Portada: Miguel Robledo Cimbrón- “Dripping entre siglos III”
Cuidado editorial: Gabriela Odena y Agostina Taruschio
Entre dos instantes no hay un pasado, un presente, sino una misma presencia. Marcel Proust
“El mundo le ofrece al sujeto la participación en el existir bajo la forma del goce, le permite en consecuencia existir a distancia de sí mismo. Queda absorbido en el objeto que le absorbe, pero conserva no obstante una distancia respecto de este objeto. Todo goce es a la vez sensación, es decir, conocimiento y luz. En absoluto desaparición de sl, sino más bien olvido de sl y una suerte de abnegación primordial” E. Levinas, “El tiempo y el otro”
SENSIBILIDAD Y TIEMPO.
En la entrada anterior de HISTORIAS CLÍNICAS, bajo este mismo título comenzamos por presentar el tema hablando de la sensibilidad a la luz de preguntas que tomamos de la física, hoy vamos a continuar intentando abrir la frase de Lacan: “Las pulsiones son el eco en el cuerpo del hecho de que hay un decir… es preciso que haya algo en el significante que resuene”, y que para que ese decir resuene es preciso que “el cuerpo sea sensible a ello”.
No está demás decir y comenzar por la transferencia, ya que esto que Lacan puntúa sucede en un análisis y en tanto tal su motor es la transferencia, que es un tiempo de consumación de acontecimientos psíquicos. Es la transferencia la que da presencia a los acontecimientos psíquicos en todas sus resonancias temporales.
Cuántas veces en un análisis, quién habla en posición analizante queda “tocado” por lo que dice, se marea al levantarse del diván, perdido al retomar el curso de la vida cotidiana y luego cuenta que al salir de sesión tuvo la sensación de ver las cosas, de percibirlas de otro modo.
En una asociación algo dicho en el presente reenvía a otra escena, a otro tiempo que entonces se actualiza, entra en la trama asociativa.
Al decir las cosas de este modo estamos sumando a la resonancia la temporalidad, puesto que los acontecimientos psíquicos que resuenan y son interpretados, encuentran su tiempo de cumplimiento y de transformación en transferencia, es ahí donde se realiza lo que permanecía suspendido en el tiempo, eso que tantas veces escuchamos dicho bajo el modo: nunca lo había visto o pensado de esa forma, tantas veces hablé de lo mismo y ahora me doy cuenta… algo entra en la cuenta inesperadamente.
¿Estamos poniendo en entredicho la famosa flecha del tiempo de la física que va y que va? ¿Es acaso el tiempo de la transferencia homologable al tiempo de la física? ¿Qué tiempo habitan los silencios?, ¿cuál es el tiempo de la palabra al hablar?, ¿cuál el tiempo del sueño?, en donde se consuman transferencias en el sentido del traspaso de la carga psíquica de una representación a otra. Transferencia que transpone los acontecimientos, allí donde estos resuenan entre lenguaje y pulsión.
Guiados por la física hablamos de un tiempo determinado por los desarrollos de la termodinámica, que marca la dirección irreversible que va siempre del pasado al futuro, que no puede volver porque va y va como las partículas del experimento de Boltzmann. Sin embargo, cualquiera puede ir a dar un paseo hacia el Norte y luego volver, uno tiene la idea de ir y venir, la llamada flecha psicológica del tiempo introduce algo del orden de la memoria, el tiempo entrópico se diferencia del tiempo imaginario. Entonces en el tiempo de la física hay un límite para recordar lo que aún no sucedió, no se puede recordar el futuro, pero puedo imaginar lo que aún no sucedió, puedo vislumbrar el porvenir; más allá de la irreversibilidad del tiempo físico está el tiempo en el orden de la subjetividad, introduce algo que hace a la existencia del sujeto y no de la vida del viviente, algo que va a diferenciar la vida de la existencia, y que da entrada a la dimensión subjetiva, que abre la dimensión del porvenir.
Según Freud, repetición y reelaboración marcan la acción del tiempo en el análisis, que Freud opone a la abreacción producida bajo hipnosis que no permite alcanzar un efecto duradero.
Tratemos de desplegar la cuestión:
Un analizante toma la palabra y cuenta algo: ¿cuál es el tiempo en el que habla?
Si al hablar alguien dice más de lo que sabe y de lo que tiene intención de decir, podemos entonces señalar que no hay ahí un sentido, ni un contrasentido, ni siquiera un doble sentido sino una temporalidad que atraviesa sus palabras en todos los sentidos, una temporalidad que produce evocaciones, palabras que nos llevan de las narices.
Freud decía bonitamente que hay palabras valija, como las representaciones del sueño a las cuales se le transfiere en una sola figura la carga psíquica proveniente de otras representaciones. Al modo de Proust y su magdalena, la que saboreo hoy me lleva en ese mismo acto a la de la infancia que se actualiza ahí, y de este modo las palabras dichas en transferencia como magdalenas proustianas nos hacen resonar otros tiempos de manera inesperada.
