en la base de todo conocimiento están los afectos? Que la máxima potencia de pensar coincide con el mayor contento que puede darse. El cuidado de sí junto al contento de sí. Sería otro modo de asumir nuestra herencia moderna, sin renegar de la razón y las ideas que encuentran su causa, sin oponer la ética a la política.

Epimeleia heautou es la expresión que toma Foucault de los griegos para pensar el cuidado de sí de manera rigurosa. Es una obviedad decir que el cuidado de sí, como lo concebían los antiguos, incluía también a los otros, en tanto el solipsismo al que nos tiene acostumbrados el individualismo posesivo es una invención reciente (moderna). Cuando hablamos de cuidado, entonces, quizá podamos recuperar algo de aquella antigua concepción que remitía a atender, en cada acto, cómo se constituye el sí mismo en relación a otros, legados, tradiciones, comportamientos, actitudes, pasiones, utilidades, goces, etc. El sí mismo es un nudo, un plexo relacional en constante atención y reformulación, no una monada individual obsesiva y posesiva que busca capturar objetos para sí, para su goce exclusivo. La economía libidinal o el modo de goce alcanzado es clave en esta transformación.

Hay un tipo de placer que excede toda norma y medida, toda previsión o lenguaje; su afecto característico es la alegría. Algunos le llaman “goce” o “gozo”, otros “beatitud”, “gaudium”, “laetitia”. En cualquier caso lo importante es que, una vez que se alcanza, se sabe en el acto de la vacuidad de los placeres que no lo incluyen, de la inutilidad de las comparaciones externas y sus gradientes (sus más o menos), como de las atribuciones características (tuyo o mío, del yo o del Otro, etc.). Cada vez que se alcanza una idea verdadera y se confía en ella, ese afecto sobreviene. El goce también es índice de sí mismo y de lo falso. Por eso tampoco tiene sentido oponer la razón al afecto. Y si bien, diluir las oposiciones suele insuflar la creencia hegeliana de “la noche en que los gatos son todos pardos” y sobrevuela un “halo de sentimentalidad difusa” (“oceánica”, como han señalado otros), nada de eso ocurre cuando lo que se trenza allí es el sentido del mundo. Lo que sobreviene entonces es de una seriedad tal que hace estallar de risa cualquier pretensión figurativa.

Foucault habló de la modernidad como un ethos, un modo de interrogar la actualidad, de preguntarnos por nuestra constitución en el presente; pero hay otro sino de la modernidad que tiene que ver con el pasado y la herencia, con los modos de heredar el acervo cultural de nuestra tradición, de problematizar los legados y reapropiarlos de manera inventiva. Entonces hay un doble movimiento al asumir la herencia como problema: por un lado, cómo el gesto moderno nos permite interrogarnos sobre nuestra actualidad, cada vez; por otro lado, cómo nos reapropiamos de distintas tradiciones desde la lógica de la invención. Y el papel de los afectos es clave para orientarnos, no solo el “entusiasmo” por la revolución, sino la “alegría intelectual” por conocer cada cosa singular.

La tradición marxista lo ha planteado muy bien, radicalizando el legado moderno de las revoluciones científicas y políticas, aunque acentuando quizá demasiado el componente trágico de esa herencia: el peso de la opresión y la muerte diseminada por doquier. Recordemos al menos dos de sus citas cruciales, repetidas y comentadas infinitamente:

Decía Marx en El 18 Brumario de Louis Bonaparte: “Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal.”

Y Benjamin en la tesis VI sobre el concepto de historia: “Articular históricamente lo pasado no significa conocerlo ‘tal como realmente ha sido’; significa apoderarse de un recuerdo tal como refulge en el instante de un peligro. Para el materialismo histórico se trata de eso, de aferrar una imagen del pasado tal como inesperadamente se le presenta al sujeto histórico en el instante del peligro. El peligro amenaza tanto al patrimonio de la tradición como a sus destinatarios; para ambos es uno y el mismo: prestarse a ser el instrumento de la clase dominante. En cada época ha de intentarse, de nuevo, arrebatarle la transmisión al conformismo que está a punto de sojuzgarla. El mesías no viene sólo como redentor; viene como vencedor del Anticristo. El don de avivar en lo pasado la chispa de la esperanza reside sólo en aquel historiador que está penetrado de lo siguiente: ni siquiera los muertos estarán seguros si el enemigo vence. Y este enemigo no ha dejado de vencer.”

Despret nos permite acentuar también el aspecto feliz e inventivo de la reapropiación, procediendo con sumo cuidado y atención por otros modos de existencia, incluso estableciendo una relación vital con los muertos, ante una urgencia epocal que no es menor: está en juego la vida en el planeta entero. Escribe Despret en ¿Qué dirían los animales… si les hiciéramos las preguntas correctas?: “Heredar no es un verbo pasivo, es una tarea, un acto pragmático. Una herencia se construye, se transforma siempre de manera retroactiva. Nos vuelve capaces, o no, de algo distinto a simplemente continuar; exige que seamos capaces de responder a, y de responder por, aquello que heredamos. Una herencia se realiza, lo cual quiere decir también que uno se realiza en el gesto de heredar. En inglés el término remember –recordar– puede dar cuenta de este trabajo que no es solo de memoria: ‘recordar’ y ‘recomponer’ (remember). Hacer historia es reconstruir, fabular, de tal manera que se ofrezcan otras posibilidades de presente y de futuro en el pasado.”.

El gesto moderno que deseo transmitir entre estos diversos legados consiste en afirmar la reflexividad afectiva que habilita, sobre un trasfondo de enorme peligro, sostener la alegría de conocer y transformarse junto a otros. Convertirnos en causa adecuada de lo que nos afecta, confiarnos a la emergencia de una idea verdadera y la potencia del pensar para continuar, con método, el despliegue y la conexión de otras ideas.

El método materialista que propongo hace de la necesidad virtud, va hacia lo concreto del pensamiento, y no obtiene la felicidad como recompensa sino como efecto de su mismo ejercicio: el de la virtud. No hay nada teológico ni religioso en ello. Me he roto bastante para llegar a darle un nombre a lo que hago: Nodaléctica. Pero el método está inspirado en Lacan. Reencuentro la cita/cifra mientras trato de inspirar a otrxs, sin temor ni esperanza, en la causa objetivada del deseo. Vaya pues este modesto homenaje en el día del maestro, un modo de heredar y encarnar el obstáculo epistémico:

“Este método, puesto que se trata de método, es un método que se presenta sin esperanza -sin esperanza de romper de ninguna manera el nudo constitutivo de lo simbólico, lo Imaginario y lo real. Desde este punto de vista, digámoslo de manera clara, se rehúsa a lo que constituye una virtud, e incluso una virtud llamada teologal. Por eso nuestra aprehensión analítica de lo que concierne al nudo es el negativo de la religión. // No creemos en el objeto, pero constatamos el deseo, y de esta constatación del deseo inducimos la causa como objetivada. El deseo de conocer encuentra obstáculos. Es para encarnar este obstáculo que he inventado el nudo y que en el nudo hay que romperse. Quiero decir que sólo el nudo es el sostén concebible de una relación entre cualquier cosa y cualquier cosa. Si bien el nudo es por un lado abstracto, debe ser pensado y concebido como concreto.”

 

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