Había una vez… un sonido, un tiempo y una voz. Por Marisa Rosso y Leticia Gambina.

Ilustración: Duet, Perez Celis

Cuidado editorial: Helga Fernández


No te dejará dormir este estrépito infinito

Que intenta llenar los días de tinieblas y enemigos

Una estruendosa jauría se empeña en hacer callar

Las preguntas, los matices, el murmullo de ojalás

Ismael Serrano

El sonido es un acontecimiento que irrumpe desde el silencio, pero así como llega, se va. Aparece y se desvanece. Es efímero y como tal, sólo posee existencia en el tiempo. “Todo sonido es pasajero, tiene un aspecto de alucinación, puesto que no deja huellas, y a partir de entonces puede resonar en la eternidad de un pretérito de la escucha”(1). Entonces, si el sonido en sí mismo no narra el tiempo de su duración,  ¿podrá narrar otro tiempo, o incluso la ausencia misma de tiempo?¿Y cuál sería —si lo hubiera— ese otro tiempo que el sonido podría narrar? ¿La escucha tendrá algo que ver con ese otro tiempo? 

El sonido nos circunda, nos rodea, está ahí, no nos podemos aislar de él, está delante, detrás, afuera y dentro nuestro.  Estamos inmersos en un mundo sonoro, incluso mucho antes de nacer (sonidos, ritmo de ambos corazones, vibraciones), un mundo que resulta inabarcable y omnipresente.  Mientras que el objeto visual está disponible antes de que uno lo vea, la presencia sonora en cambio nos llega, nos invade desde distintos lados.  Y si bien el sonido es intangible se incorpora con el lenguaje. Articulándose a la voz,  se hace cuerpo para que el sujeto pueda hablar, y al hablar, deja ver que el inconsciente, al igual que lo sonoro, es evanescente y pulsátil

Por la naturaleza física de las señales sonoras, las mismas se propagan y se dispersan constantemente en el espacio, no permaneciendo fijas ni estables, motivo por el cual, el sonido no es factible de ser enfocado y entonces los sonidos simultáneos y contiguos no pueden olvidarse. En cambio la espacialidad ordenada de los fenómenos visuales, hace que un objeto visible a mi izquierda no moleste a la percepción de un objeto que aparece a mi derecha(2). En un texto anterior(3), hicimos referencia a que no existe punto de audición a diferencia del punto de vista. Mientras que el sujeto de la mira está dado, postulado en sí en su punto de vista, el sujeto de la escucha siempre está aún por venir.  El encuadre de los sonidos no existe en el sentido que existe para lo visual. No hay un borde que delimite, que estructure, que encierre lo sonoro. 

El mundo sonoro se caracteriza por un recubrimiento y una molestia recíproca entre los distintos sonidos que cohabitan en el espacio, lo cual produce un efecto de máscara, entre objetos que están separados, que se tapan unos a otros. Efecto que Bailble llama cocktail party effect(4), del que podemos dar cuenta cuando, por ejemplo, estamos inmersos en varias conversaciones simultáneas, cuando queremos escuchar música y alguien nos habla a los gritos, cuando los ruidos de la calle nos impiden conversar, o cuando debemos alzar la voz en un boliche o en un bar atiborrado de gente, y en general no nos escuchamos, o escuchamos a medias, y el resto lo completamos con algún sentido subjetivo. 

Este papel enmascarador de algunos sonidos, -los graves enmascaran más que los agudos-, no es solamente una molestia, sino también una comodidad. Es una molestia porque esta sobreimposición de sonidos, que devienen barullo, dificulta escuchar, o sea distinguir, recortar, separar.  Y es una comodidad porque este mismo enmascaramiento alivia, evitando que todos esos sonidos juntos sean ensordecedores y que devengan enloquecedores. Este enmascaramiento nos ayuda incluso a poder convivir con los ruidos generados por nuestro propio cuerpo, los cuales por lo general son tapados u ocultados por  los sonidos provenientes del exterior. Pero este papel enmascarador propio de los sonidos ¿no le facilitaría al sujeto acaso también desoír aquello que le podría “hacer ruido”?, ¿no lo dejaría en la comodidad de no escuchar/se decir/gritar? Tiempo atrás nunca faltaba alguien que recomendara aliviar broncas contenidas yendo a  gritar mientras pasaba el tren. Ahora bien, el sonido del tren funcionaba de tapón no sólo para la escucha de los demás sino ante la escucha del propio grito. Se gritaba, pero no se escuchaba gritar.  

