Imagen de portada: Henri Cartier Bresson
Cuidado editorial: Agostina Taruschio y Amanda Nicosia
«Porque hay juego hay niñez».
Jorge Fukelman
» …la herencia no se resuelve en la mera repetición pasiva ni en la objeción reactiva, requiere una invención creativa… Un legado se crea».1
Roque Farrán
Interpelaciones de un legado, hoy
En esta ocasión, estimulada por los efectos de un encuentro reciente acerca de las marcas de los analistas que nos precedieron, que afectan nuestra praxis, traeré algunos puntos vivos de la transmisión de Jorge Fukelman, un querido maestro con quien tuve la oportunidad de estudiar desde el comienzo de mi formación, a quien le debemos la entrada de la obra de Lacan a la Universidad de Buenos Aires, enseñando, también en ese ámbito, con un estilo no dogmático, descentrado, coloquial, atravesado por lo imposible.
El oleaje de su transmisión sigue dejando huellas, marcas distintivas, de una posición respecto al juego, en las orillas de varias generaciones de analistas que realizan parte de su formación en los hospitales, más aún en quienes ofician su práctica abriendo la puerta a las niñas y niños.
Recuerdo que al empezar a transitar la residencia, esa intensa inmersión clínica en la que nos arrojamos a la práctica del psicoanálisis, tuve la experiencia de la función invalorable de la ficción que se apoya en el juego.
Sucedió en el encuentro fortuito con un niño que, habiendo sufrido quemaduras, transitaba por los pasillos del hospital totalmente vendado con una inscripción “soy la momia”. Ese niño jugaba a ser un personaje a través del cual esos vendajes, signo de un dolor sufrido en carne propia, pasaban a dar cuerpo a «la momia», tal vez a una del antiguo Egipto, tal vez a la de los Titanes en el ring, tal vez a una «mía».
Por entonces, desconocía aún las teorías acerca del juego -sólo contaba con mi análisis y la experiencia literaria- pero ahí aprendí inmediatamente su función: dar tratamiento ficcional a lo más penoso, al modo en que lo propone Tim Burton, para quien la lectura de cuentos de terror en su niñez fueron su refugio y remedio.
Después de esta experiencia, también en el hospital, me encontré con la transmisión de Jorge Fukelman, que me brindó una orientación específica respecto a la práctica del psicoanálisis con los niños: su aporte inédito en este campo fue ubicar que «el juego es el espejo en el que un niño se reconoce como tal«3. Desde esta perspectiva inaugura una direccionalidad que va del juego al niño, cuando afirma que «porque hay juego hay niño«4. Esta orientación se hace soporte de una necesaria apuesta ética, cuyos efectos me interesa, particularmente, relevar esta vez.
El juego es el espejo en el que un niño se reconoce como tal
En más de una ocasión -y arriesgaría decir cada vez que era invitado a dar una charla- volvía a referirse al modo en que arribó a construir ese sintagma y sus derivaciones, a partir de la respuesta de un niño a una intervención suya que lo descolocó de modo irreversible, abriendo un enigma al que volvió en repetidas ocasiones.
Este suceso, que podría decir tuvo un valor de acontecimiento, surgió en el contexto de estar preguntándose acerca de lo que es un niño para el psicoanálisis. Estaba bastante imbuido de la tesis de Philippe Ariès que propone considerar la infancia como invención de la modernidad a partir del surgimiento de la familia burguesa. Bajo está perspectiva, la infancia es un estamento que surge a partir de que empieza a haber en la cultura lugares para niños. De esta tesis Fukelman va a proponer que porque hay escuelas para chicos hay chicos.
Si bien tenía estas consideraciones como telón de fondo, lo decisivo fue el encuentro, en un hospital de día, con un niño a quien llamó Willy, que no hablaba, que al llegar se quitaba la ropa y daba golpecitos por las paredes, y que aparentemente no tenía ninguna relación con el espejo, hasta que un día encontró un sillón con rueditas y empezó a pedir a través de gestos ser llevado, mostrando en ese deslizamiento signos de satisfacción.
