Seguir, pero ¿cómo? Por Leticia Gambina

Ilustracion: Ig@thelittle_blackguide

Cuidado editorial: Marisa Rosso


 La pregunta por el cómo suele apuntar a los fundamentos de aquello mismo sobre lo que se pregunta… Que cada quien la sostenga y la reescriba, en el momento oportuno y del modo adecuado, hace a la profanación del psicoanálisis, necesaria y vital para que el discurso prosiga.

Helga Fernández, para un psicoanálisis profano.  [1] 

Cada época y cada momento presenta sus propias dificultades, así como también sus propias posibilidades. Toda práctica debe vérselas con su contexto. No es ajena a él. Pero, ¿qué hacer cuando el contexto en que solíamos movernos, a veces como pez en el agua y otras no tanto, se modifica, muta? Por suerte las cosas cambian, más allá de una y con una.  Y puede que lo que en un momento funcionaba, ya no sirva, porque si hay algo que nos enseña la vida, es su propia finitud. Trabajar en una institución, aunque este no sea el único modo de comprobarlo, nos confronta con esa realidad. Basta permanecer un tiempo en ella para sentir en nuestro propio cuerpo el devenir mismo de la institución.  Pienso tanto en un hospital, en una escuela, en un juzgado, como en un programa de política pública. Todo, llegado a un punto se agota, lo mismo ocurre con los modos de intervenir, de pensar, de actuar. ¿Qué hacer entonces cuando algo de esto ocurre? Poder preguntárselo, sobre todo en ocasiones, en las que estando como analistas se hace difícil sostener dicha función, puede de por sí ayudar. 

Desde hace unos años trabajo en un programa de atención a víctimas de violencia familiar y sexual, un programa que se gestó y se creó en un determinado momento histórico, puntualmente en el año 2006[2].  Una verdadera invención que como tal produjo efectos y cambios importantísimos. Un programa que fue revolucionario, acompañando a las víctimas en el mismo momento en que sucedía la violencia. Prestando presencia donde antes allí, no sólo había ausencia, sino que directamente no existía la posibilidad de la palabra para nombrar esos sufrimientos, y sabemos que sólo aquello que se nombra logra existencia. Si algo no se dice, o mejor dicho no hay lugar para que eso se diga y se escuche, no existe. Es sabida en la historia el descrédito que ha sufrido la palabra de la mujer, pudiéndose ver esto en la burla, en el desprestigio, en la humillación, en el ninguneo o indiferencia con que ha sido tratada a lo largo de las épocas. Dichos como “algo habrá hecho”, “qué hacía ahí sola”, “y también, mirá la ropa que se puso”, son representativos de esta ausencia, de eso no reconocido. Que una política pública, o sea que un estado, un país, se ocupe de que la palabra de alguien, en este caso mujeres, pueda ser escuchada, pueda encontrar un lugar donde pueda ser dicha, trae alegría y también cierto alivio, de que algo es posible. El programa, al cual hago mención, estuvo ahí, construyendo esos lugares, inventándolos realmente, porque antes no existían.

Hoy por suerte, el momento es otro[3]. Desde ese 2006 hasta la fecha pasaron varios Ni una menos y varias Olas verdes. Se crearon leyes que protegen y regulan. Hoy la información circula por diferentes espacios y el acceso a ella es mucho más fácil. Se habla sobre los diferentes tipos de violencias en las escuelas, en los hospitales, en los trabajos. La violencia que se creía natural ha comenzado a mostrar sus raíces y sus orígenes.  Y también sus efectos y consecuencias. Existen diversos dispositivos de atención relacionados con la temática. Hoy una mujer puede acercarse a una comisaría y denunciar sin ser expulsada y maltratada, tal como sucedía años atrás.

Podría seguir enumerando los cambios y con esto no digo que el problema ya no existe, ni que la violencia haya desaparecido, muy por el contrario, tal como si fuera un virus, suele infiltrarse de otro modo, aprende a camuflarse, a pasar las barreras protectoras.   Por ende, y aquí viene mi duda, o mi pregunta, ¿qué hacer entonces cuando las condiciones sociales han cambiado, cuándo el contexto es otro y las demandas y necesidades también, cuándo pareciera que seguir actuando del mismo modo no tiene mucho sentido, cuándo la institución y lo instituido no acompañan la situación actual, cuándo las respuestas ofrecidas no alcanzan, cuándo lo que ayer funcionaba, hoy ya no?  

