Cuidado editorial: Marisa Rosso
Llegamos a la casa palermitana de Diana Bellessi un frío jueves de invierno; el atardecer fue el marco propicio para una muy esperada entrevista a esta gran poeta argentina.
Cuando nos encontramos en la vereda con Gabriela Pedrotti, me precipité a leerle un poema del libro Tener lo que se tiene, que había llevado conmigo.
—¿Vos viste como remata sus poemas?”, dije al terminar la lectura de «Tulum».
—“Brillante”, respondió Gabriela.
La vemos venir sonriendo por el pasillo, escoltada por sus perritos, Moro y Milonguita. Nosotras dos nos abrazamos entusiasmadas, cargadas con la botella de vino, las facturas, la carrot cake y los sanguchitos de miga.
Cuando nos abrió la puerta, nos encontramos con esos ojos color cielo, sin lentes, a cara lavada, llena de expresión e historia. A mí me conoce desde hace mucho tiempo y a Gabriela, en ese momento.
A modo de presentación y chiste, Gabriela dice: “trajimos provisiones para quedarnos una semana”.
Entramos a su departamento en planta baja; una mesa larga atosigada de libros nos aguarda. Y un ventanal que da al frondoso verde del jardín.
Las bibliotecas abrazan ese espacio suyo, del piso al techo. Diana corre parte de los libros y hace lugar para nuestra charla y tener nuestro banquete.
Esta entrevista, acordada desde hacía tiempo y tan ansiada, estaba sucediendo ya.
En algún momento, Gabriela se acuerda, afortunadamente, de encender el grabador. La conversación había iniciado su tour mágico y misterioso, como dirían los Beatles. Así fue para nosotras. Yo he compartido con Diana clases, cenas, visitas a Zavalla, durante años. Pero nunca la había entrevistado y, sumado a este hallazgo, se agregaba el presentarle a una colega y amiga para poder hacerle muchas preguntas. Me sentía emocionada. Gabriela, por su parte, sentía la alegría y los nervios de poder, al fin, conocer y estar cerca de esta poeta que es amada y admirada por ella, tanto como desconocida personalmente.
Fueron dos horas preciosas y, como entrevistadoras, quedamos con el corazón pleno de alegría.
Los viajes
—Diana, hablábamos de que has viajado por todo el mundo…
Diana: Bueno, una parte del mundo…
Gabriela: ¿Seguís con ganas de viajar?
D: Sí. Ahora estuve en Londres y lo pasé bomba. Yo nunca había ido a Londres. Y eso que fui muchas veces a Europa, pero nunca había ido a Londres.
G: ¿Te gustó Londres?
D: Me encantó, me encantó Londres. Está lleno de gente de otros países. Los ingleses me cayeron bien, a pesar de Las Malvinas. Yo terminaba las lecturas diciendo “Vivan Las Malvinas” y ellos se morían de risa [risas].
El refugio
G: Tengo una amiga que vivía en el arroyo Felipe.
D: Amo el Tigre. Habrás escuchado los mirlos en el Tigre entonces. Son preciosos. Los de pico amarillo. Mi primera casa fue en el Felipe, donde viví muchos años. Toda la dictadura.
G: En la dictadura de 1976 te fuiste ahí, ¿no?
—Eso sí que fue un refugio.
G: ¿Y cómo fue estar ahí?
D: El paraíso. Además, yo venía de los muchos años de viaje, con la mochila al hombro. Primero viví en una pensión en Constitución, después me mudé a un departamento tomado en Fuerte Apache. Después del golpe, me fui a la isla. Y ahí me fui al Felipe. Oías las lanchas de Gendarmería todo el tiempo. Nunca entraron… Pero sí vi los cadáveres que flotaban en el río…
G: ¡Ay, no te puedo creer! Qué tiempos, ¿no?
D: Horrorosos y que nunca vuelvan.
G: Sí, ¿mataron a amigos tuyos?
D: Sí. Me escapé por un par de horas… Una noche que fui a dormir a la casa de una amiga uruguaya a la que secuestraron y que nunca apareció…
G: ¿Y, en ese tiempo, te ayudó escribir?
