Imagen de portada: Mark Kostabi, 1960
Cuidado editorial: Gabriela Odena y Gerónimo Daffonchio
Cerré la cuenta de Facebook durante un tiempo y la volví a abrir hace unos días. Es recomendable tomarse vacaciones de los dispositivos virtuales cada tanto. Me di cuenta que estaba perdiendo la confianza en los lectores, en su misma posibilidad de existencia, el dispositivo genera una ilusión de correspondencia o de simultaneidad automática. Pero al volver noté que seguían ahí. Quizá yo no era el mismo, como me sugirieron, y ellos tampoco. En la escritura siempre se deviene otro y como hace tiempo la practico, me había dejado engañar un poco: creía que eso iba de suyo y, por contraparte, había lectura. Suponía algo así como un contrato. Ahora me di cuenta que no todos tienen el ánimo de leer. Y menos de releer cuantas veces haga falta, hasta que la falta no sea tan ominosa. Es necesario darse aire y tiempo. Me alegra que haya quienes persistan como yo, como otro, pese a todo. No me considero desengañado al respecto, solo que me he vuelto un poco más liviano, más resuelto en la escritura. Transcribo tres momentos que precipitaron la vuelta -ni mejor ni peor.
I
No escribir sobre el cuerpo, no escribir en el cuerpo, sino escribir un cuerpo. Un cuerpo de escritura no es una obra, es un modo de hacer algo con la falta, la inconsistencia del Otro, es un modo de bordear el agujero con los saberes del caso. Escribo un cuerpo para poder soportar la vida que llevo, lo cual a veces me da pequeñas alegrías; pero lo que más contento me pondría es que otros se animen, se afecten y hagan algo con eso. No citar, sino excitar el pensamiento. Escribir en común los cuerpos que nos faltan, transformar falsos agujeros en nudos verdaderos, esa sería la gran fiesta del pensamiento y la vida. ¡Una erótica de los saberes en-cuerpos-presentes!
II
El mar es lo más parecido al infinito. El movimiento del vaivén de las olas opera una escritura en el cuerpo, lo compone y renueva, le enseña lo esencial: flotar, dejarse llevar, subir y bajar, nadar y sumergirse. La vida misma ejemplificada en infinitas gotas de agua salada marcando un ritmo natural.
Lo más natural del hombre es su síntoma, un amasijo hecho de repeticiones significantes y oleadas de sentido que afloran en la superficie. Afectos que surfean entre el instante y el recuerdo. Caminar al borde del mar, siguiendo el compás de las olas, litoral irregular, entre agua y arena, huella y letra. Escribir como quien nada y camina, pasando de un medio al otro con naturalidad, como un ser anfibio.
Recuerdo el caminar del viejo, su ejercicio matinal, felicidad repetida de cada verano. Lo he acompañado tantos años, escuchando sus historias y controversias recurrentes, me pregunto si lo sigo haciendo, o si he trazado mis propias huellas. ¿Cómo sería nuestra conversación hoy si él estuviera conmigo? Ensayo algunas líneas.
C me dice a veces que le hubiera gustado conocerte, y yo le vuelvo a decir que anticipaste su llegada, tocando la panza de A; que como abuelo hubieses sido un poco pesado, quizá, no sé si habrías sido el típico abuelo que consiente todas las mañas. Pero no sé, hace mucho que no conversamos. La última vez te vi en sueños y estabas bastante cambiado: más joven, sin canas, el pelo negro brillante, estabas más alto y delgado. Yo te preguntaba sobre ese cambio y me decías algo de un régimen que estabas siguiendo. Eras vos pero no eras vos, claramente. También aparecía M, más alto y delgado, con una trencita larga, decía que venía de recorrer el mundo. Estábamos todos muy contentos y éramos diferentes, aunque nos reconocíamos. Tendría que saber cómo continuar ese relato, cómo continuar estas conversaciones, cómo volver a tejer nuestra historia de caminatas, zambullidas en el mar, mates con churros, asados y vinos. ¡Qué felicidad dona un padre sin saberlo! En un rato prendo el fuego y te cuento. A vos y a M, que debe andar cerca, porque allí también lo despedimos.
III
Después de varios días con dolor en la espalda, incomodidad y tensión, me pude dormir y sentí el momento exacto en que mi cuerpo se soltaba, se relajaba, caía. Fueron apenas unos minutos. Me desperté y el vaso aún estaba ahí, sobre la mesita de luz, al igual que el resto de las cosas. No es que me sorprendiera su permanencia sino el simple hecho de verlo, constatar su objetalidad sin pensar en nada más, sin intencionar nada. Me di cuenta que había accedido al instante, el ser ahí de las cosas, yo mismo entre ellas, una existencia más. No fue una revelación, una novedad absoluta, un nuevo punto de vista, ni nada raro, tan solo ver, detenerse sin prisa, captar la pura objetalidad del objeto. Y la fuerza calma que arrojó esa certeza, como una verdad de contragolpe: no importa qué sea el objeto, su utilidad o función, su realidad resulta innegable. Y lo que yo soy, tampoco importa, pero el poder ingresar en el instante da una fuerza sosegada que ninguna discusión o argumentación podrá rebatir. Como si la aprehensión de las cosas, incluso de un pensamiento, requiriera de la tonalidad muscular justa. Luego imaginé el siguiente ejercicio espiritual: partir de la mirada puesta en cualquier objeto insignificante, observar el entorno, uno mismo allí, la casa, el barrio, la ciudad, los ríos y montañas, el país entero con su diversidad geográfica, el continente y sus múltiples colores, los océanos azules de profundidades abisales, el planeta tierra, el sistema solar, la vía láctea y todas las galaxias, contemplar la estructura del universo con sus agujeros negros y estrellas de diversas intensidades, ver todo eso y dirigirse al conjunto como a un punto opaco, una mancha, observarlo con atención y notar que es la pupila de nuestro propio ojo reflejándose en otro. Despertar y darse cuenta: eso siempre ha estado ahí, como una verdad al alcance de la mano y a medida del universo, no somos ni más ni menos importantes que el resto.
Luego de haber escrito esto último, una amiga sube en su muro un poema hecho de la misma materia:
Periódicamente,
es necesario pasar lista a las cosas,
comprobar otra vez su presencia.
Hay que saber
si todavía están allí los árboles,
si los pájaros y las flores
continúan su torneo inverosímil,
si las claridades escondidas
siguen suministrando la raíz de la luz,
si los vecinos del hombre
se acuerdan aún del hombre,
si dios ha cedido
su espacio a un reemplazante,
si tu nombre es tu nombre
o es ya el mío,
si el hombre completó su aprendizaje
de verse desde afuera.
Y al pasar lista
es preciso evitar un engaño:
ninguna cosa puede nombrar a otra.
Nada debe reemplazar a lo ausente.
Roberto Juarroz