En una ocasión este pedido le fue dirigido a Fukelman, quién por entonces «sentado en el silloncito de Maud Mannoni», como él decía, le «interpreta» al niño: «a vos te gusta que te lleven en la sillita pero no te podés llevar solo porque no sabes hablar». El niño lo miró con rabia, pateó el silloncito y se fue. Pero lo más sorprendente fue que regresó al rato, agarró el silloncito y se movió solo mirándolo como si le dijera «te gané». Esa respuesta, refiere Fukelman, estaba totalmente fuera de lo que los tratados de Psicoanálisis, Psiquiatría y Psicología afirmaban acerca de las posibilidades de un niño con estos rasgos, por lo cual se vio llevado a intentar dar cuenta de este efecto que descalabraba las teorías previas. De este modo, fue bordeando a lo largo de su transmisión los enigmas irreversibles que se abren con cada acontecimiento que nos impacta en la clínica.
Empezó a situar que, en principio, lo que allí había sucedido fue un enganche al juego, algo así como si el niño hubiese recibido su interpretación al modo de una invitación lúdica, «dale que te juego una carrera».5
A partir de ahí, de darle vueltas a esta cuestión, con la apoyatura que encontró en la tesis de Ariès, surge el sintagma -con valor de brújula orientadora- acerca de que el juego antecede al niño, y es el espejo en el que se reconoce.
El juego como un modo de constitución subjetiva apoyada en el «de jugando»
En esta dirección sitúa al juego como un modo de constitución subjetiva apoyada en el «de jugando», como enuncian lxs niñxs, un modo específico de articulación de la verdad como ficción, para lo cual es necesario que el Otro parental se haga cargo de lo que no es juego. Es decir que se haga cargo de lo que está fuera de juego, lo cual considero, es la función principal del juego: poner en disyunción aquello con lo que no se juega, en términos freudianos, sexualidad y muerte.
Para dar cuerpo a esta afirmación, nos llevaba a suponer, de un modo simplificado, que si por ejemplo un niño mata con un arma cargada, en primer lugar nos preguntamos dónde estaba el otro de los cuidados, cómo, por qué ese niño había quedado a merced de un instrumento potencialmente peligroso. Bajo ese ángulo, también nos invitaba a imaginarnos un diálogo en el que un niño le dice a su mamá que quiere casarse con ella y ubica posiciones diversas desde las que el Otro responde. Si la madre responde lúdicamente, y dice por ejemplo que «…vendrá una carroza tirada con caballos blancos o tal vez vendrá un helicóptero…», ahí se construye una ficción en la que el deseo se sitúa en el juego, y el niño se encuentra con que está jugando a casarse con la mamá. Si la madre, en cambio toma literalmente el pedido del niño, se pone nerviosa, con cierta excitación, ahí el juego no queda reconocido por la madre, quien ahí no puede sostener el «de jugando».
En el juego del niño queda connotado algo del orden de la satisfacción y de la curiosidad sexual, en tanto el juego funciona de pantalla respecto de la sexualidad de la que aún no dispone, aquella que advendrá postpuberalmente inherente al goce en el (des)encuentro sexual con el partenaire.
El sufrimiento «toma forma de máscara pegada a la piel«
Lo que no está reconocido como juego, aquello que no está sostenido como «de jugando» por el Otro parental, por su propia conflictiva inconsciente, se mete en el cuerpo del niño y hace síntoma. Cuándo esto sucede propone que el sufrimiento «toma forma de máscara pegada a la piel»6, refiriéndose a lo que hacía palpable con su arte el célebre mimo Marcel Marceau. La máscara, precisa Jorge, plantea una mirada ante la cual la máscara se ubica, y sitúa al mismo tiempo una relación con el tótem, es decir una relación con el linaje, con la genealogía. En el lugar de la máscara se entrecruzan la relación de la filiación con la mirada, en este sentido propone que aquello que situaba en relación a la escena lúdica se puede trasladar a la máscara, y ubica del lado de los padres asegurar una relación de exterioridad, una relación de exclusión, entre la imagen real y lo que está en relación al espacio virtual del espejo. La derivación de esto es el linaje, es decir, el linaje se ubica en el punto de relación de exclusión entre lo real y lo simbólico, por esta vía la filiación produce una ubicación en el mundo.