D: Por un tiempo largo no pude. Fueron mis dos temporadas de no escritura… Los comienzos de la dictadura y la pandemia…
Escribir y traducir
—¿Se viene un nuevo libro con lo inédito?
D: Esperemos que se convierta en libro; por ahora, son poemas sueltos, todavía le falta. A veces pienso que ya escribí demasiado.
—¿Depende de las ganas, no?
D: Sí, y cuando vos sentís que no viene, sentís que no viene más.
G: ¿Siempre que no viene sentís como si fuera para siempre?
D: No, esas dos veces en mi vida. En los comienzos de la dictadura, cuando a mí me salvó la traducción, y ahora, en la pandemia.
—Traduce poesías del modo en que sólo puede hacerlo un buen poeta.
D: Traduje a mucha gente.
—Hay un libro que sí se debe conseguir, de Salta el Pez Ediciones, que se llama Contéstame, baila mi danza.
D: Ese título está tomado de un verso de Muryel Rukeyser.
—Y es un verso maravilloso. Aparte, ella hace una introducción a las poetas que traduce; está en inglés y en castellano. Esas pequeñas monografías hablando de cada artista son agudas y preciosas.
D: Ya va por la cuarta edición.
—Es un libro al que uno quiere volver cada tanto.
D: Fue casi todo traducido en la isla.
—En fin, la pandemia te quitó un tiempo la escritura, y te había quitado los sueños. ¿Los recuperaste?
D: Un poco. Hace quince días tuve un sueño. Me desperté recordando algo y después ya no recordé más nada.Yo era una soñadora permanente. Me encantaba soñar. Después se me fue para siempre. Debe ser que está la parca está muy cerca ya.
La vida y la muerte
—Hablando de ese tema, vos empezaste, hace muchos años ya, a hablar de la muerte en tu poesía de una manera conmovedora, amistosa, te diría. Sin oscuridad, sin terror, más bien deseando que la muerte tenga una mirada amorosa. Nos gustaría que nos cuentes un poquito acerca de esto.
D: ¿Que te cuente un poquito de eso? ¿Cómo empezó a aparecer la muerte? Hace como veinte años. A los cincuenta, aproximadamente. Pero, ahora, lo que hay que asumir es la muerte del planeta, mi amor, no la muerte personal. Escribí un poema sobre el tema y a la gente le encantó. Lo único que hago es nombrar la vida, claro, recordar que nos estamos yendo a la mierda. Con la bordón oscura del invierno tiene dos páginas, aunque he escrito otros más largos.
—Bossi hace unos ciclos de lecturas literarias, El rayo verde, que se habían suspendido por la pandemia y, en el primero pos pandemia, la invitó a leer a Diana, a una discípula suya, Ohuanta Salazar, que escribe preciosamente, y a otros poetas más. Diana leyó catorce sonetos escritos en endecasílabos.
D: Sí, de un tirón, así, sin punto. Todavía me gusta ese poema que escribí hace unos cuantos años, pero nunca lo leo, porque es muy difícil de sostener con la voz algo tan largo. Al final me dio tos.
—La muerte a los cincuenta años; simplemente: conciencia de finitud.
D: Sí, supongo, bueno…“Todos sabemos que nos vamos a morir”, decían las viejitas. Ayer me contó Lydia Hellander que cuando murió su mamá, su primo le escribió diciéndole que no le contara a la suya, que ya tenía como noventa años, que le dijera que estaba internada; para ella, fue un esfuerzo muy grande no decírselo, y, al poco tiempo, ese primo se muere. Entonces ella la llama a la tía para contenerla y ahí la tía le dice que ya sabía que había muerto su mamá. Parece que antes de morirse ya se lo había dicho o él o alguien de la familia. Y cuando Hellander le dijo que sentía tanto la muerte de su hijo, la tía le contestó: “Todos nos vamos algún día”. Ya estaba completamente ligada con la muerte a los noventa años. Yo no estoy desanimada. Me da pena, porque la vida es maravillosa.
—¡Pasa muy rápido!
D: Y pasa muy rápido, las dos cosas.