La cuestión del enmascaramiento entonces, es una consecuencia de la dificultad de  encuadrar lo sonoro.  Cada vez son más los niños que llegan a consulta con diagnósticos de “espectro autista”, “déficit de atención” o “dislexia”, niños que parecen no escuchar, ni entender consignas, ni respetar indicaciones, ni seguir una lectura, algunos hablan aparatosamente, con un lenguaje enlatado, otros hablan una lengua neutra, mezclando términos de distintas lenguas que no saben que significan, alienados al modo de hablar de youtubers que enseñan juegos virtuales. Niños cuyas voces, en la interacción con sus padres, quedan enmascaradas por el ruido y las voces de los adultos, es frecuente escuchar madres o padres que les sobrexplican a sus hijos,  sin detenerse a chequear  si los siguen, los entienden o no, o por el contrario, no les preguntan, no los interpelan, no los interrogan. Tanto en un caso como en el otro, sus voces quedan acalladas, enmascaradas por el ruido del bla bla bla, las palabras infinitas, o el silencio ensordecedor. 

La comunicación siempre fue un malentendido, pero ahora, la impersonalidad y la  enlatación ¿no anulan la posibilidad de que el mismo ocurra? es decir ¿no se estaría logrando que la comunicación efectivamente no exista, o sea, que ni siquiera haya malentendido?

Asistimos a un tiempo en que la palabra se ha transformado en ruido, al esparcirse viralmente por medio de las redes sociales y a través de la multiplicidad de aplicaciones, tan veloz como vorazmente, que termina perdiendo el valor de una palabra portadora de un mensaje. 

Esta nueva relación a la palabra, propia de la transmisión digital, entra en contradicción con el “decir”. Las palabras emitidas adolecen del estatuto significante y no se anudan al modo de la significación. Estamos frente a una palabra sin sujeto que pueda identificarse a ésta, y sin que un nombre del nombre del nombre opere. No es dicho por nadie, ni dirigido a nadie, no cuenta ni con objeto ni con sujeto. No posee dirección o destinatario, ni remitente. Es como si fueran reproducidas por mandíbulas autómatas, desposeídas del hábitat del inconsciente(5).

Lo que “se dice” se reproduce, pero no se articula, dando como resultado voces desencarnadas y acusmáticas, que se multiplican produciendo un aturdimiento sonoro, propio de la época, donde cuesta diferenciar las voces, mientras proliferan y se incrementan cada vez más los portavoces.

¿Tendrá que ver entonces ese otro tiempo del sonido, acerca del cual nos interrogamos, con la posibilidad de que algo se escuche? ¿Se podrá por medio de la escucha encuadrar el sonido, armar un tiempo y un espacio, que sirva de reparo al sujeto frente al aturdimiento? ¿El aturdimiento epocal tendrá que ver, entre otras cosas, con esa ausencia de tiempo?  Si es necesario que un sonido se calle para que otro exista, ¿habrá otro modo de resistir, que el de Odiseo, a las palabras desencarnadas que circulan sin corte y sin posibilidad de empalme?

El tiempo sonoro posee una dimensión distinta a la de la simple sucesión. Es un tiempo que se abre, se ahonda, se ensancha, se ramifica, se estira, se contrae, que envuelve, que va y viene. De este modo el tiempo se hace espacio. Escuchar es entonces ingresar a la espacialidad que, al mismo tiempo, nos penetra. “Estar a la escucha” como plantea Jean Luc Nancy es estar al mismo tiempo afuera y adentro, estar abierto desde afuera y desde adentro, y por consiguiente de uno a otro y de uno en otro(6).

Lo sonoro forma un continuum donde habla, ruido y música pertenecen al mismo mundo. Lo que puede ser un ruido para alguien para otro podrá ser música, de este mismo modo, hablar a veces podrá asemejarse al ruido, como venimos planteando, o en otros casos ser una voz que nos habla o nos canta. Son nuestras escuchas las que son discontinuas y las que pueden establecer diferencias.