De está lectura se desprende su propuesta acerca de preguntar por la generación anterior a la de los padres, a fin de ir construyendo una suerte de mapa -abuelos, padres, hijos- que aporte una aproximación mínima, acerca de la sincronía de esos elementos y su forma de articulación7. Considero que este es un aporte muy valioso, vigente, necesario, dado que encuentro con frecuencia que los analistas no abren a esa dimensión de antecedencia en las entrevistas con los padres, quizá por considerarla una dimensión sólo simbólica que no orienta respecto al goce; sin embargo esa vía permite ubicar la instalación de goce, ese farfullar de los antepasados, que pasa con la transmisión de lalengua8.
Cuando el juego no está reconocido la máscara aparece sin límites en tanto el juego como espejo implica un marco, implica que esto se delimita. Si hubiera un espejo infinito, el encierro que produciría este espejo sería a su vez ilimitado.
Si el Otro no reconoce el juego como juego, si el Otro no puede hacerse cargo de aquello que queda fuera de juego, el chico no puede reconocerse jugando, y entonces no puede reconocerse como niño, ahí la máscara se pega.
Ponerse en juego
Desde esta perspectiva cuando nos consultan por un niño no se trata de transformar ese sufrimiento en juego, porque ahí ya hay un juego, un juego que no ha sido reconocido, por lo cuál es preciso que el analista en función se ponga en juego, no que juegue, aunque también lo haga, sino que la particularidad del juego con el analista es precisamente jugar sin saber de qué la juega. Esto no es tan fácil, porque se trata de jugar a ser el objeto que el niño «es» para el requerimiento de goce parental9.
Con frecuencia encontramos un deslizamiento a considerar su posición como una especie de «furor jugandis», como si todo fuera juego, que solo se trata de jugar. La transferencia es al juego, se trata de la transferencia de los requerimientos de goce dirigidos al niño que han tomado cuerpo en un penar en demasía.
Encontré que se preocupa por situar la diferencia de su posición respecto a la de Winnicott en el punto en que éste plantea que el juego es una terapia universal. A Fukelman le interesa destacar fundamentalmente la particularidad del juego con el analista, ya que no se trata de jugar con el niño como en la vida cotidiana. En un momento Jorge llega a decir que plantear que el juego es terapéutico es como decir que la vida también lo es10.
El acento destacado por Fukelman respecto al juego en la experiencia analítica en su diferencia con el juego en la vida es esencial, ya que en muchas ocasiones nos encontramos con testimonios de analistas, o a veces somos testigos en las vicisitudes de la clínica hospitalaria, que el analista se ponen a jugar «su» juego sin darse tiempo de espera, cuando esto es posible, es decir cuando se dispone del borde de la escena, para recibir desde una activa posición abstinente -con gestos y miradas de asentimiento- el juego que el niño trae.
No somos «animadores» infantiles ni educadores, para estos oficios articulados con la niñez el juego tiene otra función. En nuestro oficio el estar analista implica un estar disponible para el juego singular de ese niño, aquel que no se le ha reconocido y por tanto no ha podido jugar con otro.