Es el tiempo a posteriori de Freud, aquello que por su actualización en el tiempo de decir cobra un nuevo sentido, mueve una identificación, constituye un pasado que hasta ese momento no había pasado.
Es en el hablar en transferencia, donde por el hecho de hablar, elementos heterogéneos se transforman mutuamente y dan lugar al cuerpo de una manera nueva.
Lacan formula que el espacio que habitamos realmente, si el inconsciente existe, es un espacio de tres dimensiones. Esta conceptualización nos permite pensar el cuerpo en un espacio de tres dimensiones. En este sentido al “hablar”, al tomar la palabra en un análisis, el hablar mismo ocupa el espacio, como siendo el cuerpo mismo, en tanto y en cuanto consideramos que el inconsciente existe para nosotros seres hablantes, esa relación al inconsciente nos define.
Al hablar en transferencia la irrupción de la presencia de ese otro tiempo alcanza al cuerpo de una manera sensible, en tanto que surge como la huella errante de un primer episodio que viene a coincidir bruscamente con el episodio actual de lo que alguien dice aquí y ahora y engendra la sacudida del cuerpo.
Hay un desgarramiento de la trama del tiempo lineal al hablar, entonces, ¿hablo en presente? ¿Es el pasado que vuelve? ¿Es el futuro anterior?
Es en el decir como acontecimiento donde algo se constituye al hablar.
Volviendo a Freud, no es una rememoración, no es que recordó algo, sino que se encontró con algo ahí donde no lo esperaba, entre un tiempo y otro hay un intervalo entre dos instantes separados y superpuestos. Este intervalo hace de ese vacío, eso que no llena la trama habitual de la conciencia y genera entonces un lugar donde algo acontece.
Sigamos con Freud entonces año 1896, estamos en la apertura del campo psicoanalítico por eso que se pone en juego cuando alguien es invitado a hablar.
Freud dice en la famosa Carta 52 a Fliess: nuestro mecanismo psíquico se ha generado por superposición de capas, porque de tiempo en tiempo el material existente de huellas mnémicas experimenta un reordenamiento según nuevas concernencias, una inscripción. Lo importante es que la teoría de la memoria, de lo memorable no es una preexistencia simple sino múltiple registrada en diferentes variedades de signos. (hasta aquí Carta 52)
La memoria no da jamás el registro fiel y único de un acontecimiento vivido.
Y si esta memoria es una red significante, donde cada elemento obtiene su valor en la relación con los demás, entonces cuando un elemento entra en la memoria su única posibilidad de subsistir es ligarse en tanto huella a otras huellas, lo cual implica la posibilidad que se desplace por este dispositivo anacrónico en el que fluye la excitación.
Esto lo ilustra en la ficción de aparato psíquico que presenta en el Cap. VII de “La interpretación de los sueños”, según la cual las huellas mnémicas viajan por un lugar psíquico que no tiene que ver con la anatomía, donde diferentes sistemas las hacen resonar en asociaciones diversas, entre Percepción y Conciencia.
Se necesita un acontecimiento nuevo para que el antiguo resuene y acceda así a la presencia. Eso que toma cuerpo solo a posteriori. Tiempo a posteriori que interviene en la formación de síntomas y en la historización donde el pasado no sería algo sepultado que hay que excavar para encontrar, sino eso que se constituye como tal en el momento de su presencia.
Lacan lo decía en el seminario de ”Los Escritos Técnicos de Freud”: La historia no es el pasado, es el pasado historizado en el presente porque ha sido vivido en el pasado.
Historia que no puede ser revelada sino se cuenta con la presencia del deseo, Freud dixit.
Esta presencia- que no es el presente- es lo que hace resonar juntos pasado- presente y futuro que son “como cuentas de un collar engarzado por el deseo”, así dice Freud en su artículo «El creador literario y el fantaseo». Al pasar por la vivencia de satisfacción y la identidad de percepción -Seminario “La Ética en psicoanálisis” de por medio- podemos ubicar la presencia y la ausencia como fundamento de la temporalidad psíquica.
Estamos lejos de un simple modelo de aprendizaje por adquisiciones progresivas. Lejos de cualquier modelo neurobiológico y adaptativo.
Esquemáticamente podemos ubicar: la vivencia de satisfacción, la repetición para reencontrar la identidad de percepción, la no coincidencia entre lo hallado y lo buscado que relanza la repetición y que engendra una matriz de alteridad por composiciones de objetos, dando lugar a montajes pulsionales que interpretan lo real de una manera que no tiene nada de preformada, identificaciones que dan lugar al cuerpo.