Pierre Schaeffer(7), pionero en la manipulación del sonido y precursor de las prácticas de sampling, –saber hacer con el enmascaramiento-, habla de distintos tipos de escuchas, entre ellas describe la Escucha Reducida, que consiste en escuchar al sonido por sí mismo, como objeto sonoro, haciendo abstracción de su procedencia real o supuesta y del sentido del que pueda ser portador. En la escucha reducida, la escucha apunta al evento que el objeto sonoro es en sí mismo (y no a lo que éste refiere), a los valores que él mismo tiene (y no aquellos de los que sólo es soporte), en cambio en la escucha “ordinaria” el sonido es siempre tratado como un vehículo. La denominación Escucha Reducida hace referencia a la noción de reducción fenomenológica (époché), ya que consiste, en cierto modo, en despojar a la percepción del sonido de todo aquello que no es “él mismo”, para escuchar solamente el sonido, en su materialidad, su sustancia, sus dimensiones sensibles. La Escucha Reducida es por lo tanto un proceso “anti-natural”, que va en contra de todos los condicionamientos. ¿Podríamos emparentarla o asemejarla a la escucha analítica? Por medio de la atención flotante, al igual que en la escucha reducida, intentamos abstraernos de nuestras referencias habituales, así como también, dejar de lado nuestros prejuicios y preconceptos. Ambas implican un acto voluntario y artificial. Freud en Consejos al médico dirá que, la atención flotante consiste “en no querer fijarse en nada en particular y en prestar a todo cuanto uno escucha la misma atención parejamente flotante…” “uno debe escuchar y no hacer caso de si se fija en algo… no se debe olvidar que más de las veces uno tiene que escuchar cosas cuyo significado sólo con posterioridad discernirá”(8). En la misma línea Nancy refiere que escuchar es estar tendido hacia un sentido posible y, en consecuencia, no inmediatamente accesible, pero tendido hacia un acceso al sí mismo(9).

¿De qué secreto se trata cuando uno escucha verdaderamente, es decir, cuando se esfuerza por captar o sorprender la sonoridad y no tanto el mensaje? ¿Qué secreto se revela y -por ende, también se hace público- cuando escuchamos  una voz, un instrumento o un ruido por si mismos?(10)

Estar a la escucha entonces es siempre estar a orillas del sentido -en el margen- en un sentido de borde y extremidad, como si el sonido no fuese justamente otra cosa que ese borde o ese margen.

La escucha se dirige entonces a, o es suscitada por, aquello donde el sonido y el sentido se mezclan y resuenan uno en otro o uno por otro. Lo cual significa que, de manera tendencial, si se busca sentido en el sonido, como contrapartida también se busca sonido, resonancia, en el sentido(11). 

Dice Fito Paez acerca de componer,  “Aparece la música primero, intento descubrir qué significa esa música, que es una tarea vana, absurda, pero cuando te das cuenta que no es qué quiere decir esa música sino qué quisiste decir vos con esa música empezás a descubrir y a encontrar las palabras correctas al sentimiento que esa música quiso transmitir, la música conlleva sentimientos muchas veces más complejos de los que uno se pueda imaginar”(12).

Mientras que lo visual estaría del lado de una captura imaginaria, podrámos situar lo sonoro del lado de una remisión simbólica. Escuchar ese silencio del sentido, está en las antípodas del aturdimiento epocal, donde hay proliferación de sentidos, de palabras, hasta su saturación. La escucha está a la espera de algo más, esa otra cosa que el sentido en su articulación significante.

Maximiliano Diel Schanzembach nos recuerda que la música es decididamente significante pero no tiene ningún sentido inherente. Su significancia desafía la lógica y la razón, incluso a pesar de sus posibilidades de transcripción matemática. “La música en general, pero el dance en particular evoca un horizonte designificante en el que quizás pueda apoyarse cierto psicoanálisis, para ciertos momentos y situaciones”(13).  

La música como arte de ligar lo sonoro, intenta proveerle entonces, un marco, al mismo tiempo que protege de los sonidos, provee un espacio, organiza el intervalo, introduce un vacío que el ritmo bordea y la melodía viste. 