En esta orientación encontré, y sigo encontrando, una brújula muy valiosa como apuesta ética. Apuesta que considero imprescindible en esta época de expansión del mercado capitalista bajo cuya promesa de felicidad, a través del consumo, empuja a suprimir las manifestaciones sintomáticas del sufrimiento por medio del uso de psicofármacos en primera y a veces única instancia, de un modo cada vez más frecuente, también en el territorio de la niñez. Para lo cual están prêt a porter distintos rótulos que se intentan hacer pasar por diagnósticos: add, síndrome desafiante, trastornos del espectro autista, trastorno del control de los impulsos… que por supuesto tienen su correlativo tratamiento farmacológico y de terapias conductuales que desconsideran la irremediable dimensión de goce inherente a nuestra condición hablante.
Más acentuadamente en esta reciente post pandemia encuentro una tendencia, incluso entre practicantes del psicoanálisis, a apelar en primera instancia a «la evaluación por psiquiatría» para después «intervenir lúdicamente».
Esta situación se hace más evidente en las urgencias que llegan a la guardia del hospital, en las que el desborde de la escena requiere de un esfuerzo lúdico, por decir así, para sostener que allí hay un juego no reconocido. Para algunos es «más resolutivo» empezar con la medicación y después en la «tranquilidad» del consultorio jugar con el niño.
Acá considero que se juega lo más nodal de la propuesta ya que muchos niños son medicados sin que quiénes lo reciban se hayan puesto en juego. Como ese encuentro afortunado, paradigmático, al que me referí en más de una ocasión, del niño que fue traído por el Same en busca de una psiquiatra para medicarlo por una «excitación psicomotriz» y se encuentra con una psi que «le administra una toma» de pases ninja que deriva en una lucha marcial entre ambos.
No siempre encontramos esta respuesta del lado del niño, y ahí sí, si lo que irrumpe tiene una intensidad tal que no permite en principio que la escena lúdica reencuentre al niño, esperamos a que algo de esa intensidad se aquiete, a veces haciendo silencio, a veces, las menos, teniendo que recurrir a una medicación.
Creo que Fukelman diría que no pudimos encontrar el modo de ponernos en juego. Acuerdo que se trata de poner necesariamente la falta de nuestro lado, de un modo propiciatorio, aún cuando tuvimos que indicar una medicación, que no es sin haber hecho la apuesta lúdica. En esta perspectiva en el último tiempo estuvimos recibiendo por guardia niños derivados desde la escuela a neurología y psiquiatría, por agresividad con sus pares. Aquí nuevamente la suerte de estos niños depende de quién los reciba.
Claro que ponerse en juego no es fácil, requiere de poner «en cuerpo» la función de la falta de nuestro lado para sostener el «de jugando» que habilita la función de la pérdida, basamento de la función del juego. Ponerse en juego implica sostener el de jugando «en cuerpo», incluso a veces, cuando la distancia entre juego y lo que está fuera de juego, está anulada y se requiere de que se juegue como si no se estuviera jugando, ofreciendo un borde lúdico cercano al Fort-da! -que es la demanda primordial que el niño dirige a su madre, para preservar el vacío de la demanda- apostando a promover así una apertura lúdica.
Una madrugada llaman por Jennifer, una niña en las cercanías de la pubertad, internada desde hacía unos días por episodios frecuentes de gritos estridentes, sin palabras, que sin interrupción podían persistir por más de una hora. Mis compañeras de ese día, también practicantes del psicoanálisis deudor de la transmisión de Fukelman, habían sido testigos de esos episodios, y me habían contado que la apuesta lúdica, en la diversidad de intentos de juego, no había hallado el pasaje hacia la escena. Con esta valiosa transmisión de mis compañeras asistí a la sala junto a la residente, a pedido de los pediatras quienes pedían que acudamos porque la niña se estaba inquietando.
Encontrarnos a una niña insomne, atribulada, que ni quería ni no quería tomar la medicación que tenía indicada como «rescate»; tampoco quería hablar, jugar o salir a caminar, tal como ya le habían propuesto. Estaba acompañada de uno de sus progenitores que ni quería ni no quería que interviniéramos.