Cuerpo entonces que no sólo es homologable a la imagen del cuerpo en la experiencia del espejo, sino cuerpo que se conforma en la precipitación de presencias sobre fondo de ausencia. No es el adentro opuesto al afuera, sino una constelación singular de compuestos <adentro afuera> que van constituyendo lugares del cuerpo, en los que se manifiesta de manera absolutamente primitiva la presencia del deseo, que resultan engendrados por experiencias temporales.
Entre el cuerpo del niño y el cuerpo de la madre se actúan coincidencias e inadecuaciones que ponen en juego la alternancia presencia y ausencia.
El cuerpo no está allí en sí mismo sino más bien, en el intervalo entre lo Mismo y lo Otro.
Aquí Lacan se apoya en Merleau Ponty para decir que la subjetividad no es sin este fuera de sí, que no estaba antes de salirse de sí, porque se recibe de afuera. No se trata de un sujeto constituido que descubre un afuera y un objeto, sino de un tiempo constituyente de compuestos <afuera adentro>, el surgimiento de lo diverso y de lo extraño. El advenimiento de la alteridad.
Pasamos por el complejo del semejante para ubicar lo extraño en el corazón de lo semejante:
Experiencia del grito que hace resonar el silencio y que introduce el cuerpo en la dimensión del tiempo.
Grito propio, grito del semejante, semejante que se separa en una parte semejante y una parte extraña. La cosa radicalmente diversa y no comparable es constitutiva de la alteridad.
Dicho de otra manera, esa Cosa representa la constitución de un primer exterior en el corazón de lo familiar. “Cosa irreductible alrededor de la cual gravitan las cadenas significantes y se organiza todo el andar del sujeto”, según Lacan en el Seminario La ética en psicoanálisis.
Lo diverso, lo extraño, lo inasimilable escapa al saber, eso inasimilable es el prototipo de la alteridad radical, un irreductible agujero de memoria en el corazón de lo memorable.
Dirá Freud que en el Inconsciente no hay tiempo, no lo hay en el sentido de la representación del tiempo, hay devenires de la constitución del aparato, se producen superficies en un devenir inestable, superficies que no podemos ubicar ni como internas, ni externas, pero que dibujan el lazo entre lo interno y lo externo. “El cuerpo pulsional no está afuera ni adentro: el actualiza una serie de recorridos de las excitaciones entre el cuerpo y el mundo, entre los objetos separables de los cuerpos” Nos apoyamos aquí para este recorrido en el hermoso libro “La obra del tiempo en psicoanálisis», de Sylvie Le Poulichet. De ahí que el cuerpo pulsional devenga entonces en este afuera del adentro y adentro del afuera que se puede poner en relación a los retornamientos de los toros.
No existe pulsión inmóvil en reserva a ser usada, una pulsión no existe en el espacio por más seudópodo que imaginemos, existe solamente en un tiempo de pasaje que sin duda no es ajeno a la gramática.
Del a posteriori podemos deducir otra cuestión que es el desencuentro como constitutivo, lo que nunca acontece en el tiempo adecuado, o demasiado pronto o demasiado tarde. El cuerpo acude siempre a destiempo a la cita de los significantes y de las imágenes.
Tratamos de ubicar entonces la presencia que alcanza al cuerpo de manera sensible, cuando el decir atraviesa la trama del tiempo y resuena el eco en el cuerpo.
Yo no busco, encuentro, decía Picasso, no se trata aquí de recordar, sino de ser encontrado por la memoria ahí donde no se la esperaba.
Hay un camino a recorrer para tratar de ubicar lo que estamos intentando precisar.
En “Pulsiones y destino de pulsión”, Freud define la pulsión como un concepto límite entre lo psíquico y lo somático, como el representante psíquico de la excitación que proviene del interior del cuerpo y alcanza al psiquismo.
¿Cómo leer acá “concepto límite”? ¿Es algo que está entre los dos o es un tercero? Y si fuera un tercero, ¿lo sería en tanto excedente y perturbador de lo binario?
Ubicamos que la noción de pulsión afronta la problemática del límite, del borde, entre el cuerpo, el lenguaje y lalangue como dice Erik Porge en “La voz del eco”.
Se dicen y se cuentan mitos que se construyen sobre una clase a la que jamás asistimos, en la cual Lacan habría cometido un fallido cuando lalá y lalea buscando la palabra, y lalangue hace su irrupción. Coalescencia del verbo y el goce, eso que toca la sustancia gozante.
Queda por abrir los términos que señala Porge: cuerpo, lenguaje y lalangue; lalangue no pertenece al campo de la lingüística, no queda recubierta por el orden significante, apunta a un real que no se puede ni reprimir ni sustituir, pero que ahí está, en el eco del decir. Intentaremos continuar por esa vía.
Patricia Martínez
Psicoanalista