—Eso es lo maravilloso. Que junto a la pena hay alegría de la vida. No es algo trágico.
D: Yo espero que sea dulce la Parquita.
—Ojalá, ojalá.
G: No sufrir ¿no? Que no haya sufrimiento.
D: O capaz que también, porque así te preparás; no sabés qué es lo mejor. Que haya o que no haya, que te enteres mucho antes o que no te enteres. O que te mueras de un síncope. ¿Vos sos creyente en algo?
G: En tus poemas hablás bastante de la fe, “vestida de su fe”, decís en algún poema.
D: Sí. ¿Tenés fe o no tenés fe, en algo?
G: Tengo fe.
D: Ah, entonces está todo bien. ¿Y vos?
—Yo creo en algo superior a lo individual. No sé muy bien cómo se llama.
D: No tenés por qué decirme en qué tenés fe. Yo a veces tengo fe en el budismo, a veces en el cristianismo primitivo, a veces en aquello, en lo otro y en nada.
—En la naturaleza, en el amor.
El amor
G: ¿Cómo fue tu relación con el amor?
D: Pasional siempre. Muchos libros están escritos desde ahí, sobre todo Eroica.
—Lo estuve leyendo, es muy impactante ese libro.
G: Generó mucha cosa ese libro.
D: En las lesbianitas generó mucha cosa, en las que tienen alguna simpatía por el lesbianismo. Los muchachos no sabían qué hacer con él, digamos. Pero mi traductor parece que supo, porque casi todos los poemas que tradujeron al inglés son de Eroica. Les gustó eso a los ingleses. En una de las lecturas que di, apareció una nenita con el pelo pintado de verde y me dijo “¡Ah! ¡Hoy me siento orgullosa de ser lesbiana!”. Le contesté “¡Ah, qué bien!, ¿viste?, el amor siempre te hace sentir orgullosa, no importa de qué, si hetero u homo, de qué color”.
—Vos tuviste una experiencia de análisis ¿no?
D: Sí. Y me enamoré perdidamente de mi psicoanalista, claro está.
G: Vos hablás de la adolescente furiosa… Eras una adolescente furiosa.
D: Por suerte, sí, durante un tiempo, sí. Además, en mi larga vida en la izquierda trotskista. Ahora, de vieja, me agarró el peronismo, los Kirchner y el quilombo que hubo con la gente del campo. Creo que ahí me volví kirchnerista. Yo espero que Cristina deje de ser famosa para llevarle mis libros, pero parece que no va a dejar de serlo.
El origen de la escritura
G: Una cosa que me llamó la atención de vos, es que decías que a partir de que uno se pregunta, uno tiene historia. Yo sentía… —mirá vos, esto lo recuperé hace poco en un cuaderno de anotaciones, tendría siete u ocho años—, que las cosas en el mundo estaban en el aire [risas]. Y al escribirlas, agarraba un pedacito de sentido. Las cosas se entendían cuando las escribía.
D: A veces, sí; y a veces, ni ahí…
G: Sí, a veces, ni ahí… Y vos, ¿cuándo empezaste a escribir?
D: Era chica, chiquita. El primer poema que escribí lo dibujé, porque todavía no sabía ni leer ni escribir. Siempre he tenido un recuerdo muy nítido de ese atardecer. Pasaba un tren, a lo lejos —yo vivía en el campo— pero se veía con el humito y todo, digamos que iba a esos mundos extraordinarios. Yo me preguntaba “¿Adónde irá este tren… ?” Entonces, dibujé un trencito con una pinturita color naranja. Incluso lo recuerdo como un acto creador. Tremenda la infancia, ¿no? Y bueno, después escuchaba las coplas. Son un gran antecedente de la poesía.
G: ¿Qué coplas escuchaban?
D: Antes se hacía todo a mano, se juntaba el maíz, se sembraban las papas, todo a mano. Entonces, las familias no alcanzaban y contrataban obreros que venían del noreste y del noroeste, que eran más pobres que los otros, todavía. Y en los galpones, a la noche, cantaban coplas, era algo hermoso; o cuando llovía y no podían salir a los campos…
—Tiene mucho que ver con la música. También tu poesía —y no solo la tuya—, pero tu manera de leer es muy musical.