Seguir, diría Donna j. Haraway, pero seguir con el problema, tal como lo plantea en su libro, que lleva ese mismo título. Para la autora, seguir con el problema requiere aprender a estar verdaderamente presentes, y no perdernos o esfumarnos entre pasados horribles o edénicos y futuros apocalípticos o de salvación[4]. Estar ahí, confrontarse con la realidad y dejar de actuar como almas bellas, saberse parte y responsable de eso mismo que se reproduce. Seguir con el problema es quedarse con los problemas, insistir en ellos, no negarlos, ni hacerse el bobo ocultándolos bajo la alfombra.

Cuando el contexto cambia, cuando las condiciones se modifican, nuestra tarea también se ve afectada. Requiere entonces poder repensar el lugar o la función que se ocupa, o se quiere ocupar. No es lo mismo estar trabajando en un hospital hoy, que haberlo hecho ayer, otro tanto ocurre en las escuelas, las situaciones con las que podríamos encontrarnos no son las mismas que hace un par de años atrás. También dentro de un consultorio las demandas y las consultas han variado, o por los menos el modo en que se presentan. Entonces por difícil que resulte será necesario volver a empezar, lo cual no significa tirar, ni destruir todo. Sino volver a pensar, sabiendo que pensar implica poder poner en tensión dos cosas opuestas a la vez. Es poder dar lugar a la contradicción y con ello a la complejidad. Esa misma complejidad que muchas veces se quiere evitar. Implica poder preguntarnos cómo heredar sin aceptar los términos del problema tal como son planteados, o fabricados hoy, donde no hay alternativas o sólo prevalecen las alternativas infernales[5].

Fernando Ulloa ya se preguntaba ¿Cómo estar psicoanalista en una institución y no morir en la demanda? [6] Si esta pregunta aún persiste, o es necesario de hacerse,  insistir con ella puede que sea la manera de resistir y de poder habitar la precaria potencialidad del estar, sin aplastarla.  Ubicando el estar psicoanalista como una función, Ulloa dirá “parto de la convicción de que el psicoanálisis, que no gobierna ni educa, y hasta por momentos no analiza en el sentido tradicional del término, tiene una oportunidad importante en el campo de la salud mental, sin morir necesariamente en la demanda. Vale la pena que el psicoanálisis intente presencia”[7].  Poder sostener un lugar vacío o vaciado, un hueco, un intersticio[8], ante las demandas, sociales, ideológicas, culturales, políticas, económicas, etc., que devastan y mortifican. Un lugar donde no retroceder frente a las condiciones de emergencia del sujeto, inclusive cuando pareciera que esas condiciones no están dadas, ya que incluso allí habrá que inventarlas para que haya al menos alguna posibilidad. Es necesario poder rescatar la pregunta por el sujeto, ¿dónde está? o ¿dónde estuvo?, la misma que preside toda búsqueda psicoanalítica. Poder rescatarla, pero también poder sostenerla.

Ulloa hablaba de la abstinencia como la estructura clínica de la demora[9], haciendo referencia con ello a una abstinencia activa, donde el analista asume la cura sin marcar una dirección, demorando sus valores afectivos e intelectuales personales. Y la diferenciaba de la neutralidad, que como tal es imposible, ya que no se trata de una actitud no indolente. La disciplina abstinente, cuando está bien incorporada, no se hace notar. A la manera de un arte marcial, no es ausencia ni recurrencia, es dar lugar al otro[10]. Para escuchar una voz es necesario que otra se calle[11]. 

Pienso en esta estructura de demora como la instauración de un espacio-tiempo, de un punto de detención, donde, por ejemplo, una mujer víctima de violencia pueda practicar bajo algún modo posible cierta distancia, aunque sea mínima, que le permita algún tipo de separación[12] respecto de la violencia, padecida tanto en su propio cotidiano, como de la que proviene de las instituciones que dictan o mandan lo que debería hacer, y que pueda entre la polifonía de voces que la constituyen escucharse y construir su propia voz, que puedan aparecer la multiplicidad de voces que hablan en ella, incluso de forma muda. Me ha tocado intervenir en el caso de una señora que se encontraba sumamente angustiada, ya que no quería continuar con la denuncia realizada el día anterior, donde había declarado haber sido obligada a tener relaciones con la amenaza de que así “él”, su pareja, la dejaría de violentar. Realizó la denuncia “guiada” por el protocolo que rige hoy en las comisarías, esa misma comisaría que en otros tiempos la habría expulsado, pero que también hoy, bajo otro modo, lo había hecho. Una vez más la singularidad es desoída, rechazada, no encontrando un lugar donde habitar.