Si el inconsciente es lo que decimos, la escucha analítica le provee un marco, al modo de la música, a su pulsación (empuje, movimiento acompasado)  Dice Lacan que  la interpretación analítica “debe siempre tener en cuenta que, en lo que se dice, hay lo sonoro y que eso sonoro debe consonar con lo que es del inconsciente”(14),  para que lo no realizado pueda ser construido y para que ese otro tiempo, singular, pueda ser narrado.


1. Chion, Michel. El sonido: oìr, escuchar, observar.1a ed. Ciudad Autònoma de Buenos Aires. La marca editora (2019). Pág 52.

2. Gambina Leticia y Rosso Marisa, Será porque cantamos…, https://enelmargen.com/2022/08/19/sera-porque-cantamos-por-leticia-gambina-y-marisa-rosso/

3. Ibid., p. 47.

4. Bailblè, Claude, L´Audiophile, nª 50, noviembre 1989. p.143 en Chion Michel, El sonido: oìr, escuchar, observar. 1a ed. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: la marca editora, 2019. 

5. Fernandez Helga, El lenguaje de la informacion de mandíbulas autómatas, https://enelmargen.com/2022/09/02/el-lenguaje-de-la-informacion-de-mandibulas-automatas-por-helga-fernandez/

6. Nancy Jean-Luc, A la escucha. Amorrortu editores. 1ra Reimpresión. Buenos Aires. Pág. 33.

7. Schaeffer, Pierre ‘Tratado de objetos musicales’, Alianza Editorial Madrid, 1988.

8. Freud, Sigmund. Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico (1912). Obras Completas. Tomo XII. 1° ed. 9° reimp. Buenos Aires. Amorrortu editores. 2004. Pág. 112.

9.  Ibid. Pág. 18

10. Ibid. Pág. 15

11. Ibid. Pág. 19

12. Fito Paez en  #todopasa https://youtu.be/8G39XnLFayY Urbana play.

13. Maximiliano Diel Schanzembach, Música y sonoridad. Psicoanálisis en busca de Dionisios, https://enelmargen.com/2023/04/09/musica-y-sonoridad-psicoanalisis-en-busca-de-dionisios-por-maximiliano-diel-schanzembach/

14. Lacan Jacques. Columbia University Auditorium School of International Affairs (1-12-1975). En: Conferencias y charlas en las Universidades Norteamericanas (1975-1976) —Inédito— Establecimiento, traducción y notas: Ricardo Rodríguez Ponte, para la Escuela Freudiana de Buenos Aires.


Leticia Gambina. Psicoanalista. En el año 2004 se recibió de Licenciada en Psicología en la UBA. Del 2005 al 2009 realizó la Residencia de Salud Mental en el Hospital General de Agudos Dr. T. Álvarez. Actualmente trabaja como analista en su consultorio particular y forma parte de un programa de violencia familiar y sexual dentro del Ministerio de Justicia y DDHH desde el año 2009. Participó de grupos de trabajo en la Escuela Freudiana de la Argentina desde el año 2015 al 2021. Forma parte de la delegación editorial de En el margen. Revista de psicoanálisis.

Marisa Rosso. Psicoanalista. Ejerce  la práctica del psicoanálisis en el ámbito privado con niños, adolescentes y adultos. Supervisa y dicta grupos de estudio. Fue miembro de la Escuela Freudiana de la Argentina desde el año 2004 hasta fines del 2021. Coordinó diversos grupos de trabajo y de investigación. “La función del amor”, “Posición femenina, posición del analista. Consentimiento y semblant”, “Subjetividad y lazo social:incidencia del discurso capitalista en las nuevas manifestaciones del malestar en la cultura”,”Del arte al psicoanálisis. Avatares del sujeto: goce, creación, Sublimación”, entre otros.

Supervisora y enseñante en el Hospital Interzonal General de Agudos “Luisa C. de Gandulfo” durante los años 2017/2019.

Forma parte de la delegación editorial de En el margen. Revista de psicoanálisis. Está cargo, en la misma revista, de una Sección cuyos textos se escriben en correlación al trabajo de lectura  e investigación relativo a la articulación entre el sínthome, la música y la voz: La clave musical.

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