Nos encontrábamos en vivo y en directo ante una ambigüedad enloquecedora. En ese momento Jennifer empezó a gritar con fuerza con un rostro como aterrado/aterrante: «aaaaa…», una «a» abierta al infinito sin interrupción. Con tono afectado y suave le dije que el grito me daba miedo, por eso iba a esperar en el pasillo hasta que se fuera. Brevísimo instante de atenuación de la intensidad del grito, que inmediatamente continuó presente. Cada tanto me asomaba fugazmente a la ventana de su habitación cuidando de que viera que estaba en ausencia. Pasó así un rato hasta que el grito se articuló en palabras de su lengua de origen, palabras incomprensibles para nosotras pero no así para el miembro de la pareja parental que estaba con ella, hasta que con claridad escuchamos que varias veces gritó «te odio». Me fui acercando lentamente hasta que abrí la puerta y me quedé en el umbral, Jennifer se acercó y pidió tomar la medicación que tenía indicada por su equipo tratante, dijo que temía no dormir.
Quizá haberme restado de lo hostil presente en el grito para situarme a través del miedo en esa dimensión de la espera cercana a la erwartung, jugando mi presencia sobre un fondo de ausencia, reabrió una hiancia por la que en algún momento se articuló la palabra con la posibilidad de dirigir un mensaje: «te odio». Este «te» es esencial.
Acá recuerdo un ejemplo de Jorge Fukelman referido a unos padres que lo habían consultado porque su hijo gritaba, ante lo cual les preguntó: «¿grita, o les grita?» situando allí una diferencia esencial: situar si hay o no, al menos en principio una direccionalidad al Otro11.
Para despedirme, acerco lo que para mí atesora lo más valioso de su legado. Al final de su vida con la intensa simplicidad de su estilo nos dice que a los analistas no nos queda otra alternativa que “hacer jugar» nuestras propias dificultades. «Hacer jugar para el analista implica dar una vuelta más, para así poder ubicar las dificultades lúdicamente. Esto construye una chance para que el niño por el cual se consulta pueda estar un poco descargado y el analista pase a estar más cargado; es a lo que se compromete quien se dedica al psicoanálisis…»12.
Notas
1 Esta cita la extraje del excelente trabajo “Heredar” de Roque Farrán publicado en esta revista, donde trabaja textos de Vinciane Despret para abordar la cuestión del legado. https://enelmargen.com/2022/06/23/heredar-por-roque-farran/.
2 En mayo de este año tuve ocasión de participar en el Hospital Ramos Mejía de un espacio de transmisión de psicoanálisis, organizado por el Equipo infanto juvenil, qué invitaba a retomar las marcas de los analistas que abrieron la puerta de la práctica del psicoanálisis a los niñxs, tomando como articuladores el juego y la transferencia. Va mi agradecimiento a lxs organizadorxs, Viviana Jalife, Sandra Walsh, Mirta Guzik, Jonathan Acosta y Julia Arriaran, por la invitación.
3 Entre las diversas publicaciones donde podemos encontrar este sintagma está Ponerse en juego. Círculo de Estudios Psicoanalíticos del Caribe. Versión inédita. Primera Conferencia, 31 de agosto 1996.
4 «El niño y el Psicoanálisis». Revista Vertex. El sintagma “porque hay juego hay niño” ofrece una orientación que introduce una diferencia irreductible respecto de posiciones anteriores que proponen una antecedencia del niño respecto al juego, por lo cual desde esta perspectiva habría niños que no juegan, o estados en los que el niño no dispondría del juego, y esto lleva, a veces, a intervenciones pedagogizantes o medicalizantes.
5 Una versión de este acontecimiento está publicada en Resonancias de una transmisión. Jorge Fukelman. Ediciones del Dock. Cap: “Transferencia y Juego”, pág. 115.
6 Jorge Fukelman. «El niño y el Psicoanálisis». Revista Vertex.
7 Conversaciones con Jorge Fukelman. Psicoanálisis: juego e infancia. Paula M. de Gainza Miguel Jorge Lares. Ed. Lumen, pág. 33.
