Pensamiento materialista: cuerpo, afectos y escritura. Por Roque Farrán

Ilustración, Rocío Montoya. Abstracción figurativa y sketchbook

Cuidado editorial: Marisa Rosso


Después del ingreso a carrera, el primer libro, el disparo, el nacimiento, volví pronto a escribir. Era el modo de seguir vivo. Aunque yo era otro, lo supe tiempo después. Encontré un texto de Julián Ferreyra que contaba, como apertura al pensamiento de Hegel y Deleuze, el nacimiento de su hijo. Vi que era posible esa inmixión de escritura académica y vida, tan rigurosa como creativa, y comencé a practicarla. También contribuyeron el viraje en la coyuntura política, las consecuencias de redescubrir al último Foucault, el uso de los dispositivos virtuales y “La escritura de sí”(un texto cuya claridad expositiva me marcó). La pandemia agudizó todo: la escritura se volvió cada vez más urgente, parte de la vida y parte de muerte. Cambió radicalmente mi forma de escritura y pensamiento, mis relaciones y usos. Nunca nada de lo real es lineal, sino que se da por giros retroactivos que resignifican lo que se venía haciendo, rizos que se rizan y anudan, cada vez mejor. O, al menos, se ajustan a la complexión afectiva y la idea verdadera que ha emergido del encuentro. Pero no hay garantías.

Quiero volver sobre algo que expuse en La razón de los afectos (Prometeo, 2021): el principio materialista que me orienta.

El pensamiento materialista que deseo sostener parte de un principio a-principial ineluctable, que se encuentra en cualquier parte: no hay relación-proporción entre las cosas, los sexos, las palabras, los saberes, los discursos, los otros, el sí mismo, considerados en su conjunto; como no la hay tampoco entre las cosas, entre los sexos, entre las palabras, entre los saberes, entre los discursos, entre los otros y en el sí mismo, considerados por separado. La razón no es un principio-patrón a priori, ni un término privilegiado que ordena el conjunto, sino una invención de lo que se reúne y trenza en el acto, rigurosamente, sin exclusión alguna. Quien pueda sostener su indagación deseante ante cada ausencia de relación-proporción localizada, por ende, deberá inventarse los medios y recursos singulares para hacerlo: un artificio que haga las veces de mediador o representante evanescente de eso que no hay. Deberá practicar la terceridad inclusiva apelando a lo que hay entre lo que no hay. 

Se apreciará de este modo por qué en el ámbito del pensamiento materialista no hay expertos ni especialistas, disciplinas o profesiones, sino autorizaciones y habilitaciones en nombre propio, con los recursos y materiales del caso: algunos pensamientos serán de índole más artística o psicoanalítica, otros más lógicos o científicos, otros más políticos o metafísicos, etc. Retomar ciertas tradiciones, preguntas y problemas queda siempre sujeto, así, al encuentro contingente (como la “corriente subterránea del materialismo”, indicada por Althusser). Este modo de plantear una problemática común excede incluso la cuestión de la interdisciplina o transdisciplina para declinarse en modos, tonos y estilos de pensamiento que deben forjarse sus propios medios acudiendo a múltiples registros. No se trata de una simple combinatoria o suma ecléctica de saberes, la orientación por composición es netamente afectiva: sigue lo que aumenta la potencia de obrar (sentir y pensar).

La mayor potencia, capacidad de afectar y ser afectado, se evalúa en función del afrontamiento gozoso de la no relación-proporción en cada vez más campos, lugares y frentes. Porque el pensamiento materialista es afectivo y gozoso por definición de lo que no hay, circunscripta la angustia de ello en el juego libre que habilita la invención y el atravesamiento de lo imposible. Alegría del conocimiento por causa próxima, de la idea adecuada que emerge en el encuentro con lo real. Autorizarse a hablar en nombre propio, asumir una enunciación singular recurriendo a múltiples medios, legados y tradiciones, implica evitar un doble riesgo: por un lado, creérsela y devenir un necio que tiene siempre la última palabra; por otro lado, quedar mudo ante la imposibilidad de lo real y hablar solo en lenguaje críptico, místico o poético. Entender al Otro como lugar donde se juega la terceridad en tanto posición relativa, no idealizada o trascendente: entre dos pasa un tercero que a su vez también hará de primero o segundo para que pasen los otros dos como terceros. Los otros pueden ser considerados así como relevos singulares de una posición que se pasa y no solo como reflejos especulares que deniegan o confirman lo mismo.

Escribir desde la implicación material, desde la propia herida, desde el hueco irreductible, es lo que da cuerpo a la escritura. No importa la veracidad empírica de los hechos, tampoco la capacidad de formalizar o estetizar lo traumático, importa la relación con la verdad desnuda que se abre, que es proceso genérico infinito, que parte de asumir lo que habrá sido el acontecimiento por el cual advenimos sujeto. Vaciamos el nombre de significación y lo usamos para nombrar el acontecimiento, para nombrarnos y autorizarnos. Y luego relanzar la apuesta cada vez, para salir al encuentro de los otros: no hay seguridad ni garantía de que el lazo de uno pase por los falsos agujeros de los otros dos para hacer uno verdadero, para hacer el nudo verdadero. Sin embargo, hay un coraje de la verdad que se juega en acto y va encontrando su sistematicidad en la recurrencia de los gestos alternados; la soltura y generosidad en la confianza sosegada; la claridad y eficacia en la distancia tomada.

Vendrán otros nombres, lo sé. Aguardo sin temor ni esperanza, aguardo pero no espero nada.

Roque Farrán, Córdoba, 14 de abril de 2023.

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