Poesía y música
D: Sí, yo leo como está escrito [risas]. No es mi manera, es el poema. Está escrito desde una impronta musical, siempre. Y eso que pasé por las vanguardias. Siempre me voy atrás, siempre me voy al quattrocento, creo. Pero con conciencia, al quattrocento recién me voy a los cuarenta años. Ahí descubrí la belleza descomunal del endecasílabo, el uso musical del endecasílabo, que construyó la intimidad de lengua castellana. Pero después, cuando traté de leer el quattrocento desde Italia, no me pasó lo mismo, así que me dediqué a ver a los pintores nada más. ¿Te acordás Ceci?
—¿En Italia? Sí.
D: Sí, cuando me quedé ahí como tres meses.
—Era una beca ¿no?
D: Sí, una colonia de artistas a la que fui. Visité todos los museos, no todos los de Italia, porque al sur nunca fui, pero de buena parte de Italia. Esa luz del quattrocento, que es descomunal. La luz del quattrocento es como la música en el poema. Es igual. Eso construye los cuadros, así como la música construye el poema.
El proceso creativo
—Diana, una pregunta que te quiero hacer…
D: Sí, todavía no te contesté la de la muerte [risas].
C: Otra, porque tiene que ver. La muerte como final de esta manera de vida, pero también me preguntaba acerca del final del poema. Yo, que he aprendido con vos sobre narrativa y sobre novelas, me doy cuenta de que los cierres de tus poemas son fabulosos. Hoy en la puerta le estaba leyendo a Gabriela uno, Oaxaca, que habla de las joyas de la tierra, ¿te acordás?
D: Sí, de Crucero ecuatorial.
C: Cuando empieza a aparecer en vos un poema, y lo vas a escribir, ¿tenés presente cómo va a terminar o eso aparece?
D: No, el poema aparece de pronto, estés donde estés; por eso, si tenés un papelito, te salva la vida a alguien como yo, que ahora no tiene memoria. Antes, me los aprendía de memoria en la isla y, cuando llegaba a casa, los escribía. Pero ahora siempre ando con una servilletita, con alguna cosa en el bolsillo y una lapicera.
—Podés grabarte audios en el celular.
D: Mm, sí, pero no, no me funciona. En el poema, en realidad, uno no sabe sobre qué va a escribir. Eso lo averiguás mientras estás escribiendo el poema y, por supuesto, no sabés cómo va a terminar tampoco. El poema te lo dicta, te dice: “Acá, ahora, ahora es el final”. Y también te dice: “Y sacame toda la mugre que escribiste antes también”[risas]. Aunque yo corrijo pequeñas cosas, una coma, un “de”, un “por”, un “ahí” por un “allí”. Son tonterías, pero, a veces, tacho versos enteros también, muy de vez en cuando.
C: Porque, en narrativa, sí tenés como una dirección, adónde querés viajar.
D: La narrativa es la narrativa y la poesía es la poesía. Y ambas tienen anécdotas. Pero con tratamientos diferentes, ¿no?
G: ¿Cómo sería?
D: Y, siempre hay algo que contar en un poema, esa es la anécdota. Cómo la contás hace que sea un poema o que no.
—O que sea un relatito.
G: ¿Y la narrativa no tiene más que ver con el pensamiento y la poesía con la imagen?
D: No, no, esa es toda basura [risas]. Hay narrativa extraordinaria. Mirá lo que hace esta chica, Selva Almada por ejemplo, es algo maravilloso. Escribe poesía escribiendo narrativa. Estuve con ella ahora en Casilda. Escribió estos libros excepcionales, como Ladrilleros, No es un río, El viento que arrasa. Estuve charlando mucho con ella en Casilda. Siempre que la veo, charlo, pero esta vez, más, esta vez me dedicó el festival [risas]. Se quedó mucho rato conversando conmigo. Y me dijo: “¡Pero si yo te admiro tanto!” “No me querés”, le dije, “nunca te acercás a mí. Yo te saludo, esperando que vos me digas algo y vos no decís nada”, “¡Es porque soy tímida!”, dijo ella [risas]. La Selvita Almada…
—Claro, ella escribe narrativa, pero…
D: Pero es como si escribiera poesía.