8 Jaques Lacan. Seminario La Disolución. Clase 10 de junio de 1980.
9 Jorge Fukelman. «El niño y el Psicoanálisis». Revista Vertex.
10 Reportaje a Jorge Fukelman. Revista Fort-Da, Número 5. Junio 2002. Mirtha Benitez, Álvaro Lopez y Ariel Pernicone http://www.fort-da.org/reportajes/fukelman.htm. Entiendo que con esta afirmación intenta dar fuerza al valor del juego en transferencia, pero enunciado así queda desconsiderado lo que estimo uno de los aportes invalorables y novedosos de Winnicott: el reconocimiento de la deuda que el psicoanálisis -no solo en su práctica con los niños- tiene con el juego.
11 Reportaje a Jorge Fukelman realizado por Ricardo Nach, en su última presentación el 2 de diciembre 2010, en el marco de “Ensayo y crítica del Psicoanálisis”, publicado en Conjetural. Revista psicoanalítica, pág. 54.
12 Conversaciones con Jorge Fukelman. Psicoanálisis: juego e infancia. Paula M. de Gainza & Miguel Jorge Lares Ed. Lumen, pág.27.
Viviana Garaventa. Psicoanalista. Egresada de la Facultad de Medicina, UBA. Concluyó la Residencia en Salud mental infanto-juvenil en el Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez, donde fue Jefa de Residentes. Integrante del equipo de Salud mental del Servicio de Urgencias de dicho Hospital desde 1992. Fue instructora de residentes en la Residencia de Psicología infanto-juvenil en el Hospital Gandulfo. Actualmente es Supervisora clínica del Equipo Infanto Juvenil y del Equipo de interconsulta del Hospital Ramos Mejía. Colaboradora docente de la Práctica profesional Clínica de la urgencia y de la Práctica profesional Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez de la Facultad de Psicología UBA. Participó ininterrumpidamente con presentación de trabajos en las Reuniones Lacanoamericanas desde 1999 hasta 2015. Publicó numerosos trabajos en la revista Psicoanálisis y el hospital.
Aclaración: De modo de preservar el secreto profesional y la identidad de los pacientes fueron modificados algunos datos.
Esta revista se sustenta gracias a la publicación, la difusión y la edición, sin ánimo de lucro, de cada uno de los miembros que la componen. Agradecemos la colaboración económica que el lector o la lectora quiera y pueda acercar siguiendo los pasos de alguno de estos dos links.
Quiero agradecer a la autora de este artículo, Viviana Garaventa, por hacerme conocer a Jorge Fukelman, alguien tan lacaniano que de cualquier aseveración, con toda naturalidad y sutileza toma el reverso de lo enunciado, le da la vuelta cobrando entonces el resplandor de una significancia desconocida, inédita. El punto de la máscara pegada a la piel, es un imperdible que yo engancho, en cuanto a su relación con la mirada que localiza, y sobre todo su vinculación al tótem, nombre primario, y al linaje, con una frase excepcional que es obligado prendérsela: «El linaje se ubica en el punto de relación de exclusión entre lo real y lo simbólico, por esta vía la filiación produce una ubicación en el mundo» Un saludo.
Me gustaMe gusta
Rosa agradezco tu lúcida lectura del estilo de Jorge Fukelman, y si , acerca de lo que decís de la máscara ,del linaje , la filiación aporta una brújula que orienta nuestra praxis. Saludos afectuosos
Me gustaMe gusta
Estimada Viviana, interesantísimo e inspirador el recorrido de tu texto. Celebro además la referencia e interpelación a lo transmitido por quien fuera nuestro maestro y referente de generaciones de analistas, el Dr. Jorge Fukelman. Una enseñanza que este escrito tuyo invita a mantener vigente y sistematizar. Un saludo cordial. Miguel Lares
Me gustaMe gusta