Una mujer que es víctima de violencia no se reduce a ser víctima. Dirá Ariana Harwicz que “esta época lee mal porque lee desde la identidad[13], no se es, ni se está de una única manera sino de varias. Pero pareciera que hoy se tiende a reducir al ser humano a una sola de sus condiciones y los opuestos, las contradicciones, las ambigüedades pasan a ser eliminadas.  Se homogeneiza lo heterogéneo, dejando de lado la singularidad de cada quien. Reunir a la mujer “en el combo de ser mujeres, en un principio pudo ser una política de apoyo, de visibilidad, de inclusión y de justicia frente a siglos de borramiento, pero hoy creo, que (por momentos) ese discurso, omnipresente y totalizante, es contrario a la valoración de una lengua, de una obra, de un universo de ficción[14]. ¿Cómo hacer entonces para no quedar atrapadas en nuevos compartimentos, pero igual de estancos?¿Cómo agujerear las totalidades que se imponen? 

Una escucha no normativa, una escucha singularizante podría ser un modo posible. Poder desde el psicoanálisis buscar apoyo no sólo en lo instituido sino en la singularidad de lo que se va instituyendo, sobre la marcha, allí mismo, en cada momento, podría ser entonces, para quien lo desee, una manera de seguir.

Leticia Gambina


[1] Fernández Helga, para un psicoanálisis profano. 1a ed. CABA. Editorial Archivida, 2020. Pág. 63

[2] El Programa Víctimas contras las violencias fue creado por la Dra. Eva Giberti y quienes decidieron acompañarla.

[3] Me refiero al momento actual dentro de la Ciudad de Buenos Aires, ya que entiendo que en otros lados es distinto.

[4] Haraway, Donna J. Seguir con el problema. Generar parentesco en el Chthuluceno. Ed. Consonni.  4ta edición. Buenos Aires, 2022. Pág. 20.  La autora crea el concepto de Chthuluceno, compuesto de dos raíces griegas, khthon y kainos, que juntas nombran un tipo de espaciotiempo para aprender a seguir con el problema de vivir y morir con respons-habilidad en una tierra dañada. El Chthuluceno, explica Haraway, requiere simpoiesis, o hacer-con, en lugar de autopoiesis, o auto-creación. 

[5] Stengers, Isabelle y Pignare, Philippe. La brujería capitalista. 1a. ed. CABA. Hekht Libros, 2017. Pág. 103

[6] Ulloa, Fernando O. Novela clínica psicoanalítica. Historial de una práctica. 1a ed. Buenos Aires. Libros del Zorzal, 2012. Pág. 12  

[7] Ibid. Pág. 228

[8] Isabelle Stengers y Philippe Pignare en “La brujería capitalista” refieren que les gusta la imagen del intersticio. Comparto aquí algo de lo que dicen, dado que también me resultó interesante esa imagen.  El intersticio no se define ni en contra ni respecto del bloque al que sin embargo pertenece. Crea sus propias dimensiones a partir de los procesos concretos que le confieren su consistencia y su alcance. Qué puede hacer un intersticio es una incógnita. De qué es capaz un material cuando se le aplica una tensión (recuperar luego su forma original, permanecer plegado, romperse) depende de los intersticios, pero ningún intersticio tiene en sí mismo el poder de causar cualquier cosa. El intersticio, en efecto, no responde, sino que suscita nuevas preguntas. Y estas preguntas carecen de una respuesta general. Ibid. Pág. 155

[9] Ulloa aclara que es una estructura de demora, ya que después sí son necesarias las teorizaciones y las relecturas, pero eso será en un segundo momento.

[10] Ibid. Pág. 100

[11]https://enelmargen.com/2023/05/18/habia-una-vez-un-sonido-un-tiempo-y-una-voz-por-marisa-rosso-y-leticia-gambina/  En el texto aquí citado hablamos del papel enmascarador propio de los sonidos y nos preguntamos justamente si eso no le facilitaría al sujeto desoír aquello que le podría “hacer ruido”, o no lo dejaría en la comodidad de no escuchar/se decir/gritar. 

[12] Farrán, Roque. La razón de los afectos: populismo, feminismo, psicoanálisis. 1a ed. CABA. Prometeo Libros, 2021. Pág. 68

[13] Harwickz, Ariana. El ruido de una época. 1a ed. Buenos Aires. Argentina. Editorial Marciana. 2023. Pág. 18

[14] Ibid. Pág. 26


Leticia Gambina. Psicoanalista. En el año 2004 se recibió de Licenciada en Psicología en la UBA. Del 2005 al 2009 realizó la Residencia de Salud Mental en el Hospital General de Agudos Dr. T. Álvarez. Actualmente trabaja como analista en su consultorio particular y forma parte de un programa de violencia familiar y sexual dentro del Ministerio de Justicia y DDHH desde el año 2009. Participó de grupos de trabajo en la Escuela Freudiana de la Argentina desde el año 2015 al 2021.


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