G: Pero ¿vos creés que el modo se elige? Vos Cecilia escribís narrativa. Y vos Diana escribís poesía.
D: Solo escribo poesía. Es lo único que escribo. De vez en cuando, escribo eso que llaman ensayo, que no sé ni lo que es.
Poesía y filosofía
—Diani, ¿hubo algún filósofo que hayas sentido haber hecho propio?
D: Hegel, durante mucho tiempo, y después muchos otros: Levinas es otro filósofo al que yo adoro.
G: ¿Nietzsche no?
D: A Nietzsche lo leía como literatura. Me gustaba, leí todos sus libros. Pero nunca lo pensé como filósofo a Nietzsche. Debería, pero yo ya no sé qué es un filósofo, qué es un poeta.
—Es que tu poesía tiene mucho de filosofía. No sé si eso no pasa en general con la buena poesía, que toma algo del misterio de la vida. A mí me resulta, en algunos momentos, muy spinoziana tu poesía.
D: A él también lo adoro. Le escribí un poema y todo.
—Tu poesía habla desde la inmanencia. Donde la piedrita y la oruga y el bichito y los árboles y el viento y la gente tienen el mismo valor.
D: Ojalá que así sea, ojalá. Ojalá que estemos todos al mismo nivel.
—Yo por eso pensé en Baruch.
D: En mi querido Baruch. Pero a él lo conocí más tarde, no lo conocí en la época en que era estudiante.
—Bueno, llegaste por otros lados.
D: Sí, siempre hay alguno esperándome ahí, asomando la cabecita.
—Seguro que sí.
Poetas que dejaron una huella
G: Y poetas, ¿quiénes fueron aquellos con los que te pasó algo importante?
D: En diferentes momentos de mi vida, diferentes poetas. Cuando era chiquita, Alejandra Pizarnik, sin duda.
G: ¿La conociste?
D: Sí. Después se juntó todo con todo. Tenía solo diez años más que yo o quince.
G: ¿Cómo era?
D: Divertidísima. Era una mujer muy divertida. Encantadora.
G: ¿Se enamoraron?
D: Bueno, yo me enamoré; creo que ella no tanto. Pero yo, creo que sí. Pizarnik fue importante en mi adolescencia, hasta los veinte años, más o menos. Pero yo tengo amores muy fuertes en la tradición castellana. Hubo un momento de mi vida en el que Juancito de la Cruz fue mi corazón más amado.
—¿Y Santa Teresa?
D: Menos. Pero Teresita de Ávila fue una de esas también. Si él la amaba, yo la debía amar también. Me gustan sus poemas que son simples y muy hermosos. Y después en la poesía argentina, Gelman fue muy importante para mí; no sé si fue tan importante como poeta o como persona; fue alguien a quien yo quise muchísimo en la vida. El correntino Madariaga fue un poeta al que yo he amado con todo mi corazón. A Thénon también, a quien conocí personalmente.
G: Susana Thénon. Hay unos poemas de ella que son impresionantes.
D: Así es. Ahora salió un libro nuevo de ella. Algo inédito, esta semana. Algo que me parece que reunió María Negroni. Después, contemporáneas; sobre todo, mujeres. Mirta Rosenberg fue alguien muy, muy importante para mí. Irene Gruss fue otra extraordinaria poeta, de Lanús. Todas de mi edad o un poquito menos que yo y ya muertas. También Alicia Genovese y Ricardo Molinari. O ese grupo extraordinario de cincuentonas como Claudia Massin, Paula Jiménez España y Sonia Scarabelli. Pero, por ejemplo, la poesía de Borges, a mí, siempre me gustó mucho. A Pizarnik, el morir joven le dio su fama internacional. Y, en una época, también lo leí a Juarroz. Y después están estas poetas de habla inglesa, que me gustan mucho. Y esta portuguesa que amo con todo mi corazón y que también traduje: Sophia de Mello Breyner. Esa leela, porque es extraordinaria. De ella, lo único que se consigue es mi traducción acá, si es que se consigue a esta altura del partido, publicada por Adriana Hidalgo. Y en el contexto latinoamericano, Gabriela Mistral, Alfonsina Storni y Blanca Varela.
