Freud y Arendt descubrieron una verdad respecto a la cual, en algún punto, retrocedieron: el trauma producido por los abusos sexuales en la infancia sucede la mayor parte de las veces en el ámbito familiar; el mal no es producto de seres monstruosos sino mayormente de banales funcionarios que cumplen con su deber. Sin embargo, las agudas formulaciones de ambos, vueltas contra el sentido común, terminan limitando las consecuencias de lo descubierto. Arendt no remarca suficientemente la monstruosidad de esa práctica banal que, en su hacer rutinario, condenaba a los peores horrores a millones de personas; Freud no puede creer que todos los pacientes neuróticos que trata hayan padecido traumas sexuales infantiles y recurre por eso al concepto de fantasma, volviendo a velar lo real de su descubrimiento.
Por supuesto que el concepto de banalidad del mal como el de fantasma inconsciente son operantes ante un realismo ingenuo, demasiado imaginarizado y escandalizado, pero también hay que poder dar vuelta estos conceptos para que no obturen lo real que sucede de todas formas. Que sigue aconteciendo por doquier. Es decir, encontrar la raíz del mal en la banalidad o la cotidianeidad, lo ominoso de los abusos sexuales, no nos tiene que hacer retroceder al momento de nombrarlo, denunciarlo y tomar todas las medidas necesarias para tratarlo y erradicarlo, caso por caso.
Los monstruos de nuestra época no son nada fantásticos ni mitológicos, son seres grisáceos y banales, simpáticos o aburridos, como cualquier hijo de vecino: lo que los transforma en hacedores del mal son las redes de poder omnímodo que obligan al goce y garantizan la impunidad siempre que haya efectivo (o algún tipo de capital en juego). El concepto de patriarcado resulta demasiado general en algunos casos, hay que encontrar la sobredeterminación específica de los factores económicos, sociales y subjetivos que posibilitan la reproducción solapada de la violencia. Porque está visto que puede tratarse de sujetos progresistas o reaccionarios, de clase baja, media o alta, con o sin formación cultural, sensibilidad pedagógica o lo que fuere.
Por tanto, tenemos que crear conceptos que no sólo cuestionen el sentido común, sino que lo orienten mejor en sus sanas intuiciones. La ideología es ilusión pero también alusión a lo que sucede efectivamente, las ideas inadecuadas responden a una afección real. Un concepto adecuado no solo deconstruye significaciones, sino que anuda las distintas prácticas sociales y orienta en la vida. Pensar ante el horror de lo real no nos deja escapatoria, no se trata de estar a favor o en contra de nadie, sino de terciar para morigerar las consecuencias del daño, movilizar todos los recursos para que no vuelva a suceder.
No podemos retroceder ante el mal que se expande como los micelios de un hongo venenoso, la cura natural siempre ha provenido de un pensamiento materialista consecuente que apunta a las causas reales sin menospreciar lo imaginario ni sobrestimar los medios simbólicos. No es una cuestión moral sino ética, epistémica y política al mismo tiempo. Que el espanto cotidiano no nos impida pensar la razón de los afectos: apuntar al nudo justo que nos hace ser como somos. El mal reside en la banalidad de justificar nuestros modos de ser antes que buscar transformarnos.
Roque Farrán, Córdoba, 29 de marzo de 2023
Cuidado Editorial: Marisa Rosso, Gabriela Odena y Gerónimo Daffonchio
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