El presente
G: ¿Y a vos te queda algo que vos digas “Esto no lo logré”?
D: Los libros primeros, que son los libros de entrenamiento, en los que uno se va haciendo poeta. Pero no comprendo tu pregunta, volvémela a hacer, porque me interesa tu pregunta.
G: Te preguntaba si habías logrado —a través de todo lo que hiciste— decir las cosas que quisiste.
D: Creo que sí, pero a veces temo ya haberlas dicho todas.
—Bueno, te podés callar todo lo que se te dé la gana, porque has dicho un montón, pero las experiencias que uno va viviendo son nuevas cada vez, así que, por ahí, te vuelven las ganas desde esta experiencia. De la muerte en el mundo, de lo que es tener esta edad y seguir siendo sensible y tener afectos.
D: De ser amada por muchos chicos jóvenes; eso me encanta.
—Ella, en el Festival Poesía Ya!, que se hizo en el Centro Cultural Kirchner… ¡no sabés lo que fue! Parecía un festival de rock cuando Diana entró a leer…
D: Mil ochocientas personas…
—Mil ochocientas personas se pusieron de pie, antes de que empezara a leer, a ovacionarla y aplaudirla…
D: Me aplaudieron poema tras poema y eso me encantó.
—Antes de que leyeras y después de que leyeras.
D: Y, en el medio, el silencio, para escuchar el poema. Fue algo muy hermoso.
—Fue conmovedor y muy hermoso. Además, que tengas la posibilidad de que tanta gente joven te siga apasionadamente.
D: Muchos jóvenes del conurbano vinieron.
G: ¡Qué lindo!
D: Eso me encantó.
G: ¿Te emociona leer?
D: Sí. Es una de las cosas que más me gusta hacer en la vida.
—¡Qué lindo! ¡Con razón te sale tan hermoso! Es toda la emoción ahí puesta.
D: Los poemas se terminan después de que los leo en voz alta con el público. Siempre ahí hay algo que tengo que modificar. Alguna pequeña cosa, como decía antes: un “de”, un “por”, alguna coma. Y ahí se termina el poema, con la escucha de los otros.
—Así que nos pasa a nosotros como alumnos tuyos. Al leer nuestros textos en voz alta con vos, encontramos lo que, en soledad, no vemos.
D: Y, sí. Es que yo les señalo: “Mirá ahí, mirá ahí”.
G: Es que la voz, para el psicoanálisis, es el cuerpo.
D: No se sabe qué es la voz, andá a saber…
G: Pero vos tenés ese libro maravilloso, que es la primera cosa que leí tuya, que es La pequeña voz del mundo. Yo la usé en todos mis seminarios de psicoanálisis para hablar de la pulsión con tu libro, hablo del objeto a, que se llama el agalma.
D: No sé qué es todo eso.
—No tenés por qué.
G: Eso que no se sabe qué es pero que es el lugar desde donde algo se causa… eso que llenamos de palabras, que llenamos de retórica. Bueno, como analistas tenemos que ir para atrás para ver qué causa eso. La zanahoria no está delante, está detrás. Hay algo que te causó ese movimiento. Entonces, como analistas, tenemos que ir a encontrar dónde fertiliza toda la argumentación. Cómo llegamos a ese lugar. Ese lugar está vestido de algo: puede ser una palabra, en general, alguna letra, una letra que comandó toda esa situación.
D: Es algo del orden del sentido, no del significado. Y ahí es donde está el cuerpo, sin duda.
G: Exacto, absolutamente, el cuerpo.
D: Eso que significa, pero que son unos sonidos que otorgan algún sentido…
La infancia
—¿Cómo fue tu relación con la lengua de chiquita, con el habla? Las palabras, los sonidos…
D: Empecé a hablar tardíamente, cuando tenía más de dos años.
—Te las arreglarías con señas…
D: Empecé a caminar, según decía mi mamá, también cuando ya tenía como dos años. Ahí dejé de llorar, dejé de refunfuñar, dejé de todo. Ahí tenía todo el mundo para mí. A la hora de la siesta, yo me iba a hacer huevitos fritos en una latita, a un cañaveral que tenía mi abuelo para la huerta, que era como el Amazonas para mí, en la chacrita de la infancia. La siesta siempre fue un momento maravilloso del día. Cuando era niña quería ser cantante lírica, además de ser astronauta o de perderme en el Amazonas.
—¿Querías ser cantante lírica?
D: Sí, también, sí.
—¡Y astronauta!
D: Sí, qué horror, ahora ni se me ocurre.
G: Querías ir al espacio.
—Qué soledad la del astronauta.
G: Yo también quería ser astronauta.
G: ¿Y a qué jugabas cuando eras chica?
D: Jugaba a muchos juegos imaginarios. Y después, también, cuando encontraba algún otro niño, jugaba con él. Los grandes juegos de la niñez. Yo jugaba a las escondidas, por ejemplo, y mi chiste era esconderme hasta que se terminaba el juego y todas se iban [risas].
—Era muy exitoso [risas].
D: Claro, se iban, se habían aburrido y se iban. Pero los juegos imaginarios de la infancia… ¡qué preguntas que hacen, chicas! Bueno, por ejemplo, jugaba con muñecas y muñecos, pero que no eran muñecos, claro, eran personitas a las que yo salvaba, de algo, de alguna aventura extraordinaria. También me gustaban los caballos, y jugaba con ellos; había caballos en la chacrita de mi infancia.
—¿Andabas a caballo de chiquita?
D: Sí, mi papá me compró la primera pony cuando yo tenía tres años. Iba con esa yegüita diminuta. Él la había amansado con uno de los peones que yo adoraba, el Negro; lo quería mucho. Él me enseñó a cabalgar en alto grado, creo. Y con los perros, también, mucho; y con las tortugas, jugaba mucho con las tortugas, me subía a ellas y me llevaban a dar la vuelta al mundo. Y juegos de niña sola, porque mis primos eran mayores, mi hermana mucho menor, nació cuando yo tenía doce años.
—¡Ah, te dejó una docena de años sola!
D: Llegué a ser hija única una docena de años, sí.
—¿Y después jugaron o no? Vos ya estabas en otra cuando ella podía jugar…
D: Claro, claro. Pero bueno, la llevaba a mis pensiones a Rosario, me acuerdo, y la mamá nos mandaba un pollo hecho, cocinado, y la llevaba a los lugares donde iba yo. Le encantaba a mi hermanita pasear conmigo por Rosario. Y ahora la quiero muchísimo. O sea que, con los años, no hablamos casi de nada, pero el cariño que le tengo es muy grande.
G: Y con tus padres, ¿cómo te llevabas?
D: Ah, mis padres [risas]. Bueno, en la adolescencia me llevé mal, claro está. Ellos no sabían qué hacer con esta hija que les había salido. Pero siempre tuvimos una relación muy amorosa, tanto con el papá, que era un hombre manso y dulcísimo, como con la mamá, que era una mujer tremendamente apasionada, más gritona, más… apasionada. Y todavía los extraño, así que, imaginate…
—¿No sentís que, de alguna manera, están presentes en vos, en tu vida?
D: Yo siento que, cuando nos morimos, no hay más nada, tesoro mío. Eso es lo que siento. Y si no hay más nada en mí, no hay más nada de ellos.
—Bueno, pero ahí dentro…
D: Sí, pero en los que se quedan, no en los que se van [risas]. Pero sí, claro, todavía hablo. En mi casa de Zavalla me conseguí una mesa vieja de granito que tenían mi mamá y mi papá; la llevé a mi casa.
—La que está en el jardín…
D: La que está en el jardín, y es donde tomo mates todos los días. Y, a veces, dialogo con ellos; a veces, digo: “Ay cómo te extraño, mamita” [risas].
G: ¿Extrañás algo? ¿Qué extrañás cuando extrañás?
D: Encontrarla, extraño.
—Hay un poema muy hermoso de la primavera y tu mamá. ¿Qué flor era, una camelia?
D: Todavía existe, por suerte, el árbol, porque los árboles que ella plantó se van muriendo o los cortan. Una enorme magnolia, que, cuando llego en diciembre, siempre está florecida y siempre mi hermana me regala una de las magnolias para que, por un día, sienta ese aroma descomunal que tiene, maravilloso. Sí, los extraño.
G: ¿Le gustaban las plantas a tu madre?
D: Sí, a los dos, a mi madre y a mi padre. Los dos hacían jardinería, hacían huerta, tenían un terreno grande. Cuando fuimos a vivir al pueblo y ellos se hicieron la casa con los planes peronistas, hicieron la casita nueva; antes de eso, vivimos en una taperita, me acuerdo; fueron unos años muy felices los de la taperita también. Se llovía y había que abrir el paraguas y poner palanganas, cacerolas en todas partes, las chapas de zinc estaban llenas de agujeritos. Pero como ya se iba a terminar la casa, ya íbamos a dejar la taperita, entonces esta no se arreglaba. Pero me acuerdo: había dos árboles grandes de paraíso. No está más la casita esa, la destruyeron. El otro día fui y reconocí el terreno, aunque ya no estaban los paraísos.
G: ¿Eso en Zavalla?
D: Sí, y ahí me habían puesto una hamaca, en medio de los dos paraísos.
—¡Qué lindo que es hamacarse!
La enseñanza
G: ¿Y te gusta dar clase?
D: Muchísimo, sí, mucho. Y por eso, a la edad que tengo, sigo dando clases. Ahí veo lo que ahora no puedo ver en mis poemas. Veo lo que está mal, porque ahí veo el seguimiento del otro. Porque, en narrativa, yo tengo muy poca gente. Gabriela Cabezón Cámara terminó la primera novela, La Virgen Cabeza, aquí en la casa.
—Maravillosa La Virgen Cabeza, ¡cómo me gustó! Me he reído tanto, me gusta que en lo trágico aparezca el humor.
La satisfacción de Variaciones de la luz
G: Diana, ¿algún libro tuyo te dio más satisfacción que otro, que hayas sentido esa diferencia?
D: Variaciones de la luz; va a salir ahora el segundo tomo. De ese libro, realmente, yo sentí que es el mejor libro que escribí.
—¿Ese es el que tiene «Éxtasis»?
D: No, «Éxtasis» está en Pasos de baile. Ese poema lo adoro. De vez en cuando lo leo.
G: Este título me encanta: «La rebelión del instante». Y de Variaciones de la luz yo no leí nada.
D: Hay una edición española, de Visor y una edición argentina, de Cien volando. Pero va a salir ahora en las Obras completas otra vez.
G: ¿Y Variaciones de la luz de qué época es?
D: Del 2014. Es anterior a Pasos de baile. Pero cada libro tiene su encanto. Yo los quiero a todos; bueno, a los más viejitos nunca los miro, pero de los otros, de vez en cuando, leo algún poema. Ahora estoy leyendo poemas viejos; en los últimos dos años, leí muchos poemas escritos tiempo atrás, si no, siempre leo inéditos. Por eso me alegré tanto en Casilda cuando leí los cinco inéditos [risas]. Me gustó eso de volver a los inéditos, en fin, era un solo temblor; antes no me pasaba. Cuando hace mucho que no leés inéditos, te pasa eso, y como yo siempre tengo inéditos… [risas]. Son poemas recientes, siempre. Me gusta el temblor de tener poemas nuevos. Ahora suelo cerrar las lecturas con el poema inédito que se llama «Con la bordón oscura del invierno».
Esta revista se sustenta gracias a la publicación, la difusión y la edición, sin ánimo de lucro, de cada uno de los miembros que la componen. Agradecemos la colaboración económica que el lector o la lectora quiera y pueda acercar siguiendo los pasos de alguno de estos dos links.
Conmovedora entrevista a la gran poeta Diana Bellessi
Me gustaMe gusta